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EL MITO DEL PROGRESO

EL MITO DEL PROGRESO


EL MITO DEL PROGRESO


La teoría de la evolución de las especies surgió en pleno siglo XIX, cuando la llamada Revolución Industrial y el maquinismo alcanzaban su auge: era la era del Progreso. El Progreso era la ley a la que inevitablemente escoraba la sociedad humana, tan sólo le faltaba su legitimación “natural”. Cuando se publicó, en 1859, de “El Origen de las Especies” de Charles Darwin el Progreso se dotó del ingrediente que necesitaba para elevarse a la categoría de Ley Universal. Los antiguos mitos de la divina Providencia, la inmortalidad del alma, los paraísos perdidos (la Edad de Oro) o el Camino de Salvación se vinieron abajo para ser sustituídos por uno de nuevo cuño del que se hizo depender el confort y la felicidad humana.


Al progreso se le fueron uniendo, como si de un imán se tratara, una nueva moral, una nueva ética, un nuevo sistema de valores. Todo lo antiguo será asimilado a ruinoso y decrépito; la legitimación por la antigüedad será irremisiblemente desterrada. La idea de modernidad vendrá a sustituirla en tanto que valor positivo dado su carácter de presente y actual. Lo antiguo será asimilado a lo simple, lo imperfecto, mientras que lo nuevo será lo complejo, lo más perfecto, lo más adecuado. Con la nueva evolución ya no son posibles las regresiones, los saltos al pasado, las marchas atrás en la Historia. La irreversibilidad histórica será una de las consecuencias de esta nueva doctrina. Se va a tratar de una fe solo equiparable a la que se basó en la divina providencia durante los siglos XVI, XVII y XVIII. A ella rendirá culto el positivismo científico, Comte, Spencer, el materialismo dialéctico ... Es como si un nuevo principio de orden animista impregnara todos los acontecimientos y les obligara a marchar en un solo sentido operándose a su vez un cambio en la nomenclatura: por necesidad biológica, por imperativo histórico, etc sustituyen la acción de la divina providencia en orden a la consecución de máximos grados de complejidad o perfección.


Y he aquí mi objeción. El universo físico no es evolutivo. Pese a que distintas proyecciones animistas adviertan una “tendencia universal a marchar de lo simple a lo complejo”. Conciben que en la formación de los átomos y moléculas ha intervenido toda una historia evolutiva.: los primitivos Quarks se han asociado formando Protones y Neutrones y, estos se han organizado en Átomos, los cuales se han asociado formando moléculas y éstas, a su vez, en macromoléculas, y todo ello inscrito en un proceso contínuo de expansión y enfriamiento del Universo. Lo que sucede es que de la expansión del Universo no se puede deducir su marcha imparable hacia el Progreso, ni tan siquiera del enfriamiento o de la creación de los átomos de hidrógeno. Por otra parte, sería ridículo pretenderlo. La materia física es absolutamente indiferente a nuestras proyecciones subjetivas o a nuestros corsés lógicos, porque ese mismo proceso de expansión y enfriamiento, en virtud del segundo principio de la termodinámica, tiende exactamente a la aniquilación de las estructuras vivientes, estructuras estas esencialmente inestables, que se han ido formando a lo largo de un determinado periodo de su historia y que como consecuencia del enfriamiento de la materia abocarán inevitablemente a la desnaturalización y consiguiente simplificación (o resimplificación) de los compuestos orgánicos. ¿Otro paso más de ese imparable proceso de evolución de la materia?. Por mi parte no entiendo que exista precisamente un proceso a la universalidad. Si los átomos existen en todos los confines del Universo, ello no significa que las macromoléculas compuestas de aminoácidos se generen en la misma proporción. Los astrónomos han descubierto moléculas, efectivamente, pero moléculas simples. En otro caso nos encontraríamos con el absurdo de que la vida ha llegado a convertirse en un fenómeno universal y, en tal caso, sobraría tan intensa búsqueda de vida extraterrestre.


En física y, concretamente en Astronomía, se tiende mucho a la extensión conceptual, se habla del nacimiento, vida y muerte de las estrellas o del Universo, como si fueran seres animados, guiados por cierto principio vital. El alma primitiva que atribuye vida propia al viento, a la Luna al Sol y al agua revive y se revitaliza incluso en los postulados científicos más rigurosos.


La lógica de lo viviente no tiene porqué obedecer a esa legislación universal y de hecho no lo hace. Los seres más primitivos (aquí estoy utilizando un término convencional), virus y bacterias, siguen existiendo y no parece que esté próximo el momento de su extinción. Si obedeciera a esa lógica sería incomprensible que todo un género de animales hipercomplejos, como los grandes saurios, se extinguiera totalmente y a ellos sobrevivieran las primitivas amebas, o que ciertas especies no hayan necesitado evolucionar, teniendo la misma estructura de hace millones, cientos de millones o miles de millones de años, ¿no sería porque alcanzaron tal grado de perfección que se hizo innecesaria la intervención de los mecanismos selectivos y bioadaptativos?. Si obedeciera a la lógica del progreso, no tendría razón de existir la célula que, sin embargo, sigue siendo el constituyente básico de todos los organismos vivientes y cuya configuración es tan primitiva como la vida misma. El mismo Darwin en alguna ocasión (no siempre) rechazó dicha línea de argumentación afirmando que, en efecto, el hombre, en cuanto a la inteligencia y al aprendizaje, era un portento, pero, en cuanto al instinto, era superado con creces por la abeja.


Paradoja de la evolución es su carácter conservador e innovador a un mismo tiempo. La evolución no suprime las estructuras antiguas, no las cambia por otras nuevas, la evolución acumula lo anterior, lo sintetiza, lo superpone y, en gran cantidad de ocasiones, modifica su función; es el caso de los huesos del oído de los mamíferos, que en los reptiles eran la prolongación de la mandíbula. Los órganos complejos se han ido desarrollando como consecuencia de la síntesis, asimilación y modificación funcional de órganos anteriores. Por otra parte, decir a quienes sostienen que el hombre es el hito y el objetivo último de la evolución que la famosa línea ascendente que marcha del unicelular al pluricelular y de este al pez, del pez al anfibio, del anfibio al reptil, del reptil al mamífero, del mamífero al primate y del primate al hombre tan sólo tiene valor didáctico o explicativo, pero de la misma no tiene porqué desprenderse ningún principio de orden deductivo. Del unicelular no tiene porqué necesariamente deducirse el pluricelular, ni del pez el anfibio, ni del anfibio el reptil, ni del reptil el mamífero, ni del mamífero el primate, ni del primate el hombre. El azar selecciona posibilidades que varían enormemente de un contexto a otro. Por ejemplo, en casi todos los continentes fueron seleccionados los mamíferos placentarios, salvo en Australia, paraíso de los marsupiales, que desarrollaron las variaciones de su propio ecosistema, desde los herbívoros o gacelas marsupiales (canguros) hasta los depredadores o lobos marsupiales (el diablo de Tasmania, extinguido hace poco). Por otra parte, los defensores de la línea evolutiva han de tener en cuenta que las restantes especies existentes también han sido el fruto de una evolución ascendente que ha culminado en ellas. Si los peces surgieron hace 400 millones de años, hay que tener en cuenta que los peces actuales no son los mismos que aparecieron en esa época1Tampoco las comunidades cazadoras/recolectoras que actualmente coexisten con las complejas formaciones sociales capitalistas son las mismas de hace diez mil años. En este sentido, Jean S. La Fontaine asegura que “los datos indican que es erróneo suponer que todas las sociedades siguen una misma línea de desarrollo o que los pueblos actuales sin escritura no tienen, detrás de sus distintivos estilos de vida, un periodo de evolución al menos tan largo como el nuestro” Jean S. La Fontaine: Iniciación. Drama ritual y conocimiento secreto. Pág. 26. Ed. Lerna, Barcelona, 1987 , que son sus descendientes más evolucionados o mejor adaptados; Gymnogeophagus Balzani, mentado al comienzo, se sitúa en la cúspide de una sucesión de predecesores peces a lo largo de cuatrocientos millones de años de evolución. Todas las especies actualmente existentes se encuentran en la cima de una secuencia evolutiva del pequeño Hyracotherium al caballo actual, ¿no tendría el mismo derecho el caballo moderno o Équus a declararse cima de la evolución en cuanto que su existencia misma supone que un conjunto de especies anteriores, Hyracotherium, Mesohippus, Merychippus e Hipparion han quedado atrás y que, por ser el mejor adaptado ha sobrevivido hasta el presente? En realidad, no existen los seres más evolucionados y los más primitivos. Las bacterias actuales proceden de otras más primitivas. Seguramente las actuales no son exactamente las mismas que surgieron hace más de tres mil quinientos millones de años, ni las lapas actuales son las mismas de las que proceden, ni la hormiga moderna es la hormiga antigua, ni el actual helecho se corresponde con el helecho primigenio. De ninguno de los seres vivos actualmente existente en el planeta se puede decir que sea primitivo.


Quienes asimilan evolución a perfección se encontrarían con desagradables sorpresas si advirtieran, por ejemplo, que un mismo hallazgo de la selección natural que convergió por vías distintas en dos ramas distintas, peces y cefalópodos, el ojo, está mejor diseñado en seres que en la escala evolutiva ocupan un puesto más bajo como los cefalópodos que en los vertebrados, superiores según los principios evolutivos. El biólogo alemán Hans Hass destaca que el fondo de ojo de los cefalópodos tiene una estructura más perfecta que la de los vertebrados y, por tanto, al de los humanos, asegurando que en el fondo de ojo de los cefalópodos


se encuentran las células fotosensibles sin solución de continuidad unas junto a otras, con la sección fotosensible orientada hacia afuera, mientras que en el extremo inferior se encuentran los vasos sanguíneos que lo alimentan y los nervios que salen de el. por el contrario, en nuestro ojo, y de igual modo en el resto de los vertebrados, observamos defectos de construcción. Las células fotosensibles están aquí orientadas en una dirección errónea: la parte fotosensible está dirigida hacia atrás de tal modo que los rayos de luz deben atravesar el cuerpo celular para alcanzarla. Y esto no es todo. También la estructuración de los vasos sanguíneos y los nervios es defectuosa. Atraviesan en un punto del fondo del ojo las hileras de células visuales y allí se ramifican. Primera desventaja: en este punto de paso no vemos nada, es la llamada mancha ciega. Segundo: con ello los rayos luminosos no solo tienen que atravesar las células sino también la red de nervios y de vasos sanguíneos que las recorren 2



Tampoco resulta aplicable la Legislación del Progreso al desarrollo Histórico - Social. Comte, en su primer capítulo del Discurso sobre el Espíritu Positivo establecía la Ley de la evolución intelectual de la Humanidad o Ley de los tres estados3, en virtud de la cual la Humanidad había de atravesar un primer estado intelectual teológico, un segundo estado metafísico y un tercer estado positivo. Según las previsiones de Comte, nos encontraríamos hoy día en pleno estado positivo. Pero la historia no concuerda muchas veces con sus intérpretes. El estado teológico ha irrumpido en este final de milenio con una fuerza y una crueldad inusitada: el Magreb se desangra a manos de los fundamentalistas islámicos, Afganistán se reintroduce en el medievo. Los fanáticos Talibanes aplican implacablemente la sariá, esclavizando a las mujeres, resurge la fe en la ex URSS, los videntes y echadores de cartas, sucesores bastardos de chamanes, hechiceros y druidas, se anuncian por la televisión y obtienen pingües beneficios aprovechándose de la sensación de absoluta incertidumbre que se ha apoderado de la gente de esta época y de su deseo de someter a control su porvenir.


Los esquemas evolucionistas de las sociedades arraigaron con fuerza en la antropología del siglo XIX de la mano de Lewis H. Morgan, James Frazer, E.B. Tylor y Bachofen. De entonces a ahora se ha establecido toda una línea ascendente de evolución de las sociedades a través de estadios evolutivos. Influido por “La sociedad primitiva” de Morgan, Engels traza en “El origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado” las fases de evolución social desde el estado salvaje, a la barbarie, la gens y la civilización. Las vulgatas marxistas edificadas al amparo del estalinismo y del estructuralismo nos ofrecían todo un esquema de fases sociales consecutivas unidas por periodos de transición. El primer estadio de evolución de las sociedades no podía ser otro que el “comunismo primitivo”, el segundo se correspondía con el Modo de Producción Esclavista, que iba seguido por el Modo de Producción Feudal, al que sucedía el Modo de Producción Mercantil Simple, germen del Modo de Producción Capitalista y finalmente el Socialismo como periodo de transición al Modo de Producción Comunista. Toda sociedad había de pasar forzosamente por esas fases evolutivas. No pocos quebraderos de cabeza trajeron a estos teóricos de la evolución de las sociedades las formas asiáticas, el llamado “Modo de Producción Asiático” un peculiar sistema en el que se integraban formaciones sociales difíciles de encasillar en este esquema pertenecientes al área norteafricana, centroasiática y de la América Precolombina, cuyas características eran el Estado jerárquico y despótico donde una casta burocrático-sacerdotal dominaba grupos de comunidades articuladas entre sí sobre la

base de un sistema común de irrigación o de otra índole, constituyéndose un excedente económico en la carga tributaria en especie impuesta a las comunidades dependientes. Coexistía el Estado y donde no había esclavos ni siervos de la gleba, por lo tanto no existían las clases en el sentido económico del término. Lo peor de todo es que de su funcionamiento de conjunto no se infería una dinámica social. Las formaciones despóticas asiáticas eran sociedad estacionarias. El Modo de Producción Asiático fue una maldición para los apologetas del progreso: las dinastías chinas se reprodujeron durante milenios sin que nada ni nadie pudiese suponer que una contradicción interna del sistema o la misma dinámica de la lucha de clases pudiese hacer saltar el sistema en pedazos.


Un concepto que cabe someter a crítica es el de transición. Se supone que la evolución o el desarrollo de la sociedad atraviesa un conjunto de fases escalonadas y jalonadas por la sucesión de formas puras o “tipos ideales” en el lenguaje weberiano. Llámase transición al paso de una forma pura o tipo ideal inferior o menos evolucionada o desarrollada a otra superior o más evolucionada o desarrollada. La cuestión de la continuidad y la discontinuidad del desarrollo biológico e histórico ha sido uno de los puntos clave de la interpretación de ambas disciplinas. En biología el debate está abierto entre gradualistas ( Darwin y sus seguidores) y los defensores de los cambios bruscos (Stephen Jay Gould 4). En la historia, concretamente bajo la perspectiva marxista (el célebre prefacio de 1859 a la Contribución a la Crítica de la Economía Política), el problema del gradualismo y de la ruptura revolucionaria parece resuelto mediante la operacionalización de dos instancias: una instancia continua y gradual como es la del desarrollo de las fuerzas productivas como fuente de energía social y que, llegado el momento, entra en contradicción con la otra instancia, ésta estática, discontinua e intemporal o relaciones de producción que juegan un papel ora conservador, ora revolucionario y generador de la ruptura con el sistema anterior. Tal interpretación de la historia no es tan novedosa como pudiera pensarse. Reproduce de algún modo y en su variante historizada el paradigma aristotélico sustancia/accidente o forma/contenido, hasta el punto que el británico Gerald A. Cohen interpreta el comunismo como liberación de contenido5. La búsqueda de estabilidad de lo que en esencia es inestable ha dado lugar a la teorización de las formas, ya sean las formas sociales o las formas biológicas o especies. El gran obstáculo siempre lo han representado las formas intermedias. El recurso a la transición cubre ese vacío teórico bajo el que subyace solapadamente un principio finalista de orientación hacia el objetivo que a posteriori se asimila como resultado final del proceso, no teniéndose en cuenta las múltiples soluciones posibles a barajar, las distintas opciones o tendencias apuntadas que por alguna u otra razón no llegaron a fraguar o quedaron en el camino, sin advertir que el resultado final no fue mas que uno de los posibles y no siempre tuvo que ser el más idóneo o el más apropiado, sino el más exitoso dentro del complejo abanico de elementos con los que contó o que le determinaron a emerger. Pero lo más complicado viene a ser establecer la frontera entre las “formas puras”, especies o “tipos ideales” de las formas impuras o de transición a las primeras, es decir, hasta que punto las formas de transición no se pueden considerar también tipos ideales, o bajo qué criterio a unas se les atribuye el estatuto de formas definitivas y a otras el de formas transitorias. Los criterios pueden ser muchos, múltiples y variados, desde el de la funcionalidad al de la coherencia lógica o racionalidad interna que representan unos en relación a los otros (cuya explicación y determinación ha de establecerse recurriendo a los tipos definitivos anteriores o posteriores) o el de su permanencia o estabilidad. A mi entender ninguno de esos criterios puede ser considerado como válido desde el mismo momento en que el estado, la sociedad, la forma o la especie definitiva no tiene existencia propia en un contexto evolucionista o historicista y todo se encuentra permanentemente sujeto a variación y cambio, no habiendo razón por la que a estas no se las pueda también considerar como formas de transición. Pero la transición, siendo un concepto finalista referido a la fase a la que se dirige y en la que culmina, es un concepto engañoso y por tanto resulta igualmente difícil de aplicar. Otra cosa muy distinta es que las formas anteriores hayamos de considerarlas como condiciones o formas previas a las posteriores, lo que no significa que estas últimas sean el resultado inevitable de las primeras. Resulta muy sencillo hacer futurología desde el pasado, pero si nos posicionamos en todos los pasados como presentes para desde ahí especular sobre los acontecimientos venideros veremos que el problema se complica sobremanera, observaremos múltiples desenlaces posibles, muchas condiciones favorables a unos resultados o a otros opuestos, veremos un azar que hasta ahora no habíamos previsto, una concatenación compleja de causas, y que muchas veces la solución elegida resulta la más factible a corto plazo pero no por ello la más estable, de modo que nos será casi imposible dilucidar el hilo conductor de lo realmente sucedido. Con lo que podemos concluir que la articulación de la historia biológica y social en fases y periodos de transición obedece al paradigma finalista de realización, de disyunción de lo acabado y de lo inacabado, muy parecido a la idea de un edificio en construcción (periodo de transición) cuyo acabado perfecto o “tipo ideal” se encuentra en el proyecto que ha esbozado el arquitecto.


Marx, en sus últimos tiempos se vio obligado a rectificar en lo relativo a la formulación de leyes histórico-universales válidas para todo tipo de sociedad y, contestando a la pregunta formulada por Vera Zassulitch sobre los posibles destinos de nuestras comunidades rurales (rusas) y sobre la teoría que quiere que todos los pueblos se vean obligados, por imperativo histórico, a recorrer todas las fases de la producción capitalista respondía categóricamente que la "fatalidad histórica" de ese movimiento está, pues, expresamente reducida a los países de la Europa occidental6 la indagación relativa a la génesis del Estado y el Capital forzosamente es concreta y necesariamente ha de ceñirse al marco de Europa Occidental. En tal sentido desmintió la existencia de un imperativo histórico místico que obligara a todo tipo de sociedad a marchar por una senda preestablecida. El caso es que, una vez situados en el marco de Europa Occidental, tampoco nos encontramos con una ley unívoca de desarrollo, sino con una pluralidad de posibilidades distintas. Ni siquiera la fatalidad histórica se reduce, pues, al marco de los países de la Europa Occidental. El problema, en efecto, sigue en pié y por eso se debe destacar la pluralidad de vías distintas seguidas por las sociedades occidentales para culminar en el proceso de la edificación de los Estados modernos, más o menos homogéneos en su forma y contenido. De todos es sabido que la Grecia Clásica del siglo V a c, primero, y del siglo II dc, más tarde, a manos de las distintas escuelas sofistas, fue todo un modelo de capacidad creativa e innovadora. Los griegos, aparte de ser grandes matemáticos, fueron, en gran parte, precursores de la ciencia moderna. En concreto, la escuela Eleática, Jónica y Alejandrina dieron al mundo filósofos y científicos de la talla de Tales, Anaxímenes, Anaximandro, Alcmeón, Jenófanes, Demócrito, Epicuro, Heráclito, Heratóstenes o Arquímedes. Nada hacía suponer la aparición de una era de oscurantismo que sumió a la humanidad, de la mano del cristianismo y luego del Islam, en siglos de tinieblas. Según la lógica inexorable del progreso, la sabiduría y ciencia griegas, por pura legalidad histórica, no tenían porqué haber sucumbido al fanatismo cristiano y musulmán y, sin embargo, ahí está la historia. Los griegos impulsaron la creación y la invención, pero eran esclavos de su propio paradigma conforme al cual la ciencia y el pensamiento eran un mundo aparte del medio práctico, de la artesanía, a la que despreciaban por estar reservada exclusivamente a los esclavos (una concepción que se vislumbra claramente en la “Política” de Aristóteles). Por tal motivo jamás consintieron se diese una aplicación económica y productiva a sus conocimientos. En ese dualismo, que luego incorporaría el mundo cristiano, estaban inevitablemente atrapados. Si Arquímedes accedió a incendiar las naves persas mediante espejos parabólicos en la batalla de Siracusa lo hizo de mala gana y por motivos puramente patrióticos. El amanecer griego estaba mutilado desde su propio origen y no es de extrañar que los místicos, platónicos y pitagóricos, se encargaran de enterrar a los filósofos presocráticos en un primer momento, y el cristianismo más tarde, contando con la complicidad del platonismo y el aristotelismo, impuso una teología monoteísta absorbente e intolerante que sumió a la humanidad en una nueva era de barbarie.


1


2Hans Hass: Del pez al hombre. Pag. 52, ed. Salvat, Barcelona, 1989

3 Augusto Comte: Discurso sobre el Espíritu Positivo. PAG.41 Ed. Aguilar, Madrid 1962

4A los europeos nos resulta asombroso ver cómo en los Estados Unidos de Norteamérica los biólogos evolucionistas se debaten contra los defensores del creacionismo, o sea, del Génesis. Parece este un debate más propio de Medievo que de nuestra época. Sin embargo, las Iglesias fundamentalistas encuentran en ese país un fuerte apoyo social y sus “intelectuales” (Mormones, Metodistas o Adventistas que predican con la Biblia bajo el brazo y, más que amantes de los libros, son amantes del “Libro Único” que hace que sobren los demás, un argumento que ya utilizara el tristemente célebre instigador del incendio de la Biblioteca de Alejandría) se han dedicado a sembrar dudas sobre la eficacia de las teorías de Darwin basándose sobre todo en que la funcionalidad de órganos como los ojos o las alas, perfectamente acabados, hace incomprensible su formación gradual. Posiblemente, en el contexto de este debate, Jay Gould se haya visto forzado a defender la tesis del cambio brusco.

5 Gerald A. Cohen: La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa, pag.142, ed. Pablo Iglesias/Siglo XXI, Madrid, 1986. Este mismo autor prosigue afirmando: “la revolución socialista acaba con el fetichismo y la etapa de comunismo a que esta lleva puede ser descrita como la conquista de la forma por la materia (pag. 143)

6Marx/Engels: Cartas sobre El Capital. Pág. 234 ed. LAIA. Barcelona , 1974

ACERCA DE LAS INSTITUCIONES Y LAS IDEOLOGÍAS: SU CONEXIÓN CON LA HISTORIA Y LA INCERTIDUMBRE


ACERCA DE LAS INSTITUCIONES Y LAS IDEOLOGÍAS: SU CONEXIÓN CON LA HISTORIA Y LA INCERTIDUMBRE

INTRODUCCIÓN

 

3. IDEOLOGÍAS E INSTITUCIONES

 

4. LA HISTORIA CREA LAS INSTITUCIONES, LAS INSTITUCIONES CREAN LA HISTORIA

 

5. LO EVITABLE Y LO INEVITABLE EN LA HISTORIA

 

6. EL AGOTAMIENTO HISTÓRICO


7. UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PAPEL DE LOS NÚCLEOS Y DE LA PERIFERIA EN LA HISTORIA BIOLÓGICA Y SOCIAL



2. FIN DE LA HISTORIA, FIN DEL ARTE, FIN DE LAS IDEAS























INTRODUCCIÓN


El segundo ensayo reunido en el presente volumen contiene una relación de argumentos relativos a determinados elementos de la sociedad y la historia que, a mi juicio, no han sido tratados bajo la dimensión y perspectiva que les correspondía. Un lugar central entre los citados estudios ocupa la cuestión del nexo entre ideologías e instituciones, que, por otra parte, no se reduce a una mera cuestión de nexo o relación en tanto que la Institución desempeña una función central en la génesis de la Ideología. Lo que he intentado construir en este punto ha sido un concepto de Ideología que se apartara por completo de las nociones etéreas que predominan y han predominado en el pensamiento socio-político indistintamente de cual haya sido la tendencia, espiritualista o materialista, a la que hayan adscrito. El positivismo y el marxismo, de uno u otro modo, se han acabado valiendo del mismo paradigma gnoseológico a la hora de conceptualizar la ideología, entendiéndosela como conocimiento deformado (o necesariamente deformado) de la realidad. Para unos dicha deformación vendría determinada por la escasez de conocimiento racional y positivo, por el predominio de la preciencia y la superstición. Para otros, sería la posición de clase el factor determinante de la deformación ideológica. De cualquier modo, ninguna de las citadas posiciones ha satisfecho, a mi modo de ver, las expectativas necesarias para una adecuada comprensión de lo ideológico, visto como producto y a su vez como productor de instituciones, unas y otras han impedido también comprender en sus justos términos cómo y en qué medida la mecánica institucional se encuentra presente de forma contínua en la configuración misma de las ideologías así como en su lucha interna, han perdido de vista el modo como surgen las ortodoxias que se imponen a las herejías y como pueden interpretarse estas últimas.


La idea de una instancia o estructura ideológica autónoma articulada en ese modelo trinitario de inspiración marxista estructuralista, que distinguió entre una estructura económica, una estructura jurídico-política y una estructura ideológica, lo único que ha conseguido ha sido desviar la esencia del problema, convertir la Ideología en un factor etéreo (relativamente autónomo pero determinado en última instancia por la infraestructura económica, una forma de decir algo sin decir nada) que hace que los hombres vean las cosas oscuras y confusas en lugar de percibirlas claras y distintas.


Al hilo de la cuestión de la Ideología y la Institución, los puntos siguientes discurren en torno a la Historia. La Historia como concatenación de hechos pasados se suele imponer como la certeza elevada a la enésima potencia. Desde el pasado siempre se sabe lo que ha sucedido y es que lo ocurrido pasó porque pasó y ya no hay vuelta de hoja. El reino de la Historia pasada se situaría en la esfera de la necesidad, de una necesidad, no obstante, unidimensional y lineal que no admite variaciones (pasó lo que pasó porque tenía que pasar, se suele afirmar al respecto). Cuestión aparte es la de la interpretación que se haga sobre por qué pasó lo que pasó y no su contrario. Faltó un pelo para que el arrianismo fuera la ortodoxia y no la herejía, ¿porqué fueron los europeos y no los chinos quienes finalmente colonizaran el continente americano? Ambos disponían de los mismos medios. El Islán, que llegó a dominar media Europa, ¿Porqué no pudo mantener sus posiciones y hubo de retroceder nuevamente a las estepas y desiertos norteafricanos y centroasiáticos?1


Todos estamos habituados, de uno u otro modo, a contar historias, unas más sencillas, otras algo más complejas, aunque, al fin y al cabo, no dejan de ser historias o, en términos más vulgares, cuentos o leyendas. Sabemos, sin embargo, que nuestras vidas son también historias en las que en gran parte hemos decidido nosotros, otras nos las han hecho los demás, incluso los acontecimientos que nos han llegado a desbordar han determinado firmemente nuestro destino.


Sin duda, una obsesión que ha marcado a la humanidad ha sido la de la determinación del destino, de su historia. El pasado está escrito y, como tal, es invulnerable, ¿porqué no va a estar escrito también el futuro o, llamémosle, el destino? Los hombres han leído en las estrellas, en las vísceras de las aves, en la mano y en los posos del café sus historias escritas. No por ello han renunciado a modificar sus trágicos destinos. La Historia se ha ido decantando entre la seguridad y la incertidumbre. Los momentos y situaciones de máxima incertidumbre casi siempre se han visto suplidos por los mitos y creencias más firmes y seguras. Parece como si hubiera habido una tendencia oculta a contrarrestar el mundo fáctico con el mundo ideal, aunque, más que una tendencia oculta, lo que advertimos es, más bien, cierto principio de supervivencia social e individual. Cuando falla el asidero real sin el cual caemos al precipicio hemos de crear el asidero ideal que nos mantiene firmes y seguros.


Quizá sea la incertidumbre del destino una de las cosas que más ha aterrado a los hombres. El reino de lo viviente ha creado para tales situaciones el miedo como instinto. Lo conocido, por muy monstruoso que sea, se domina. En cambio, lo desconocido siempre nos coge desprevenidos. Lo desconocido no se ve, en todo caso se insinúa. No obstante, lo incierto y no conocido activan al máximo los resortes de la imaginación. Los occidentales de la Edad Media sentían terror a adentrarse en el Atlántico, pensaban que enormes monstruos amenazaban, mar adentro, para engullir a los barcos y devorar a los marineros. El pánico se aliaba eficazmente a la ignorancia. Y allí entraba en escena el arte de imaginar, ese cemento universal de los asideros ideales, ese generador de seguridad en un mundo de absoluta inseguridad e incertidumbre. La evolución de la cosmografía es muy elocuente. La representación del mundo de Cosmas Indicopleustes, comerciante y cartógrafo del siglo VI, es francamente singular. La Tierra la había concebido como una elevada montaña situada sobre una gran arca alrededor de la cual circulaban el Sol, los planetas y las estrellas. El firmamento era la tapa de esa gran arca y en el centro estaba el Creador presidiendo su obra.


La Historia puede ser el mejor revulsivo contra los mitos. Paradójicamente, las Instituciones, apropiándose de la Historia para sí, la han convertido en el reino de sus propios mitos. En ella han encontrado su causa, su origen, su fundamentación racional misma. Más bien, han creado su causa, origen y sus fundamentos racionales


El historiador franquista Ricardo de la Cierva suele decir la idiotez de que los pueblos que no conocen su Historia están obligados a repetirla, como si la Historia fuera una serie consecutiva de pruebas de aptitud por la que se obliga a pasar a los pueblos


Estas y otras muchas cuestiones son las que he pretendido abordar en este ensayo, un estudio de la Historia sin Historia, es decir, un conato de desmitificación de lo que hasta ahora se ha venido en llamar la Historia, la Historia-Institución. La disciplina de la Historia-Institución procede de un movimiento que compele a las instituciones a adueñarse del pasado, a absorberlo y reelaborarlo de acuerdo con las exigencias institucionales. Las instituciones necesitan construir su propio pasado, su propia Historia, de modo que literalmente se convierten, en última instancia, en mecanismos creadores y destructores de fuentes históricas ¿Cuántos archivos y manuscritos se han visto destruídos por esa inequívoca tendencia de la Institución a conservar las fuentes que le interesan y a destruir las que le perjudican? La Historia está llena de destrucciones masivas de documentos e informes que han pasado previamente por la criba institucional, desde los escritos de los herejes de todas las Iglesias, al incendio de la Biblioteca de Alejandría como medio de aniquilar el legado del mundo clásico, a la destrucción de los archivos pictográficos Incas a manos de los conquistadores españoles, hasta el ejemplo más reciente, el de la historiografía stalinista, que llegaba hasta el extremo de retocar las fotografías de la era de la Revolución, borrando la presencia de Trotsky junto a Lenin.


Podemos prescindir de las catalogaciones de la Historia así como de la Filosofía entendidas como armas (ya sea de la reacción o de la Revolución2 ) o como meras herramientas. dispuestas a servir a determinados objetivos. La Historia es un ingrediente activo de toda Institución, parte integrante de la misma. Acabamos de aludir a la destrucción de los archivos de Cuzco confeccionados a base de escritura de nudos. La institución conquistadora sabía que para aniquilar culturalmente a la Institución conquistada era indispensable aniquilar su propia Identidad como tal y, dentro de esta, romper con el cordón umbilical que la conectaba a su propio pasado, con la memoria histórica contenida en sus archivos. La Historia encierra una inmensa energía mitificadora y por esa misma razón puede desarrollarse como una fuerza desmitificadora sin precedentes. Por lo que respecta a la era moderna la Historia ha intervenido como un desmitificador remitificador, ha destruido unos mitos para construir otros


Lo que a fin de cuentas pretendo en la presente obra no es otra cosa que apuntar a una serie de bases y postulados metodológicos o pre-metodológicos mínimos e imprescindibles para articular una teoría materialista de la historia que por su definición misma se aparta del llamado Materialismo Histórico por cuanto que no tiene por qué partir de las nociones escolásticas del tipo de la determinación de la base económica, de la inversión de la dialéctica hegeliana sobre su núcleo racional, etc, etc. El Materialismo Histórico, aquejado fundacionalmente de una proyección animista que impregna sus fundamentos estructurales mismos, se atribuye un estatuto de materialidad que en realidad no le corresponde. Su contínuo hincapié en la previsión y previsibilidad de los acontecimientos históricos, sus férreas leyes de la historia que desprecian los inevitables márgenes de imprevisibilidad e indeterminación que acompañan a todo marco de análisis histórico, el encajonamiento de las distintas formas históricas bajo tipologías abstractas y universales (los llamados Modos de Producción), el insoluble problema de las formas asiáticas, imposibles de encasillar bajo las categorías elaboradas “ad hoc” - extraídas del análisis del Modo de Producción Capitalista - tales como las de propiedad privada, relaciones de producción, grado de desarrollo de las fuerzas productivas, etc, la necesidad de crear asideros históricos y, en definitiva, toda la construcción de índole animista objetiva y teleológica que lo preside, lo inhabilitan para constituirse con propiedad en teoría materialista de la historia.


La Teoría Materialista de la Historia o el Materialismo Histórico que aquí se defiende nada o más bien poco tiene que ver con lo que hasta ahora se ha venido denominando Materialismo Histórico. Aquí se prescinde del uso de la Historia como categoría solapadamente mística que a través de etapas identificadas haya de dirigir el progreso social hacia la sociedad sin clases, del encasillamiento de las distintas formas históricas, de la inevitabilidad de los acontecimientos, en suma, toda una construcción que mantiene en sus fundamentos la impronta dejada por el idealismo alemán.



IDEOLOGÍAS E INSTITUCIONES



En el ámbito metodológico es muy socorrido el recurso al concepto de ideología como instrumento desmitificador de los distintos cuerpos (calificados ya de antemano de ideológicos) políticos y religiosos. El marxismo, al igual que otras muchas corrientes doctrinales, se ha constituido, sin pretenderlo, en legítimo heredero de Platón desde el mismo momento en que apela a la existencia de una estructura ideológica dotada de una lógica y unas leyes de funcionamiento propias, de constelaciones de ideas que nos conectan con la realidad aún a costa de deformarla, de una misteriosa matriz ideológica que se enuncia a través de unas nociones-eje a las que otorga el carácter de elementos esenciales de la realidad, para inmediatamente borrarse a sí misma en tanto que tal3. El sustrato de toda ideología, por otra parte, no lo podemos encontrar sola y exclusivamente en la psique o en el cerebro humano4. Las ideologías no bailan por sí solas, tampoco se organizan en estructuras autónomas del entarimado socio-cultural. Es lo que pretendo aquí demostrar. Las ideologías son imposibles de concebir como meras estructuras abstraíbles de su conexión social y, en el presente caso, institucional, ya sea como matrices ideológicas enunciadas a partir de ideas-eje, ya sea como simples medios de deformar la correcta y nítida visión de la realidad, tal y como hacen los espejos cóncavos5 o las lentes difusoras. Las ideologías son concepciones del mundo, es cierto. Pero concebir el mundo no es solo interpretarlo en el sentido gnoseológico del término. En este contexto lo que procede entender es que interpretar el mundo implica interpretarlo dando a esta palabra la acepción de asimilarlo, integrarlo y sujetarlo a normas. Las ideas, en el contexto de una presunta estructura ideológica, no son simples o volátiles representaciones de las cosas, son mas bien representaciones entendidas como indicaciones sobre el modo de incidir sobre las cosas. Cuando las ideologías éticas y morales nos hablan sobre las cosas buenas y sobre las cosas malas, o sobre los bondadosos principios creadores del mundo, llámeseles Ahura Mazda, Yahvé o el Todopoderoso, como entes opuestos a los elementos malignos como Angra Mainyu o Lucifer, están dirigiendo conductas hacia la aproximación a unos determinados principios y la repulsión de otros. Yendo un poco más lejos: de la existencia de una ideología interpretativa y a su vez valorativa de las cosas se desprende la existencia de una Institución, de una organización humana que asigna al compendio de significaciones sociales una interpretación y valoración. Ahura Mazda, Yahvé y Alá presuponen las respectivas Iglesias que los administran. Al hilo del cada vez mayor desprestigio del estamento clerical que actualmente existe en nuestra sociedad es corriente encontrarte con mucha gente que te dice creer en Dios pero no creer en los curas. Pero, señores míos, habría que responderles, de no ser por los curas hubiera sido inconcebible la idea misma de Dios. Del mismo modo, sin las sacerdotisas vestales encargadas de mantener continuamente encendida la llama sagrada en los templos dedicados a la diosa Vesta, el culto o la creencia en esta misma diosa hubiera sido imposible e intransmisible y, de hecho, la prueba la tenemos en que hoy está extinguido dicho culto. Hoy en día casi nadie sabe, salvo historiadores y personas eruditas, quien es (o era) la diosa Vesta, y es que desaparecieron (o se reconvirtieron como monjas católicas) las sacerdotisas vestales administradoras de su culto.


Es preciso implantar una conceptualización práctica de la Ideología, entenderla como punto de inserción complejo al que abocan sistemas de signos y representaciones, pulsiones vitales y existenciales, conexiones estructurales e institucionales, concebir un campo en el que se difuminan los conceptos y las normas y los estímulos y las respuestas, comprender el conocimiento como un sistema de absorción e interacción del organismo con el medio circundante. De lo que se trata es, en suma, de construir un concepto de ideología vivo, dinámico y multidimensional a un mismo tiempo.


Los centros creadores de ideologías se pueden contemplar, a la par, como centros creados por las ideologías. En la intersección dinámica de esos mismos centros productores de y al mismo tiempo producidos por las ideologías se aloja un núcleo, un punto de conflicto, esa misma intersección dinámica a la que confluyen los requerimientos organizativos y funcionales de la estructura institucional que tienen la virtud de conferir e imprimir a los sistemas de ideas, dogmas y representaciones que a él confluyen, una dirección determinada. Precisando un poco más. La dirección impresa a los cuerpos ideológicos por los centros de poder es también reconversión ideológica, asimilación y metabolización para sí de los elementos extraídos del entorno ideológico del aparato.


Se trataría de un proceso de absorción e integración inclusivo de una fase de discernimiento por la cual se seleccionarían determinadas ideas y grupos de ideas, asimilándose las imprescindibles al perfecto reciclaje de la institución (la ortodoxia propiamente dicha) y rechazándose las nocivas para su funcionamiento (o, lo que viene a ser lo mismo, la herejía). La selección de la verdad y el rechazo del error, tiene múltiples frentes distintos del ámbito puramente gnoseológico: se puede plantear a niveles subjetivos y también a niveles procesales aplicar a organismos a niveles puramente institucionales.


No cabe establecer una identificación mecánica entre conocimiento científico y conocimiento institucional aunque si es posible advertir, como en cualquier nivel o estructura basada en la selección del acierto y de rechazo del error, cierto grado de paralelismo. Pero existe, por lo demás, una notable diferencia. La ciencia empírica descubre, por así decirlo, el acierto al mismo tiempo que rechaza las restantes hipótesis como erróneas. La Institución, por su parte, construye, crea y organiza el edificio integrado de sus verdades y, al mismo tiempo, elimina, condena y persigue los errores o herejías que se construyen dentro del caldo ideológico situado en los aledaños de la Institución.


Para comprender los mecanismos de supervivencia Institucionales que la llevan a establecer la ortodoxia y a condenar la herejía, podemos servirnos, a título de paradigma ilustrativo, del sistema inmunológico de que se dota todo ser viviente. Mediante este sistema, el organismo rechaza y elimina los agentes que le son extraños. La activación a pleno rendimiento de los resortes inmunológicos (represivos, para hablar con más claridad) institucionales se produce en aquellas situaciones de grave crisis que amenazan con desarticular, disgregar o descomponer el sistema en su totalidad. Así nos encontramos con que el fascismo fue el sistema inmunológico del que se dotó la oligarquía financiera cuando peligraron sus privilegios durante la crisis de los años treinta. La Inquisición fue el sistema inmunológico del que se valió la Iglesia Católica para contrarrestar el maremágnum de la Reforma Protestante. Y, en suma, hay sistemas, como el régimen stalinista, que se nutren y reproducen en el caldo de cultivo de la paranoia inquisitorial. Una burocracia aislada de la población solo sobreviviría poniendo en marcha todo el elenco de resortes represivos disponibles. Solo así se perpetuaría en el poder. Incluso sistemas constitucionales como el nuestro prevén en caso de crisis la activación de sus propios mecanismos inmunológicos preservadores de la integridad institucional mediante la declaración del estado de excepción, alarma y sitio (art. 116 de la Constitución Española)..


Ahora pretendo adentrarme en algo más específico, a saber: la relación existente entre Institución e Ideología, entendida esta última como cuerpo doctrinal así como sus distintas variantes: , fe o guía para la acción. Se puede ir comprobando cómo tras los más apasionados debates teológicos o ideológicos subyace un principio arquitectónico de orden estructural-institucional que en función de los requerimientos de la organización va modelando el cuerpo dogmático que le sirve de base.


Si se contempla el análisis de los cuerpos ideológicos desde una perspectiva puramente formalista o racionalista lo único que se verá en ellos será una ordenación doctrinaria de ideas, símbolos, signos y significados enormemente rígida. Pero los cuerpos doctrinales no son solamente ideas que se puedan contemplar en sí mismas o que se puedan debatir en el campo de las ideas puras. Se trata, por el contrario, de elementos activos pertenecientes a una dinámica y una arquitectura institucional. Ello hace que a través de las distintas formaciones ideológicas podamos deducir todo un entarimado institucional. Las estáticas y rígidas ideas nos hacen percibir tras ellas toda una lucha encaminada a preservar la Institución de cuantos elementos pongan en peligro su estabilidad y preeminencia. Cada uno de los dogmas y principios contenidos en una doctrina, con independencia de su grado de abstracción son, aparte de formulaciones metafísicas, elementos constitucionales de orden práctico.


No existe ortodoxia ni herejía sin Institución que las avale como tales y que les atribuya a su vez dicha condición. Los cuerpos doctrinales vienen a ser algo así como el cemento que da solidez y cohesión a la estructura institucional. Y es esa misma dinámica institucional la que va a ir creando e incorporando los materiales ideológicos que la estructura necesita como condición de supervivencia propia. En el apartado anterior me he referido a la historia del cristianismo, a como su dogmática se ha ido configurando a la medida de las necesidades de la Institución eclesiástica. La lucha contra las herejías se ha ido inscribiendo a lo largo de la historia como una lucha por la legitimidad y cohesión institucional. La religión monoteísta sólo pudo configurarse como la base ideológica de una institución autocrática, despótica y fuertemente jerarquizada. Del mismo modo, los sistemas de mediación con la única divinidad sólo podían ir encaminados a activar los resortes institucionales del sistema. No es, ni mucho menos, casual que la formación del sistema católico papista se haya forjado en lucha incesante contra aquellas variantes de la fe cristiana que pudieran hacer peligrar o poner en cuestión el fundamento último del ejercicio de la autoridad eclesiástica. Las primeras corrientes cristianas, ebionitas y gnósticas, hubieron de ser tachadas de heréticas por cuanto que hacían irrelevante la posición prioritaria que ocupaba el magisterio eclesiástico como estructura de mediación y, en definitiva, los resortes últimos de legitimación del sistema. En efecto, el gnóstico o el protestante que declara que el nexo entre Dios y el Hombre se circunscribe a su conciencia individual está poniendo en tela de juicio no solo los dogmas sobre los que se basa el magisterio católico, sino los cimientos institucionales últimos de un sistema que se atribuye el monopolio exclusivo de la cristiandad, está socavando nada más y nada menos que los principios últimos que rigen, justifican y legitiman la existencia de la jerarquía eclesiástica.


En tal contexto ningún dogma se puede considerar como ocioso o superfluo. Así nos encontramos con que las primeras controversias sobre la naturaleza, divina y humana, de Jesucristo, que dieron lugar a la anatematización de las primeras herejías, ya fueran gnósticas, ebionitas, marcionistas, valentinianas, arrianas y monofisitas, se configuran como la cobertura ideológica de la que se hubo de dotar una lucha despiadada por el poder y el control institucional. La doble naturaleza de Cristo de la que se valió la Iglesia Católica Ortodoxa fue el hilo conductor del sistema de mediación y legitimación eclesiástica. Lo que lo proveía, por un lado, de la base objetiva, corpórea y humana del fundador de la Institución que directamente encomienda a sus apóstoles la prosecución de su obra. El testimonio de su existencia, así como el de su resurrección, transmitido a los doce apóstoles, no podía ser fruto del éxtasis, trance o experiencia interna, como arguyeron los cristianos gnósticos, solo podía partir de una sólida base empírica, material y corpórea. Por otro lado, su pareja condición de ser divino - que no procedía de este mundo - lo constituía en nexo de unión con el mundo de lo sobrenatural. La experiencia de Cristo, para ser apropiada e institucionalizada, solo podía ser una, y su mediación solo debía realizarse a través de la Iglesia Instituida. Los católicos ortodoxos fueron conscientes de que un género de religión de tipo orientalizante, como la gnosis, que cultivase la introversión y la experiencia interna para acceder al contacto con la divinidad inducía a poner en la picota el magisterio de sacerdotes, diáconos y obispos. Cristo, por tanto, dotado de una única apariencia objetiva e individualizada, transmite su mensaje exclusivamente a sus discípulos directos, en este caso el grupo de los doce apóstoles, encargados de divulgarlo por el mundo a través de su Iglesia.

Nos hemos referido de paso al tema, ya de por sí espinoso, de las religiones orientales que, contrariamente a las occidentales, cultivan la gnosis, la introversión y el ensimismamiento. No obstante, han convivido históricamente con las formas más refinadas de despotismo asiático. Oriente es la otra cara de las limitaciones de Occidente. lo que aquí se nos antoja imposible allí se ha puesto en práctica. Religiones sin dioses como la budista, Rígidas jerarquías de castas en la India, déspotas político-religiosos como el Dalai Lama en el Tíbet, dinastías milenarias de mandarines y emperadores en la China. Todo un compuesto realmente desconcertante a los ojos occidentales que, sin embargo, funcionaba y se reciclaba a la perfección, incorporado como estaba a un sistema estático religioso-institucional que incluso llegó a propagarse durante milenios. La armonía oriental resulta realmente significativa. Es asombroso contemplar cómo unas tendencias religiosas que en Occidente fracasaron (al menos como fuente primaria o como principio de legitimación última) , - como las que cultivaban la gnosis bajo el cristianismo primitivo, - encontraran en Asia su máximo apogeo y esplendor así como su punto de engarce con instituciones despóticas y feudales en un grado de equilibrio asombroso. Oriente construyó la religión por una vía muy distinta a la de Occidente. Mientras Occidente estableció, a lo largo de lodo el medievo, el sistema religioso-institucional más altamente organizado en su afán centralizador y propagador, surgido precisamente en pugna contra las herejías (que adquirieron precisamente el estatuto de tales por el peligro que entrañaban como elementos distorsionantes y des-reguladores del sistema), eliminando desde el principio la posible fuente de toda herejía como podía ser, en el caso señalado, el de la gnosis, la autonomía interpretativa e introspectiva de la experiencia religiosa. Oriente, por el contrario, no solo no halló en estos últimos elementos una fuente de conflicto religioso-institucional sino que lo incorporó como propio, como medio de integrar la religiosidad en la Institución.


La primera perspectiva desde la que se puede abordar es la que se refiere al grado de concentración de poder religioso en la institución sobre la comunidad de creyentes. Hemos visto que el catolicismo se ha configurado históricamente como un proceso de acumulación de poder religioso en manos de la jerarquía institucional en detrimento de la comunidad de creyentes, incorporados como un todo estructurado en torno al llamado Cuerpo Místico de Cristo cuya cabeza visible es el Papa y la Jerarquía, constituyendo el rebaño sus restantes miembros. Precisamente a lo que tenderá el protestantismo será a ampliar o a transferir la esfera de poder religioso a los fieles en detrimento del que detentan los sacerdotes, que dejan de ser tales para pasar a denominarse pastores o guías de la comunidad exentos de poder alguno de orden sagrado y dotados tan solo de la respetabilidad que les confiere sus más elevados conocimientos teológicos.


En Oriente, sin embargo, la cuestión no se plantea en estos términos. Si bien es cierto que los sistemas panenteístas impiden por antonomasia la apropiación religiosa en exclusiva, en el mundo budista existen unas castas y unas jerarquías sacerdotales perfectamente estructuradas y en el mundo hinduista, sin haber una jerarquía monopolizadora, hay una casta semi-sacerdotal constituida por los distintos gurús y santones que gozan de gran respeto y privilegios entre la sociedad. El hecho diferencial más peculiar que podemos destacar entre Oriente y Occidente no radicará en la transferencia de poder religioso, que permanece en las manos de las instituciones y castas sacerdotales, sino en el modo de adquirirlo. La Iglesia Católica recibe de su fundador las llaves del Reino de los Cielos, testigo que pasa de Papa a Papa por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que en ningún momento se les exija a los candidatos a Papa una exhibición de sus facultades milagrosas o que el aura del Espíritu Santo se pose sobre sus cabezas ni nada por el estilo. El llamamiento y elección del primer candidato (Pedro, según la leyenda cristiana) se hizo de una vez por todas. La Institución cobró un papel prioritario en todo momento a la hora de determinar las reglas de la sucesión político-espiritual. La condición de Dalai Lama, sin embargo, tiene que probarse en todo momento. La aptitud que hace al candidato merecedor de la sucesión del Lama como reencarnación del mismo no procede de una decisión emanada de un concilio o consejo cardenalicio sino de que el candidato supere efectivamente las pruebas objetivas que acrediten que es su verdadera reencarnación, previa consulta de los oráculos por un consejo de monjes. Se intenta evitar a toda costa la intervención humana. La Institución en Oriente no es por sí misma garante efectiva en tanto que instrumento de mediación con las fuerzas sobrenaturales. Si el acto fundacional de la Iglesia Católica asignó por sí mismo a esta Institución poderes sobrenaturales en orden a la administración de la Gracia Santificante6, en el medio budista la comunicación con lo sobrenatural ha de probarse continuamente7. El hinduismo, por su parte, carece de cauces institucionales de comunicación con el mundo transcendente. El único instrumento que posee al efecto es el cultivo de las facultades introspectivas, de la gnosis propiamente dicha, la meditación transcendental y el éxtasis del yogui que lo comunica con el Karma, con la plenitud..


Si el Catolicismo Ortodoxo y Oficial combatió con toda saña las primitivas corrientes religiosas y teológicas introspectivas fue, como ha quedado ya apuntado, para evitar el riesgo de dispersión religiosa, lo cual solo pudo impedirse imponiendo como única norma interpretativa el canon del magisterio institucional católico. Pero, como acabo de señalar, advertimos que en Oriente los mecanismos religiosos han marchado por unos derroteros bien distintos. Vemos que la introspección y la gnosis, más que diversificar el abanico teológico, lo que ha provocado ha sido, a la postre, llevar al límite el grado de pasividad y resignación de la población ante los acontecimientos, imbuirla de un cierto espíritu fatalista y, en esa misma medida, fortalecer las Instituciones Políticas del Estado. Ello se inscribe en el contexto de una divergencia religiosa fundamental: las religiones orientales, panenteístas y estáticas, tienen la virtud de incorporar al individuo al orden general de los acontecimientos, que llega a aceptarlos como parte integrante de los mismos. El Cristianismo Occidental, hijo de las Religiones Judía y Zoroástrica, de base maniquea, apocalíptica y soteriológica, requiere, para su funcionamiento y puesta a pleno rendimiento, de la activación de los resortes político-institucionales que garantizan a la Organización la asunción de una función rectora en calidad de guía del devenir.


La Historia nos informa de las consecuencias que tuvo la Reforma Luterana: la cristiandad saltó hecha añicos en una dispersión religiosa sin precedentes: luteranos, calvinistas, evangelistas, adventistas, episcopalianos, presbiterianos, mormones, cuáqueros, metodistas, anglicanos, testigos de Jehová..., visiones diferentes, perspectivas distintas, desde el renacimiento en el seno del cristianismo de las antiguas Religiones del Libro que, al igual que el judaísmo y el Islán, no reconocen más autoridad que la emanada de los textos sagrados, tal y como sucede con la secta evangelista, hasta nuevas dogmáticas surgidas al amparo de discrepancias interpretativas sustanciales con la Iglesia de Roma, donde los visionarios José Smith, fundador de la secta de los mormones, George Fox, fundador de la secta de los cuáqueros, percibieron inspiraciones de orden divino que les llevaron a cuestionar todo el sistema de organización, control y autoridad católicos o puritanos así como a fundar sus propios movimientos.


Fuera de la cuestión religiosa, entrando directamente en el plano político, podemos ver cómo los sistemas políticos han ido construyendo su ortodoxia en dura pugna por la supervivencia institucional. Los partidos, los estados y las instituciones en general no crean dogmas y principios trascendentales en el sentido religioso del término. Sin embargo, las luchas por el poder se nos presentan casi siempre bajo la forma de confrontaciones ideológicas. El marxismo leninista, concebido como síntesis entre acción y organización, solo podía dar lugar a la construcción de un partido jerárquico y fuertemente centralizado. El marxismo autogestionario, por su parte, se concebía como la negación de la organización, como la dispersión de esta en múltiples centros de poder sin cabeza visible. Las tensiones entre espontaneísmo y acción planificada, entre estructura de partido y autonomía obrera tampoco nos dicen nada nuevo si comparamos la historia política del movimiento obrero con la historia religiosa. La institucionalización del Partido de Vanguardia parte de una premisa ideológica fundamental: la absoluta desconfianza en la capacidad de acción espontánea de la clase obrera, a su natural tendencia a dejarse llevar por sus instintos reformistas y no revolucionarios. No hay más que ver las obras de Lenin ¿Qué Hacer? Y Un paso adelante, dos pasos atrás. Las mismas razones tenía Lenin para desconfiar del espontaneísmo político de la clase obrera que los primeros patriarcas de la Iglesia, Tertuliano, Ireneo y Orígenes, para desconfiar de aquel espontaneísmo religioso que se había afianzado durante los primeros siglos del cristianismo. La estructura misma del Partido genera esa tendencia que impelen todas las grandes Instituciones jerárquicas y centralizadas a condenar la desviación y la herejía, a separarlas de sí misma como elementos nocivos y distorsionantes del correcto funcionamiento y reciclaje institucional. Evidentemente, toda dinámica político-institucional genera, como uno de sus efectos más destacados, la contínua formación de corrientes internas en su seno. Dichas corrientes son, a la postre, indigeribles e inasimilables por la propia Institución, que como tal unidad orgánica, ha de encarnar la ortodoxia por antonomasia. Esa tendencia, natural e inevitable en toda Institución jerárquica y centralizada, la impele a eliminar las corrientes ideológicas internas, dado el peligro que entrañan para la existencia de la propia organización, la cual se ve compelida de modo continuo a reafirmarse y reproducirse como un todo a salvo de la dispersión.


Solo existe un modo de evitar la dispersión, la desintegración y descomposición organizativa: criminalizar la desviación, la herejía y la apostasía, en términos religiosos, o el revisionismo, el oportunismo y el desviacionismo en términos político-religiosos. Se trata de un continuo combate por la supervivencia Institucional.


Decididamente, el dogmatismo no es un síntoma de esclerosis ideológica. Si viviéramos en el mundo de las ideas puras, unas se nos presentarían claras y distinta, otras, confusas, otras inmutables y otras variables. Pero no vivimos en el mundo de las ideas puras. Los sistemas ideológicos, los cuerpos doctrinales, las reglamentaciones jurídicas (los estudiosos del Derecho denominan, no por casualidad, al estudio de la norma jurídica, dogmática jurídica) son cuerpos engendrados por la Institución, son, al mismo tiempo, cuerpos generadores de Institución. Entrando en una dinámica socio-histórica, las armas institucionales se van perfilando, se van afilando. Y es que los dogmas no se crean y forman por sí solos, se perfilan mas bien como formas estructuradas al unísono de las jerarquías institucionales: con ellas nacen, crecen y se reproducen. La solidez y el monolitismo dogmático salvaguarda en todo momento a la Institución del desgaje y la dispersión o, lo que viene a ser lo mismo, de la disgregación y desarticulación que acompaña a todo cuestionamiento interno de sus principios ideológicos y estructurales por baladí que pudiera resultar.


No es de extrañar que en el seno de las organizaciones jerárquicas ultra-centralizadas se persiga con más saña al correligionario - ya sea apóstata o hereje, revisionista o izquierdista infantil- que al adversario ideológico o estructural. Ya alguien dijo que las hogueras no se habían inventado para los paganos sino para los herejes. Al fin y al cabo, el medio adverso es el medio de prueba, el medio donde necesariamente se realizan y consuman los fines ( unos soteriológicos, otros políticos) trazados por la Institución. El placer con el que los primitivos cristianos de los siglos II y III asumían el sacrificio, el tormento y el martirio negándose sistemáticamente a hacer lo que les hubiera salvado la vida, rehusar de su fe cristiana y postrarse en adoración ante la efigie del Emperador, puede ser paradigmático de hasta que punto la entrega al sacrificio pudo servir de catalizador de las metas y objetivos institucionales. Mientras los primeros patriarcas, Ireneo, Orígenes, etc .... empeñaban todas sus energías en combatir la herejía interna, vista como el principal enemigo a abatir, veían con toda naturalidad y como un mal necesario (y como indispensable medio de prueba que los había de reafirmar en su fe) el campo de los torturadores.


El enemigo está dentro, es preciso purificar la Institución de aquellos elementos internos que dificultan e impiden el cumplimiento de sus objetivos. Al igual que los primeros patriarcas cristianos veían en la saña del enemigo un medio de afirmación y realización de la propia Identidad, los comunistas chinos plantean la cuestión del martirologio en la misma dirección que los cristianos primitivos:


Miles y miles de mártires han ofrendado heroicamente su vida en aras de los intereses del pueblo. ¡Mantengamos en alto su bandera y avancemos por el camino teñido con su sangre!8


Sostengo que, para nosotros, es malo si una persona, partido, ejército o escuela no es atacado por el enemigo, porque eso significa que ha descendido al nivel del enemigo. Es bueno si el enemigo nos ataca, porque eso prueba que hemos deslindado los campos con él. Y mejor aún si el enemigo nos ataca con furia y nos pinta de negro y carentes de toda virtud, porque eso demuestra que no solo hemos deslindado los campos con él, sino que hemos alcanzado notables éxitos en nuestro trabajo.9


Tanto vales cuanto enemigos te combaten. Ahí están los infiltrados, los traidores, los enemigos internos, no importa que lo sean objetiva o subjetivamente, por malicia o por ignorancia. Si en el campo de batalla puede haber generosidad para el contendiente vencido en el campo contrario, para el traidor, el espía o el agente infiltrado, ¡jamás! Stalin y su camarilla sabían muy bien que para consolidar su poder monolítico era necesario dar a los correligionarios opositores, tanto a los posibles rivales por el poder como a quienes cuestionaban el sistema organizativo y de funcionamiento interno, un tratamiento extra-político, como delincuentes, como traidores y espías en el mejor de los casos, sino se les trataba despojándolos de su condición humana como alimañas, sabandijas, ratas, etc. Todos saben que en una guerra de trincheras al soldado del bando contrario capturado se le hace prisionero. Sin embargo, al espía o al comando experto en operaciones de sabotaje que actúa dentro de las posiciones enemigas se le fusila en el acto y sin contemplaciones. Stalin fue capaz de negociar con sus adversarios políticos externos y, de hecho, no tuvo pudor alguno en rubricar el tristemente célebre Pacto Germano-Soviético de 1939 que provocara la invasión y posterior división de Polonia (que acabó desencadenando la Segunda Guerra Mundial) así como la entrega a la URSS de los Países Bálticos. Sin embargo, para sus adversarios internos, los llamados por su propia propaganda elementos anti-partido, solo les aguardaba un único y posible destino: el exterminio físico.


LA HISTORIA CREA LAS INSTITUCIONES, LAS INSTITUCIONES CREAN LA HISTORIA



El sentido del enunciado hubiera variado sensiblemente de haberse alterado sus términos al modo de La Historia crea a los hombres, los hombres crean la Historia. No es exactamente el bucle recursivo lo que aquí pretendo destacar. La relación Historia (creadora de) Instituciones, Instituciones (creadoras de) Historia puede y debe interpretarse efectivamente del modo antes apuntado. Pero en el presente caso a lo que me estoy refiriendo es, más bien, a esa ideología histórica emanada de los centros de poder que, si bien ha de tener la consideración de un agente histórico en calidad de cemento cohesionador e integrador de la dinámica institucional, tomada en sí misma, lo que en sí lleva implícito es un modo de apropiarse del pasado por el mecanismo de su institucionalización. El pasado institucionalizado no es otro que un pasado mitificado, estructurado y asimilado a las exigencias mismas de la institución como tal. Por todo lo anterior, decir, en el presente caso, que las Instituciones crean la Historia equivale a afirmar que las Instituciones inventan su propia Historia. En tal contexto, la apología de sí misma es causa inevitable de su propia falsificación.


El acontecer histórico, contingente y aleatorio en esencia, se nos presenta como un ingente desarrollo de formas, organizaciones e instituciones estables en su inestabilidad, invariables en su variabilidad, inmodificables en su modificabilidad. Todo acaecer histórico cuenta con unos márgenes variables de previsibilidad y, en su conjunto, de una intersección caótica de factores solo podemos deducir la presencia de un elevado margen de incertidumbre de los posibles desenlaces de los acontecimientos venideros. Paradójicamente (o, mejor diríamos, inevitablemente) las instituciones generadas por todo proceso histórico muestran una acentuada tendencia a apropiarse del pasado. El pasado del que se apropia toda institución histórica es un pasado necesariamente asimilado tanto en su forma como en su contenido, se trata de un pasado unidimensional, unilineal y uniforme donde el margen de azar e imprevisibilidad desaparece por completo. El pasado se reorienta como una cadena de acontecimientos encaminados básica y exclusivamente a culminar en la Institución que lo ha creado. La Historia se convierte, de este modo, en necesidad pura y dura. Incluso la historia más caótica y absurda acaba culminando en la institución precursora. Hegel culminaba su zigzagueante dialéctica, repleta de contradicciones y contrasentidos, en la construcción del Estado Prusiano. Cuando la Razón Histórica pierde en el camino su -valga la redundancia- racionalidad, no se está despojando a sí misma de su propia esencia, más bien lo que está haciendo es camuflarla ocultándose convenientemente tras los vericuetos históricos mediante un ingenio encubierto que la hará encaramarse finalmente a su última meta. La Razón última viene así a ocupar el primer lugar en la jerarquía de las razones.


Por un lado nos encontramos ante una Historia inestable e imprevisible y, por otro, ante Instituciones que muestran una marcada tendencia a la estabilidad y a la previsibilidad y que, en consecuencia, escriben una historia (pasada) estructurada sobre sus propias coordenadas institucionales. El nacimiento de la Institución define, por lo general, el punto cero de la Historia. Antes de la Institución se situarán sus precursores que, independientemente de que lo supieran o no conscientemente en el plano objetivo, naturalmente, concentraron, a tenor de toda versión oficial, todos sus esfuerzos en su creación así como en el resultado final. La Institución se presenta, de esta guisa, como una construcción premeditada dotada de una antigüedad generalmente mayor que la que le corresponde y de unos antecedentes fabricados al efecto. Las historias institucionalizadas no han contado nunca con la minuciosa elaboración de un Hegel. Muy por el contrario, a lo más que aspiran es a la pura narración apologética.


El cristianismo, por su parte, ha ideado su propia Historia situando su origen en el Siglo I. Su leyenda histórica atribuye a su divinidad el encargo, hecho a uno de sus discípulos, de fundar la Iglesia cristiana.


Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas o poder del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos10.


Lo que se escribe ex post, a partir de la escisión de la Sinagoga de la secta judeo-cristiana y su ulterior constitución como Iglesia, acaecida tras la segunda guerra judía, ya bien entrado el siglo II, solo puede ir encaminado a otorgar a la Institución una fundación, orientación e inspiración de origen divino y sobrenatural. No obstante, las distintas subsectas cristianas, en función de su mayor o menor integración en la Sinagoga, tenderán distintos hilos de legitimación. El judeo-cristianismo jerusalemita, cuyo máximo exponente textual del que actualmente tenemos constancia es el Evangelio de Mateo, crea un hilo de continuidad entre la historia sagrada y la palabra de Cristo, entre el Viejo y el Nuevo Testamento. La genealogía semítica con que se inicia precisamente este Evangelio, encaminada a legitimar a Jesús como descendiente de David, sería una carta de naturaleza irrelevante para Pablo de Tarso, máximo exponente del judeo-cristianismo de la diáspora, desde el mismo momento en que su filiación divina y misión redentora y sacrificial era el título suficiente para legitimarlo. El año 0 del cristianismo se sitúa, muy por el contrario de lo que asegura su apologética, en el Siglo IV de nuestra era con el Edicto de Milán de Constantino promulgado en el 313 . No obstante, se ha pretendido atribuir a la secta judeo-cristiana la condición de Iglesia a partir de unos orígenes que no le corresponden. Incluso, una vez puestos en la Historia de la Iglesia, por muy institucionalizada que esté, no se puede asegurar que sea la misma. Los manuscritos de Nag Hammadi, descubiertos el año 1945, suponen una aportación decisiva para la comprensión de los orígenes históricos del cristianismo. Los llamados Evangelios Gnósticos como, en general, toda esa corriente interpretativa fue barrida y enterrada (como literalmente fue hallada la vasija de Nag Hammadi) por la institucionalización del movimiento cristiano. El gnosticismo, una corriente claramente orientalizante que cultivaba la introspección, la autointerpretación y el autoconocimiento de las verdades cristianas, ponía en peligro seriamente las tentativas organizadoras e institucionalizadoras del catolicismo, el necesario hilo de legitimidad apostólica que debía trazar la nueva autoridad político-religiosa. El papado, heredero del Imperio Romano,


La búsqueda de hilos de continuidad de los acontecimientos históricos establecidos desde la Institución fundadora prosigue aún en nuestra época. Aquí tengo a mano el Preámbulo de la Constitución de la República Popular China que se expresa en estos términos:


La fundación de la República Popular China marcó la gran victoria de la Revolución de nueva democracia y el comienzo de una nueva etapa histórica, la de la Revolución socialista y la dictadura del Proletariado, después de más de cien años de valerosa lucha del pueblo chino que terminó por derrocar, bajo la dirección del Partido Comunista de China y mediante la guerra revolucionaria popular, la reaccionaria dominación del imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático11.


La valerosa lucha del pueblo chino de hace más de cien años se concibe como un combate uniforme dotado de una relación de continuidad hasta su lógica culminación con el derrocamiento de la reacción bajo la dirección del Partido Comunista de China. De este modo, la lucha del pueblo chino se inviste de un carácter en todo momento orgánico y planificado igual que si se tratara de un proyecto que se concibió hace más de cien años. En esta historia desaparece por completo el caos y la incertidumbre, las luchas esporádicas y contingentes que se pudieron producir durante dicho periodo por causas y motivos diversos adquieren de este modo una unificación causal. Es la historia rescrita por la Institución. La historia real casi siempre se da de patadas con la historia oficial, y así nos encontramos con el caso de que las Guerras del Opio, dirigidas por mandarines feudales, adquieren el rango de luchas populares contra la reaccionaria dominación del imperialismo.


La historia académica de España que nos ofrecen en los libros de texto falsea del mismo modo la Historia en la medida en que lo que nos presenta es una Historia Institucionalizada. La actual existencia del Estado Español como entidad política y administrativa netamente definida es el punto de partida de la creación de una Historia fabricada convenientemente a la medida de sus necesidades como Estado. Sin embargo, España como Estado-Nación, como realidad sustantiva, es una creación relativamente reciente. No obstante, la narración académica de la historia española empieza nada menos que en la prehistoria. El equívoco no puede ser otro que el de identificar el territorio peninsular con España. La objeción no puede ser otra que la que se refiere a la consideración del territorio peninsular como una entidad sustantiva sobre la que sea posible articular una narración histórica. Los homínidos de Atapuerca no eran ni españoles ni burgaleses (que recuerda, paralelismo y falsificación aparte, al orgullo con que los lores académicos británicos proclamaban que el hombre de Piltdown fue el primer inglés). Los Erectus de Torralba tampoco. Tampoco forman parte de la Historia de España los primitivos pobladores íberos y celtas, ni las colonias griegas y fenicias del Mediterráneo, ni las provincias romanas Tarraconense, Bética y Lusitana, ni el reinado de los Visigodos, ni la era del Islán (no existe ningún legado andalusí), ni los Reinos Cristianos de la Reconquista, ya sea el de Castilla-León o el de Castilla-Aragón, en la medida en que no se puede considerar que la alianza (no fusión) de las Coronas de Castilla y Aragón fuera el germen o el proyecto (inexistente) inicial de la construcción del Estado Español, algo que tampoco se produjo a través de la abolición de los fueros medievales llevada a cabo durante el reinado de Felipe V. En puridad, no cabe hablar de una Historia de España, ya sea vertebrada o invertebrada12. Por otro lado, se puede observar como este tipo de Historia institucionalizada es susceptible a la fabulación más grotesca. Bajo el franquismo la historia que se impartía en las aulas fue el reino de la fabulación histórica: hazañas, gestas, traiciones. Actos heroicos protagonizados por héroes españoles (de comic) como Viriato, El Cid, Indivil y Mandonio, Guzmán El Bueno, Don Pelayo, Hernán Cortés, Agustina de Aragón, El Empecinado, que, lógicamente, culminaban, como todo cuento, en la feliz y próspera España franquista. Inventar grandes héroes que personifican las esencias nacionales no es, ni mucho menos, exclusivo de la historización franquista. Los países buscan desesperadamente señores feudales o mercenarios medievales a los que elevar estatuas como portadores del (falsamente incipiente) espíritu nacional, ya sea El Cid en España, Skandenberg en Albania, Vlad (el empalador) en Rumanía, Juana de Arco en Francia, etc, por mucho que estuvieran situados en coordenadas históricas distintas. Si los nacionalistas catalanes y vascos quieren construir su propia Historia institucionalizada, cargada de disparates mitológicos, no tienen más que ponerse manos a la obra. Pueden inventarse una antaño próspera Euskal Herría feliz e independiente subyugada más tarde por el imperialismo español (y francés), a unos heroicos vascos resistentes a la romanización y posteriormente a la islamización y castellanización exactamente iguales a los galos de la aldea de Astérix, a una Catalunya milenaria subyugada tras la abolición de los fueros por Felipe V, a unos héroes catalanes que abnegada e infatigablemente lucharon durante siglos por la autodeterminación.


La Institución institucionaliza (valga la redundancia) su propia Historia como Institución a la que acaba siempre encontrándole una lógica interna que le es inherente, un desarrollo encaminado hacia sí misma gradual e inalterable y una coherencia que permanece a lo largo del tiempo, incluido el que transcurre entre su mismo origen - en este caso estamos hablando de su origen real - y el tiempo presente. No obstante, si miramos detenidamente podemos notar que tal desarrollo gradual generalmente es mítico, que la coherencia fundacional no permanece inalterable a lo largo del tiempo, llegando incluso a contradecirse la institución instituida con su origen fundacional. Pero las Historias mitológicas se encargan precisamente de limar asperezas y contradicciones, ocultarlas si es preciso. El imperativo de la supervivencia institucional es demasiado poderoso. Casi siempre aboca a un ente distinto del que en un principio se originó. No obstante, necesidades legitimadoras y auto-legitimadoras nacidas de la misma dinámica Institucional que, como tal, solo puede presentarse a sí misma como un ente estable ligado a la tradición, dificultan e impiden su propia consideración histórica. Observamos que del Partido Comunista Bolchevique de Lenin al PCUS de Stalin se ha operado algo más que una simple transición. Más aún, se trata de dos instituciones radicalmente opuestas que, no obstante, llevan puesto el mismo nombre


El fenómeno de la Institucionalización de la Historia ha convertido a esta en un artefacto endemoniado susceptible de la mayor de las manipulaciones interesadas. Nada hay de fiar de la Historia Sagrada, de la Historia Franquista, de la Historia Stalinista y, en general, de cualquier Historia Académica, subordinada como está a las necesidades de cohesión del Estado-Nación. La Historia a-institucional solo puede ser una Historia Crítica o una Crítica de la Historia cuya misión fundamental no puede ser otra que la de derribar las construcciones mitológicas forjadas por las instituciones



CRÓNICAS, HISTORIOGRAFÍA E HISTORIA


Se suele decir que el cultivo de la Historia surgió como una disciplina crítica. Castoriadis afirma lo siguiente:


Es curioso comprobar que, en rigor de verdad, la historiografía solo existió en dos periodos de la historia de la humanidad: en la antigua Grecia y en la Europa moderna, es decir, en las dos sociedades donde se desarrolló un movimiento de cuestionamiento de las instituciones existentes. Las otras sociedades solo conocen el reinado indiscutido de la tradición y/o el simple “registro escrito de los acontecimientos” que consignaban los sacerdotes o los cronistas de los reyes.”13



Mantengo mis dudas al respecto. La Europa moderna, construida a la sombra de los grandes nacionalismos, pudo desarrollar un ámbito disciplinario propio en el ámbito de la historiografía. Por otro lado, advertimos como todos los esfuerzos de los historiadores del siglo XVIII y XIX irán encaminados a edificar un mito de nuevo cuño alternativo al mito religioso y a los sistemas de legitimación tradicionalista: el mito de la Nación. Dicho mito solo podía construirse a costa de reimplantarle una Historia de sí mismo entendida como su propio origen dentro del mismo campo ideológico en el que se desenvuelven los grandes mitos. La Historiografía moderna surgió no solo como un movimiento de cuestionamiento de las instituciones existentes, o lo que viene a ser lo mismo, las propias del Antiguo Régimen, sino, a un mismo tiempo, como un ingrediente imprescindible a la constitución política del Estado-Nación. La Escuela Histórica alemana fue sin duda un movimiento crítico de envergadura surgido a la luz de un afán sin precedentes por rescribir de nuevo la Historia, del mismo ánimo que impulsó a los enciclopedistas franceses a hacer punto y raya en el conocimiento. No obstante, algo se hace entrever en ese magnífico esfuerzo histórico-crítico. Los historiadores alemanes estaban envueltos en esa necesidad de buscar en la Historia una razón última, un móvil impulsor de los pueblos, una empresa colectiva teleológicamente accionada. Hegel, el filósofo de la historia, tenía en mente la idea de un final de la Historia, la construcción del Estado-Nación Alemana de la que Prusia había de ser su impulsor. Savigny apelaba al Volkgeist, el Espíritu de los Pueblos. La ilustración alemana fue el movimiento de racionalización de la Historia por excelencia. Fue un movimiento crítico sin precedentes



LO EVITABLE Y LO INEVITABLE EN LA HISTORIA O SOBRE LOS LÍMITES DE LA NECESIDAD Y LA CONTINGENCIA HISTÓRICAS


El mundo en el que vivimos es solo uno más de entre otros muchos posibles. Esta frase lapidaria compendia por sí misma la percepción contingente de la historia. La contingencia histórica ha venido adquiriendo últimamente una especial relevancia de la mano precisamente del principio de incertidumbre. El azar ha dejado de ser dominio exclusivo del presente o del futuro para instalarse de lleno en el pasado. Son muchas las preguntas que surgen a la luz de la visión contingente: ¿la combinación de protones, electrones y neutrones pudo dar lugar a una tabla periódica de elementos distinta a la actual? ¿las especies biológicas de hoy en día pudieron ser otras totalmente distintas? ¿la sociedad de hoy pudo ser otra sociedad distinta? O bien, muchas cosas de las que han sido, ¿pudieron llegar a no ser?


Toda realidad se engendra en un marco de posibilidad. Sin embargo, la defensa a ultranza de la contingencia histórica puede llegar a ocultar y reducir a la nada los escenarios y marcos de realización de lo posible. Estos escenarios y marcos son asimismo relativos y, en cierta medida, también contingentes. No obstante, tienen la capacidad de graduar la esfera de realización de lo real, el marco de azar y de incertidumbre..., es en definitiva lo que nos da el abanico de posibilidades aleatorias de realización. Pueden ampliar o bien restringir las posibilidades aleatorias según los casos. El azar interviene activamente en la génesis de lo real, mas lo real no es reductible al azar.


En el campo de la biología encontramos al máximo defensor de la contingencia histórica en Stephen Jay Gould. Su interesante obra “La Vida Maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la Historia” es todo un alegato en pro de



Cuando la Historia se convierte en el marco de acción de un conjunto de principios superiores externos o internos, llámesele voluntad divina o, desde un punto de vista más laico, necesidad histórica, se suele percibir como consecuencia de la acción unas leyes inexorables e inmutables. La Historia no viene a ser el resultado de algo que se hace sino de algo que se impone, ya sea la Razón histórica hegeliana o el destino en el que creían los antiguos. El pasado es inmutable, una narración de una sola dirección y como tal inmodificable. Lo que sucedió tenía que suceder. Lo ocurrido está ahí como un dato objetivo e inalterable. Lo interpretemos como lo interpretemos los hechos son los hechos. Cuando la relación necesidad/contingencia se reviste de esos caracteres, lo contingente se nos presenta como el fenómeno superfluo que obedece estructuralmente a los dictados de una esencia profunda, literalmente oculta. La obra hay que interpretarla de todas formas, no importa quienes sean su director, sus actores, sus intérpretes o su escenario: la Historia, en todo caso, será esencialmente la misma. Aunque los actores e intérpretes improvisen no podrán modificar en lo esencial el marco general de la obra, la cual los faculta para esa improvisación dentro de su estructura integrada: las normas mismas por las que se rige esa misma interpretación sientan sus propios límites estructurales y funcionales. Está escrito, y lo escrito cuenta con un valor absoluto y eterno.


No obstante, la Historia es fundamentalmente azarosa y contingente. Las causas de que se nos presente como absoluta e inmodificable no hemos de buscarlas en la Historia misma sino en la perspectiva bajo la que se contempla. Lo pasado, lo ya muerto, lo ya ocurrido se plasman ante el espectador como una concatenación de sucesos consumados e irrepetibles. Exactamente igual que los fósiles narran lo sucedido de la única forma en que ha sucedido. Las posibilidades de haber ocurrido de forma distinta a como han ocurrido ni las narra ni las puede narrar la historia: entre dos Historias distintas sólo una puede ser la verdadera. Sin embargo, hay que constatar que los desenlaces pudieron haber sido múltiples, distintos y distantes. Es importante hacer hincapié en esta última tesis puesto que de la forma de afrontar el conocimiento del pasado depende en mucho la actitud que se adopte ante el presente. Si nos dejamos atrapar por la perspectiva del pasado nos encontraremos ante una Historia muerta y sin pulso, petrificada como los restos arqueológicos que de ella dan testimonio. Si no sabemos encontrar la realización de una sola Historia entre otras múltiples Historias posibles nos veremos abocados a una visión unidimensional, unilateral y absolutista de la dinámica de los procesos sociales.


La Historia ha sido, hasta el presente, la Historia del mundo occidental. El chovinismo etnocentrista europeo, aparte de cegar los ojos, cuenta con ser cuna de grandes mitos históricos. En particular, los últimos tres siglos de historia europea han sido el corsé que ha servido para construir mitos como el del Progreso de la humanidad, bien bajo su vertiente positivista como evolución y desarrollo tecnológico gradual y contínuo, bien bajo la vertiente marxista, entendido como una sucesión progresiva de sistemas de contradicciones de clase que, merced al contínuo desarrollo de las fuerzas productivas, va desplazando a unas clases por otras. La fatalidad histórica estaba, de uno u otro modo, escrita en el mismo proceso de desarrollo social. El corsé de los tres últimos siglos de historia europea servía igualmente para toda la humanidad. No obstante, la visión uniformista y tipológica: los tipos ideales weberianos, los modos de producción marxianos, ha ido perdiendo terreno merced al contacto con otras culturas y, por tanto, con otras historias. La Historia comparada ha abierto finalmente unos ojos cerrados por décadas de evolucionismo, progresismo y dialéctica. Vemos como aún un mismo mundo tecnológico ofrece distintas soluciones políticas a problemas parecidos. Los europeos y, en general, los occidentales, dieron una solución determinada en el plano político a la sociedad industrial: el nacionalismo y el liberalismo fueron los medios de los que se valieron las clases gobernantes para implantar las formas de mediación políticas necesarias para eliminar los poderes locales y aristocráticos. Se tendió hacia el laicismo y la democracia parlamentaria acompañadas de poderosas burocracias centralistas y jacobinas, en unos casos y federalistas en otros, aunque, en ambos casos, sujetas al imperio de la Ley positiva y al sistema de división de poderes. En el mundo islámico, por el contrario, la modernidad, entendida como la industrialización y la constitución de estados centralizados, no ha seguido esa misma pauta, tal y como habría sido de esperar, al menos conforme a la óptica de quienes consideran que la marcha hacia la democracia capitalista es un proceso universal e imparable al que converge (ha de converger) toda la humanidad. El integrismo musulmán es la respuesta o la solución política que ha dado este mundo al problema de la mediación directa poder central-poderes locales o tribales. El flujo Alto Islán (el propio de las capas urbanas, letradas y cultas) -Bajo Islán (el que corresponde al medio campesino, sujeto a sistemas tribales y a poderes locales) que a lo largo de siglos se ha alternado cíclicamente como absorción del segundo por el primero y consecutiva recomposición del segundo, a la luz de la industrialización ha tenido como consecuencia la práctica aniquilación del Bajo Islán, bastante relajado en el cumplimiento de las prescripciones religiosas y más sujeto a la interpretación de las normas establecido por los santos locales, a manos del Alto Islán, más estricto en los preceptos, propio de las capas urbanas ilustradas en contacto con la exégesis directa de las Escrituras. ¿Qué viene a significar todo esto? Que, ante parecidas premisas dos mundos tan cercanos como el islámico y el occidental han dado respuestas diferentes, que si para los occidentales el laicismo político-estatal, es decir, el desprenderse de la tutela de los poderes religiosos como lastre del desarrollo económico ha sido condición de modernidad: en este sentido vemos cómo en la misma Unión Europea los países protestantes están a la cabeza del desarrollo industrial.(Alemania, Dinamarca e Inglaterra) mientras que los países católicos son el Sur, los destinatarios de los Fondos de Cohesión (Italia, España e Irlanda), muy por el contrario, en el mundo islámico la industrialización, la modernidad, si la queremos llamar así, ha ido de la mano del despertar del fundamentalismo religioso. En este caso no valen los paralelismos historicistas. Asegurar que los países islámicos se encuentran en la actualidad como los europeos en el siglo XV no ayuda en nada a comprender la realidad histórica. Muy por el contrario y, por paradójico que nos pudiera parecer, el mundo islámico, actualmente en plena efervescencia integrista, está iniciando el mismo proceso reformista que las modernas sociedades occidentales iniciaron a finales del siglo XVIII y consolidaron durante los dos siglos siguientes por la vía del laicismo. El Alto Islán provee al mundo islámico del mismo material que requirió el mundo occidental para deshacerse del feudalismo, de la aristocracia y de los poderes locales, está imponiendo una única ética, disciplinada, puritana y uniforme acorde a las nuevas necesidades socio-organizativas, eliminando la indisciplina y la relajación de las costumbres propia del mundo anterior a la Reforma (tanto europea como islámica), convirtiéndose en un firme cemento político-ideológico sobre el que articular el nuevo orden económico. Sin embargo, el fatalismo y el finalismo ha impregnado de forma permanente nuestras conciencias, hasta tal punto que no somos capaces de usar más vara de medir que la nuestra propia. Las ideas mismas de desarrollo y consecutivo subdesarrollo, dogmáticas y paralizantes, nos hacen imaginar un proceso de crecimiento social de forma análoga al proceso de crecimiento individual, como si se hallara preestablecido por un programa genético. Sin embargo, la historia tiene mucho de bricolaje y de improvisación. Si tomamos, por ejemplo, el caso de la evolución de las instituciones jurídico-políticas de un mismo área, de la Europa Occidental, nos encontraremos cómo se ha producido una convergencia desde dos moldelos distintos: el constitucionalismo revolucionario francés, por un lado, y el cripto-constitucionalismo consuetudinario inglés, por otro. Si dentro de un mismo área divergen las soluciones a adoptar, no digamos lo que sucederá entre latitudes diversas.


Cuando se formula la pregunta que encabeza el epígrafe, a lo que comúnmente la gente quiere referirse es, más que a lo aquí expuesto, a saber, a los rasgos generales e institucionales de los que se dota toda formación histórica tanto en el plano económico como ideológico y jurídico-político, sino, mas bien, al epifenómeno histórico: el papel jugado por determinado dirigente político bajo tal o cual proceso o coyuntura, el desempeñado por tal ideólogo que generó tal movimiento, la invención de esto y no de aquello, porqué fueron los europeos quienes primero desembarcaron en América y no los chinos, qué hubiera pasado si ..., etc. Evidentemente, ninguna formación socio-histórica se puede concebir como dada y como autosuficiente y el abanico de interacciones entre sociedades distintas es muy amplio e incluso, en algunas ocasiones, decisivo cara al desenlace de determinados sucesos. Sin embargo, la presentación de la Historia como una concatenación de acontecimientos narrados y pasados hace que se piense en los elementos insustituibles o que, en sus variantes personalistas más insoportables, se nos presente como una sucesión de dinastías de faraones egipcios, reyes godos, etc. o, peor aún, como el resultado de la acción de líderes eminentes. Más de un profesor de Historia ha formulado la tesis de que la Historia se asienta sobre tres pilares: Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte. Ante esta versión de los hechos, simplista y personalista, nada hay que decir, pues refutarla puede implicar caer en el ridículo. Ningún dirigente carismático es nada por sí mismo. Considerado socialmente es expresión de una necesidad o bien consecuencia de un vacío de poder. Vicisitudes históricas singulares hicieron que republicanos convencidos como César o Napoleón impusieran una dictadura que acabara desembocando en sus respectivos Imperios. Sin embargo, esa fuerza histórica de la que se hicieron cargo tuvo consecuencias trascendentales. César abolió el estrecho margen de ciudad-estado de la Roma republicana, Napoleón barrió las instituciones del Antiguo Régimen a lo largo y a lo ancho de Europa. Pero que nadie crea que todo ello se debió a la acción de eminentes, insustituibles o singulares genios de la política. En todo caso, si hay un impulsor real de dichos procesos no pudo ser otro que la necesidad de superar las anteriores estructuras de mediación política. Se suele decir que el papel histórico desempeñado por Napoleón, de no haber sido llevado a cabo por el Emperador Corso, lo hubiera ejecutado otro, dando así la idea de que una sucesión de plazas vacantes de la Historia pudieron haber sido ocupadas alternativamente por distintos titulares. Como toda verdad a medias esta última proposición tiene su lógica, para qué lo vamos a negar y, por supuesto, es mucho más acertada que el mito de los genios de la Historia insustituibles. Sin embargo, algo falla. Tras la Convención y el Directorio no había puesto al que opositar, es decir, ninguna necesidad histórica inquebrantable de que un dictador diese un golpe de Estado el 18 de Brumario, ni de que el dictador hubiese de ser general (ni, por supuesto, de que el general se llamara Napoleón, aunque esa variable ya la hemos descartado). Napoleón se hizo dictador aprovechando una correlación de fuerzas favorable, pero las correlaciones históricas son siempre contingentes y variables (lo que significa que no pertenecen al reino de la necesidad), al minuto siguiente pueden cambiar. El reino de la política es el reino de la oportunidad y de la ocasión por antonomasia cuyo desaprovechamiento por los actores políticos presentes y concretos puede llegar a generar efectos radicalmente distintos a los producidos. La Alemania de los años treinta, socialmente radicalizada, pudo escorar indistintamente hacia el nazismo como hacia el bolchevismo. Observamos como los vencedores de la Guerra Civil Española fueron los vencidos de la Segunda Guerra Mundial. La incertidumbre no está instalada exclusivamente en el futuro, también lo está en el pasado.


Antes de tratar de la necesidad histórica es preciso descomponer este concepto y efectuarlo a distintos niveles, articulados en función de su operatividad específica. La Ciencia Política acostumbra a establecer por un lado un análisis estructural y por otro un análisis coyuntural. La estructura vendría a ser algo así como lo que está en el fondo de los acontecimientos, la esencia. La coyuntura, por su parte, sería la superficie, el fenómeno, aquello que aflora y empíricamente se manifiesta dando así la debida constancia de la existencia de una estructura profunda que marca la pauta. Sin estructura no hay coyuntura. Sabemos que la Francia pre-revolucionaria hizo aflorar la convocatoria de los Estados Generales por Luis XVI, la participación activa, dentro del Tercer Estado, del Club de los Cordeliers, los sucesos del Campo de Marte y finalmente la toma de la Bastilla. Pero el protagonismo alcanzado por el Tercer Estado tiene una base estructural sin la cual no es explicable. La palabra crisis viene a ser un comodín muy socorrido, sobre todo tratándose de la explicación de fenómenos revolucionarios. No obstante, podemos deducir cómo un precipitado histórico aboca a ciertos acontecimientos específicos. El Régimen Absolutista, por lo que a la estructura política se refiere, entra en una espiral de endeudamiento progresivo provocada por la financiación de las distintas guerras en las que intervino Francia, pero se enfrenta a algo más grave, a todo un proceso de disgregación y desarticulación de las antiguas estructuras de dominio y mediación con los súbditos. El Régimen Absolutista, en la misma medida en que fué desplazando los sistemas de mediación indirecta, a través de las oligarquías locales, para la extracción de recursos, cimentaba su poder en el ejército y en una costosa burocracia alternativa: a la par que el progresivo endeudamiento del Régimen fortalecía sus mecanismos de mediación directa, debilitaba al mismo tiempo las bases naturales de su poder y control social, el Primero y Segundo Estado. Se había constituido un Estado al margen de las clases sociales, es decir, al margen del necesario tejido social desde el que todo sistema ha de articular y estructurar las bases de su poder. En la superficie de este marco estructural se mueve la sucesión de hechos, con nombres propios, que comúnmente relatan los historiadores, el ámbito que vamos a dar en llamar de lo fenoménico. El mundo de lo fenoménico se encuentra repleto de actores y de protagonistas (no pongo estas palabras en cursiva por casualidad precisamente) de la Historia: Luis XVI, Lafayette, Danton, Desmoulins, Marat, Robespierre, Brissot de Barbille, la guillotina, María Antonietta, Saint-Just... Y al final, Napoleón Bonaparte. Actores y protagonistas cuyo guión lo constituye el enfrentamiento entre las ideas conservadoras y los ideales de corte revolucionario y, a su vez, entre los distintos movimientos que personifican tales ideas, desde los sans culottes, a los radicales montañeses, a los jacobinos del Comité de Salvación Pública y los más moderados girondinos, los liberales monárquicos de Lafayette y los Republicanos de Danton, Marat y Robespierre. La Razón, la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad puestas en pié irrumpiendo en duro combate contra el sistema aristocrático, los derechos de sangre, los estamentos y la dinastía monárquica. Los flujos de fuerzas que intervinieron en el contexto de la Revolución reconducen, en última instancia, a las necesarias bases de legitimación del sistema económico y político, al vacío estructural engendrado por el Régimen Absolutista, a la necesidad de cubrir y suplir dicho vacío social, a la aparición de los mecanismos de constitución de un sistema político articulado sobre un nuevo tejido social firmemente consolidado capaz de incorporar, articular y organizar a toda la sociedad en los engranajes de un nuevo aparato de mediación sólidamente establecido. A la superficie de la estructura afloraron las diversas coyunturas específicas, soluciones y tanteos al problema básico del vacío social planteado por el Régimen Absolutista así como al de la búsqueda de una estructura estable de mediación. El tanteo pasa por diversos periodos, de la Monarquía Constitucional a la Primera República y, de esta, al Imperio Napoleónico. Hablando en puridad, ninguna de las fases apuntadas puede considerarse en sí misma como históricamente necesaria, ya sea en su calidad de fase transitoria o en la de fase definitiva. Inglaterra, por su parte, encontró una solución al problema del vacío social y de la modificación de las estructuras de mediación que no tuvo que pasar por la supresión de la Institución Monárquica, ni siquiera de la clase aristocrática. Más bien al contrario. Lo que se adivinaba en este proceso fue la reconversión misma de la clase aristocrática como impulsora del nuevo orden socio-económico.


La crisis producida en los cimientos estructurales mismos de un sistema no determina la necesidad histórica de que la resolución de la crisis se encamine por la vía de un modelo específico. La necesidad estructural tan solo apunta a la exigencia de que se de solución a la disfunción estructural. El contenido concreto de la solución que se produzca o a la que se haya llegado forma más parte del mundo de lo contingente que del de lo necesario. Se puede considerar como el producto de la reflexión, en el plano superficial, de las fuerzas desencadenadas por el flujo estructural cuya esfera autónoma de realización lo sitúa de lleno en el mundo de la incertidumbre.


Si se me permite avanzar un paso mas, puedo incluso hasta poner en duda la base paradigmática sobre la que descansan los conceptos de azar, necesidad y contingencia. ¿Hasta qué punto se puede asegurar la existencia de una necesidad como tal separada del azar?. En el campo de la biología darwinista, pongamos por caso, ha funcionado bien la separación entre ambos principios (Monod, en su magistral obra El Azar y la Necesidad los elevaría a la categoría de principios rectores de la evolución biológica) aunque, si reflexionamos un poco, el factor que opera como necesidad en la selección natural, la modificación de los ambientes locales (variaciones climáticas y medioambientales), obedece tanto al azar como los factores que propiamente se atribuyen a accidentes del azar (modificaciones en el material genético favorables a la modificación operada en el medio). Con lo que tenemos que la evolución biológica es el resultado de la interacción de distintos géneros de modificaciones fortuitas. Las radiaciones solares ultravioletas o los rayos cósmicos que provocan una mutación en el acervo genético de determinados individuos



LA TRANSMUTACIÓN FUNCIONAL EN LA HISTORIA


En el mundo viviente se llama homología a aquella adaptación orgánica que, surgida para resolver un problema específico del ser vivo, cambia de función una vez que se han visto alteradas las circunstancias. Las adaptaciones biológicas suelen ser acumulativas.


Las piezas del puzzle histórico son imprevisibles. No menos que las piezas del puzzle biológico. Un elemento letal para los primitivos organismos anaerobios como el oxígeno fue más tarde asimilado como un componente esencial a la supervivencia de los organismos vivientes. Obviando el doble filo de las adquisiciones tecnológicas y energéticas, como constructor y destructor a un mismo tiempo, podemos constatar cómo instituciones primeramente concebidas o útiles en unos determinados contextos para articular determinadas relaciones, se vuelven a continuación incluso antagónicas del sistema que primitivamente las concibió, un lastre del que es preciso desembarazarse a toda costa.


Las palabras, a lo largo de la Historia, expresan significados distintos. La palabra neumático designa en la actualidad una moderna pieza de caucho, inflable, imprescindible para las ruedas de los vehículos. Sin embargo el origen griego de la palabra, pneuma alude al concepto aire, en efecto, pero también tiene otras connotaciones vitalistas y animistas como aliento o soplo vital. El hecho de que los seres vivos respiren los hace estar dotados de pneuma, esa sustancia espiritual que les insufla vida y energía. La traducción latina de la palabra como ánima, de la que deriva la castellana alma hace más patente esta identificación espiritualista entre aire y espíritu


En las sociedades humanas sucede algo parecido. Instituciones que en un principio desempeñaron una función específica acaban desplazándose funcionalmente, acoplándose a situaciones insospechadas desde la perspectiva de lo que motivó su creación. La pervivencia de una misma institución a lo largo de situaciones históricas diversas solo puede concebirse como una sucesión de transmutaciones funcionales. El fenómeno de la transmutación funcional no podemos concebirlo como el encaje de una misma pieza en distintos puzzles encontrando en cada uno de ellos su propio espacio y acomodo. Sería esta una explicación simple y poco adecuada al fenómeno, por cuanto que las distintas situaciones históricas (representadas en el ejemplo como los distintos puzzles) modifican necesariamente la Institución (la pieza) de modo que su engarce a lo largo de situaciones diferentes se produce mediante un proceso de retroalimentación donde la misma Institución, en su necesidad de acoplarse al nuevo contexto y de generar el flujo vital adaptativo medio-organismo ha de dotarse de las modificaciones estructurales imprescindibles que posibiliten nadar en los nuevos caldos históricos. y en ellos encuentra el acomodo necesario para su funcionamiento a través del fenómeno Si no hay transmutación o desplazamiento funcional caben dos alternativas: extinción o atrofia. Podemos poner varios ejemplos de instituciones.


El Arte


Bajo el siglo XVIII y sobre todo bajo el siglo XIX tuvo lugar la configuración y el espacio de lo que hoy comúnmente se conoce e identifica como El Arte (con mayúscula). Tras la invención de la perspectiva en la Toscana renacentista, la vuelta al clasicismo y a las proporciones en la escultura y la introducción del ritmo en la música, el sentido de lo estético como puro goce desligado de los símbolos y contenidos a los que la representación artística se ha ido asociando. El arte que se expone y se exhibe como tal arte14 incluso el arte tomado en sí mismo como tal es una invención relativamente reciente. La Historia del Arte no puede ser, en este sentido, más que una disciplina chovinista sentada sobre unos presupuestos ontológicos claramente establecidos por esta época. En el segundo epígrafe del libro se interpretaba la llamada Historia de España como una construcción mitológica surgida de una institución presente y fáctica como es la del Estado Español. La misma mitología que se edifica sobre un presente es la que ha dado lugar a la elaboración de una narración histórica de una sucesión de fenómenos vistos e interpretados a través de un mismo prisma. Una ilusoria sucesión así como una imaginaria relación de continuidad de fenómenos da lugar a que se piensen los grabados paleolíticos, los pictogramas egipcios, los murales románicos, los retratos de Rembrandt y la música de Stravinski bajo el mismo concepto de Arte. Cualquier analogía formal que se pretenda establecer en relación a los fenómenos de representación plástica, pictórica o acústica que existen o han existido a lo largo de la Historia quiebra desde el mismo momento en que olvida su conexión social, su inserción histórica concreta al mismo tiempo que se desvanece en el neblinoso mundo de la reificación. El Arte es la palabra mágica que reconduce a unidad fenómenos dispersos en la Historia como la plasmación pictórica, musical, literaria o arquitectónica que tienen en común (o más bien se les quiere ver en común) su Identidad estética. El conjunto , . cuya analogía formal


El Colonialismo


Solemos partir de una noción matriz cuando nos referimos al colonialismo, identificado mecánicamente con el imperialismo, como la subordinación política, económica y tributaria de distintas provincias y territorios a un mismo centro colonial. Una misma palabra cuando se utiliza para identificar fenómenos distintos tiene la virtud de confundirnos. O bien cuando se conceptúa bajo una misma denominación hechos e instituciones distintos en base a que comparten una serie de rasgos y características formales comunes se corre el riesgo de englobar cosas distintas bajo una única denominación. La Historia nos presenta el caso de un tipo de colonialismo muy extendido en el mundo antiguo. En concreto, el de griegos y fenicios. Jamás ha existido un imperio griego salvo el Imperio Macedonio de Alejandro Magno ya entrada la época helenística. Los colonizadores griegos a los que me refiero fueron quienes desde el siglo VIII al V a.c. se asentaron a lo largo y ancho del Mediterráneo, incluido el Mar Negro. Fundaron Polis hologramáticamente calcadas de la Polis original sin que los ligara a la ciudad madre de la que partió la expedición vínculos políticos de ningún tipo. El modelo se pudiera parecer muy bien al de cualquier ser vivo que esparce su especie diseminando huevos y semillas cuyas crías crecen y se desarrollan sin relación alguna con la madre que las hizo nacer. Los griegos y fenicios sembraron sus semillas por todo el Mediterráneo, clonaban su cultura y estructura política


La colonización griega nada tiene que ver con el actual sentido que se le da a la palabra. No se trataba de incorporar territorios conquistados en beneficio de una metrópolis, es decir, en nada se asemejaba al imperialismo ni al colonialismo. En las nuevas ciudades fundadas reproducían, obviamente, sus mismos esquemas culturales y la Identidad griega se mantuvo hasta el final, desde la estructura política hasta la organización de la actividad económica. Para la elección de los nuevos asentamientos donde habían de fundar las nuevas Polis preferentemente fueron enclaves del litoral mediterráneo. En el origen de los movimientos colonizadores hemos de buscar los movimientos migratorios provocados por la escasez de recursos y el incremento de la población. Los fundadores de colonias generalmente eran agricultores desposeídos o stenochoria que se embarcaban en expediciones organizadas por la ciudad. Al mando de dichas expediciones se situaba un jefe (oikistés) que, tras consultar el oráculo de Delfos sobre el lugar más idóneo donde instalarse, fundaba una nueva polis independiente por completo de la ciudad madre a la que no estaban unidos por vínculos políticos sino meramente afectivos. El mayor número de fundaciones se produjo entre los años 750 y 675 a.c. y afectaron sobre todo a Sicilia y al sur de Italia. El segundo periodo ocupa aproximadamente desde el 675 hasta el 550 a.c. teniendo lugar su expansión a lo largo de toda la costa mediterránea.


Cinco países actuales del Mediterráneo donde hubo colonias griegas: Italia, Turquía, Egipto, Francia y España.


Ejemplos de Colonias griegas: Naucratis (Egipto), Siracusa, Catane, Himera y Gela (Sicilia), Taras, Síbaris, Región, Neápolis y Cumas (Sur de Italia) Ampurias, Hemeroskopion y Mainake (España), Cirene (Libia), Massalia (Francia) y Alalia (Córcega).


El imperialismo y colonialismo europeo que se extiende a partir del siglo XV se nos presenta, al mismo tiempo, un concepto confuso y ambiguo. Tomemos dos modelos continentales objeto de colonización: América y África.


AMÉRICA: Veremos como Europa se proyectó en América como un holograma. Transmitió su estructura social, política, religiosa y hasta su idioma a lo largo y ancho del continente, A partir del siglo XVIII las nuevas colonias, en su lucha por la independencia, construirán Estados análogos a los europeos. De resultas del proceso nos encontramos ante una América inglesa e irlandesa, una América francófona, una América holandesa, una América española y una América portuguesa. Más tarde veríamos cómo un norte industrial, anglófono y protestante, implantaría su hegemonía sobre un sur agrícola, hispánico y católico, El nuevo continente ale invadido, asimilado, colonizado y posteriormente independizado. Articulé su estructura política y cultural sobre los elementos aportados por las metrópolis matrices reduciendo a la marginalidad las estructuras políticas y culturales indígenas. América creó Estados sin Historia o con una Historia importada de Europa. América no conoció la cultura greco-latina ni el feudalismo ni el Renacimiento. América no importó reyes porque su lucha por la independencia se desenvolvió contra los monarcas europeos. Sin embargo, la América del Norte hizo suyos los principios de la Revolución Industrial, implantó sus propios principios del liberalismo y se benefició sobremanera de las oleadas de migraciones procedentes de la vieja Europa. El proceso de capitalización americano no conoció la lucha de clases al modo europeo. La acumulación primitiva se llevó a cabo mediante la importación de mano de obra esclava procedente en su mayor parte del Golfo de Guinea. En cierto modo, la colonización africana se puso al servicio de la colonización americana: Bartolomé de las Casas, Motolinía y demás defensores de los derechos de los indígenas americanos no mostraron los mismos escrúpulos para con los indígenas africanos.


América del Norte implantó su nuevo orden económico con una mínima resistencia social, la propia de indígenas nómadas paleolíticos, llamados hoy amerindios. Ocupó y desalojó inmensos territorios vírgenes, construyendo el sistema su propio campesinado, un campesinado que desconoció por completo los vínculos económicos de tipo feudal y vasallático y que desde el primer momento empezó a producir para el mercado. Al mismo tiempo cruzó el territorio de Este a Oeste con sus grandes medios de comunicación, el ferrocarril y el telégrafo. Se fundaron las primeras ciudades-capital (en el sentido de centros de acumulación económica y de dirección político-administrativa)


América desechó los idearios revolucionarios europeos decimonónicos, rechazó el socialismo y creó su propio sistema político al más puro estilo capitalista, donde la carrera política estaba concebida como una prolongación de la carrera económica, donde los partidos, más que como estructuras de mediación política e ideológica con la ciudadanía al modo europeo, intervenían como maquinarias electorales.


La América Central y del Sur construyeron también su propia Historia. Los conquistadores españoles hubieron de diezmar dos grandes imperios agrícolas, el azteca y el inca. Sobre sus cenizas establecieron su propia estructura política


ÁFRICA: Decididamente, Europa no se ha reproducido en África al modo americano, australiano o neozelandés. África no construyó, ni de lejos, estados similares a los americanos. Diversos factores son los que convergen en el origen y configuración de esta diversidad colonial, que van desde el factor bioclimático, al socio-estructural. Desde cierta perspectiva podría decirse que África llegó demasiado tarde a la colonización y demasiado pronto a la descolonización. Pero es ese un juicio un tanto apresurado y una apreciación un tanto ficticia. Nos habíamos olvidado de que Europa tiene un Norte geográfico, económico y político y un Sur geográfico, económico y político (que actualmente se ha ampliado hacia el Este), que con América sucede un tanto de lo mismo y que, a un nivel mundial global, África se sitúa al Sur de todo, hasta de la misma supervivencia. El capitalismo no crea hologramas estructurales. Favorece, no obstante, la mundialización a través de los grandes medios de comunicación de masas, aunque no una capitalización simultánea en todos los rincones del planeta. Las grandes áreas de desarrollo y acumulación crean al mismo tiempo grandes zonas de dependencia. El capitalismo ha invertido la lógica de los antiguos mitos del Edén, de Síbaris o de Jauja en el sentido de que riqueza natural no implica necesariamente riqueza económica. Gran Bretaña es un país extremadamente pobre en recursos propios. Brasil y Nigeria, por su parte, son países muy ricos en recursos naturales. Sin embargo, los índices económicos de uno y otros países nos muestran precisamente todo lo contrario.


África, salvo el África del Sur, nunca fue colonizada. Fue, sin embargo, ocupada, repartida y administrada. Los nativos, salvo exiguas minorías, no asistieron a ningún proceso de aculturación (salvo el fenómeno de colonización cultural que se produjo por la vía de las misiones). Tampoco se crearon asentamientos económicos sino plantaciones y explotaciones en las que fue empleada abundantemente la mano de obra autóctona. Los indígenas no fueron apartados del proceso general de colonización ni recluidos en reservas salvo la excepción de África del Sur. La riqueza invertida y producida no repercutía en la colonia sino en la metrópolis. A las colonias regresaban los beneficios imprescindibles para el mantenimiento de la administración colonial y la financiación de una más que barata mano de obra aborigen. Mientras tanto, las estructuras tribales permanecieron prácticamente intactas en lo político. En el plano económico la población, salvo escasos núcleos, abandonaba la economía nómada, horticultora o cazadora-recolectora para incorporarse paulatinamente al nuevo sistema como mano de obra asalariada. El sistema colonial, sin embargo, aún respetando los diversos regímenes de agregación política autóctona, entró en el juego de la distribución de poderes y privilegios a distintos clanes tribales y étnicos en detrimento de otros. Ello trajo consigo el que dichas comunidades nunca desarrollaran procesos de integración y agregación política más allá de los meramente tribales. Bajo el sistema colonial dichas escisiones fueron acentuándose y agravándose con una dureza inusitada .


La descolonización africana ha llegado a crear auténticos monstruos. Caníbales como Idi Amín Dadá, el Emperador Bokassa, Mobutu, Siad Barre o Teodoro Obiang que, apoyados por mercenarios occidentales, han ocupado los palacios presidenciales y han empleado toda su energía, su única formación recibida de los ocupantes, la militar, para aniquilar drásticamente a sus adversarios tribales, aunque esta vez, ni con lanzas ni con flechas ni hachas, sino con armas automáticas, introduciendo sus cuerpos en las despensas y cámaras frigoríficas de palacio. Por puro convencionalismo más que por otra cosa solemos llamar Estados a entidades como Zaire, Angola, Namibia, Burundi, Togo, Burkina Fasso, Chad, Sudán, Sierra Leona, Senegal, Somalia, etc. cuando en realidad no son tales. Son meras demarcaciones territoriales trazadas con escuadra y con compás a las que se les ha puesto un nombre para distinguirlas de las demás. Los pigmeos ¡Kung no tienen patria, solo reconocen territorios de caza, lo mismo se puede decir de los nómadas Masai que, como tales nómadas que son, no reconocen Estados, ni fronteras ni asentamientos fijos de ningún tipo, son apátridas por antonomasia. La descolonización africana, más que a la liberación de los pueblos, a lo que ha contribuido ha sido a la gestación de formas tanto más opresoras y esclavizadoras que aquellas a las que expulsó, a la ampliación de estructuras tribales incapaces de establecer nexos orgánicos ni de ningún otro tipo con las restantes.


El Cristianismo


El concepto cristianismo ya de por sí resulta equívoco si de lo que se trata es de aludir a ese fenómeno religioso cuyos antecedentes históricos se pretenden situar en el siglo I. Tanto mas equívoco resulta cuanto que el mismo título Cristo, del griego, Kristòs, el Ungido, no aparece hasta el siglo IV. En los presuntos primeros tiempos del cristianismo no había cristianos propiamente dichos. En todo caso, lo que sí pudieron existir fueron distintas comunidades judías seguidoras de Jesús de Galilea, es decir, judíos jesusitas que convivieron con otras corrientes judías de inspiración farisea, bautista (seguidoras de Juan El Bautista), simonista (seguidora de Simón El Mago), esenia, saducea, etc. el emperador Juliano, apodado por los cristianos el apóstata, se referiría a este grupo como el de los galileos15 o a los nazarenos. No parece, pues, que la denominación específica cristianos pudiera utilizarse antes de la creación de Cristo, porque Cristo ya no es el Jasid galileo Jesús de Nazaret (por otra parte, una referencia histórica bastante difusa), se trata más bien de una construcción ideo-religiosa ligada a todo un entarimado institucional Durante todo el siglo I


Se ha convertido en un lugar común la determinación del origen del cristianismo como el de una secta escindida más tarde del judaísmo. Posiblemente fuera así durante los primeros siglos de nuestra era, sobre todo por lo que se refiere al judeocristianismo palestino del siglo I. Las genealogías históricas suelen fallar en este punto a la hora de buscar un hilo de continuidad entre el origen de dicha secta y la configuración de la Iglesia cristiana de los siglos posteriores. Y es que el nominalismo - es decir, la común denominación de cristianos a los judíos seguidores del santón galileo, a los discípulos de Pablo de Tarso y a los fieles del Papa Gregorio VII - se da de bruces con la Historia. El hecho de que la Iglesia cristiana haya acatado bastante poco las disposiciones de sus propios textos sagrados o que se haya atribuido a sí misma la categoría de fuente de la que emana su propio magisterio ha hecho a los hermeneutas y analistas de todas las épocas mostrar las contradicciones en las que ha incurrido la citada Institución con sus textos fundacionales a lo largo de la Historia (fundamentalmente en el contexto de las luchas religiosas posteriores al siglo XVI, con ocasión de la Reforma protestante, luteranos y calvinistas, se dedicaron a una rigurosa exégesis bíblica y a un estudio histórico exhaustivo de las fuentes del catolicismo, usando tales contradicciones como argumentos en pro de la impugnación de la autoridad papal). De los libros más recientes sobre el tema que tengo más a mano puedo citar dos, bastante malos por cierto. Las mentiras fundamentales de la Iglesia Católica16 de Pepe Rodríguez, que se esfuerza en aclararnos y desvelarnos las claras contradicciones en las que ha incurrido la praxis eclesiástica a la luz de la Biblia y los Evangelios. El otro libro, El Evangelio de Marcos, Del Cristo de la Fe al Jesús de la Historia17 de Gonzalo Puente Ojea, pretende interpretar el cambio de rumbo de la Iglesia por vía de la teología paulina así como su influencia en el Evangelio de Marcos. Los estudiosos del tema, Vidal Manzanares, Antonio Piñero, Montserrat Torrents o el mismo Puente Ojea han derrochado sus inmensas dotes de erudición en el análisis e interpretación de los textos evangélicos, en el estudio de sus fuentes, contradicciones y confluencias, en la hipótesis de una denominada fuente “Q” común a tres de los Evangelios, en el estudio a fondo de las tesis de los teólogos protestantes, Bultman y Schweitzer, en la teología paulina. Pero lo cierto es que el fenómeno cristiano, tal como llegó a configurarse, es imposible de comprender si no acudimos a sus fuentes ocultas, fuentes no escritas que, no obstante, adquirieron una importancia básica; a saber, el entorno mistérico en el que llegó a desenvolverse el cristianismo de los primeros siglos de nuestra era.


No dudo de la transcendencia que haya podido tener la teología de San Pablo en la ruptura de los lazos existentes entre la primitiva secta judeo-cristiana y la Sinagoga. Pero el despegue del cristianismo como religión oficial a partir del siglo IV en el mismo corazón del Imperio Romano hay que concebirlo e interpretarlo desde otra perspectiva. No creo que a estas alturas importe mucho que Cristo no hubiera fundado Iglesia alguna. Lo importante a destacar sería, en el presente caso, que la Iglesia cristiana, al constituirse en potencia autónoma creadora de sus propias fuentes y de sus propios cánones institucionales, dió un paso decisivo. El cristianismo llegó al monopolio religioso, entre otras causas, por su labor de síntesis sincrética del conjunto de las religiones orientales practicadas en ese momento bajo el Imperio Romano. Al articular dicha síntesis se negó sus orígenes mismos como tal cristianismo descendiente del judaísmo. El llamado Jesús de la Historia se desvanece totalmente a la luz de la nueva Iglesia. Incluso el mismo Cristo de la fe paulino cae también tocado de muerte. El Cristo al que se le rinde culto en las Iglesias es descendiente ( por vía ilegítima o de préstamo cultural) de Apolo, Atis y Mitra, es la encarnación y la síntesis de las divinidades mistéricas orientales a las que se les rindió culto bajo el Imperio Romano de la época de la consolidación del cristianismo. El error de definición en este caso es patente, el cristianismo perdió su ascendente judaico, cortó radicalmente el cordón umbilical que le unió a él. Es preciso re-definir y por tanto clasificar al cristianismo como una religión mistérica oriental. En tal sentido, sus fuentes no tienen porqué ser los textos bíblicos sino los cultos, formas e instituciones de aquellas religiones orientales con las que convivió durante sus primeros siglos de existencia. La posición que acabó adquiriendo la nueva iglesia como fuente de mediación directa con la deidad, creadora de normas y cánones, vinculantes en el orden de prelación de fuentes incluso sobre sus textos sagrados, sus Evangelios. Dicho título, que le ha sido concedido en calidad de cabeza visible de Cristo en la Tierra, la sitúa en una difícil tesitura a la hora de compaginar la legitimidad de sus textos judaico-cristianos (con su correspondiente baño de helenismo) con su estructura, funcionamiento y praxis mistérica. La articulación de la síntesis se llevará a cabo por vía de la hermenéutica interpretativa papal y clerical; un difícil punto de equilibrio de un origen institucional y mítico nominal (los Evangelios judaico-helenísticos) y sus elementos propiamente constituyentes adquiridos del entorno mistérico. El endógamo judaísmo no se encontraba en condiciones de facilitar los rudimentos imprescindibles a una nueva religión de conversión y de iniciación (el intento emprendido en este sentido por Filón de Alejandría pudo ser un hecho anecdótico). Los llamados sacramentos, auténticos rituales de iniciación mistérica, proceden, difusamente, de las distintas prácticas religiosas colaterales al cristianismo. El cristianismo suplió la circuncisión por el bautismo (un ritual prestado de las abluciones mistéricas isíacas y del taurobolio mitraico), y parece ser que instituyó la eucaristía posiblemente influida de la comunión del cuerpo y la sangre del toro sagrado de los mitraistas, tomó prestado igualmente otro ritual de iniciación o sacramento, la confirmación, también del mitraísmo, donde a los iniciados bautizados se les atribuía la condición de soldados (miles) tras pasar por una ceremonia iniciática consistente en marcarles un símbolo en la frente con hierro incandescente (el cristianismo sustituye la marca con los santos óleos) incorporó, del mismo modo, la penitencia y la expiación de los sacrificios mistéricos, aunque en este punto sigue también la tradición judía del sacrificio.


Los luteranos, los evangelistas (ávidos en reconvertir el cristianismo en una religión del libro) y Pepe Rodríguez no encuentran en los Evangelios más que unas escasas referencias a María, la madre de Cristo. El problema es que la Virgen María dejó de ser la madre de un humilde predicador galileo para convertirse en una síntesis entre la diosa egipcia Isis18 y la diosa frigia Cibeles (entre otras muchas más, Deméter, Astarté, Innana, Tanit, etc). Es una reina celestial poderosa y fastuosa, cubierta de joyas y mantos ostentosos que dan fe de su poder y de sus títulos, como el de Madre de Dios, un título propiamente isíaco que recuerda los atribuidos a dicha deidad como Madre de todos los Dioses o Diosa Madre. El precedente más directo de las representaciones icónicas de la Virgen con el niño, las Madonnas medievales y renacentistas lo encontramos en la imagen de la diosa Isis con el niño Harpócrates en su regazo. De hecho, muchos templos y santuarios dedicados a Isis fueron inmediatamente reconvertidos en capillas de culto mariano


Tampoco prescriben los Evangelios ni las Epístolas Paulinas el celibato sacerdotal o los votos de castidad, tan solo exigen de los sacerdotes y obispos que desposen una sola mujer (epístolas de San Pablo). Sin embargo, lo que sí sabemos es que los Galli, los sacerdotes de Atis, fueron originariamente eunucos. El voto de castidad sería para el catolicismo algo así como una castración simbólica de sus ministros (obispos, sacerdotes y diáconos). Tampoco prescriben los votos de silencio que practican ciertas órdenes religiosas monacales como la de los cartujos; sin embargo, era práctica corriente en el Egipto de los faraones cortar la lengua a determinados grupos de iniciados al sacerdocio.


Los Evangelios tampoco admitían que Jesús hubiera nacido el 25 de diciembre19, aunque esa era la fecha señalada para el nacimiento de las grandes divinidades solares mistéricas Mitra y Apolo. Según la Biblia el día de la semana destinado al culto religioso no era el domingo sino el sábado. El Domingo, en principio, Dies Solis o día del Sol (que actualmente permanece como tal en su denominación inglesa, Sunday), cambiado más tarde como Dominicus o día del Señor, fue otro préstamo más del mitraísmo que había implantado un calendario semanal astral (Lunes o día de la Luna, Martes o día de Marte, Miércoles o día de Mercurio, Jueves o día de Júpiter, Viernes o día de Venus, Sábado, que permanece fiel al calendario judío aunque bajo el calendario romano fué el día de Saturno) .


Tampoco hay en los textos nada que nos indique que el nacimiento de Jesús tuviese lugar en el año 1 (de las escasas referencias históricas de los Evangelios parece deducirse, según los estudiosos que en el año 1 los romanos no llevaron a cabo ningún censo con fines fiscales, a lo que obedecería el traslado de los padres de Jesús, sino dos años antes o dos años después), aunque los astrólogos habían señalado que el “Niño de Oro” gobernaría el mundo a partir de que la constelación de Piscis ocupara, en la presión de los equinoccios, la posición que hasta entonces había mantenido la constelación de Aries20

 

El cristianismo había escindido la teología culta de la teología popular, aquella que se refiere al cumplimiento estricto de los rituales estacionales propios del ciclo solar. Si la muerte y resurrección de Cristo es interpretada por los teólogos como un acto de amor y expiación colectiva por los pecados o como la vía de salvación, eso poco importa para la teología del vulgo que anualmente interpreta en clave ritual el ciclo estacional del año solar. Así el ciclo invierno-primavera es visto como el ciclo nacimiento-muerte-resurrección, un ciclo que conocen, no obstante, todas las divinidades mistéricas: Isis, Osiris, Atis, Mitra... Las procesiones de Semana Santa portaban en sus comienzos, cuando tenían otro nombre, dendroforía o festivales de Atis, el árbol de Atis (dios de la vegetación) junto al que se había sacrificado un cordero con ocasión de la llegada del equinoccio de primavera. El dato ritual básico no se ve muy alterado por el hecho de que ese árbol fuera sustituído más tarde por un Cristo crucificado. Lo importante es la simbolización es la expiación ritual, de la sangre del cordero derramada a los pies del pino de Atis, cuyas gotas en contacto con la tierra han adquirido emblemáticamente el color violeta, lo que nos recuerda las violetas sembradas al pié de los crucifijos que desfilan en nuestra Semana Santa. La sustitución simbólica de un árbol por una cruz21 o de una serie de nombres por otros nos pone sobre la pista de las estructuras universales del cuento y del mito, historias que se repiten articuladas sobre el mismo eje alterándose simplemente los nombres y caracterizaciones de los elementos y personajes intervinientes. El símbolo Cristo ha sido extraído de la estructura narrativa judeo-cristiana para ser integrado al sistema de los ciclos mistéricos.


El cristianismo, para acceder a la categoría de religión oficial y universal hubo de desembarazarse no solo del judaísmo sino también del mismo cristianismo. Era esa la conditio sine qua nom que lo facultaría para reestructurarse en calidad de síntesis sincrética del conjunto de las religiones mistéricas practicadas por los distintos sectores sociales del Imperio Romano del siglo IV. Determinados cultos, como el mitraico, no podían aspirar a la categoría de religión global y universal al estar reducida su práctica exclusivamente a la población masculina y, en particular, a los legionarios y comerciantes procedentes de oriente. Otros cultos, de extracción aristocrática, tampoco reunían los requisitos imprescindibles necesarios para consolidar la nueva doctrina. El cristianismo había de implantarse como una religión de masas. El ascendente judeo-cristiano, su fuerte impronta mesiánica, que le valió para obtener la adhesión de las clases más humildes, los plebeyos, metecos y esclavos, sirvió como catalizador al que se incorporaría más tarde, en una nueva síntesis integradora, el conjunto de los rituales mistéricos. La síntesis fue ciertamente traumática, compleja y contradictoria. De los escritos de los autores cristianos contemporáneos, Ireneo, Orígenes, Tertuliano..., tenemos constancia de como se llevaron a cabo los rituales y prácticas mistéricas frigias, egipcias y persas de la época. En dichos escritos se describe y critica con profunda saña y desprecio ese conjunto de supersticiones. Lo más paradójico de todo es como, al mismo tiempo, se iba produciendo un proceso paralelo y paulatino de asimilación, absorción e incorporación de esos cultos hasta el punto de transformar al cristianismo en una religión mistérica más. Sin duda, aquello que se rechazaba en el plano de lo consciente habría de ser incorporado a la propia estructura religiosa aunque esta vez obedeciendo a requerimientos de otra índole, fundamentalmente prácticos y de oportunidad, algo así como vencer al enemigo con sus propias armas22.


El ecosistema religioso del Imperio Romano de los primeros siglos de nuestra era debió ser un tanto peculiar. Los cultos orientales habían ido implantándose poco a poco en el orbe del Imperio. Parece ser que ya el Emperador Claudio había introducido en Roma el culto a las deidades frigias Cibeles y Atis y que el siglo II y III conocieron la expansión de cultos egipcios a Isis, Osiris y Anubis, persas (el mazdeísmo concretado esta vez no en su divinidad central, Ahura Mazda sino en Mitra), junto a cultos sirios, acadios, babilonios, etc. En ese caldo de cultivo de cultos iniciáticos orientales se forjaría el cristianismo, esa derivación del judaísmo que, como otra religión oriental más, debió competir por su espacio social y religioso propio. Debió establecerse un sistema de vasos comunicantes entre cultos y creencias y, sobre todo a partir de Constantino23, el cristianismo pudo encontrarse en condiciones de sintetizar a un nuevo nivel los misterios orientales eliminando de ellos sus aspectos más sectarios aunque conservando sustancialmente las formas y los sistemas de mediación e iniciación como estructuras de poder religioso. La síntesis debió ser, en efecto, dolorosa: de un sistema de creencias situadas fuera de la ley, perseguidos sistemáticamente sus practicantes, a la incorporación de la Institución a un sistema de poder político-religioso cesarista y teocrático Las primitivas comunidades religiosas unidas en la clandestinidad dejaron, por uno u otro motivo, de ser operativas. El magma religioso de los misterios, de los saberes ocultos y de los sistemas de iniciación pudo ser útil al cristianismo a la hora de derivar las distintas advocaciones sectarias hacia la jerarquía así como de asimilarse a la autoridad del Estado. El nuevo monoteísmo había de satisfacer todas las expectativas de un mundo tan politeísta, importador y exportador de cultos, como era el mundo romano, había de legitimar el politeísmo practicado y para ello creó las advocaciones marianas y el culto a las distintas deidades locales disfrazado como culto a los santos. De hecho, al igual que en el mundo antiguo, todas las ciudades, actividades económicas y corporaciones profesionales cuentan con su santo o dios protector.


El Calendario, las fiestas, ayer y hoy

Las sociedades agrícolas de las que procedemos hicieron nacer, junto a la agricultura, el culto al Sol y a la Luna y de aquí surgieron los calendarios. No es casual que los devotos de Apolo y Saturno en sus Saturnales, junto a los mitraistas en sus “Natali Solis Invicti” y posteriormente los cristianos en su Navidad, hicieran coincidir el nacimiento de sus respectivos dioses con el Solsticio de Invierno. Somos, por tanto, hijos de los calendarios. Los calendarios dosifican nuestras alegrías, nuestras penas, nuestras nostalgias y nuestros recuerdos.. Los calendarios cuentan con cierto ingrediente mágico, pues la medición del tiempo va siempre acompañada de una determinada posición de los planetas, de un determinado ángulo de inclinación solar, de una específica fase lunar y de una concreta localización de las constelaciones estelares. Los antiguos hechiceros, sacerdotes, druidas y chamanes atribuían enorme importancia al momento del año, del mes, del día y de la noche en el que podían y debían celebrar sus rituales, invocaciones y sortilegios para que estos pudieran tener efecto. No podemos sustraernos a una tradición milenaria y por eso somos, en cierto sentido, esclavos de los calendarios. Los calendarios nos indican en todo momento qué debemos celebrar y recordar. Los calendarios nos dicen cuándo hay que ser felices y comer perdices hasta reventar (aquí entra en escena un nuevo factor, el capitalismo, que en su necesidad de acumular sin límites, se vale hasta de las tradiciones populares para expandir el mercado e inducir el consumo interior). Y a todo eso lo llamaron “Espíritu Navideño”.


Pero en nuestro mundo todo es relativo: los habitantes del Hemisferio Sur celebran la Navidad no en el Solsticio de Invierno sino en el de Verano, en los Trópicos no existe ni el Verano ni el Invierno, sino la Estación Húmeda y la Estación Seca. Los habitantes del Hemisferio Norte, concretamente los de la cuenca mediterránea, en su etnocentrismo, inventaron la Navidad para sí mismos y pretendieron universalizar lo particular, convertir el Solsticio de Invierno del Norte en un fenómeno universal, cubrir la Tierra de las fiestas y celebraciones propias de nuestro final de Otoño y entrada en el Invierno, épocas que si aquí coinciden con la recolección y almacenamiento de cereales y matanza de reses porcinas, no tiene porqué serlo en otras latitudes tanto culturales como geográficas.


La directa relación entre calendario, climatología y festividad así como la absoluta relatividad del mundo la hemos podido constatar recientemente. Me refiero al caso de Cuba. En Cuba se suprimió la celebración de las fiestas navideñas. A cualquier ignorante la primera idea que le viniera a la cabeza estaría relacionada con una presunta intolerancia del régimen castrista para con las creencias religiosas. El hecho es que Cuba se sitúa al sur del Trópico de Cáncer. El clima tropical no conoce las estaciones propias del Mediterráneo ni las de las zonas oceánicas, no conoce el ciclo cuatriestacional sino el biestacional. A una estación húmeda y pluviosa le sucede una estación seca. El inicio de la estación seca coincide con la zafra, la recogida de la cosecha de caña de azúcar. La celebración de tales festividades podría producir, por tanto, serias pérdidas económicas. Las razones aducidas por los dirigentes cubanos para restaurar los festejos navideños con ocasión de la reciente visita del Papa y reanudación de relaciones con la Iglesia Católica no guardaban relación alguna con una mayor apertura religiosa sino con una mayor productividad de la economía, con un presunto desarrollo alcanzado en la tecnificación del campo que posibilita que esos días sean de descanso., etc. Pecaríamos de naturalismo si solo tomáramos en consideración los factores naturales olvidándonos de los factores puramente sociales o estructurales como condicionantes de los ciclos laborales y festivos. Uno de los móviles que impulsaron la Reforma Protestante fue la supresión de la gran cantidad de festividades existentes en el mundo católico. La nueva sociedad industrial que comenzaba a descollar en Europa a partir del siglo XV (el desarrollo del comercio tendría lugar unos siglos antes) había empezado a desligar la producción y la productividad de la climatología y del ciclo estacional del año. Dado que la enorme cantidad de festividades celebradas en el medio católico podrían traducirse en serias pérdidas económicas, el protestantismo y el calvinismo acometerían la tares de implantar una nueva ética, la ética del trabajo, del ahorro y de la austeridad. Ya no eran factores naturales o rituales los que hubiera de obedecer la estipulación del día festivo y de descanso sino criterios de otra índole, fundamentalmente económica. El descanso se supeditaría de ahora en adelante a las necesidades de reproducción (en el sentido de reposición) de la fuerza de trabajo.


De las celebraciones solsticiales mitraicas, de las saturnales romanas y de los cultos nórdicos (célticos concretamente) al ciclo vital de los árboles se ha producido una conjunción integradora. El desplazamiento funcional que se ha operado de estas celebraciones hasta nuestros días desde el culto festivo-religioso hasta la actual fiesta capitalista es exponente de la transición de una sociedad feudal-agraria a una sociedad industrial-capitalista. La fiesta y la celebración se inscribe sucesivamente en dos ciclos distintos, el ciclo agrícola y el ciclo industrial. De las recogidas otoñales de la cosecha hasta el balance de fin de año industrial y financiero se ha mantenido un principio de Identidad en la diferencia. Las formas han cubierto como inalterable el principio de Identidad de los contrarios. No obstante, incluso en el plano económico, advertimos diferencias sustanciales. El excedente agrícola del medio campesino.


RAMIFICACIONES EVOLUTIVAS: DEL ARCHIGALLI A LOS CURAS Y LOS TOREROS


Puede que lo que aquí se va a exponer sea un disparate, pero puede también no serlo. En todo caso voy a arriesgarme. Todo riesgo entraña la posibilidad de meter la pata pero aún así puede dar luz a enfoques distintos de un tema específico o de otros análogos o bien a replanteamientos de una cuestión sobre bases nuevas. Pero el mayor riesgo de todos en este caso y que puede constituir toda una osadía se derivaría del hecho de no haber podido contar con el suficiente material bibliográfico con el que apuntalar sólidamente mis argumentos (como autodidacta en estos temas me encuentro alejado de los grandes centros propagadores del conocimiento: universidades y bibliotecas y eso hace que mi lejanía sea aún mayor). En el plano intelectual mi proceder puede muy bien calificarse de herético, pues en algunos aspectos de la cuestión no cuento con otras armas que no sean mi intuición y mis sospechas


He reunido, una vez finalizado el libro, tres proposiciones entresacadas de distintos pasajes relativas a la descendencia cultural, religiosa y folklórica, que aún se conserva en la actualidad, de esos antiguos sacerdotes coribantes (Galos, Galli o Archigalli) oficiadores del culto a las divinidades frigias Cibeles y Attis:


La primera de ellas corresponde a una nota al pie de página del primer bloque de ensayos (Identidad y Transgresión) en la que hago cierta observación (incidental) sobre la tauromaquia que es la siguiente:


En cierto modo, el arte taurino puede considerarse descendiente de las ceremonias taurobólicas de la antigüedad, donde el sumo sacerdote oficiador de la ceremonia se bañaba en la sangre del animal en el fondo de una zanja como ritual de purificación extirpándole sus testículos en señal de sacrificio de su virilidad. El torero de nuestros días sería el descendiente directo de aquellos sacerdotes eunucos (Archigalli) entregados al culto del dios Atis. Su indumentaria es inequívocamente femenina. El traje de luces, vistoso, brillante y ceñido, destaca los roles convencionalmente atribuidos al sexo femenino, como sexo que seduce y se pone a resguardo de las embestidas masculinas. El macho (representado por el toro) es reiteradamente provocado, seducido y engañado. Todo el espectáculo gira en torno a una síntesis sublime entre el sexo y la muerte El clímax vendría escenificado en esa consumación final de la penetración como muerte y de la muerte como penetración


La segunda se ha traído a colación a propósito de las reflexiones hechas sobre el origen mistérico del cristianismo. Me detengo en la cuestión del origen último (no histórico, sino meta-histórico) del celibato sacerdotal con las siguientes palabras:


Tampoco prescriben los Evangelios ni las Epístolas Paulinas el celibato sacerdotal o los votos de castidad, tan solo exigen de los sacerdotes y obispos que desposen una sola mujer (epístolas de San Pablo). Sin embargo, lo que sí sabemos es que los Galli, los sacerdotes de Atis, fueron originariamente eunucos. El voto de castidad sería para el catolicismo algo así como una castración simbólica de sus ministros (obispos, sacerdotes y diáconos).


La tercera de ellas quizá esté un poco mas documentada. Ha sido entresacada del texto de Jesús Fernández Jurado y Eduardo Fernández Jurado: El Rocío: del mito a la realidad, en Huelva y su Provincia, Volumen IV. Pág. 246 Ediciones Tartessos, S.L., 1987 y que dice:


Hay Romerías, como el Rocío, donde los homosexuales, como descendientes de los sacerdotes eunucos del dios Atis, ocupan un destacado protagonismo, que incluso es fomentado.


Para cualquier observador imparcial nada tiene que ver un torero con un cura y estos aún menos todavía con un gay devoto de la Virgen del Rocío. Si, a simple vista puede ser una locura arrojar afirmaciones tan categóricas. Todo historiador serio sabe muy bien que el celibato sacerdotal fue una medida impuesta por Hildebrando con el objeto de impedir la disgregación de los bienes eclesiásticos, que la tauromaquia se inició en el siglo XVIII, que la devoción rociera procede del siglo XIII. Entonces, ¿A qué vienen esas divagaciones? ¿No es eso forzar las cosas hasta los límites de la extravagancia? Ya me hago estas preguntas anticipándome de camino a las posibles objeciones de mis interlocutores. Todo hay que preverlo. Los hechos históricos bien documentados suelen tener fecha y nombre propios. No obstante, los aspectos fenomenológicos históricos no siempre reflejan el trasfondo real del asunto. En determinadas ocasiones son la punta del iceberg. En todo caso, la causalidad de ciertos fenómenos, sobre todo aquellos relativos a la transmisión de las tradiciones folklóricas y culturales, nunca se puede dilucidar linealmente. Suelen ser diversas las causas que concurren a la génesis de un mismo fenómeno, unas de modo manifiesto, otras permaneciendo ocultas. Y son precisamente estas últimas las que a mí me interesa destacar.


Existe otro problema añadido. En el caso de nuestra península, con el paréntesis de siglos de dominación musulmana, el hilo de continuidad del acervo mistérico-cristiano se ve bruscamente interrumpido por la irrupción del Islán. Ese hilo, no obstante, no se corta del todo, permanecen islotes de cultura mozárabe que bien pueden representar un nexo de unión (aunque, en todo caso, la distorsión sigue siendo evidente) con la suplantada. Ello afectaría a la tauromaquia y al Rocío especialmente como instituciones inequívocamente locales por cuanto que la tradición religiosa cristiana permanecerá íntegramente con su sede y estructura institucional romana. De hecho, la cultura cristiano-romana acabará convirtiéndose nuevamente en hegemónica tras la reconquista


El sacerdote eunuco cibélico fue siempre despreciado en la sociedad romana, reacia como fue a cualquier práctica que implicara mutilación corporal. Permanecieron durante mucho tiempo en los márgenes sociales. No se puede asegurar fuera directo el contacto del culto cibélico con el primitivo cristianismo. Sus ámbitos de actuación y clientelas serían en todo caso diferentes. Mientras el culto a Cibeles revistió desde sus comienzos carácter oficial (fue instituido por el emperador Claudio) el cristianismo permanecería oculto a las autoridades romanas y fue directamente perseguido a partir del siglo II. No obstante, los vasos comunicantes entre los distintos cultos, ignorados entre sí, permanecieron abiertos mediante el flujo de las conversiones (que no podemos suponer que se produjeran en un solo sentido), aunque, de hecho, debió ser la conversión masiva operada tras el siglo IV el gran desencadenante de una transmisión masiva de las formas y estructuras rituales mistéricas al polo del nuevo cristianismo emergente. El cristianismo, de hecho, acabó distanciándose de su religión madre judaica por su oposición a los estrictos rituales mosaicos que imponían la marca física: la circuncisión. No es lógico suponer que abrazara una práctica, considerada bárbara, como la de la castración. No obstante, la propia historia del cristianismo nos pondrá de manifiesto que la preservación de los bienes espirituales exige el sacrificio y la mortificación del cuerpo, incluso de aquellas partes del mismo que predisponen al hombre al pecado y a la ofensa a Dios. El patriarca Orígenes, sin ir más lejos, encontró en la auto-castración el medio de preservar su espiritualidad. Las arengas de Pablo de Tarso contra la tentación de la carne nos predisponen igualmente en esa dirección. Pero hagamos la pregunta: ¿qué se busca con la castración o con el celibato obligatorio de los sacerdotes? La medida aconsejada por Hildebrando obedeció, en un principio, a motivaciones puramente económicas. Se trataba a toda costa de evitar la dispersión del patrimonio de la Iglesia, de centrarlo en la institución




En cierto modo, la transmisión de determinadas manifestaciones de una cultura no se suelen producir en bloque


La verdad sea dicha, la bibliografía que he podido encontrar al respecto ha sido bastante escasa

EL AGOTAMIENTO HISTÓRICO


Marx pronosticaría en el siglo XIX el agotamiento histórico del modo de producción capitalista. Situados a finales del siglo XX advertimos no sólo que este agotamiento histórico está lejano sino también cómo unos sistemas sociopolíticos que han emergido de este siglo enarbolando precisamente la bandera del marxismo han perecido de muerte natural víctimas de esclerosis múltiple y, por tanto, de un agotamiento histórico prematuro. Ni tan siquiera han podido esos grandes sistemas llegar vivos para poder asomarse al umbral del siglo XXI. Ciertamente, el cataclismo ha dejado supervivientes. Unos, como la República Popular China, aún pueden sobrevivir a costa de medicarse con abundantes vacunas de capitalismo. Otros, como Cuba o la República Popular de Corea, antiguas economías subvencionadas por la URSS, se encuentran paralizados por un tipo de esclerosis que los hace aparecer como auténticos cadáveres vivientes, incapaces de sobrevivir a la avitaminosis o al hambre física aunque dispuestos, en un alarde de supervivencia, a recibir como sea las apreciadas inversiones extranjeras. La burocracia gobernante china comprendió hace mucho tiempo que esa era la conditio sine qua nom de su supervivencia. Supo deshacerse a tiempo de la Banda de los Cuatro, maoístas radicales que entorpecían las reformas económicas, pero también se dio cuenta de que su supervivencia como casta estaba ligada a un rígido y estricto sistema de control del proceso de acumulación de capital, de canalización de las inversiones multinacionales. La burocracia soviética emprendió un camino distinto. Consciente, al igual que la nomenklatura china, de que su supervivencia se supeditaba a las reformas, se lanzó al abismo de emprender una oleada de reformas sin control que acabó haciendo saltar por los aires a la misma Nomenklatura (léase PCUS) que, desprovista de su identidad ideo-institucional, necesita reconvertirse al hiper-nacionalismo en unos casos, a las mafias organizadas en otros. La Iglesia Vaticana es otra organización situada al borde del agotamiento histórico. Sin duda, el proceso de reformas iniciadas con ocasión del Concilio Vaticano II, de no haber sido frenado anticipadamente por Pablo VI, pudiera haber acarreado una sucesión de acontecimientos en cadena que hubieran haber hecho saltar la organización en mil pedazos. La actual resistencia de la Cúpula Vaticana a las Teologías de la Liberación y demás movimientos de índole mesiánica que se han creado en los medios católicos del tercer mundo hay que interpretarla como un requerimiento mínimo de la organización para garantizar su supervivencia. La flexibilidad es el mayor enemigo de los sistemas esclerotizados.


El agotamiento histórico resulta directamente perceptible bajo sistemas cerrados, rígidos, autárquicos y de poder unipersonal. La flexibilidad social y su correlativa capacidad adaptativa se presenta más bien como una garantía de permanencia. Nuestra generación ha conocido la caída de regímenes víctimas de la esclerosos y del agotamiento histórico: la dictadura portuguesa, la dictadura franquista y, finalmente, las dictaduras del Este de Europa (URSS y satélites). Pero estamos hablando de nuestra época, de esta contemporaneidad encendida por ese sistema socio-económico que empezó a apuntar ya en el siglo XV, a descollar en el siglo XVIII, a imponerse en el siglo XIX y a implantarse universalmente en el siglo XX. En el caldo y aledaños de ese sistema, de esa nueva constelación histórica, como complementarios y al mismo tiempo como antagonistas, han surgido los fascismos y los stalinismos. Parecidos pero distintos, lanzados igualmente por esa impronta del progreso y de la innovación tecnológica, han sido los efímeros competidores de este sistema. Al fin y al cabo, todos son herederos del idealismo alemán: Hegel, Kant, Fichte, Schopenhauer. Las ideologías políticas de los siglos XIX y XX, ya se trate del liberalismo, del conservadurismo, del democratismo, del socialismo, del comunismo, del nacionalismo así como de los distintos fascismos, pertenecen a una misma estirpe y giran, como satélites, en torno a esa constelación burguesa24 que las hizo surgir. El sistema y sus alternativas forman un todo complejo poli-recursivo: el capitalismo se mira en el socialismo y viceversa, la democracia se mira en la dictadura y viceversa, el nacionalismo se mira en el imperialismo y viceversa... serían, por tanto, los múltiples polos de una misma relación inmanente. todos se implican y en ella están todos implicados. Nuestra paradigmatología política (oficialmente llamada Ciencia Política) los usa como las distintas barajas de un mismo juego de cartas: sus oposiciones y dicotomías acaban casi siempre acudiendo a los mismos referentes. Las alternativas acaban siendo generalmente alternativas sistémicas


La nueva constelación histórica ha creado su nuevo tiempo histórico, un tiempo histórico que ha imprimido su propia velocidad de marcha a todos los acontecimientos. Víctimas de esa aceleración han sucumbido los sistemas rígidos aledaños a esta constelación, los fascismos y los stalinismos. En esta contextualización, la rigidez deviene rápidamente esclerosis. Pero conocemos casos históricos, situados en constelaciones históricas distintas, en los que la rigidez de un sistema ha sido la que ha garantizado su permanencia y estabilidad a largo plazo. Las dinastías chinas, que permanecieron incólumes durante milenios, establecieron sus propios engranajes de reajuste, sus propios mecanismos de compensación que les garantizarían estabilidad a largo plazo. Los periodos prolongados de mandarinato abocaban a la crisis. Dicha crisis venía provocada generalmente por un incremento de la rapacidad extractora de recursos, por encima incluso de las posibilidades de la producción física, puesta de manifiesto por las castas gobernantes. El atesoramiento ilimitado olvidaba la necesaria inversión que posibilitara la reproducción del sistema: el drenaje de los canales, la reparación de las presas, etc. Ello generaba periodos de hambruna y las consiguientes revueltas entre la población. Pero jamás se barajó la alternativa revolucionaria. El reajuste casi siempre tenía lugar desde el mismo momento en que las clases gobernantes tomaban las riendas de la nueva situación, empleando sus recursos en la conservación y ampliación de las infraestructuras, de los sistemas de irrigación, reduciendo su voracidad acaparadora a límites razonables, los necesarios para la reproducción del sistema. El propio sistema se encargaba de (re)establecer sus propios mecanismos de reajuste renunciando a la intensidad extractiva de recursos en aras de la reproducción de las condiciones que garantizaran su viabilidad a largo plazo. De forma análoga, los gobernantes de las potencias capitalistas adoptan políticas económicas de reajuste consistentes en la reducción del déficit público, la incentivación de la austeridad, el fomento de la inversión, etc.


Los despotismos hidráulicos permanecieron durante milenios. Tenemos ejemplos palpables en la India o China. Nada se oponía a que prosiguieran adelante otros miles de años más, su decadencia no dependía ni del agotamiento histórico de los sistemas ni del surgimiento en su interior de unas relaciones de producción superiores, ni de la lucha de clases. Las guerras externas, más que destruírlos, fortalecían su identidad provocando una movilización de recursos y de la población sin precedentes. La creación de ejércitos permanentes ampliaba las posibilidades represivas de los sistemas, hacía más urgente aún la ampliación de su capacidad extractiva de recursos para mantener a una cada vez más amplia casta militar-sacerdotal-burocrática y servía como estímulo para acometer más gigantescas obras públicas. Así, para aislar a China de los invasores mongoles, se construyó la Gran Muralla China, una de las obras arquitectónicas más impresionantes de todos los tiempos.


Pero la Historia no solo ha conocido periodos de estancamiento de formaciones sociales relativamente complejas. Ha conocido también su completo desmoronamiento, su extinción, su regreso a las formas primitivas anteriores sin que ello signifique que les debiera esperar en el umbral unas formas superiores. Los Mayas del Yucatán o los Anasazis del Cañón del Chaco construyeron civilizaciones que fueron reducidas a la nada con anterioridad a la dominación española por su propia dinámica, sin que agente patógeno alguno interviniera en su eliminación .

Enfocado el análisis histórico-social desde la perspectiva de la dinámica de los sistemas complejos, nos encontramos en condiciones de rechazar aquellos dogmas que con una persistencia contumaz se han incrustado en el estudio del desarrollo histórico-social. Los ejemplos aludidos, - civilizaciones Maya, Anasazi Tolteca y, tal vez, también Azteca de no haber sido aniquilada precipitadamente por la invasión española -, nos ponen de manifiesto que el dogma de la irreversibilidad de los fenómenos históricos no deja de ser más que un mito. La desintegración de un sistema agotado históricamente no tiene porqué implicar la culminación de una fase superior. Un sistema auto-situado en el límite del caos puede abocar tanto a una nueva situación de equilibrio dinámico más complejo como reducirse a la nada, a sus condiciones previas. Un mínimo factor distorsionante puede desencadenar todo un torbellino, una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. Los procesos sociales pueden ser efectivamente reversibles: de sistemas pre-estatales al neolítico, como en los casos anteriormente aludidos, de la civilización greco-romana a la barbarie medieval

 


 

La teoría de la revolución inevitable falla en este punto. Nada nos dice que revolución alguna sea inevitable (me remito a lo dicho en el primer capítulo). Los neo-despotismos asiáticos camuflados bajo la denominación de socialismo realmente existente hubieran podido, en el caso de haber ocupado una constelación histórica propia, sin interferencias de ningún tipo, haber solventado sus crisis acudiendo a sus propios mecanismos de reajuste. pero una serie de factores exógenos han precipitado su agotamiento histórico, como pueden ser la imposible emulación del capitalismo. La batalla tecnológica repercutía sobre esos sistemas de una forma bastante curiosa. Por un lado, una industria civil obsoleta, a cuarenta años de distancia de la de las potencias capitalistas, se compaginaba con una industria estatal de élite desarrollada en las esferas militar y espacial, mantenida a costa de un enorme coste social así como de una detracción masiva de recursos hacia esos ámbitos. Las ciudades de sabios (la ciudad del espacio, Novosibirsk, etc) edificadas en Siberia durante la era stalinista, kruscheviana y brezhneviana eran expresión palpable de esa tendencia de la Nomenklatura Soviética a implantar castas sacerdotales super-privilegiadas monopolizadoras del conocimiento científico que, aisladas por completo de la población, eran puestas al servicio de la industria de élite. El trabajo y la ciencia no solo no se unieron en un solo acto, tal y como pronosticara Marx, mas bien lo que se produjo fue una escisión más radical aún que la existente bajo los sistemas de economía capitalista. La caja de cristal en la que fueron encerradas las élites del mundo de la ciencia, del arte, del deporte, etc se proyectaba al mismo tiempo como escaparate internacional del Régimen.

La vitalidad del capitalismo se ha puesto a prueba de todo pronóstico. Este sistema económico ha puesto de manifiesto una capacidad de innovación tecnológica imposible de emular por cualquier otro sistema de la Tierra. El conflicto no agota al capitalismo. Muy por el contrario, lo estimula. La crisis ajusta sus engranajes, la competencia lo activa, la lucha de clases lo consolida y fortalece. Nos da la impresión de hallarnos ante un sistema indestructible. Ha salido victorioso de dos guerras mundiales y de una guerra fría. Elástico como ninguno, se adapta a las condiciones más adversas. A la crisis de la energía desatada en el 1973 tras la Guerra del Yon Kipur respondió con la innovación tecnológica. Por donde quiera que vaya implanta la religión del Progreso, un género de culto supersticioso a la capacidad de innovación ilimitada, al desarrollo de las fuerzas productivas proyectado hacia el infinito.


El deseo de predecirlo todo, de someterlo todo a control, nacido del espíritu renacentista, alcanza el paroxismo bajo las filosofías racionalistas y empiristas del siglo XVII (Descartes, Leibniz, Hume, Bacon...). hijos naturales del nuevo paradigma serán las filosofías decimonónicas, el positivismo, el marxismo y todas las variantes del culto al progreso. Ese optimismo cientificista desenfrenado, a la par que azotaba a las religiones tradicionales y a los mitos se iba impregnando de un nuevo espíritu mítico y religioso. ¿Qué sucedió realmente? parece ser que ese mismo impulso desenfrenado hacia la búsqueda del control, de conocimiento proyectado hacia lo absoluto, acaba traicionándose a si mismo en tanto que escultor de mitos. Si nos detenemos un poco, advertiremos que en bajo el pensamiento mágico y mitológico descansa esa pulsión por el conocimiento y el control ilimitado, ese deseo de adivinar el pasado, interpretar el presente y predecir el futuro que ha encadenado a las ciencias clásicas25. Sin embargo, estas últimas décadas han conocido un avance revolucionario. No me estoy refiriendo a la acumulación o a la ampliación de conocimientos (aunque ello esté en su base misma) sino al cambio de paradigma. Ya en el siglo XIX el físico francés Henri Poincaré empezó a desbancar a Newton al introducir en sus cálculos la complejidad y la incertidumbre, la no linealidad así como a edificar una incipiente teoría del caos. Cuando en la física, ciencia madre por excelencia (por su exactitud matemática) de la predicción y la certidumbre empezaba a apuntar el caos y la incertidumbre (no olvidemos que el principio de incertidumbre fue formulado inicialmente por los padres de la mecánica cuántica), poco ámbito de predicción y determinación podía quedar para aquellas ciencias cuya complejidad hacía imposible contar con el más mínimo margen de predicción, tal y como es el caso de las ciencias biológicas y sociales. El paradigma de simplificación y de razón suficiente decididamente ya no sirve a las ciencias modernas.


7. UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PAPEL DE LOS NÚCLEOS Y DE LA PERIFERIA EN LA HISTORIA BIOLÓGICA Y SOCIAL


La Historia nos cuenta, sin lugar a dudas, lo que fué. Sin embargo, a medida que nos va narrando lo que fué, nos va informando de lo que pudo ser. Las crónicas históricas nos señalan una única línea sucesoria de acontecimientos dispuesta en una sola dirección. Las consecuencias de cada hecho se perciben, desde nuestro tiempo, como perfectamente lógicas y necesarias.


La teoría desnuclearizada de la Historia y de la Revolución aquí propuesta no aspira en modo alguno a enunciar sistemas de leyes históricas por las que se hayan de regir los procesos sociales. Se ha basado, más bien, en la simple constatación empírica de determinados fenómenos. Constatación esta que, no obstante, refuta de plano la línea de investigación seguida por las distintas escuelas historicistas enumeradas anteriormente. Sin embargo, y esta es su diferencia más significativa con respecto a las antiguas leyes de hierro de la naturaleza y de la historia, no aspira a constituirse en sistema de legalidad universal ni a predecir el futuro con arreglo a los antiguos paradigmas racionalistas-mecanicistas-deterministas. Se instala plenamente en la incertidumbre.


El historiador vulgar tiene una marcada tendencia a despreciar los márgenes por lo insignificantes e irrelevantes que resultan para todo sistema. Pero en muchas ocasiones son esos mismos márgenes, despreciables e insignificantes, los que deciden el futuro de la Historia. Y no precisamente. por su potencial aniquilador de la realidad presente. La insignificancia puede llegar a ser significante. La Historia Natural nos habla de dos grandes periodos de explosión de nuevas especies: el Cámbrico, caracterizado por una variedad de temas desconocida en las restantes eras, y el Jurásico, con el despliegue de los grandes saurios. La gran extinción del Pérmico daría al traste con los múltiples temas desarrollados por los seres pluricelulares hasta reducirlos a una treintena. La extinción del Cretáceo eliminaría el mundo de los grandes saurios. Por otra parte, los cordados del Cámbrico, en concreto, los del género bautizado como Pikaia, no destacaban precisamente por ser predominantes. Ocupaban un espacio ecológico bastante marginal. Bastó un solo movimiento en el juego de la ruleta de la vida para que quedaran segados los potenciales competidores de los antepasados de los peces. Los diminutos e insignificantes mamíferos del terciario, por su parte, tampoco tenían mucho que hacer frente a los grandes saurios, ocupantes de todo el ecosistema. De no haberse producido la gran extinción cretácea, hubieran quedado recluidos a sus ámbitos marginales como pequeñas musarañas nocturnas ocupantes de zonas agrestes. Esos despreciables e insignificantes márgenes acabarían adueñándose de sus respectivos ecosistemas. No por su poder competitivo ni por su superioridad orgánica, más bien por un golpe del destino.


Si consideráramos la resistencia a las extinciones como un factor de superioridad biológica obtendríamos que los seres superiores no son los mamíferos, con una presencia de unos escasos cien millones de años, sino las bacterias, con sus tres mil quinientos millones de años de permanencia en la superficie de la Tierra, y los artrópodos y, entre estos los insectos, subsistentes durante seiscientos millones de años. La especie humana, considerada como la culminación de la evolución biológica, abandonará la Tierra un día (bastante próximo en la escala del tiempo geológico) mientras que permanecerán en ella las bacterias y los insectos, los auténticos terrícolas del pasado y también del futuro26. Y seguramente cuando los insectos hayan abandonado el planeta permanecerán en el las bacterias, los auténticos herederos de la Tierra. Los mismos teloneros del escenario de la vida serán, posiblemente, los encargados de cerrar el telón como sus únicos protagonistas supervivientes antes de que el Sol abrase a la Tierra, cuando, dentro de cinco mil millones de años, la vida se extinga totalmente de nuestro planeta. Se cerrará el ciclo de la vida, pero esta vez al revés. La universal línea de desarrollo de lo simple a lo complejo cantada por los apologetas del progreso y de la dialéctica de la naturaleza se invertirá esta vez como un desarrollo de lo complejo a lo simple. El segundo principio de la termodinámica esperará agazapado al tan aplaudido final de la historia. La última clase que acabará con todas las clases no será precisamente la de los relucientes proletarios, sino la de unas criaturas unicelulares bastante primitivas, por cierto.


Tampoco es satisfactoria la explicación que atribuye esa presunta superioridad de los mamíferos sobre los saurios a su sistema de regulación de la temperatura, a la homeotermia. Recientes descubrimientos paleontológicos atestiguan que algunas especies de dinosaurios desarrollaron la homeotermia sin que esa ventaja evolutiva los salvara de la extinción. Actualmente se piensa que la cobertura de plumaje brotó de los grandes saurios como una forma evolucionada de las escamas, como el medio más idóneo de mantener el calor irradiado desde dentro27. Las grandes extinciones siegan especies enteras. No es aquí aplicable la teoría del árbol que se ramifica y diversifica. Ninguna especie está a salvo de la extinción. Parece ser que son los animales de pequeño tamaño los que cuentan con más probabilidades de supervivencia28. Un organismo grande como el de los Diplococos o el de los Brontosaurios es más costoso de mantener y, por lo tanto, más sensible a las variaciones drásticas de temperatura y a la consiguiente reducción y variación de las fuentes de alimentación. No es de extrañar que en la actualidad sean los mamíferos gigantes, las ballenas, los elefantes y los rinocerontes, los más amenazados por la llamada sexta extinción ( la extinción holocénica) provocada por el factor humano. La presión de un cambio brusco en las condiciones medioambientales la soportan mejor las especies pequeñas así como aquellas cuyo nivel de dispersión geográfica les permita subsistir al cataclismo.


La biología y paleontología modernas han puesto de manifiesto las grandes fallas del darwinismo clásico. La evolución gradual, la competencia entre especies, la diversificación y ramificación crecientes, no fueron confirmados por el registro fósil. Darwin pensó que el problema radicaba en la insuficiencia de datos del registro fósil. Ahora lo que se piensa es, más bien, en la insuficiencia del darwinismo clásico.



La ocupación del núcleo por la periferia ha sido siempre el resultado de una afortunada combinación entre azar y oportunismo (o, dicho con otras palabras, de la relación catástrofe-supervivencia). No se produjo combate alguno entre vertebrados e invertebrados ni entre saurios y mamíferos. Para la mayoría de los círculos científicos, la hipótesis de los mamíferos comedores de huevos de dinosaurios resulta hoy en día altamente irrisoria, pero era preciso demostrar a toda costa que la superioridad de los mamíferos sobre los saurios se hubiera decidido en un campo de batalla librado entre uno y otro género.


La sucesión histórica de formas, sistemas y estructuras nunca está decidida de antemano. Sin ánimo de establecer leyes sucesorias, podríamos identificar estos procesos como el resultado de un juego de implicaciones múltiples de distintos factores, internos y externos, sin que podamos asegurar cual es el que juega el papel determinante:


1.- El agotamiento histórico, ya referido en el epígrafe anterior, se puede definir como aquel grado de resistencia, ora del sistema, ora de la especie, que lo hace vulnerable a la intervención de un agente externo imprevisto. La imposibilidad de absorción del contratiempo acaba desmoronando a un sistema ya de por sí rígido e inflexible. Un edificio ruinoso puede venirse abajo bien por la simple acción de la ley de la gravedad (factores internos) o por un pequeño terremoto, un vendaval o un diluvio. El agente externo, en este segundo caso, contribuirá, antes que nada, a la anticipación de las consecuencias de un proceso puramente interno. Por ejemplo, las poblaciones de gorilas de montaña, concentradas en escasos núcleos, ya habían emprendido un proceso de extinción con anterioridad a la intervención humana. La acción del hombre, en este caso, a lo que está contribuyendo es a la aceleración de un proceso ya de por sí irreversible. Las poblaciones de gorilas de montaña de Ruanda o las de bonobos del Zaire acabarían, tarde o temprano, corriendo la misma suerte que las de los parantropus u otras especies de homínidos del pleistoceno. Tampoco era muy brillante el porvenir que esperaba a las ballenas azules, ni al oso cántabro. Pero el hombre se topa de vez en cuando ante especies invencibles. Libra batallas a muerte contra especies tan invulnerables como las ratas, las cucarachas y los mosquitos, contra el pulgón, contra las plagas, contra el VIH, y, sin embargo, no parece muy cercano que se diga el día de su extinción. La vitalidad de las especies expansivas se pone de manifiesto a pesar incluso de la acción deliberada del hombre encaminada a exterminarlas. El hombre podrá reducir drásticamente la biodiversidad, pero no la vida planetaria y, con toda seguridad, sus competidores biológicos acabarán ganando la batalla.


Las sociedades humanas, como los ecosistemas, o como las especies animales y vegetales, también pueden acabar agotándose históricamente sin que en su interior nazca instancia o alternativa alguna abolidora-superadora. Podemos afirmar que la Aufhebung hegeliana (superación que conserva lo superado) escasas veces interviene en la Historia.


. esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social,29


Nuevamente acudimos a las bases del Materialismo Histórico y, en concreto, a este párrafo, origen de tantas vulgatas sobre el desarrollo de la sociedad. La falacia de las épocas progresivas de la formación social económica llegó a convertirse en un auténtico dogma de fe entre sus partidarios. Hasta tal punto que, en un alarde de eurocentrismo, las sucesión de formas sociales (progresivas) habidas en occidente, adquirió la categoría de modelo universal de desarrollo social. Parecía carecer de importancia que formaciones sociales como la India, Egipcia, China o Incaica desconocieran la etapa del llamado “Modo de Producción Esclavista” o que la existencia del feudalismo como tal hubiera quedado restringida a determinadas áreas de Europa Occidental, entre las que la Península Ibérica, por cierto, no queda incluida. Los estructuralistas franceses, con Louis Althusser a la cabeza, llegaron al colmo de los colmos a la hora de establecer modelos de estudio y de análisis social en los que se separaban radicalmente las formas abstractas, los llamados modos de producción, como formas puras e ideales de las sociedades concretas, las formaciones sociales. Había que encontrar a toda costa el modo de encontrar tales modelos abstractos, aunque fuera superpuestos los unos a los otros. El hilo conductor de la interpretación y estudio de la historia había de pasar forzosamente por la superposición de esas categorías ideales platónicas sobre todos los objetos concretos de estudio. Ese era el método histórico científico. El positivismo y el empirismo, la excesiva recopilación de datos, muchos de los cuales entrañaban el riesgo de poner en la picota las tesis centrales del sistema, eran recusados por su origen idealista y burgués por cuanto que obviaban los necesarios procesos de abstracción sobre los que se articula la producción teórica científica . La radical imposibilidad de aplicar el lecho de Procusto a todos los sistemas sociales dio lugar a que de nuevo se apelara a la dialéctica para distinguirla del mecanicismo. Aún así, el problema de fondo permanecía sin ser resuelto.


En mi trabajo Hacia una Síntesis Antropológica... argüía críticamente sobre el enfoque marxista en el siguiente sentido:


Esta ha sido una constante no solo de la historia social, sino de la misma historia biológica del Planeta Tierra: hace 65 millones de años, unas pequeñas musarañas situadas al margen del ecosistema acaban desplazando a los grandes saurios. El inicio de la cultura no se encuentra en el centro de la evolución de los primeros homínidos, sino en el margen de su existencia cotidiana; a propósito de lo que se dijo sobre el empleo de utensilios por los chimpancés salvajes, que se sirven de la técnica no como medio fundamental de existencia, sino para asegurarse aportes nutritivos extraordinarios. La pesca de termitas, por sí sola, no garantiza toda la alimentación que necesita un chimpancé y, dado el carácter de bocado exquisito que tiene para este antropoide la degustación de dicho insecto, a lo que se limita es a matar el tiempo y entretenerse a la par que observa como las termitas se adhieren al tallito, exactamente igual que un pescador aficionado, que usa la caña como un pretexto para descansar, relajarse y entretenerse. Tampoco el origen de la burguesía se encuentra en el centro del régimen de servidumbre, sino en el margen económico del sistema. Da la impresión de que Marx se ha trazado un esquema de cambio y superación del Modo de Producción Capitalista a partir de sus propias contradicciones y sus propios agentes económicos y de ahí lo ha aplicado a los sistemas de evolución y cambio que habría de corresponder a las formaciones sociales previas al capitalismo. La Revolución no tiene valor de principio universal. En la era antigua no ha habido revoluciones en el sentido moderno del término; ha habido, sin embargo, anexiones, invasiones o integraciones, desarrollos y desplazamientos. Podemos asegurar que el sistema esclavista greco-romano no sucumbió por sus propias contradicciones internas, más bien fué paulatinamente integrado y asimilado por los ocupantes bárbaros. ¿en base a qué criterio objetivo se puede asegurar que sea “superior” el Modo de Producción Feudal a los sistemas esclavistas de la antigüedad?. Nada nos dice que el feudalismo sea más productivo que el esclavismo ni que las relaciones sociales del primero sean superiores al segundo. El gran escollo de la historia es su enfoque evolucionista conforme a las categorías del progreso. El mismo Marx tuvo que deshacerse más tarde de este punto de vista al descubrir que en las formaciones sociales asiáticas no había garantía de cambio o transformación por factores puramente internos, lo cual trastocaba lo expuesto en el prefacio de 1859. El milenario imperio chino pudo durar otros miles de años más sin que sus contradicciones internas, perfectamente reguladas y asimiladas, le conminasen por pura legalidad histórica a sustituir las viejas relaciones de producción por otras nuevas.




FIN DE LA HISTORIA, FIN DEL ARTE, FIN DE LA POLÍTICA



Capciosa como pocas, la teleología es una de aquellas formas de pensamiento filosófico que mas peso han tenido en el desarrollo del pensamiento metafísico. La teleología impregna de intencionalidad, sentido y significado todo el Universo, ya se trate del Universo físico ya se trate del Universo biológico, ya se trate del Universo histórico. Un ánima mística impregna las cosas y les imprime una orientación y un fundamento. De la estructura ideal-proyectiva del intelecto humano se desprende la necesidad universal de una estructura ideal-proyectiva universal. Fines y objetivos estarán presentes en todos los acontecimientos vistos como desencadenamientos de un orden racional de cosas tendentes a la satisfacción de esas necesidades animísticas de las que apriorísticamente se halla impregnada la Substancia. Los procesos


EL FINAL DE LAS IDEOLOGÍAS Y EL FINAL DE LA POLÍTICA


Las ideologías, en el sentido débil del término, definidas por Norberto Bobbio como


el genus, o una species variada definida, de los sistemas de creencias políticas: un conjunto de ideas y de valores concernientes al orden político que tienen la función de guiar los comportamientos políticos colectivos30


abocan a su fin. Eso, al menos, es lo que asegura un puñado de ideólogos de la tecnocracia neo-capitalista. En cierto modo tienen razón, pero solo en cierto modo. Se ha pronosticado un síntoma de una enfermedad, el secuestro de la política a manos precisamente de aquellos sistemas que en un acto de soberbia inmensa se auto-proclaman como democráticos.. El último tomo de una de esas voluminosas enciclopedias que venden hoy para decorar los salones y que cuentan con muchas láminas e ilustraciones y poco contenido lleva puesto precisamente este título, como la nota característica de la época contemporánea: el Final de las Ideologías31: Relata la historia del siglo XX, pero de haber sido escrito treinta años atrás jamás se les hubiera ocurrido caracterizar nuestra época con ese título. En el mundo de lo moderno las nomenclaturas son volubles y volátiles, caprichosas como este mismo mundo. Ningún nombre definidor que esta época se de a sí misma quedará para la historia, ni la era atómica, ni la era espacial, ni la era de la aldea global, ni siquiera la era la Información o de Internet (cuya influencia en nuestras vidas es y será muy superior a la que ejerció el átomo, hoy recusado por el movimiento antinuclear, o la carrera espacial, con independencia del sistema de telecomunicaciones vía satélite derivado de la misma).


La tecnocracia, por mucho que se quiera, nunca ha sido ni será la gobernanta ni la clase dominante. La tecnocracia es, todo lo más, un sistema de organización de la administración contemporánea caracterizada por el desarrollo tecno-científico, y por mucho que en variadas ocasiones se apodere de muchos sistemas de gobierno y gestión jamás se podrá constituir a sí misma como forma de gestión supra-ideológica. En la medida en que la tecnocracia, como cualquier otra forma de organización administrativa, lo que gobierna son instituciones, agregados culturales humanos, requerirá de sus propios instrumentos ideológicos. Y en la medida en que se le enfrenten en su periferia y en su interior sistemas de intereses opuestos o distintos que puedan cuestionar o hacer peligrar la jerarquía o la existencia misma institucional, se valdrá de unas ideologías legitimadoras que intentará implantar a las restantes mediante la lucha de ideas, mediante la lucha ideológica. Tal y como expuse en los primeros apartados de este ensayo, sin instituciones no hay ideologías y viceversa.


Diagnosticar el final de las ideologías equivale a algo así como a diagnosticar el final de la humanidad, algo que no sabemos si está o no aún lejano pero que, al menos, no está presente. Otra cosa muy distinta es pronosticar el final de las ideologías tal y como las hemos entendido hasta ahora, pero en tal caso el problema sería simplemente semántico.



Curioso proceso el del ciclo de la burguesía. La constelación burguesa, esa misma que inició su andadura por la Historia como impulsora del humanismo renacentista, que impuso el paradigma griego, que desligó el arte y el sentido de la percepción de lo estético del universo religioso al que estaba encadenado, que liberó la filosofía de la escolástica y de la religión para unirla nuevamente a su aliado natural, la ciencia, que desarrolló las ciencias naturales, que abrió las puertas al espacio de la política aniquilando las prebendas y los estamentos feudales, creando a los ciudadanos... esa misma constelación se está cerrando, y ha terminado por destruir sus creaciones iniciales: ha destruido el arte, ha destruido la política mediante un proceso de expropiación y profesionalización de lo político a favor de pequeñas oligarquías de políticos profesionales que ha acabado generando la apoliticidad, la apoliticidad del mismo político reconvertido en tecnócrata.


Deducir de este fenómeno de reificación descrito el necesario fin de las ideologías es todo un despropósito, una impostura en toda regla. No cabe la menor duda de que se ha cerrado el telón para ciertas épocas cargadas de un enorme colorido ideológico. La Guerra Civil Española fue toda una puesta en escena del combate ideológico en sus formas más acentuadas. A la sublevación de militares ultraderechistas aliados a la oligarquía y al clero respondió todo un movimiento donde confluía desde el anarcosindicalismo, el trotskismo, republicanos moderados, socialistas y comunistas stalinistas. En el bando republicano se produjo una guerra civil dentro de la guerra civil, donde las prioridades tácticas y estratégicas se enmarañaban en los distintos círculos ideológicos. La Iglesia y el clero fue igualmente arrastrada en bloque al torbellino ideológico, no había curas al margen ni curas en ambos bandos (salvo la excepción del País Vasco) como es muy común que suceda en Latinoamérica. Las ideologías extremas reproducían en cierto modo situaciones sociales extremas. El bando fascista, por su parte, supo unificar en bloque todas las aspiraciones de los distintos grupos reaccionarios que se sumaron a la revuelta. Desde los monárquicos tradicionalistas, borbónicos o carlistas, al minúsculo grupo de orientación fascista creado a la imagen y semejanza del fascismo italiano. Ese mismo colorido ideológico con diversos matices se reprodujo en los años sesenta. El mayo del 68 francés fue una explosión incontrolada de ideologías que se difuminó a los pocos meses.


Hoy nos encontramos ante un panorama distinto. Las fronteras entre las grandes ideologías concebidas durante el siglo XIX se hacen cada vez más difusas. Se habla insistentemente de un pensamiento único que se manifiesta en el común velo tecno-burocrático del que se recubre la práctica de los grandes partidos que se turnan en el poder. Han desaparecido los grandes crisoles ideológicos así como los proyectos radicales. Los Nuevos Movimientos Sociales muestran un miedo patológico hacia el poder, se niegan insistentemente a constituirse en partidos políticos por temor a quedar integrados y asimilados dentro de las estructuras del Estado. Sin embargo, no es necesario, pues de alguna u otra manera ya están plenamente integrados. El lenguaje oficial ha sabido integrar en el marco de ese pensamiento único tan cacareado las inquietudes ecologistas y feministas. El mundo comercial e industrial elabora sus producciones ideológicas al gusto de las nuevas inquietudes sociales: habremos visto ya cientos de películas donde los ecologistas y los defensores del medio ambiente son los buenos y los industriales sin escrúpulos los malos.


Sin embargo, no hace falta ser un lince para darse cuenta de hasta qué punto pueden llegar a ser absurdas e incongruentes determinadas cruzadas. En Estados Unidos existe un movimiento contra el tabaquismo sin precedentes en la historia, hasta tal punto que resulta más difícil fumarse un cigarrillo32 que adquirir en las tiendas un arma automática. Es alucinante ver una población tan ultrasensible al acoso sexual que llega hasta el ridículo de reglamentar los permisos y consentimientos de las pautas sexuales, tan sensible con el tema de la segregación racial que mediante esa idiotez a la que llaman lenguaje políticamente correcto evitan denominar negros a los negros para llamarles afroamericanos (mientras se les diga que en lugar de ser negros son afroamericanos se está evitando herir su sensibilidad, lo de menos es que entre la población negra se encuentren las mayores bolsas de pobreza, marginación, desempleo y forme el grueso de la población penitenciaria), sin embargo no muestra sensibilidad alguna, sino todo lo contrario, a la hora de aplicar la pena de muerte o de bombardear países tercermundistas. La estrategia del nuevo imperialismo no es la de militarizar a la población ni la de generar fanatismo en torno a ideales patrióticos y rimbombantes, eso es algo que ya pasó a la historia.


Lo cierto es que la política tal y como la hemos venido concibiendo se extingue. La apropiación de la instancia política es al mismo tiempo un proceso paulatino que se ha visto culminado en la sustitución de la ciudadanía. En mi anterior trabajo33 me referí al contrato político como un sistema de transferencia de la soberanía de las masas a los partidos políticos mediante el mecanismo de la emisión del voto, esto es, de renuncia y entrega del poder a favor de las instancias institucionales depositarias y acaparadoras del poder político. A la ciudadanía solo le queda la participación pasiva, y, en el mejor de los casos, el requerimiento de la activación de los cauces tutelares del Estado. Sin embargo, la moderna sociedad post-industrial, el capitalismo de los grandes medios de comunicación de masas, al igual que ha sucedido en el caso del arte, también ha sido pródigo en proveer a la sociedad de sucedáneos. No es fácil expropiar por las buenas sin dejar nada a cambio. Antes de quitar hay que saber sustituir... ¡y qué bien se ha conseguido! Las masas, expropiadas de la política, se les ha incautado, igualmente, de la más mínima cultura política, imprescindible cara a articular cualquier intervención política. La alta política, situada en el mundo del espectáculo, se percibe como algo lejano donde grandes parcelas del poder pertenecen al secreto (el secreto de Estado), se desconocen los términos de las deliberaciones de los Consejos de Ministros, los términos de las negociaciones entre las cúpulas de los distintos partidos políticos, de los Jefes de Estado, los movimientos de la diplomacia, etc. el público solo se entera de aquello que interesa que se entere. Lo demás son carteles electorales, cabezas de cartel, congresos de los partidos, Misas Solemnes, donde todo ha sido previamente decidido, etc.


EL FIN DEL ARTE


En cierto modo, estamos en una época de finales. Arnold Hauser se pregunta con cierta inquietud ¿Estamos ante el fin del Arte?.34 Y vemos que la Historia del Arte de los últimos cien años ha sido la historia de un suicidio: de matar la música se encargó la escuela dodecafónica de Schoenberg, Webern y Alban Berg, por un lado y Stravinski y Bártok por otro, de la pintura se encargarían impresionistas y post-impresionistas Van Gogh, Picasso, Chagall, Matisse, Kandinsky, a la arquitectura artística sucede la arquitectura funcional. No solo en el campo del arte, también se apunta a un suicidio en el campo de la filosofía: Heidegger, Kierkegaard, Sartre, y de la literatura. Los sucesores de Bach, Händel, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms han muerto, los sucesores de Tiziano, Botticcelli, Velázquez y Goya han desaparecido por completo. Nuestro siglo XX se ha encomendado la tarea de cerrar y poner fin a ese proceso que se abrió en la Italia del Trecento. Pareciera como si la sociedad tecnológica surgida de la llamada Tercera Revolución Industrial fuese incompatible con la producción puramente artística, como si el proceso que en sus comienzos generó al artista como creador de representaciones y transmisor de emociones mediante el goce estético hubiera de culminar irremisiblemente.


La estructura de la mercancía ha acabado por fin imponiendo su lógica implacable. Se ha apoderado por completo de todos los dominios de la actividad y realidad humana. La moderna sociedad capitalista industrial, por otra parte, ya ha puesto en marcha unos gigantescos sistemas de supeditación de las zonas de actividad lúdica y los ámbitos de percepción del placer estético a las estructuras del consumo organizado que ha acabado deglutiéndolo todo por completo. Se ha sumido y a su vez incorporado el abanico de las formas de percibir, emocionarse y sentir a un meta-sistema de significaciones y representaciones. Tecnología y espectáculo devoran el principio del placer para incorporarlo a productos fabricados de consumo rápido, de usar y tirar como las cuchillas de afeitar, los envases no retornables y la ropa que deja de estar de moda. Fabrican cantantes Rock violentos y convulsivos o cantantes románticos cuyas tonadillas tienen la misma duración y estructura argumental de un orgasmo35 y su duración viene a ser la misma de la de un cigarrillo o de un tanque de cerveza. Todo este género de producciones seudo-estéticas, supeditadas como lo están a los engranajes de la producción y el consumo a escala industrial, se incorporan a un complejo sistema de consumo inducido que parte de un perfecto conocimiento de las pulsiones emocionales del individuo y de sus niveles de secreción hormonal, sirviendo directamente como catalizadores. Es a ese género musical al que hace referencia Umberto Eco con el nombre de música gastronómica36, aunque también hubieran cabido otro género de calificativos, alusivos igualmente a ese género de artículos de consumo que se incorporan como sucedáneos de una necesidad: productos manufacturados a los que podríamos llamar música basura (por analogía a la comida-basura de las gigantescas cadenas de hamburgueserías norteamericanas o a los programas de tele-basura). Se trataría de un subproducto mas de la era tecnológica, o bien, de un claro exponente de como repercute la tecnología en la destrucción del arte. Los cantantes melódicos pop suplen su escasa voz y su inexistente educación musical con gigantescos equipos de megafonía. El micrófono es el gran aliado del cantante pop. Su producción está ligada directamente a la grabación, es decir, al mercado discográfico.


Las antiguas artes plásticas han sido sustituidas por el diseño publicitario como sistema de transmisión de señales y signos (Toulouse-Lautrec fue en cierto modo un precursor y el mediocre Andy Warholl un seguidor) Mientras que quienes a sí mismos se asignan el papel de sucesores del arte clásico se encajonan junto a ínfimas elites para proseguir con un suicidio ya consumado. Compositores como Stockhausen se encierran con sus aparatos electrónicos para fabricar ruido, otros ya no saben que hacer, si ponerse a saltar encima de los pianos o arrancar las cuerdas a los violines, otros, como Penderecki, que en su Elegía dedicada a las víctimas de Hiroshima imita el sonido de un avión, de una bomba al caer por el aire y del impacto de la bomba atómica, como si la función de la música fuera la de repetir o reproducir los sonidos reales37, música concreta, música aleatoria y estocástica, todo un paseo hacia la nada, pintores como Miró que dibujan puntos, rayas y redondeles de colores chillones con una escoba, otros como Tapies cuya obra es un alarde a la excentricidad, otros que arrojan al lienzo plastas de pintura para ver como queda, y hasta los que usan para pintar mierda de elefante. Los vanguardistas son el aislamiento de si mismos, rodeados como están de reducidos grupos de snobs que compiten entre sí por la estulticia. Comercio, fetichismo de la mercancía, fetichismo de la obra de arte se comen entre sí (los buitres que rodearon a Dalí durante sus últimos años son todo un exponente). La arquitectura, la pintura, la escultura y la música como artes han muerto. A los excéntricos vanguardistas tan sólo les queda rebañar en la carroña de un cadáver en franca descomposición. Un callejón sin salida al que nos ha abocado irremisiblemente la llamada sociedad post-industrial, un sistema que ha suplido y suplantado funciones por doquier, que ha transferido el compendio de significaciones y emotividades humanas a la estructura de la mercancía sociedad El paradigma del arte de nuestra era yo lo situaría en el campo del spot publicitario y del diseño industrial.


Hablando del caso de la pintura, podemos decir que desde que se inventó la fotografía su funcionalidad se ha ido desplazando paulatinamente. El realismo que comenzaron a desarrollar los pintores renacentistas, ya desde que se iniciara en Toscana el uso de la perspectiva, en sustitución de la iconografía y la simbología características del arte medieval, y que, de uno u otro modo, ha acaparado las distintas escuelas pictóricas desde el siglo XV hasta el siglo XIX, había unido en una síntesis indisoluble el elemento funcional y el elemento artístico. En todo caso, no podemos considerar el retratismo como un antecedente de la fotografía por muy similares que fueran las funciones que cumplía. La fotografía desplazó el arte pictórico funcional o los elementos funcionales del arte pictórico, generando una dispersión de escuelas buscadoras del arte puro que ha llegado hasta nuestros días. Aunque para ser justos, no se le puede negar a la fotografía sus posibilidades artísticas y estéticas. La misma búsqueda de un encuadre adecuado, del tipo de iluminación así como de la expresión transfieren la sensibilidad del fotógrafo al objeto captado. El realismo, hablando con propiedad, nunca ha sido tal realismo. Desde el mismo momento en que el ojo del pintor se sitúa en un único punto al que convergen todos los objetos como si del centro del mundo se tratara, lo que se está transcribiendo es la información, percibida o escogida, desde un único ángulo del espacio. Las primeras vanguardias, conscientes de que la tecnología era capaz de desplazar el realismo y el detallismo, tratarán de volcar la función del arte. La variable del impresionismo denominada puntillismo (Seurat, Signac) descubre la relación directa entre arte y estructuras de la percepción y en esa dirección encomienda al sujeto perceptor la tarea de terminar la obra de arte. Hizo que los puntos de colores puros distribuidos por el lienzo se mezclaran en la retina del espectador, que el mismo ojo se encargara de mezclar los colores, que las formas lejanas ligeramente apuntadas fueran intuidas. Si el impresionismo explota las posibilidades artísticas en el plano subjetivo, otros pintores dirigirán su obra hacia lo extrasensorial, hacia el plano objetivo propiamente dicho. Se lucha contra el imperio de las formas, incluso para desviar las posibilidades expresivas del arte pictórico a costa de jugar con los colores



En cierto modo, se han visto cumplidos los pronósticos de Marx y de los utópicos sobre la incorporación de los dominios de lo político y de la creación literaria, artística y estética al mundo de la economía y de lo utilitario. Vuelve la síntesis utilidad funcional/ utilidad estética que caracterizaba al mundo antiguo: la vasija, el plato, el jarrón y el puñal decorados y pintados con motivos estéticos característicos del arte neolítico (quién dice que no es artístico y funcional a un mismo tiempo el fresco románico con el que los artistas medievales decoraban sus iglesias?) Los podemos encontrar de nuevo en el campo del diseño industrial: los automóviles último modelo, con las formas redondeadas alternándose con las formas cuadradas, las pasarelas de la alta costura, etc. Eso en cuanto a sus caracteres formales. Pero hay más. Las palabras artesano y artista tienen la misma raíz etimológica, incluso una serie de connotaciones comunes, pues una y otra aluden igualmente al esfuerzo y a la destreza manual, al pulso, a la creatividad y al sentido de las proporciones. Se considera un tramposo al copista, al pintor que en lugar de dibujar un paisaje o un retrato frente a frente se limita a capturar la imagen con una cámara fotográfica y a proyectar la diapositiva sobre el lienzo para marcar los trazos. Y no hablemos de quienes se valen de sofisticados programas informáticos para generar su arte. A la par de la invención de los relojes con un mecanismo de cuerda se inventaban las cajitas de música y las pianolas. Los antiguos no otorgaban ningún valor artístico a tales reproducciones: la reproducción de una melodía de forma uniforme y mecánica, desprovista de intensidades y de emoción. Cuando se valora la interpretación de un pianista, incluso la de un cantante de ópera, se separan dos aspectos: el técnico y el expresivo. Se suele decir que este cantante domina la técnica a la perfección, pero es frío como un témpano. También se alude a un concepto parecido en el mundo del flamenco y del cante jondo cuando se dice que este cantaor tiene duende. La capacidad del arte de imprimir y transmitir la emoción humana es lo que se hecha de menos en la máquina. El virtuoso convierte el violín o el piano en una prolongación de su alma, instrumentos que en sus manos no solo se limitan a despedir frías notas, sino unas vibraciones que sobrecogen al receptor, le hacen descargar adrenalina, le erizan el vello, le estimulan la secreción de las glándulas lacrimales y que al final lo pone en pié y lo hace aplaudir hasta la extenuación. El artista es, en el fondo, un comunicador que se vale de un artilugio para transmitir y transferir su sensibilidad. El lenguaje artístico es un lenguaje analógico, expresa en formas y en representaciones plásticas y sonoras aquello que no es posible codificar en el lenguaje hablado o escrito. Por dicha razón el arte no puede ser descriptivo sino emotivo. No habla ni trata sobre las sensaciones porque lo que hace es transmitir dichas sensaciones.


Se suele apuntar a la tecno-ciencia como a la gran causante del fin del arte. No lo veo de ese modo. Como hemos visto más arriba a propósito de la relación entre fotografía y pintura, la primera reacción de las escuelas artísticas fue la de liberarse de la representación óptica de la realidad. Picasso decía: “Yo pinto los objetos como los pienso, no como los veo”, y Braque, que “los sentidos deforman, el espíritu forma”. Se consumó la desfuncionalización del arte pictórico, y sucedió algo realmente extraño. La música, cuyo lenguaje y estructura no está ligado en modo alguno a la representación y evocación de objetos situados espacialmente como sucede con la pintura y que había desarrollado un lenguaje distinto, en un extraño movimiento de imitación, siguió a las escuelas pictóricas. Claude Debussy creó su propia escuela musical impresionista, seguido por Fauré y Ravel en Francia y por Turina aquí en España. Debussy intenta fabricar a toda costa una música pictórica y descriptiva, quiere pintar musicalmente El Mar, el agua, la siesta de un fauno y el martirio de San Sebastián.


El fenómeno descrito está más ligado a la estructura del capital y de la mercancía que a la tecno ciencia propiamente dicha o, expresado en otros términos, a la tecno-ciencia como estructura generada, incorporada y sometida a la lógica del capital y de la mercancía. Se le suele atribuir a la burguesía un papel histórico decisivo en la configuración del arte como tal. Desde el humanismo renacentista hasta el romanticismo del diecinueve vemos como ha nacido el arte como esfera propia, como ha surgido toda una legión de grandes músicos, pintores, escultores y literatos. Toda una Revolución en la estética donde cientos de campos de creación y producción artística se expandieron en un proceso que no ha conocido más precedente que el de la antigüedad clásica. El arte fue durante todo ese periodo una contínua búsqueda de la expresión, una exploración obsesiva de las nuevas posibilidades de manifestación artística. A las épocas y a los periodos se sucedían los estilos.


La época actual, con su despliegue masivo de las telecomunicaciones, debía, por lógica, ser una época de transmisión y difusión sin precedentes de los contenidos comunicativos y estéticos de la obra de arte. Para los antiguos el acceso a la pintura y a la música estaba restringido a los museos y a las salas de conciertos. Hoy día el público puede ver y escuchar desde su propia casa sin necesidad de realizar desplazamientos complementarios. Sin necesidad de ir al Museo del Louvre de Paris se puede contemplar La Gioconda, la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia, sin necesidad de acudir a los festivales de Bayreuth se puede escuchar, ver y oír la Tetralogía de Wagner, tampoco es necesario presenciar los festivales de Salzburgo para escuchar a Mozart. Sin embargo, el proceso ha sido inverso. La super-especialización de la producción


La primera gran variación que introduce la época moderna en cuanto a la producción y reproducción de artistas es la que se refiere a la variación de las instituciones bajo las que fueron acogidos: de las formas semi-feudales renacentistas caracterizadas por la institución de la servidumbre y el mecenazgo, a la mercantilización directa de su actividad mediante el sistema de compra de obras por encargo hasta la emancipación en precario del artista mediante la bohemia, como formas más características de los últimos siglos, se ha llegado a una etapa de industrialización del arte. Los artistas que en un comienzo fueron vasallos de los reyes y los papas cuando no estaban ligados directamente a la institución del mecenazgo (Miguel Ángel fue siervo y súbdito del papa Sixto, Bach fue organista en Mühlhausen y en Weimar, maestro de capilla de del príncipe Leopoldo de Köthen, Mozart trabajó al servicio del príncipe arzobispo Colloredo y del emperador José II de Austria, Velázquez y Goya fueron pintores de la Casa Real Española, el primero de los Austrias, el segundo de los Borbones) adquieren autonomía como profesionales independientes. Unos para sobrevivir tuvieron que hacer obras por encargo al gusto de la corte o de la época, de baja calidad y muchas veces firmadas bajo seudónimo, mientras componían lo que les dictaba su propia inspiración. Otros se buscaban sus mecenas, príncipes y aristócratas ilustrados, de los que los más espabilados, como Richard Wagner, que al mismo tiempo que satisfacía y complacía con sus obras la megalomanía de Luis II de Baviera supo sacarle bien los cuartos, y los más resolutivos y celosos por un arte incontaminado crearon el modelo del artista bohemio, muy propio del mundo parisino de fines del XIX y comienzos del XX.


La industrialización del arte es un fenómeno exclusivamente de actualidad. Se concibe la industrialización del arte como una mercantilización del mismo a todos los niveles de producción, distribución y consumo donde los grandes medios de comunicación de masas desempeñan una función decisiva. Desde el mismo momento en que el arte se mercantiliza se niega a sí mismo como tal arte para pasar a estructurarse como una forma más del sistema de señales, significaciones o signos que integran el diseño organizado del consumo. Por tal motivo no parece muy apropiado hablar de industrialización del arte en la medida en que el objeto que se produce bajo las técnicas industriales y mercantiles a gran escala deja de ser un objeto artístico propiamente dicho, sino una producción de contenidos sensitivos y calidad mediocre destinada a su consumo inmediato so riesgo de caducidad del producto. Ya no se trata de transmitir ni de indagar sobre las posibilidades expresivas del arte entendido como metalenguaje de origen analógico. Lo que se produce es, por el contrario, una mercancía que, como otra cualquiera, está destinada a su revalorización en el mercado, sujeta en todo momento a la lógica del beneficio empresarial. Imaginemos que lo que se lanza al mercado es un cantante pop. Antes de lanzarlo se hace una prospección de mercado así como de sus posibilidades de venta, es decir, del público destinatario de su música en un sistema donde se estructura a la población consumidora por edades, sexo y extracción social. El sistema de producción, distribución y lanzamiento está ya predeterminado por el carácter efímero de la mercancía cuyo ciclo puede ser estacional, anual o quinquenal. La configuración misma del cantante es ya de por sí producto de un estudio previo de mercado. En realidad no hay artista ni creador sino un factor a donde confluyen un conjunto de elementos organizados, como las técnicas de lanzamiento comercial y publicitario, las firmas discográficas, los medios de difusión y los sistemas de puesta en escena. La mercancía, para adquirir un alto grado de difusión, no puede ser excesivamente sofisticada ni ha de dejar margen alguno al público para su elaboración. Ha de ser sencilla, corta y fácil de asimilar y digerir pero, al mismo tiempo, ha de saber suscitar en el público los instintos, pulsiones y sensaciones más primarios, estimular al máximo la secreción de los sistemas de haces hormonales. No se exige un especial talento artístico a los llamados cantantes o conjuntos de música ligera, que en realidad no tienen porqué saber cantar, siendo, en su mayoría, auténticos analfabetos musicales: no han pasado en su vida por el conservatorio, desconocen totalmente las técnicas de canto, no usan la laringe para modular el sonido, tan solo la cavidad bucal, todo lo más que pueden hacer es cantar en falsete, exactamente igual a como lo pudiera hacer cualquiera de nosotros, que cantamos bajo la ducha y en las fiestas de cumpleaños. No es casual que en los llamados karaokes no se disponga la gente a interpretar arias de ópera del tipo de Recóndita armonía, Ella mi fu rapita, Nacqui all´affanno o Wild durchsweift´ ich. Sin embargo, cierto cantante de música ligera (no merece la pena decir su nombre) tuvo la osadía de componer y cantar una tonadilla partiendo de una melodía del final de la Sinfonía Coral de Beethoven basada en textos de la Oda a la Alegría de Schiller. Todo un despropósito. Si se plagia una obra de arte se debería hacer en su totalidad y no sobre la base de una de sus melodías. Pero parece ser que el escaso talento de dichos artistas no da para más. El final, el Allegro ma non Troppo de la 9ª Sinfonía, un solo movimiento de la obra, con sus más de veinte minutos de duración, está dotado de una arquitectura musical perfectamente estructurada en torno a la que giran una variedad de motivos argumentales de los que el llamado Himno a la Alegría es solo una parte. Los autores de música ligera, incapaces de reproducir la construcción de una sólida composición musical, se limitan a rumiar pequeñas y pegadizas melodías aptas para ser digeridas por un público consumista. Se trata de generar estados organizados de éxtasis y delirio colectivo en un público juvenil, maleable y fácil de manipular.


El mecenazgo clásico, ligado a las necesidades de poder y prestigio de la Corte y alta aristocracia, generaba un marco propicio de realización y expresión del artista. A la par que suplía sus necesidades económicas no ponía otros límites que no fueran los gustos y caprichos del mecenas, lo cual intervenía como un condicionante relativo, pues el artista podía complacer los gustos cortesanos y al mismo tiempo desarrollar sus posibilidades de expresión.

Sin embargo, la nueva estructura del consumo no interviene como condicionante propiamente dicho sino como agente generador de la producción ideológica. No se trata en este caso de complacer el gusto, el prestigio y el lujo de una corte sino de producir una mercancía a gran escala que revierta en pingues beneficios. Su valor de cambio prevalece sobre su valor de uso y de ahí el carácter necesariamente efímero de una mercancía que por un lado ha de ser capaz de satisfacer temporalmente a unas multitudes y por otro, tras agotar su ciclo, ha de estar lista para su recambio. Son productos elaborados para ser consumidos en un tiempo determinado, con fecha de caducidad, pues de lo contrario se vuelven rancios. No hay que ver más que la estética de los años sesenta. Para el espectador de hoy todo ha quedado rancio y envejecido.


El mismo fenómeno puede interpretarse desde puntos de vista diferentes, como un resultado de la época presente caracterizada por una sucesión de cambios vertiginosos en lo tecnológico que impregna todos los aspectos de la vida cotidiana y todas las producciones sociales, o bien como una consecuencia directa de un sistema económico que necesita acumular y producir por encima de sus posibilidades efectivas. Este segundo punto de vista, al ser más amplio, engloba al primero, dado que el desarrollo tecnológico y la Revolución científico-técnica se debe concebir como una consecuencia directa de la super-producción, del abaratamiento de costes por imperativo de la competencia, de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. La super-producción imprime su impronta al mundo del consumo, y en cierto modo le transfiere su velocidad de marcha.


Pero existe un problema añadido. Mientras la producción se nos presenta como un factor contínuo, acumulativo y sin límites hipotéticos, el consumo no tiene por qué acumularse, y tiende, por lógica, a su propia reproducción simple. Se halla, en definitiva, físicamente limitado. El mundo de la producción ha de ocupar de alguna manera el mundo del consumo, ha de trasladarle su velocidad de crecimiento. Lo efímero, los productos dotados de fecha de caducidad, han de encadenarse a un proceso capaz de compatibilizar la tendencia a la reproducción simple relativamente acumulativa del mundo del consumo con el aspecto contínuo, en principio ilimitado y sustancialmente acumulativo que impera en el mundo de la producción. El llamado mundo de la moda y del diseño industrial se puede considerar como la traducción a la esfera del consumo de los imperativos propios de la dinámica de la producción capitalista.


El sistema de producción característico de esta época se ha convertido en un factor decisivo cara a aglutinar en torno a sí mismo casi todas las facetas de la vida social, inclusive aquellas que surgieron con una esfera de autonomía propia. En realidad lo que ha sucedido no es que se haya asimilado la producción artística. Como hemos visto, no existe relación de continuidad entre el llamado arte clásico y las creaciones surgidas bajo el manto de los grandes medios de comunicación de masas.


El arte clásico se ha extinguido desde el mismo momento en que ha chocado de frente con el vanguardismo, abocando a un proceso paulatino de auto-destrucción y pérdida de Identidad que está culminando irremediablemente en su muerte física. Lo que se ha producido bajo el capitalismo post-industrial ha sido la construcción en torno a sí de su propia esfera de producción ideológica, mediada directamente por los cánones que impone la super-producción en cadena. Este tipo de producciones carece de historia. Cualquier intento de establecer un nexo de continuidad causal con creaciones previas es nadar en el vacío.


El arte tecnológico por excelencia, la cinematografía, solo podía surgir en el presente siglo


Se intenta desesperadamente buscar un precedente cultural africano en la música rock, pero quien compare seriamente las síncopas de una tribu africana con las de un moderno conjunto rock advertirá que nada tienen que ver entre sí. Verá que el ritmo frenético y compulsivo de los actuales conjuntos rock tienen más relación con el modo de vida neurotizado de la juventud urbana de las modernas sociedades industriales que con la estructura social de las tribus del África Ecuatorial, y que este tipo de música reproduce la percepción empírica de un tiempo que marcha a una velocidad desbocada como factor predominante de las sociedades urbanas post-industriales.


Por último, a título de reflexión, quisiera plantear una terrible duda que, en relación a la producción artística, me ha asaltado últimamente. Se refiere a la relación entre el arte y la represión. El psicoanálisis nos describe los procesos psíquicos de sublimación del instinto. El reprimido compensa esa represión con la sublimación, se hace creativo a fin de cuentas. La sobredosis cultural-represiva tendría efectos creativos en el plano de la producción artística. Pero la Historia ha conocido periodos de gran represión caracterizados por una nula capacidad creativa y periodos de más libertad caracterizados por un despegue creativo artístico y científico sin parangón. A título paradigmático podemos servirnos del caso griego. Las dos ciudades-estado griegas contemporáneas y rivales, la Atenas y Esparta del siglo V a.c.. La militarista y oligárquica Esparta no ha dejado nada al acerbo cultural de la humanidad. Las excavaciones atestiguan el enorme contraste entre el arte ateniense y la pobreza espartana, cuatro paredes en las que vivir y unos pocos objetos, nada en comparación con la ciudad-estado rival contemporánea, Atenas, dotada de un sistema democrático que, por su profundidad, aún hoy asombra a los tratadistas de ciencia política. El caso de Atenas y del Renacimiento (en comparación con el medievo) pone en entredicho la apreciación psicoanalítica. Sin embargo, a la luz de la época contemporánea, es posible revalidar de nuevo la tesis freudiana. Me detendré en el cine, concretamente en el de nuestro país y, para especificar un poco más, en dos cineastas de los pocos que pudieron trabajar bajo el régimen franquista produciendo películas dotadas de elevadas dosis de ingenio y crítica social: Barden y Berlanga a los que la democracia les ha sentado, en cuanto a ingenio y capacidad creativa, como un tiro. El primero dirigió en la época más oscura del régimen dos películas de antología: Muerte de un ciclista y Calle Mayor. Pero la llegada de la democracia lo apagó: El puente, un vulgar panfleto realizado durante la transición, después dirigió La Advertencia, una película stalinista sobre la vida de Dimitrov y, por último, una película (no me acuerdo de su nombre) que estrenó hace poco y que relata la vida de una burguesita durante los últimos treinta años (el fin de la dictadura, la transición, los gobiernos socialistas...): a base de planteamientos pueriles bastante toscos, tópicos y grandes dosis de vulgaridad, nada más. Berlanga, por su parte, dirigió bajo el régimen franquista películas de crítica ingeniosa, audaz y corrosiva Bienvenido Mister Marshall satirizaba las expectativas económicas del Régimen en el en el nuevo contexto internacional nacido de la Guerra Fría y venía a decir que los americanos no eran Papá Noel precisamente. El Verdugo, un alegato contra la pena de muerte cargado de humor negro, donde el verdugo es también la víctima. Tras la llegada de la democracia ha dirigido un puñado de sainetes casposos y de astracanadas con mucho ruido y de dudoso buen gusto. Pero eso ha sucedido en otras facetas de la creación artística, incluso en la del humor. La represión que agudizaba el ingenio de los humoristas, la libertad se lo ha apagado. De momento, me abstendré de sentar conclusiones, tendré que reprimir esa tendencia patológica a racionalizarlo todo heredada, en cierto modo, del espíritu cabalista de orientación marxista-spinozista en el que he basado mi auto-formación teórica. Me limitaré tan solo a dejar la cuestión aquí planteada.


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CONCLUSIONES PROVISIONALES


La moderna sociedad tecnológica nos ha encaminado hacia el fin del arte y hacia el fin de la política. En cierto modo, nos ha abocado a una nueva Edad Media. Sería muy fácil argüir que a toda Edad Media le llega su Renacimiento. Aunque en este caso ello implicaría caer de nuevo en la profecía optimista y el principio de certidumbre en la Historia bajo el que se adivina, a fin de cuentas, un cierto sentimiento de nostalgia hacia un pasado que, tanto por su contextura como por sus significantes propios, se sitúa fuera de nuestra órbita, en unas coordenadas muy distintas a las que corresponden a nuestro presente. lo que se está enjuiciando de esta época no es su falta de creatividad. Más bien lo que se advierte es un grado de creatividad tecno-científica sin precedentes en la Historia de la humanidad que marcha pareja a una falta o ausencia de creatividad, también sin precedentes, en el plano artístico y político. A primera vista pudiera dar la impresión de que la tecno-ciencia es incompatible con el arte y de que su auge y crecimiento es directamente proporcional al decrecimiento de la creatividad artística.


Sin embargo los hechos nos desmienten categóricamente esta última afirmación. El Renacimiento, ya referido, despegó como una época de creatividad en todos los planos, artísticos, humanísticos y científicos, como si se tratara de un todo indisoluble. Tan indisoluble que no hay más que fijarse en el prototipo de hombre del renacimiento, Leonardo da Vinci. En la actualidad se le conoce por sus cuadros La Gioconda o la Santa Cena pero, aparte de todo ello, fue un hombre dotado de un interés universal por todo. No hay más que ver sus apuntes: anatomía humana, aerodinámica, perspectiva. En un solo individuo se concilió el arte y la ingeniería científica como una síntesis indisoluble. Jean-Jacques Rousseau es un filósofo, político, literato y también músico que compuso una ópera hoy poco conocida Le Devin du Village. . El espíritu renacentista, de despliegue simultáneo de la invención científica, tecnológica, filosófica y artística conoció distintas épocas , lugares y condiciones históricas, desde la Grecia del siglo V a.c., a la Italia del siglo XIII, la Holanda del siglo XVII. Puertos marítimos, lugares de interconexión cultural, tierras de acogida de los herejes expulsados de los Imperios confesionales, católicos y protestantes, de apátridas desarraigados y de identidades perdidas, muy proclives, por ello, a la transgresión.


Los planes de estudios académicos han trazado un corte de cirujano entre el conocimiento científico y el conocimiento de tipo humanístico: artístico, literario, filosófico e histórico. Los neurofisiólogos, en su estudio de la lateralización cerebral, sitúan en hemisferios cerebrales distintos las aptitudes para las ciencias y para las artes, lo cual no podemos atribuirlo a la estructura fisiológica del organismo humano, toda vez que el cerebro surge como un órgano biológico directamente mediado por el entorno cultural, como órgano bio-cultural. Más bien, a lo que debemos atribuirlo es a esa característica escisión cultural que ha engendrado esta moderna sociedad. La lateralización cerebral es, a fin de cuentas, un producto culturalmente condicionado y no podemos apreciar un disparate en el hecho de que, si bien el Renacimiento impulsó las categorías de la creación sin distingos de ningún género entre lo puramente tecnológico y lo puramente artístico a la par que les confirió un sentido de unidad en la complementariedad, la moderna sociedad tecnológica, fundada en la división del trabajo y la hiper-especialización, ha agudizado la escisión, reproducida tanto a niveles sociales como individuales. El capitalismo post-industrial ha producido y agudizado la escisión entre la razón y la pasión, entre el corazón y el cerebro, entre el artista y el ingeniero, entre el descubrimiento y la invención hasta el punto de situar al borde del precipicio el antes indisoluble elemento estético artístico que toda creación conlleva.


La acepción vulgar, directamente utilitarista, del campo de la producción científica y tecnológica como oponente radical del de la creación estética y artística ha llegado a unos extremos insospechados. Advertimos que en este terreno se inserta el plano de la producción con fines meramente lúdicos, el campo del juego del que resulta hartamente difícil deslindar lo que es el juego entendido como arte del juego entendido como técnica. El problema se complica y viene a cuento la pregunta ¿Qué fue primero? Visto el complejo proceso de formación de las creaciones humanas, resulta un cuestionamiento un tanto simplón, aunque de todos modos pertinente. Si nos desplazamos a otros campos de la actividad humana distintos de la economía y de la producción estética, donde los conceptos arte y técnica tienen un ámbito de aplicación que gira en torno a aspectos no concebidos convencionalmente como esferas en las que pueda desarrollarse el sentido que vulgarmente le es atribuido a dichos conceptos como pudiera ser el (arte) de la política o el (arte) de la guerra veremos que se habla indistintamente de un arte y de una técnica política o de un arte y de una técnica militar. En ambos casos se produce una interconexión entre medios, fines y resultados. Se considera que existe un arte militar y un arte político parejos a sus técnicas respectivas, una articulación del ingenio humano como elemento imprescindible a la consecución de unos objetivos contando con unos medios. De uno de los últimos grandes científicos de esta era, Albert Einstein, se puede decir que fue, en cierto modo, un hombre del renacimiento. No podemos asegurar que el promotor de la mayor Revolución Científica de los últimos cien años tuviera la cabeza ocupada solamente con fórmulas matemáticas. Entre las fórmulas había intercaladas notas musicales. Se sabe que fué, además de un destacado científico, un melómano entusiasta. Tocaba el violín, obviamente sin el virtuosismo de un Paganini, Szëring, de un Yehudi Menuhim o de un Christian Ferras. De todos modos, hacía uso del instrumento a la par que obtenía la misma inspiración que Conan Doyle atribuyó a su Sherlock Holmes. Situado en ese mundo divergente, en el mismo de Leonardo, Rousseau, etc, pudo llegar a una visión del conjunto del Universo vedada hoy a la mayoría de los hiper-especialistas. Muy pocos son quienes han sabido obtener poesía de la ciencia , pero tanto la música como la pintura se reducen, en última instancia, al espectro de ondas visuales y sonoras objeto de estudio de la física, y es que los universos de la creación no están tan alejados unos de otros como comúnmente se suele creer.


1Los deterministas aseguran que el Islán es una religión propia de las estepas y los desiertos, que sus radicales prescripciones alimenticias contra la carne de cerdo o contra el alcohol es apropiada a ese hábitat (Véase Marvin Harris: Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas) pero la relación cultura-ecosistema es siempre bipolar, inter-retroactiva. La cultura, por un lado, se adapta al entorno y el entorno, por su parte, también acaba adaptando a la cultura. Los andalusíes, por ejemplo, al igual que los sefardíes, no fueron estrictos con los preceptos alimenticios coránicos o talmúdicos: bebían vino y comían carne de cerdo, sin que ello implicara que renunciaran a su identidad religiosa.

2Al respecto nos encontramos con títulos la mar de sugerentes: La Historia como arma de la reacción de A.M. Prieto Arciniega (Akal Editor, 1976, Madrid) y La Filosofía como Arma de la Revolución de Louis Althusser

3Juan Carlos Rodríguez: Teoría e Historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas. pág. 13 Akal, 1974, Madrid

4Por otra parte, a esa misma operación reductivista podría conducir que la fuente última de todos los restantes fenómenos sociales no calificados directamente de ideológicos como lo pudiera ser el trabajo, el Estado o el dinero descansan en el sustrato de la psique y el cerebro humano.

5En parábolas sobre los espejos y los reflejos como medios de explicar la estructura de la ideología es pródiga la escuela estructuralista epistemológica de Lecourt, Althusser, etc en sus desesperados intentos de desenmarañar y digerir la ya de por sí infumable posición de Lenin en filosofía.. Véase Dominique Lecourt: Ensayo sobre la posición de Lenin en Filosofía. Editorial Siglo XXI Louis Althusser. Lenin y la Filosofía. Editorial Era

6Por lo que se refiere al medio cristiano, hay que constatar que las primeras comunidades cristianas gnósticas prescindieron por completo de la ordenación de Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Elaine Pagels cuenta que “En un momento en que los cristianos ortodoxos discriminaban de manera creciente entre el clero y el laicado, este grupo de cristianos gnósticos demostró que, entre ellos, rehusaban reconocer semejantes distinciones. En lugar de clasificar a sus miembros en “órdenes” superiores e inferiores dentro de una jerarquía, seguían el principio de la igualdad estricta. Todos los iniciados, tanto hombres como mujeres, participaban en la ceremonia de echar suertes; cualquiera podía ser elegido para hacer las veces de sacerdote, obispo o profeta. Asimismo, dado que echaban suertes en todas las reuniones, ni siquiera las distinciones establecidas de esta forma podían convertirse jamás en “rangos” permanentes. Finalmente, lo que es más importante de todo: mediante esta práctica pretendían suprimir el elemento de la elección humana. Un observador del siglo XX podría suponer que los gnósticos dejaban estas cosas en manos del azar, pero ellos lo veían de otra manera. Creían que, como Dios dirige todo cuanto hay en el universo, las suertes expresaban su elección. “ Elaine Pagels: Los Evangelios Gnósticos. Pág. 84 Grijalbo-Mondadori. 1996, Barcelona.

7Lo que queda dicho sobre las formas de acceso diferencial a la religión en Oriente y Occidente puede ser también aplicable a las formas diferenciales de acceso a los derechos de los que Ortega observa una sustancial variación según se trate de la concepción romana o germánica., llegando a asegurar que: “ La idea romana y moderna según la cual el hombre al nacer tiene, en principio, la plenitud de los derechos, se contrapone al espíritu germánico, que no fue, como suele decirse, individualista, sino personalista. En su sentir, los derechos, su esencia misma, tienen que ser ganados, y después de ganados, defendidos” José Ortega y Gasset: España Invertebrada. Pág. 137. Espasa-Calpe, 1964, Madrid.

8Mao Tse Tung: El Libro Rojo. Pág. 125. Ediciones Júcar, 1976, Madrid

9Mao Tse Tung: El Libro Rojo. Pág. 26. Ediciones Júcar, 1976, Madrid

10Mateo, XVI, 18 y 19.

11Preámbulo de la Constitución de la República Popular China de 1975. Pág. 13 Taller Ediciones JB. Madrid, 1976.

12Ortega advirtió que el proyecto de la construcción española era defectuoso desde sus comienzos. En realidad, no podía ser defectuoso ni correcto desde el mismo momento en que nunca existió tal proyecto.

13Cornelius Castoriadis: Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto. Pág. 123. Ed. Gedisa, 1998, Barcelona.

14Es difícil imaginar que las pinturas y los grabados rupestres de la Edad del Hielo de la cueva de Combarelles I (Tayac) estuvieran concebidos para ser vistos y contemplados del mismo modo que los cuadros que se exhiben en una exposición. Difícil porque para acceder a ellos había que atravesar una distancia de 150 metros reptando por un oscuro pasillo subterráneo.

15Juliano: Discursos. Contra los Galileos. Editorial Gredos, 1979. Madrid.

16Pepe Rodríguez. Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica. Un análisis de las graves contradicciones de la Biblia y de cómo se ha manipulado ésta en beneficio de la Iglesia. Ediciones B, S.A. Barcelona, 1997.

17Gonzalo Puente Ojea. El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la Historia. . Siglo XXI de España editores, S.A. Madrid, 1994.

18En concreto, las letanías a la Virgen como repertorio de atributos y elogios, encuentra su referente más inmediato en los himnos a la diosa egipcia (Isis): las aretalogías. (Celia Martínez Maza y Jaime Alvar:: Cultos mistéricos y cristianismo, del libro Cristianismo Primitivo y Religiones mistéricas, pág. 534 Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, 1995)

19Más aún, a tenor de la descripción que hace el Evangelio de San Mateo, donde dice que los pastores se disponían a guardar las ovejas en los rediles, algunos historiadores interpretan que el hecho de sacar los pastos a pacer no se pudo producir en invierno sino en primavera.

20Francisco D Ánnunzio. Los Santos protectores. Pág. 14 Ediciones Abraxas, Barcelona, 1998

21“Sin embargo, la representación de la Cruz como símbolo de algo divino, mágico o sobrenatural la encontramos ya en los tiempos de el Neolítico Prehistórico, donde aquellos hombres se habían percatado de que dos palos colocados uno (verticalmente) sobre otro colocado de forma horizontal daban lugar a su dios, Mitra, el Sol, el codiciado fuego”. Manuel Carballal, LA CRUCIFIXIÓN EN LA HISTORIA.




22En ciertas ocasiones los vencidos no lo son en todos los sentidos. La Roma que conquistó Grecia se impregnó de su más elevada cultura, se helenizó. Los bárbaros que invadieron el Imperio Romano acabaron romanizándose y si nos situamos en un plano histórico y político algo más alejado, por ejemplo, el de la Revolución Rusa de 1917, podemos constatar que se produjo un proceso similar. Si algo había que los bolcheviques odiaran a muerte eso era el sistema zarista. Un sistema que, no obstante, se vieron obligados a reconstruir y reproducir por motivos de índole práctica. El que el culto a la Santa Rusia se cambiara por el de la Madre Patria no cambiaría mucho las cosas.

23De hecho, la cuestión de la conversión del Imperio Romano en una síntesis político-religiosa ya se venía planteando con anterioridad al Edicto de Milán del año 313. El paréntesis que supuso el reinado del Emperador Juliano (361-363) nos induce a pensar que el paganismo ya había planteado paralelamente al cristianismo su alternativa político-religiosa de orden monoteísta centrada en el henoteísmo solar, en la adoración al dios Sol, el Summus Deus. a la que Diocleciano y Constantino, en sus primeros tiempos, fueron adeptos.

24Al concepto Constelación Burguesa aquí utilizado quiero darle un sentido amplio, distinto al tradicional que asimila el término burguesía a una clase social, la de los industriales, financieros y comerciantes. Como indico en el siguiente ensayo, en el artículo titulado Siete Tesis Provisionales sobre la Clase Obrera y la Lucha de Clases, en la determinación del concepto de burguesía ha de incluirse no solo a la burguesía propiamente dicha, sino también a las clases auxiliares a esta (las llamadas nuevas clases medias), así como a la clase obrera y las clases residuales englobadas bajo el término lumpemproletariado. La definición de burguesía aquí empleada, más que de índole estructural, es de matriz eco-geográfica (el conjunto de las clases urbanas) Es este un concepto múltiple que no se circunscribe a un solo aspecto de la relación multi-polar del capital que implica tanto a las clases incluidas como a las clases excluidas de la relación social capitalista, tanto en el plano político como en el económico. Señalar un común nicho ecológico a todos los grupos citados no tiene porqué significar atribuirles idéntica función. Muy por el contrario. El ecosistema urbano capitalista, como un todo integrado, podemos concebirlo como un concepto múltiple que incluye múltiples objetos, siendo múltiples las burguesías aquí especificadas: ya se trate de la burguesía industrial, de la burguesía financiera, de la burguesía mercantil, de la burguesía tecno-burocrática, de la burguesía obrera y, finalmente, de la burguesía residual (lumpemproletariado, ocupas, ilegales, vagabundos, mendigos, minorías étnicas, etc).

25No solo a las ciencias clásicas sino a otras tan modernas como la del psicoanálisis. Los seguidores de esta escuela y Jung mas que ninguno de ellos quisieron valerse de ella para descifrar los más recónditos misterios y recovecos del espíritu humano. Formulaciones tales como las del “Subconsciente Colectivo” tienen el mismo valor interpretativo que los mitos y las teogonías antiguas.

26

Adviértase como mientras el hombre ha ocupado solo el 0,004 por ciento de la historia de la vida en la Tierra, los organismos unicelulares han permanecido en ella de forma ininterrumpida durante tres mil quinientos millones de años y de estos, se han encontrado como sus exclusivos habitantes durante tres mil millones de años, lo que supone que el 85 por ciento del tiempo de vida en la Tierra ha sido de vida unicelular.

27Obsérvese cómo un radical cambio de función asociado a la homeotermia acabará sustituyendo las escamas, una especie de placas solares destinadas a absorber el calor y las radiaciones externas, por las plumas, un aislante térmico destinado a preservar la temperatura del cuerpo irradiada desde el interior del organismo. La asociación posterior del plumaje con el vuelo de las aves se debe a que estas, únicos herederos vivientes de los saurios, aprovecharan las ventajas para el vuelo de esa nueva adaptación funcional.

28Al respecto, véase Stephen Jay Gould: La Vida Maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la Historia. Ed. Crítica, 1999, Barcelona.

29Karl Marx: Contribución a la Crítica de la Economía Política, Prefacio de 1859. Págs. 42, 43 y 44. Alberto Corazón Editor. Madrid, 1978

30Norberto Bobbio y otros,:Voz “ideología” del diccionario de Política, Tomo I, pág. 755., Siglo XXI editores, México, 1994.

31Historia de las Civilizaciones. Planeta. Tomo X.

32El espíritu inquisitorial que anima a los fanáticos militantes del antitabaquismo norteamericanos es el mismo que inspiró al Tribunal de la Inquisición Española que condenó a diez años de prisión al llamado primer fumador de Europa, Rodrigo de Xerez, por probar que cuando Rodrigo sorbía su infame tizón y echaba humo por la nariz y la boca con gran deleite, lo que en realidad estaba haciendo era conjurar al demonio, acudiendo este al instante para proporcionarle al fumador gran placer, todo lo cual justificaba la cara de deleite que dice su esposa que Rodrigo ponía y el olor pestilente que desprendían las hierbas, que él a veces llamaba yapoquete, otras tabaco y también cohíbas, cuyo olor no podía provenir más que de las propias estancias que en el infierno el diablo tiene acomodadas para tentar y ganar para su infernal causa a los pobres de espíritu ... (Aníbal Álvarez : El Hombre de los Demonios en el Cuerpo: la increíble historia de Rodrigo de Xerez, primer fumador de Europa. Págs. 49-50 Diputación Provincial de Huelva, 1995)

33José Luis Ruiz Durán: Acción y Razón. Una crítica política

34Arnold Hauser. Sociología del arte. 5. ¿Estamos ante el fin del arte? Editorial Labor, 1977, Madrid.

35Aunque nada se ha estudiado sobre el asunto, no creo que sea un disparate la hipótesis. Los cantantes románticos de quienes se enamoran las quinceañeras usan a la perfección los resortes que aseguran la secreción hormonal estimulantes eróticos. Si se introdujera una de esas canciones en un electroograma daría el siguiente resultado: partiendo de un punto muerte el comienzo es siempre suave y relajado hasta que se inicia un crescendo circular y convulsivo que finaliza con el clímax, la parte más excitante. Se ve reproducido un orgasmo virtual que induce al receptor a realizar una descarga de estrógenos

36Umberto Eco: Apocalípticos e integrados. Editorial Lumen, Barcelona, 1999

37La música en muchas ocasiones ha pretendido constituirse como un lenguaje evocativo. La Pastoral de Beethoven intenta evocar la naturaleza con su placidez y su violencia a un mismo tiempo. Los poemas sinfónicos de Smetana incluidos bajo el título Ma Vlast (Mi Patria) forman también parte de este género, narrando musicalmente desde la historia de un río, el Moldava, con su nacimiento, rápidos y majestuosa desembocadura, hasta una historia de amor extraída de una leyenda popular checa (Sarka). Lo que hace Disney con su obra Fantasía, por otra parte, es negar la fantasía y la imaginación precisamente, y desvirtuando por completo el lenguaje musical establece un sistema de asociación entre música e imágenes limitativo y coartante. Con el mismo argumento musical se podrían haber realizado mil millones de fantasías de animación distintas a las que se ha circinscrito. De Beethoven se cuenta una anécdota a propósito de una sonata suya que acababa de interpretar al piano. Cuando alguien del público le preguntó que significaba dicha pieza, sin mediar palabra se sentó nuevamente al piano y a continuación volvió a tocar la misma sonata. El problema de la traslación estética está a la orden del día. Las tentativas de llevar la novela al cine casi siempre abocan al más rotundo de los fracasos. El problema de fondo radica en la posición del receptor, y es que un lector no es un espectador. El lector aporta activamente su imaginación a la descripción de los personajes y al encuadre de las escenas. El receptor de la cinematografía, por el contrario, es un sujeto más bien pasivo (absolutamente pasivo en el cine norteamericano), y es que un dibujo no vale más que mil palabras, en absoluto. El cine será siempre bidimensional, sus juegos de luces y sombras y sus encuadres serán siempre esquemáticos y encasillantes, los personajes aportados(sobre todo si son actores del Star System) perderán en el camino la multiplicidad de matices que tienen los personajes dibujados en la novela y en cuya configuración, al igual que con los cuadros impresionistas, ha participado activamente el lector.

 

IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN

 PRELIMINAR

 

Para redactar el presente ensayo he contado con mi principal fuente de inspiración, ¡para qué negarlo!, en el Carnaval. No deja de ser paradójico, por extraño y asombroso que nos pudiera parecer, tener que recurrir a una manifestación cultural marginal para hallar en ella todo el compendio de tensiones sociales que nada más aflorar a la superficie estallan en Transgresión. Es paradójico pero no absurdo. Lo insignificante, lo considerado socialmente irrelevante es también significante, tanto o más de lo que pudieran ser las cotizaciones en bolsa de Wall Street o la última sesión del Consejo de Ministros.

 

Con este escrito lo que he intentado ha sido, fundamentalmente, concebir una idea alternativa para la interpretación de las leyes que rigen el desarrollo histórico. El método o perspectiva aquí utilizado había de diferir radicalmente de aquel género de posicionamientos racionalistas que, fieles a su noción del hombre como animal racional o como homo faber, solo han podido examinar y percibir la praxis social desde un ángulo estrictamente racional, con independencia del objeto de estudio, ya fuere su esfera económica o su ámbito tecnológico, encaminados siempre, ¡cómo no! hacia el progreso, ley infalible que también habría de impregnar la formación y evolución de las instituciones políticas. La perspectiva racionalista desecha por principio, como ámbito de estudio y de interpretación, todo aquel elenco de manifestaciones sociales a-racionales que tienen su existencia propia y un ámbito de aplicación específica como pudiera ser esta del Carnaval antes apuntado o de la Fiesta entendida en sentido amplio. Del mismo modo, las corrientes racionalistas y positivistas solo pueden alcanzar a interpretar las mitologías y las religiones como coberturas de vacíos de conocimiento más que como realidades en sí. Sin embargo, la comprensión de la humanidad, de su realidad y sus prácticas, es absolutamente inviable si no se parte de una integración de la totalidad de las esferas de su existencia, las propiamente constructivas, organizacionales, económicas y tecnológicas, y las propiamente no-constructivas, desinhibidoras, lúdicas y arracionales, incluidas, claro está, las propiamente destructivas.

 

Lo que principalmente llamaba la atención del Carnaval era su insólita presencia, la de un cuerpo extraño de transgresiones injertado en el ciclo anual de una sociedad tradicional, agraria y básicamente conservadora. Cuando nos enfrentamos a sociedades como la nuestra de raíz católica y de una tradicional y profunda intolerancia apreciamos con asombro como ha persistido en ella cierto reducto satánico hasta nuestros días. Percibir el Carnaval como una Transgresión socialmente permitida implicaba entender la sociedad como un sistema de enlace de Identidades.

 

Tal vez haya pecado de exageración a la hora de establecer una aplicación pluridimensional de estos dos principios antagónicos y complementarios de la Identidad y la Transgresión. Puede incluso que de tanto usarlos me haya extralimitado hasta el abuso de los dos conceptos que dan nombre al presente ensayo. Acepto de buen grado todas las críticas que me hagan al respecto. Aún así pienso que una exageración, siempre que se haga dentro de unos límites aceptables, no tiene porqué ser perniciosa, antes bien, al contrario. Si de lo que se trata es de contar con una percepción global y sintética tanto de la humanidad tomada en sentido sustantivo como de su ámbito de realidad e intervención en la historia se hacía prácticamente indispensable integrar dos momentos decisivos de toda actividad social, comprehensivos de los elementos constructivos y constrictivos, de las distintas represiones, formalizaciones e institucionalizaciones, vistos como elementos de Identidad, conjuntamente con aquellos momentos de reacción opuesta, tomada en el sentido de disgregación, desintegración, caos e incertidumbre, o bien de explosión incontrolada, vistos estos como elementos de Transgresión. De todos modos quisiera aclarar que la intervención de Identidad y Transgresión a lo largo de la Historia no es susceptible de vulgarización y simplificación mecanicista al modo de la llamada Ley del Péndulo, como si se tratara de una oscilación de una a otra variable en periodos acompasados, tampoco tenemos constancia de que la Historia se reduzca a una sucesión de periodos de Identidad pura alternados con periodos de Transgresión igualmente pura. Si esos momentos de Identidad y Transgresión se presentan a lo largo de la Historia, lo hacen entremezclados dentro de un sistema complejo donde identidades se descargan en transgresiones y viceversa, donde la Transgresión se puede presentar como una fuente de energía e incluso de transformación de las estructuras identitarias, donde la Identidad sirva de cauce espacial y temporal de manifestación de la transgresión.

 

En cualquier caso, del uso y abuso de estos dos principios deriva un efecto que es, a su vez, un defecto, y de ello soy perfectamente consciente. Me refiero a la mono-conceptualización. En efecto, el abuso de una palabra hace que esta se convierta en portadora de un concepto impreciso y polisémico, de escaso o nulo valor operativo. He integrado bajo el concepto unívoco de Identidad conceptos muy distintos. Lo mismo ha sucedido con el concepto de Transgresión. Aún así están muy lejos de haber sido usados como uno de esos conceptos comodín de los mismos que acostumbran a emplear la antropología filosófica (el concepto de hombre o naturaleza humana) o la antropología cultural (el concepto de cultura) pues sus campos de intervención han sido delimitados según el contexto al que se han ido refiriendo en cada caso. He designado indistintamente como casos de Identidad y Transgresión fenómenos puntuales diversos en cuya producción y configuración han intervenido causas distintas.

 

A costa de usar y abusar de la palabra Identidad he llegado hasta el extremo de inventarme palabras que ni siquiera están en el diccionario: identitario, inidentitario... (ignoro si vienen o no recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española, aunque, dicho sea de paso, la verdad es que eso es algo que me importa más bien poco) Me he tomado una pequeña licencia con el lenguaje. Pese a que nuestro idioma es lo suficientemente amplio como para admitir los conceptos expresados con el uso de otras palabras alternativas, me ha parecido oportuno este proceder por su utilidad a la hora de expresar matices. La palabra adjetiva identitario aquí utilizada puede revestir distintos significados según se refiera a uno u otro contexto histórico. La idea de identidad puede intercambiarse con la de represión. Sin embargo, cierto matiz del concepto me inclina por la primera. Identidad implica forma definida, estructura auto-reflexiva y organización invariable. El mantenimiento de las formas y estructuras conlleva, por supuesto, la presión represiva correspondiente, aunque también existe un momento de relajación de la represión siempre puesto al servicio del mantenimiento de la identidad orgánica, formal y estructural. Por tal motivo, no me ha parecido conveniente acudir preferentemente al concepto de Identidad, que engloba al de represión como uno de los momentos o elementos constitutivos de la misma sin que, en ningún caso, podamos reducirlo a este último. Una ventaja fundamental sería su carácter concreto y específico, ajustado al mantenimiento de una forma determinada, algo que no sucede con el concepto de represión, mucho más genérico y, por tanto, más difuso, por cuanto a lo que se refiere es al empleo de la fuerza y la coacción sin más. La identidad aludiría, más específicamente, a una fuerza organizadora y estructuradora, a una fuerza organizada nacida de la institución y encaminada a hacerla perseverar en su existencia.

 

Con el concepto de Transgresión sucede algo parecido. No cuenta con un significado preciso. Alude fundamentalmente a la descomposición de la forma pero tiene otras muchas más connotaciones. La Transgresión puede ser expansiva o explosiva, producir dispersión o disgregación de elementos y, en suma, negación y (o) suplantación de identidad. Pero la Transgresión también puede intervenir como un activo mantenedor y/o generador de identidades. Con lo que de nuevo volvemos al punto anterior. Identidad no es, por tanto, solo represión es también transgresión, la necesaria requerida para la persistencia de la identidad como tal. Cuando abordemos más adelante el tema de la revolución nos detendremos en este asunto con un poco más de detenimiento. En suma, un mismo concepto incluye en sí su concepto opuesto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

II. LA PERSPECTIVA DE LA IDENTIDAD Y LA TRANSGRESIÓN

 

El concepto de Identidad lejos de reducirse a la pura tautología cuenta con un amplio abanico de aplicaciones válidas para distintas disciplinas, desde las matemáticas y la filosofía hasta la sociología, la política, la economía y la psicología.

 

Tal vez sea un tanto arriesgado lanzar una perspectiva metodológica más entre las distintas escuelas sociológicas y antropológicas consolidadas. Tampoco lo pretendo. Sin embargo me parece imprescindible elaborar un ensayo que a título puramente introductorio se adentre en la utilización en determinados campos de este método interpretativo. Su ventaja con relación a las distintas escuelas y perspectivas es, a mi entender, decisiva. Cuenta con la capacidad de explorar y explicar entes totales y entes parciales, los aspectos psicológicos, económicos, políticos y sociológicos a un mismo tiempo de los fenómenos sociales. Identidad y Transgresión como principios explicativos e interpretativos tienen la virtud de englobar y articular otros conceptos que, extraídos de otras disciplinas cuentan con un campo de acción estricto y limitado: desde la represión, el instinto y el principio del placer freudianos hasta las relaciones de producción y las fuerzas productivas marxistas. Su operatividad es totalizadora y particularizadora a un mismo tiempo y su fuerza explicativa, sin necesidad de recurrir al extremo de forzarla y trasladarla a campos específicos mediante el conocido método del lecho de Procusto, se puede extender a múltiples dominios que hasta ahora han quedado al arbitrio de las interpretaciones racionalizadoras de antropólogos y sociólogos, de descripciones empíricas sin contenido, de historizaciones amorfas, de yuxtaposiciones y superposiciones a-críticas. Prescinde al mismo tiempo de del lastre que han dejado las ideologías del Progreso en la ciencia social a partir del siglo XIX. Es inmune al encasillamiento disciplinar desde el mismo momento en que pone en funcionamiento toda su capacidad de interpretación sintética y globalizadora de la Historia entendida como un todo. Este método es lo suficientemente elástico como para dar comprensión y coherencia a las múltiples manifestaciones de la actividad humana, desde el mundo económico al político, al artístico, al religioso y al festivo propiamente dicho, entendidos no como mundos separados sino como mundos concatenados. No entiende de sucesiones ni de periodos históricos, tampoco tiene la soberbia de establecer leyes de hierro de la historia. Constata y aprecia la concatenación de situaciones políticas, sociales y económicas y a su vez arrebata del dominio exclusivo de los antropólogos y etnólogos la explicación y comprensión del folklore, de los ritos, cultos, fiestas y celebraciones populares en el sentido de que intuye los vehículos y modos de conexión de dichas representaciones al sistema social y económico.

 

La elasticidad de la interpretación de fenómenos diversos a la luz de la Identidad y la Transgresión posibilita la articulación de un enfoque pluridimensional y a su vez integrador al que no se le escapa la interconexión de áreas o actividades de la práctica social hasta ahora seccionadas por el racionalismo positivista y también por el racionalismo marxista (a fin de cuentas el marxismo es también un método positivista). Las corrientes racionalistas, por su parte, obsesionadas con la idea de orden (las ideas claras y distintas del Discurso del Método) temen la irracionalidad, entendida esta como fuente de caos y confusión, detestan el desorden y la incertidumbre. El racionalismo necesita a toda costa contar con categorías y formas mensurables, cuantificables y dimensionables. Busca en todo momento el control y por esa misma razón se refugia desesperadamente en la Identidad. Los animales solo pueden ser máquinas, las cosas son todas identificables y clasificables y la razón el único instrumento posible para poner orden en la maraña de cosas desordenadas. El fenómeno que escapa a su capacidad de medir y racionalizar tiene un destino seguro, la papelera de la irracionalidad y la superstición. El caos o, lo que viene a ser lo mismo, la Transgresión desbocada, zona gris de incertidumbre e indeterminación, se sitúa fuera de órbita, excede de los límites de lo estrictamente racional. Y no podía ser de otra manera. El método racionalista es el método identitario por excelencia: A=A, sí A=B, B=A, sí A B, B A. Toda la lógica gira en torno a la Identidad. Lo caótico, indeterminado y en sí mismo transgresivo no es susceptible de encasillar y encajonar o, lo que viene a ser lo mismo, de racionalizar.

 

Todo proceso de clasificación e identitarización tiene sus huecos, sus lagunas. Los grandes taxonomistas de los seres vivos, hombres imbuidos de un estricto espíritu racionalista propio de la época que les tocó vivir, como Linné, Cuvier o Buffon, articularon sus taxones sobre bases paradigmáticas de cirujano. Las convenciones clasificatorias de los taxonomistas clásicos han llegado hasta nuestros libros de texto de ciencias naturales (que ahora se llaman Conocimiento del Medio). El Paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould criticaba las divisiones convencionales entre Reino Animal y Reino Vegetal teniendo en cuenta que los organismos unicelulares mas primitivos: bacterias y algas verdiazules no eran susceptibles de ser adscritas a ninguno de esos géneros. El provincianismo de nuestra propia condición vertebrada ha hecho que la subdivisión básica entre pluricelulares animales se haya fundado en la distinción básica entre vertebrados e invertebrados. El mismo hecho de oponer una categoría positiva (vertebrados) a otra negativa (invertebrados) resulta de por sí bastante elocuente. Se ha relegado a ese segundo phylum (que realmente no es tal, sino una amalgama heterogénea de clados dispares cuyo único común denominador radica en su naturaleza de seres pluricelulares carentes de esqueleto interno1) al lugar de un cajón de sastre donde quedan incluidas las categorías restantes2. Es como si se hubiera acordado la división de los animales pluricelulares entre los vertebrados, por una parte y, por otra, todos los demás, sin tener en cuenta que entre los pluricelulares invertebrados existen mas de treinta phylums, clados o modalidades de diseño diferentes . Aunque en este caso el contraste del árbol de la vida no descollarían los vertebrados como lo hacen actualmente. Del mismo modo la clasificación podría haber operado destacando un clado definido como el de los artrópodos para, acto seguido, distinguirlo de los no-artrópodos: en este último caso irían a parar al mismo saco los unicelulares, los bivalvos, los celentéreos, los vertebrados, etc. El mismo valor clasificatorio podría tener la catalogación en un lado de los moluscos y en el otro de los no-moluscos, de los equinodermos frente a los no-equinodermos, etc. En suma, las ramificaciones y diversificaciones taxonómicas no están exentas de la subjetividad del observador. Prevalece en uno u otro caso nuestra estructura mental digital. Toda dicotomía reconduce a una estructura de la percepción dicotómica, bipolar, binaria, en suma, la reducción a dos. Las dicotomías noche/día, claro/sombra, sol/luna, cielo/tierra, etc, se presentaron contundentemente a la humanidad primigenia, como la realidad misma. Tenemos una tendencia innata a la reducción a dos. Las operaciones tendentes a poner orden entre intrincadas amalgamas comienzan en ese corte de cirujano.

 

No obstante, y, en materia de taxonomías, la biología evolucionista está planteando prescindir del concepto de especie, tan cómodo a los taxonomistas identificadores racionalistas

 

Son múltiples las fuentes de tensión social, una de ellas, tal vez determinante, es el carácter propio de las sociedades extractoras de excedente económico, estamentales y feudales, a las que se les superpone una capa burocrático-sacerdotal. Los sistemas no pueden funcionar con la represión de forma permanente. Tampoco ha sido muy afortunado el recurso a la ideología como medio de asegurar la condición de explotadores y explotados. La ideología ha sido siempre un comodín muy socorrido para explicar la permanencia de los sistemas represivos. En concreto, la ideología del reprimido y explotado, que lo ha hecho aceptar y asumir permanentemente su condición de tal garantizando así el dominio del explotador-represor. La ideología se ha visto introducida así, de contrabando, como cohesionador del nexo represivo. Es, por otra parte, perfectamente lógico que un sistema funcionalista atribuya tales utilidades sociales al factor ideológico. En todo caso, es preciso insertar en los momentos represivos sus consecutivos momentos de relajación consecutiva, de descarga de las tensiones acumuladas. Sin esos momentos transgresores y, a la larga, regeneradores del sistema no hay ideología que valga que pueda mantenerlo en continua actividad.

 

La visión de la economía como disciplina susceptible de medición y cuantificación ha sido el área de intervención preferida para la articulación de una sociología científica. No es casual que Marx eligiera el mundo económico como hilo conductor de su método. La incursión en otras áreas le hubiera alejado del positivismo científico, le hubiera adentrado en campos más proclives al idealismo y a la especulación. No quiere partir del Estado como hiciera su maestro Hegel, sino del periodo económicamente dado. La tentación economicista, tan criticada por marxistas posteriores, partió, no lo olvidemos, del mismo Marx. No solo de pan vive el hombre. Declararse materialista en historia no tiene porqué implicar ser economicista. Siendo la economía una faceta decisiva de la realidad humana, hay que decir que no es toda ni mucho menos, tan siquiera el elemento más importante de su realidad. Fundamentar el materialismo en historia y sociología en la tesis paradigmática de que la economía se sitúa en la base de la realidad o estructura social equivale a decir más bien poco, a reducir y amputar a priori los complejos contenidos de la realidad humana y del materialismo como tal. El marxismo se resentiría más tarde de esa deficiencia congénita adquirida, de esa invitación a la reducción y a la extrapolación, implantada justamente en el núcleo de su método. ¡¡Qué gran lección bizantina nos daría más tarde el Gran Camarada Stalin acerca de si el lenguaje se situaba en la base o en la superestructura!!. Sin ánimo de buscar un asidero de la historia y de la actividad humana, propondría como método alternativo o, como punto de vista, si se quiere expresar de ese modo, el de la Identidad y la Transgresión.

 

Ambos conceptos, Identidad y Transgresión, en su mutua interdependencia, no son asimilables al principio dialéctico de contradicción. Más bien, si este punto de vista integra la contradicción lo hace como una más de entre sus múltiples manifestaciones, vista como choque de Identidades opuestas o de transgresiones recíprocas. Sin embargo, Identidad y Transgresión no son reductibles a la contradicción ni a las restantes leyes de la dialéctica. Lo más interesante es que conteniendo el dilema Identidad/Transgresión en sí mismo una antítesis contradictoria, su proyección al plano social no tiene porqué implicar forzosamente contradicción y lucha entre contrarios, pudiendo integrar cien cosas distintas, entendidas en unos casos bien como complementariedad o como recurso de la propia Identidad, imprescindible para seguir siendo Identidad, existiendo una gama infinita de posibilidades de integración de la Transgresión en la Identidad y viceversa. En cierto modo, tal y como han apuntado ciertos pensadores contemporáneos (Morin), la dialéctica es superada por la dialógica que no solo incluye tesis, antítesis y síntesis, sino las relaciones de concurrencia, complementariedad y antagonismo que se producen a un mismo tiempo, la relación de recurrencia causa/efecto.

 

El pensamiento político así como su práctica se encuentran aprisionados en el marco de las formulaciones identitarias. Los paradigmas políticos más usuales suelen valerse de sistemas de oposición de Identidades, de la configuración de dicotomías de modelos opuestos. Así, nos encontramos como las relaciones izquierda-derecha, reacción-progreso, liberalismo-socialismo, etc., se desenvuelven sola y exclusivamente en el plano identitario, incapaces como son de digerir la más mínima Transgresión. De hecho, todo el que viva en un sistema demo-liberal de corte occidental contemplará con toda naturalidad como se producen los turnos en el poder de los dos grandes partidos hegemónicos sin que ello implique alteración estructural, institucional o económica sustancial. Los grandes partidos identitarios se oponen y complementan al mismo tiempo y construyen a su alrededor un universo identitario que garantiza, no solo su turno político periódico y pendular, sino que no se van a producir cambios ni variaciones de ningún tipo que puedan alterar parte o la totalidad del sistema. A la Transgresión la llaman crisis o vacío de poder, por lo que acuden raudos a extirparla, incluso a costa de aunar esfuerzos para construir bloques constitucionales, gobiernos de unidad, de concentración o de salvación nacional, etc.

En esta dirección tampoco cabría reducir la historia de las sociedades a la lucha de clases. Las luchas de clases pueden operar como agente transgresor, aunque también como enlace identitario. Así lo podemos percibir en las modernas sociedades industriales donde el arbitraje y la negociación colectiva son fenómenos institucionalizados como cualquier otra práctica contractual imprescindibles al correcto reciclaje del sistema en su totalidad.

 

A la luz de la lucha de clases y del desarrollo de las fuerzas productivas difícilmente son explicables y comprensibles acontecimientos tales como el genocidio, la barbarie y el holocausto. Igualmente, si se echa mano de ese comodín ideo-filosófico de la naturaleza humana el problema sigue siendo el mismo, por no hablar de los mitos de los tiranos psicópatas, de la sed de poder, etc. ¿Quién puede explicarse cómo los antiguos vecinos de la Yugoslavia de Tito que convivían apaciblemente, desde el cristiano ortodoxo que compraba la leche y el pan al musulmán de la esquina y que podían quedar para jugar una partida de cartas estallaran en un momento determinado hasta el extremo de la masacre? Sin duda, la naturaleza humana era la misma que la de cinco años antes. Si había lucha de clases o de intereses no se explica porqué saltó de ese modo. De un proceso de disgregación y desarticulación social y nacional nacido como consecuencia del nuevo contexto internacional provocado por el derrumbe del bloque del Este en el seno de una crisis económica, se puede discernir un proceso de vacío de poder político y de modificación de las estructuras identitarias de mediación social. La Transgresión del marco del Estado plurinacional y multiétnico yugoslavo obedece a causas muy complejas, una de ellas, quizá la fundamental, sería la redefinición de identidades nacionales, étnicas y religiosas, una fuerza centrífuga que haría estallar en mil pedazos el antiguo estado.

 

Se suele asociar la palabra Identidad a su antónimo correlativo, diferencia. Es del todo evidente que no es esta la perspectiva que aquí adopto. El concepto Identidad aquí descrito implica ciertamente concordancia aunque no viene referido más que a un individuo, la Identidad a sí mismo. Se trata del axioma sentado en el principio de Identidad elemental A=A. La diferencia como tal, desde el punto de vista adoptado, no interesa más que en su calidad de una Identidad distinta que como tal es también Identidad. Por otra parte, el sentido enormemente subjetivo (como marco de referencia del sujeto) de que viene revestido el concepto de identidad lo convierte en antónimo de alteridad, esto es, lo que diferencia el idem del alter no sería otra cosa que lo que distingue lo propio de lo ajeno. La frontera de la identidad sería la que delimita entre el yo y el no-yo (el ello, los demás, los otros). En este sentido, la alteridad, como la diferencia, estaría definida como una determinación negativa de todo cuanto rodea a lo propio, a lo idéntico, a lo relacionado con el sujeto. Aunque, en cierto modo, lo propio, lo idéntico, no subsiste pos sí mismo sino en su interconexión con el alter que es, a fin de cuentas, aquello que le da la consistencia y firmeza necesaria como para constituirse, producirse y reproducirse como lo propio e idéntico a sí mismo. En la disputa, en el campo de batalla, en la competición deportiva, es lo otro lo que consolida y, en cierto modo, da razón de ser a lo idéntico. Lo propio solo se forma y constituye en esa interacción dialéctica con lo no-propio. El caso de España puede ser altamente significativo al respecto, hasta el punto de que no se puede hablar del nacimiento del nacimiento de la nación española (tanto en sentido subjetivo como objetivo) hasta que tiene lugar la invasión napoleónica de 1808. La identidad española no se forjó por sí misma sino por la intervención de un agente exógeno a sí misma, consolidándose por la Guerra de la Independencia; lo ajeno fue decisivo en la constitución y configuración de lo propio.

 

Por el motivo citado, entre otros, la asociación que aquí vengo a establecer es la que se produce entre la Identidad y la Transgresión de esa misma Identidad. Son dos aspectos cuya tensión y tirantez tienen la virtud de explicar una variada gama de sucesos y acontecimientos que se desarrollan no solo en el plano histórico, sino también en el plano psíquico e individual. Móviles transgresores los ha habido muchos en la Historia. Podemos destacar, por su simplicidad y por ser directamente perceptible en el mundo personal, el deseo, el principio del placer. No hay mayor transgresor de la Identidad de sí mismo que el deseo de alcanzar algo, un objeto, una persona o un status que se mueve por encima de las posibilidades y límites que encasillan la Identidad de un sujeto. La Identidad dota al ente histórico de rol, papel y función, lo orienta y organiza pero, a su vez, le impone fuertes limitaciones. La Transgresión entra en escena desde el mismo momento en que la Identidad se hace insoportable, en que se convierte en un freno para el sujeto que para llegar a determinadas metas que, con independencia de que puedan o no ser vitales para sí mismo, le proyecten a alcanzar la meta deseada. El deseo activa todas las formas posibles de Transgresión: la mentira, el engaño, la falsificación y la impostura. El sistema se defiende. Se encarga de sancionar jurídica o moralmente tales conductas transgresoras. Pero a la Identidad le siguen acechando más peligros: la desesperación y el suicidio. El sistema no puede permitir la Transgresión pero tampoco puede erradicarla y por esa misma razón no le queda más opción que tolerarla no sin antes someterla a sus propios cauces identitarios en un contexto global de asimilación e integración.

 

Por último, introducir el matiz de la conceptualización de la Identidad y Transgresión como una visión dinámica de la relación forma/contenido. El contenido energético que queda aprisionado entre las rígidas formas y estructuras identitarias lucha por salir a flote, por transgredir, en suma, el marco de identidad bajo el que ha quedado subsumido. De ahí el sentido universal que ha adquirido el término Revolución desde que hiciera acto de presencia la Gran Revolución que abrió las puertas al mundo moderno, la Revolución Francesa, como el estallido de una descarga energética dinamizadora que arrastró a todas las formas existentes de dominación y jerarquía social. Aún considerando en términos generales válido este matiz de la explosión del contenido y su liberación de las formas, encuentro en él cierto inconveniente, no percibe la enorme variedad de matices, funcionales y particulares, que puede tener la Identidad y Transgresión en distintos ámbitos de la vida social y que apunto en estas páginas, en el sentido que no sabe captar la existencia de formas capaces de liberar contenidos sin que ello ponga en peligro su existencia. El modelo de Revolución de Marx forma/contenido puede ser válido en el plano descriptivo a niveles globales, pero deja de serlo cuando de lo que se trata es de aplicarlo a fenómenos específicos, estructurales y coyunturales.

 

Las escuelas funcionalistas y estructuralistas, atrapadas en la determinación de los elementos identitarios de los sistemas, son incapaces de asimilar el papel de primer orden jugado por la Transgresión en la explicación de los procesos sociales. A lo más que llegan es, a lo sumo, a percibir la Transgresión como un agente patógeno, como una disfunción producida en una pieza del sistema. Por tal motivo, las sociedades ideadas por las corrientes estructuralistas y funcionalistas no pueden ni podrán funcionar nunca (toda una paradoja), son cadáveres sin vida, sin energía, sin fuerza y sin combustión interna, algo así como mecanos con piezas de quita y pon.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

III. IDENTIDAD Y CONTROL

 

Antes que nada habría que distinguir las dos acepciones que se le pueden atribuir al concepto Identidad. Una primera, de índole subjetiva, implica algo así como conocimiento o conceptualización. Es subjetiva en tanto que el acto de identificar se asocia al acto de conocer. Lo que se identifica se conoce, por contra, todo aquello que no ha sido identificado no ha sido aún conocido. La acepción que más interesa ahora va a ser, por tanto, la objetiva. Se podría definir esta segunda como el mecanismo a través del cual se establece una relación de elementos a los cuales se adjudica una individualidad o calidad específica. Este segundo sentido designa un grupo de elementos o de individuos o de conjunciones asociadas e individualizadas que, desde el mismo momento en el que, dentro de un marco regulador, se les asigna una Identidad comienzan a desempeñar papeles, roles y funciones acordes a la Identidad asignada. El valor de la presente conceptualización objetiva radica en su capacidad explicativa de la noción de Identidad, entendida como un factor plenamente activo que se distingue de su acepción primaria, pasiva y subjetiva. El generador de Identidades no se limita a percibir Identidades y diferencias en la misma medida en que, a su vez, las crea, construye identidades específicas asimiladas a la Identidad global del organismo.

 

La identificación aparece como un elemento indispensable a toda estructura de información. Identificar es sinónimo de conocer y, como diría Francis Bacon, solo se domina aquello que se conoce. Lo que se identifica se clasifica, se numera y encasilla. La tabla periódica de los elementos, las especies biológicas, identificadas con nombres y apellidos y encajonadas en las estructuras taxonómicas, los planetas, las galaxias y las estrellas, todo exige un nombre, una Identidad. Lo que se desconoce carece de Identidad, de ahí las siglas OVNI, objeto volador no identificado que, a pesar de estar asociado a las civilizaciones extraterrestres, en sí no significa nada, tan solo es un objeto que vuela pero que no se sabe lo que es.

 

Considero precisa una aclaración previa. Cuando hablo de Identidad o del principio de Identidad no me estoy refiriendo al individuo ni al individualismo. No deseo se me malinterprete. Si consideráramos que toda cultura ha incorporado la Identidad y el control de sí misma en tanto que mecanismo de sujeción como una proposición equivalente a la incorporación de la individualidad caeríamos en una simplificación a-histórica. La Identidad aquí referida tiene unas connotaciones bastante más amplias que esa individualidad a la que se ha rendido culto desde el renacimiento y que triunfó políticamente a finales del siglo XVIII. La diferencia fundamental radica en que la Identidad aquí es concebida como un ámbito o esfera de control político y social, no como el marco del ejercicio de los derechos individuales ni como sistema de defensa de la esfera individual frente a la del Estado, por mucho que en estos últimos aspectos podamos percibir determinadas manifestaciones del principio de Identidad. La defensa del individuo y del individualismo puede incluso chocar de plano con las estructuras mismas de identificación que implantan los Estados. Vemos, por ejemplo, los escrúpulos que se ponen de manifiesto cuando se trata del tratamiento informatizado de datos individuales. Se ha creado una nueva fuente de tensión esta vez entre el individualismo y la Identidad en el que el primero pugna por la defensa de la anonimidad individual frente al Estado como medio de defensa de la intimidad individual. La Identidad se contempla como una imposición que la cultura implanta a los individuos y como materia prima sobre la que se articulan los mecanismos de dominación propios de todo sistema político administrativo. Pero la Identidad y la identificación correlativa no se ciñe solo a los individuos. Los aglomerados meta-individuales construyen su propia Identidad, desde las Instituciones a los territorios, las naciones, los países y los pueblos, los gremios profesionales, los partidos políticos... El conservadurismo iza la bandera de la Identidad tradicional, el nacionalismo la de la Identidad nacional, en suma, todo ser se manifiesta y permanece en su Identidad intemporal. La pérdida de las señas de Identidad es la crisis destructiva, entendida como muerte, cambio o como transformación. Estos tres acontecimientos son determinantes en la Transgresión de todo tipo de Identidad. La muerte, por su radicalidad, pone fin a la presencia, a la emergencia de las estructuras vivientes, es la Transgresión de los límites biológicos y orgánicos del ser vivo. El cambio o transformación, sin embargo, suponen una barrera a un estado de presencia definido del ser. Transformación es una forma de destrucción, una forma de muerte si se la quiere llamar así. Mediante la transformación la Identidad se extingue, se transgrede para adoptar una Identidad distinta.

 

Para Homo Sapiens el conocimiento, reconocimiento y diferenciación de los congéneres se basa fundamentalmente en la identificación visual. No hay más que ver la enorme variedad de rasgos faciales que se presenta entre unos y otros individuos. Si bien los rasgos y los tipos humanos individuales son susceptibles de clasificación, es difícil, no imposible salvedad hecha de los gemelos univitelinos y de los dobles o bien de los parecidos que se pueden hallar entre dos o más personas, encontrar dos humanos idénticos. La similitud entre embriones con el proceso de desarrollo se va disipando y a medida que pasan los años asoman los rasgos identificadores y diferenciales.

 

LA IDENTIDAD PSÍQUICA: las personas cuentan con una huella genética, con una huella cultural y con una huella psicológica. La formación de la identidad en el niño se manifiesta en un deseo de distanciamiento respecto de los padres en aquello que los psicólogos llaman fase de la individualización, a partir de la cual interponen ante los progenitores la barrera/esfera de su propia intimidad física y psíquica imprescindibles para construir los elementos integrantes de su propia personalidad.

 

IDENTIDAD CULTURAL Con la emergencia de la cultura tendrá lugar la acentuación de la identificación individual. La organización misma del parentesco así como el consiguiente tabú del incesto ya se nos aparece como una elaborada construcción social del principio de Identidad, a donde converge tanto la genealogía del individuo como elemento integrante de su Identidad así como las correlativas reglas sociales generadas precisamente por esa estructura cultural-represiva que articula la Identidad de la individuación como eje central del sistema. Las estructuras del parentesco, efectivamente, están en la génesis misma del principio de Identidad. Todos tienen un padre y una madre así como una serie de ascendentes y descendientes troncales, parientes colaterales por sangre o por matrimonio. A todos se les pone unos apellidos que recuerdan su ascendencia y un nombre que identifica, aunque el nombre por sí solo no es nada si no va unido a esos apellidos que complementan su Identidad. En realidad, vivimos inmersos en un mar de Identidades numeradas y codificadas. A la vivienda en la que vivimos se le asigna un número y/o una letra, que a su vez viene identificada en una manzana numerada, en una calle, en una sección, en un distrito, en un núcleo de población, en una provincia, en una Comunidad Autónoma, en un Estado, etc.,

 

Ningún sistema social e institucional prescinde del control de la Identidad individual como forma de dominio. El Estado elabora sus registros, padrones, censos y compilaciones estadísticas de datos referidos a sus ciudadanos de forma enormemente cuidadosa. Hasta tal punto es decisiva la Identidad individual que lo primero que se nos pide cuando vamos a un sitio es un documento que tenemos en el bolsillo que se llama precisamente Documento Nacional de Identidad. Para destacar el papel y función represiva de dicho documento no hay más que decir que es la Policía la encargada de elaborar y confeccionar dichos carnets. ¡Identifíquese!, exclama la policía cuando hace una redada. No llevarlo en el momento en que se lleva a cabo un control policial o, simplemente, no tener reafirmada la Identidad, puede implicar estar expuesto a una sanción. Puede que algún día, para evitar tales descuidos ciudadanos, el Estado nos tatúe el número o un código de barras en el brazo o nos implanten un chip en la oreja de fácil acceso para cualquier escáner. El Estado nos ordena y nos numera. No solo tenemos nombres y apellidos, hay algo mucho más importante que nos identifica. Un número correlativo seguido por una letra puesta al final pone de manifiesto que el Estado nos ha matriculado para siempre. La primera columna de todo censo o padrón es la que ocupa precisamente ese número que nos ha asignado el Estado. A ese número se le asigna una huella digital, una fotografía, unos padres, un domicilio, un sexo, una edad y una nacionalidad. Los anónimos, huérfanos, asexuados, apátridas, vagabundos y nómadas crean auténticos quebraderos de cabeza a los Estados. El nomadismo, en particular, es un modo de vida que no acepta fronteras ni Estados y que por ello pone en vilo los sistemas identitarios y de control. La legislación franquista, sin ir más lejos, catalogó a este grupo de personas como peligrosos potenciales. La bioquímica ha hecho un aporte decisivo al control identitario con la clasificación de los grupos sanguíneos y la secuencia de ADN.

 

El Estado vela y vigila permanentemente por salvaguardar la Identidad de su ciudadanía. La Identidad garantiza el pasado y el presente de los individuos, su realidad fáctica, su presencia y disponibilidad real y efectiva, su localización, su papel y función social, sus posibilidades presentes y futuras, su patrimonio, su inserción institucional, el marco del ejercicio de sus derechos y correlativas obligaciones. El Estado defiende la Identidad de sus ciudadanos a capa y espada, pues en ella encuentra no solo el instrumento de dominación efectiva sino los elementos funcionales mismos que le confieren su razón de ser: la Identidad del elector, la Identidad del contribuyente, la Identidad del destinatario de los servicios públicos, la Identidad de la población activa, la Identidad de la población desempleada, la Identidad de los pensionistas, la Identidad de los estudiantes, de los casados, de los solteros, de los separados, de los viudos, de los hombres, de las mujeres.. Pero la Identidad individual una vez estatalizada es algo más. La realidad del individuo se somete a su realidad documental, el marco del ejercicio de sus derechos y de la imposición de sus obligaciones lo produce el gigantesco mundo del control de la Identidad. Documentos, carnets, pasaportes, visados, permisos, licencias, títulos, en fin, todo. Sin salvaguardia de la Identidad no hay persecución policial, ni búsqueda y captura de delincuentes, ni presunciones legales, ni juicios ni condenas. El sistema de información sobre el que descansa la actividad del Estado encaminada a la extracción de recursos, a la articulación de la política de subvenciones, becas, etc. se somete, en última instancia, al principio de Identidad. El inmigrante norteafricano que cruza el Estrecho sin papeles ni documentos que lo avalen (contrato de trabajo, permiso de residencia, pasaporte o visado) obtiene para el Estado la inmediata calificación de Ilegal, en una operación donde el derecho se supera a sí mismo en su determinación identitaria, pues hasta ahora lo que se había tachado de ilegal eran determinadas conductas o las mercancías importadas de contrabando, no las personas. El Ilegal no existe para el Estado, carece de identidad positiva, se le atribuye esa identidad negativa de Ilegal por el hecho de ser indocumentado en virtud de la cual se le debe expulsar inmediatamente del territorio. Con ocasión de la actual Guerra de Kosovo, las tropas y los grupos paramilitares serbios acaban de expulsar a los miembros de la minoría albanesa de sus hogares, destruyendo previamente sus enseres personales no sin antes arrancarle toda su documentación y se supone que, con vistas a imposibilitar un cálculo de la magnitud del genocidio, se hayan destruido también archivos, relaciones estadísticas, censos, padrones, registros civiles, etc. Al destruir sus documentos los han convertido en indocumentados, en seres inexistentes, incapaces de acreditar su existencia presente, su familia, su matrimonio, sus aptitudes profesionales y su historia misma.

 

Los sistemas políticos occidentales se basan precisamente en un sistema de transferencia masiva de identidad del cuerpo social al cuerpo político. VOTAR quedaría aquí definido como un acto de transferencia refractaria de identidad a través del cual el cuerpo político construye su propia identidad en la misma medida en que se va nutriendo de las identidades individuales transferidas.

 

En el plano institucional, el identitarismo último de todo Estado descansa en su núcleo duro, a saber: el ejército y la burocracia.

 

A) EL EJÉRCITO

 

No es de extrañar en absoluto que los ejércitos se adjudiquen a sí mismos las esencias de la Identidad nacional y política de los Estados. Todo Ejército se constituye en baluarte y portador último de una historia, de una cultura y de un orden institucional, hasta tal punto que los caracteres identitarios institucionales mismos, el orden, la jerarquía y la disciplina son llevados hasta el paroxismo. Los ejércitos sacralizan la nación, la personifican y la identifican como Patria como. El ejército reviste esos caracteres ultra-identitarios que caracteriza toda estructura institucional de poder y dominación. Al mismo tiempo, su trabajo de identificación se realiza en la guerra y en la ocupación, expandiendo por los territorios ocupados las semillas de la nueva Identidad estatal-institucional a la que va ligado. Las distintas Campañas Napoleónicas de comienzos del siglo XIX por la vía militar trajeron consigo un efecto importante, consiguiendo un cambio estructural decisivo en el resto de Europa. El Ejército importó el nuevo orden socioeconómico surgido de la Revolución Francesa3 a todos los confines de Europa. Tras la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos vencedores, básicamente el soviético y el norteamericano, acabarían sectorializando el territorio de la antigua Alemania y de su capital, Berlín. Al Oeste se edificó una Alemania Norteamericana y al Este una Alemania Soviética. Los ejércitos respectivos cumplieron el cometido de importar la Identidad de sus propias metrópolis a los territorios liberados.

 

La guerra se puede apreciar desde la perspectiva de un choque frontal entre dos sistemas de Identidades antagónicas que no tiene porqué culminar en la aniquilación física de uno a manos del adversario sino con la imposición y ampliación del sistema de Identidades vencedor al campo del vencido. El ejército de ocupación rápidamente se hace cargo de las venas y arterias del sistema derrotado, se apodera de los sistemas de comunicación y centros de los organismos oficiales, aplasta los núcleos de resistencia e impone el toque de queda a la par que suple provisionalmente los sistemas de aprovisionamiento y abastecimiento. A continuación organiza y estructura sus propios centros de poder civil, instalando en dicho lugar a las autoridades del nuevo orden. A medida que se van configurando los nuevos centros de poder civil el poder militar se va retirando a la periferia y a cumplir sus propios cometidos estructurales normales.

 

Este es el esquema clásico. Sin embargo, en muchas ocasiones el esquema no coincide con la realidad. El Ejército puede en determinadas circunstancias absorber casi toda la Identidad institucional del Estado. Se trataría de aquellos casos en que la Identidad militar se presenta como antagónica a la Identidad civil por haberse constituido como núcleo de poder autónomo, con su propio sistema de división de poderes, mandos y tribunales, con su propia policía militar, con su propia música militar, escuelas militares, edificios del ejército, comedores y economatos, a lo que se le añade todo un talante militar, una ética, una disciplina y un espíritu militar... llegado el momento, el poder civil se presenta como un estorbo, el arte de la política y todo lo que a este viene adherido: el compromiso, el pacto, la negociación, la mediación, etc. como un síntoma de debilidad, traición y entrega al adversario. Los que discrepan respecto de los valores identitarios forjados en los ejércitos (la metafísica de la Patria, la religión verdadera, las estructuras de propiedad y la lealtad y sumisión a reyes y príncipes) solo pueden ser tratados en términos militares, no en términos políticos, y como tales, solo se les puede hacer prisioneros o neutralizarlos ante un pelotón de ejecución. El ejército es un instrumento de fuerza y violencia física y, como tal, ha de intervenir en la vida pública. De ahí a la militarización de toda la sociedad solo hay un paso. El ejército, como organización institucional de la violencia, extiende su propio sistema de violencia al resto de la sociedad (el General Franco llegó a afirmar que España era un Cuartel), eliminando drásticamente la Transgresión del seno de la sociedad civil mediante los tristemente célebres sistemas de exterminio de transgresores políticos tan conocidos en las dictaduras del Cono Sur: Desaparecidos, ejecuciones en masa, fosas comunes, etc. La imposición de la Identidad (el Orden, en su propio vocabulario) por vía militar no admite transacciones. Se pretende uniformar política y mentalmente a toda la sociedad, los discrepantes son literalmente masacrados, arrojados al mar desde los helicópteros de la Armada, ejecutados y enterrados en fosas comunes, perseguidos y expulsados del país. Acuartelan a la población mediante el Estado de Sitio y el Toque de Queda. Los mandos dictan órdenes que deben ser inmediatamente obedecidas, lo contrario es atenerse a las consecuencias de un Consejo de Guerra. Bajo el estricto identitarismo militar no cabe la protesta ni la transacción ni la huelga ni el razonamiento. Los militares castigan contundentemente todas las manifestaciones de insubordinación asimilándolas a rebeldía y alta traición.

 

Ante este sistema de Identidad tan insoportable y agobiante, la Transgresión ha de aparecer por algún sitio, y la única salida que ofrece el ejército al respecto es el alcoholismo. El índice de alcohólicos en los ejércitos es mayor que en ningún otro sitio. Gran parte de los reclutas encuentran en ese medio de Transgresión la única salida a un sistema de implantaciones e imposiciones en el que se sienten prisioneros. Otra parte, minoritaria, recurre a la forma última de Transgresión, facilitada por el hecho de encontrar armas a su alcance: el suicidio. Lo cual, por otra parte, no es ninguna novedad. Todas las instituciones de tipo carcelario ya sean los cuarteles, las cárceles, los conventos y los monasterios desarrollan sus propias transgresiones alternativas a sus respectivos sistemas de Identidad absoluta. Así, en las cárceles el consumo de drogas excede de todos los límites. A esta Transgresión acompañan otras formas de Transgresión sexual como pueden ser los abusos a los presos más jóvenes. En los conventos y monasterios la Transgresión adquiere sus tintes propios: la sublimación, la mística, el éxtasis y la oración cuando no se trata del desarrollo de múltiples formas de homosexualidad entre sus miembros o bien de la entrega a prácticas sadomasoquistas encubiertas como penitencia (serían estos casos de transgresión permitida/pervertida por el mismo sistema identitario).

 

Los ejércitos, depositarios en un grado extremo de intensidad de todos y cada uno de los elementos represivo-identitarios de una organización política, por esa misma razón pueden cargarse de la mayor energía transgresora imaginable, una energía que, en circunstancias límite, puede estallar. Eso sucedió en el Portugal del 25 de abril de 1974 donde la oficialidad del ejército asestó un golpe de muerte a las estructuras de poder fascistas del régimen de Salazar y Gaetano. Una guerra colonial que parecía interminable y que ya empezaba a amenazar la existencia de la juventud portuguesa fue el marco idóneo de la Revolución más transgresora conocida en el Occidente de la segunda mitad de siglo. La oficialidad del ejército prendería la mecha que fuera a poner en marcha todo un polvorín revolucionario: una oleada de transgresiones sociales en cadena, un cuestionamiento sistemático de las estructuras de mando y autoridad, de las jerarquías, del régimen de propiedad (la reforma agraria), provocando unas consecuencias sociales que desbordaron con creces las intenciones de los primeros actores de la Revolución; a saber, el derrocamiento de la dinastía fascista de Gaetano, heredera del régimen de Salazar. Lamentablemente, la OTAN, primero, y los partidos políticos, después (en primer lugar, destacan los intentos del Partido Comunista Portugués de apropiarse de la Revolución, de imprimirle su propia impronta burocrática. Por parte del Partido Socialista Portugués observamos que su papel en la contra-revolución no fue nada desdeñable) frenaron el proceso.

 

B) LA BUROCRACIA

 

A las burocracias les corresponde el honor de ser los mayores generadores de identidades con los que cuentan los Estados. No podía ser de otro modo, su existencia se acopla a la del producto. El mundo en el que las burocracias viven inmersas es un mundo paralelo al mundo real constituido por montañas de papeles y documentos, de sellos y compulsas, de archivos, de oficios, circulares y requerimientos. La burocracia, desde sus despachos, mesas y oficinas, va tejiendo esa estructura superpuesta a la realidad, imponiendo su propio lenguaje y su propia realidad, la de la constancia documental, su única fuente de conocimiento. Desaparece paulatinamente la fisura entre el mundo real y el mundo oficial: solo existe lo que consta en los textos, en los archivos y registros, esa es su única realidad. El mundo burocratizado es, por excelencia, un mundo identitarizado

 

 

 

 

LOS PARADIGMAS IDENTITARIOS

 

A) EL PARADIGMA RACIAL: No es fácil a priori adentrarse en un tema tan manoseado y con tantas implicaciones como

 

 

 

LOS ENLACES IDENTITARIOS

 

Comprender sustantivamente la Identidad tomada en un sentido amplio nos conduce directamente al problema de su inserción en el contexto de una estructura de Identidad global capaz de asignar Identidades parciales a los elementos que la integran. Si nos detenemos a observar el mecanismo de un motor de explosión veremos como las distintas piezas: válvulas, engranajes, rodamientos, pistones, árbol de levas, culata, bujías, correa de la transmisión, etc. se identifican estructural y funcionalmente en su conexión con el todo. Un pistón no puede desplazarse de abajo arriba si no va conectado al mecanismo general, ni el electrodo de la una bujía puede soltar chispazos sin su conexión al sistema eléctrico de la batería. Funcionalmente dichas piezas están identificadas en su interconexión con el motor. Las distintas sociedades establecen también un sistema de atribución de Identidades a los individuos e instituciones que las integran. La analogía con el funcionamiento del motor no es muy afortunada (es una simple parábola estructuralista y funcionalista), ya que es en el contexto donde única y únicamente adquiere funcionalidad e Identidad (social) el individuo, siendo la sociedad y el Estado los engranajes por los que discurre la asignación de contenido identitario a los distintos elementos o individuos o sujetos identificados que la integran.

 

La Identidad gira generalmente en torno a las relaciones identitarias, las cuales cubren de contenido los elementos sustantivos a los que se les atribuye Identidad. El sistema de enlaces identitarios guarda cierta analogía con el sistema de enlaces químico-atómico, establecidos en el ámbito de cada formación histórico-social del mismo modo que una cadena molecular, atrayendo hacia sí los elementos previamente identificados, estructurándolos y organizándolos en torno a su propio eje. Los individuos mueren, las instituciones permanecen.

 

Para comprender la dinámica y funcionamiento de las relaciones identitarias es imprescindible conocer antes los procesos de identitarización y, dentro de estos, los agentes identitarizadores que se metabolizan con los primeros.

 

 

LOS AGENTES IDENTITARIZADORES

 

Se trata de las distintas cribas institucionales y culturales que intervienen en la formación de la personalidad. La primera de ellas, la familia, es la institución bio-cultural por excelencia que marca los primeros años de identitarización del individuo. Lo que se conoce como el desarrollo de la personalidad, los distintos estadios psíquicos por los que atraviesa: el sentido de dependencia y protección así como el de independencia o de individualización se configuran en el seno de la familia. La adquisición del lenguaje articulado, la locomoción bípeda, características de nuestra especie, se concreta en el propio ámbito bio-cultural de desarrollo del individuo. Serían estos los agentes de socialización primarios, modeladores de la identidad en sentido genérico. Los agentes socializadores secundarios, formadores de identidades parciales y específicas determinadas, en primer grado, por la división del trabajo, intervienen consecutivamente. Se trata de las instituciones propiamente dichas. La escuela, en primer término, a la que se le acopla el resto del sistema de educación e instrucción.

 

Sería pecar de mecanicista si admitiese que el modelado del individuo como identidad solo se produce por esos cauces institucionales, sin contar con uno que, a fin de cuentas, va a ser determinante y que, al fin y al cabo va a intervenir como un cemento que le va a dar solidez y consistencia a todos los procesos señalados, cual es el de la experiencia continuada organizada en la memoria. En efecto, sin memoria, sin la sucesiva información que ha sido recogida y almacenada a lo largo de todo el proceso no hay individualización y, por tanto, identitarización. La memoria recapitula al individuo y, en tal sentido, su identidad.

 

LOS PROCESOS DE IDENTITARIZACIÓN

 

Lo que la sociología convencional ha dado en llamar procesos de socialización vamos a denominarlos procesos de identitarización. Podría dársele otros nombres como por ejemplo procesos de aculturación. Al fin y al cabo, el nombre que se le dé a las cosas es lo de menos siempre y cuando se tengan claros los conceptos. En el contexto de este ensayo, llamado precisamente Identidad y Transgresión me ha parecido oportuno usar ese nombre por cuanto que de lo que aquí se trata es de comprender los procesos de socialización, de aculturación o de identitarización como procesos de asimilación de los individuos a los parámetros sociales, culturales o identitarios vigentes bajo una formación social dada.

 

Cada individuo es en sí mismo un haz de contradicciones. Es posible, por tanto, someter determinados aspectos de su realidad a procesos de identitarización. Otros, en cambio, se sublevan contra estos mismos mecanismos. Al desarrollo de la personalidad, que en sí es un proceso de emergencia de la identidad individual, concurren múltiples factores, elementos que ya de por sí han de llevar siempre implícita la contradicción y la transgresión. La personalización del individuo es asimilable a identitarización. No obstante, es marco de su génesis es siempre complejo y contradictorio. Si el individuo se puede considerar como un holograma de la sociedad en la que vive, necesariamente habremos de conceder que cada individuo, tomado en sí mismo, no es un elemente mono-identitario sino multi-identitario. A él confluyen múltiples identidades o roles sociales (si aceptamos el lenguaje de los funcionalistas) que se despliegan en las múltiples facetas de su existencia. En efecto, se puede ser a un mismo tiempo marido o esposa, padre o madre, productor o consumidor, jefe o subordinado, deudor o acreedor, honrado y delincuente, simpatizante del partido X, practicante de tal o cual religión, interesado en determinadas cuestiones, desinteresado en otras... Un mismo individuo, en una sociedad tan compartimentada como la presente, adopta identidades diversas que se adaptan, en lo fundamental, a los distintos papeles que ha de desempeñar. Cuando hace de padre no es el mismo que hace de funcionario, ni el mismo que hace de amigo o colega. Quizá la identidad total esté constituida por todas y cada una de estas facetas en general y por ninguna en particular. Pero la reducción ha sido siempre tentadora: es fácil dibujar a un individuo con brocha gorda, de un solo trazo. Clasificar como medio de calificar y descalificar, recurrir a ese paradigma de reducción y disyunción como forma de catalogar a los individuos resulta un argumento muy socorrido

 

La integración de los individuos en sistemas sociales e institucionales no deja de ser traumática. La represión del instinto y del principio del placer

 

 

IDENTIDAD MÓVIL, IDENTIDAD FLEXIBLE

 

Al comienzo del capítulo me referí a una de las manifestaciones del principio de Identidad, la que escora al individualismo propiamente dicho. Era importante desligar ambos conceptos de modo que se pueda englobar al individualismo como a una más de las distintas manifestaciones del principio de Identidad.

 

La primera operación del liberalismo consiste en recoger al individuo para enfrentarlo al poder del Estado. Tamaña mistificación parte de un completo desconocimiento de que la construcción social del individuo como elemento identificable y susceptible de ser sujeto a control surge con una naturaleza puramente represiva. La paradoja del individualismo liberal radicará precisamente en la instrumentalización de un ente culturalmente elaborado y, como tal, fruto de un sistema represivo - tal y como es en este caso el individuo o la Identidad individual - como arma arrojadiza contra el Estado, esto es, contra el ente represivo catalizador, regulador y controlador de las Identidades. En cierto modo lo que se nos presenta es la lucha de la Identidad contra sí misma en la que acabará triunfando la más completa estructura de control de la Identidad jamás conocida en la Historia.

 

Desde el mismo momento en que el Estado elabora las estructuras de mediación directa suprimiendo de camino las barreras de los poderes locales empieza a controlar la Identidad creando al efecto todo un aparato burocrático con capacidad para identificar y anotar todos los datos relevantes de la población de los que se servirán para incorporar a los ciudadanos al Registro Civil, a los padrones y censos con fines fiscales así como una compleja estadística de la población por edades necesaria para incorporar a la población joven masculina en edad militar a los primeros ejércitos de remplazo.

 

Por otra parte, si bien observamos que en esta sociedad burguesa se ha llegado a un control sin precedentes del principio de Identidad, a la par se ha producido un proceso de relativa flexibilización del mismo. La adscripción social en los sistemas feudales y estamentales era enormemente rígida. La Identidad del siervo y del señor se presentaban como condiciones inmutables directamente transmisibles a la descendencia. La Identidad se articularía sobre todo un linaje. La diferencia radical entre la sociedad burguesa y los sistemas estamentales que la precedieron radica en esa nueva dimensión que se le atribuye al principio de Identidad enmarcado en un sistema de Transgresión evolutiva y regulada. El deseo mismo de autosuperarse nos da idea de que la nueva Identidad elástica que se ha puesto en funcionamiento. La importancia misma que adquiere la práctica y el fomento del deporte bajo estos nuevos sistemas nos puede dar toda una idea de hasta qué punto el concepto de esfuerzo y autosuperación personal se impone sobre todas las barreras sociales tendentes a la identitarización del individuo. El Estado se contagia de este nuevo sistema de autosuperación. Se crean las carreras burocrática y militar. El burócrata de los escalafones inferiores aspira a los escalafones superiores, el militar de baja graduación aspira a una alta graduación. El Juez quiere ser Magistrado, el Botones quiere llegar a ser Director General. El Penene anhela ser Catedrático. Se crea todo un juego de Identidades móviles y para hacerlas efectivas como tales se arbitra un nuevo sistema de conexión a los enlaces identitarios dentro de unas normas

 

La singularidad histórica del Modo de Producción Capitalista estriba en su doble carácter, identitario y transgresor a un mismo tiempo. Nunca se había conocido un sistema como este, capaz de establecer un juego de Identidades y transgresiones tan estructurado y coordinado. El Capitalismo es un sistema transgresor. El mismo Marx lo tuvo que reconocer en el Manifiesto Comunista cuando declaraba que el capitalismo solo puede subsistir a costa de revolucionar continuamente sus condiciones materiales de existencia. El capitalismo arrasa con todo, transgrede las instituciones tradicionales, el patriarcado, la familia, la tradición, la fe, los títulos nobiliarios, los rangos, la hidalguía, las obligaciones y los derechos eternos. Destruye la propiedad feudal, los bienes comunales... ¿cómo? Nada se impone por la fuerza física directa; si desarticula la familia productiva y los derechos y obligaciones dimanantes de las relaciones de sangre, lo hace capitalizando la tierra, sujetándola al tráfico económico y, en esa misma medida, diluyendo la adscripción de almas a bienes, separando orgánicamente a productores de su medio productivo, incorporándolos masivamente a toda la población a un sistema que gira sobre otros ejes. El capitalismo convierte la familia en un pequeño apéndice social de organización del consumo y reproducción biológica de la especie. Transfiere al matrimonio, -antaño sagrada e indisoluble institución dotada de unos vínculos personales tan rígidos como los propios de las relaciones de servidumbre, - su propia mecánica contractual. La relación matrimonial, al igual que cualquier otra relación contractual (laboral o mercantil) se funda exclusivamente en la autonomía de la voluntad de los contrayentes o contratantes que puede rescindirse libremente, a iniciativa de cualquiera de las partes. El capitalismo deroga fueros individuales y colectivos y sitúa al individuo desocializado en el epicentro del sistema.

 

Marx se encargaría de señalar las bases identitarias mismas de este sistema económico, que se reducen, en última instancia, a la Ley del Valor-Trabajo. Nacía un nuevo género de Identidad, distinto de los conocidos hasta entonces. Las normas coactivas (en el plano económico) ya no derivaban de instituciones ni de sistemas organizacionales. Los principios de autoridad y jerarquía quedaban suprimidos, la Identidad individual dejaba de ser condición previa al proceso de producción: nadie nacía con la Identidad de esclavo, ni con la de amo, ni con la de siervo, ni con la de señor. La Mercancía absorbió cuantas Identidades individuales se toparon en su camino, diluyó siervos, campesinos, patriarcas, hombres, mujeres e incluso niños en calidad de fuerza de trabajo, valorable en términos cuantitativos.

 

 

LAS IDEOLOGÍAS DE LA IDENTIDAD: ALIENACIÓN Y ENAJENACIÓN:

 

Desde que Sócrates arrojara la máxima (conócete a ti mismo), miles han sido los imperativos identitarios desde múltiples filosofías y pseudofilosofías. ¿Cuántas veces habremos visto el mismo tema novelado de la historia del magnate que, rodeado de bienes materiales, se siente frustrado en su vida y acude al retiro solitario a encontrarse a sí mismo?

 

La construcción de la filosofía de la alienación y sus variantes: cosificación o enajenación es obra del idealismo alemán. Desde Fichte hasta Hegel y Marx en su variante historicista, Feuerbach en su ateísmo humanista, hasta las corrientes irracionalistas que arrancan de Nietzsche y desembocan en los vitalismos históricos de Bergson y Ortega. La Escuela de Francfort, etc. Las filosofías de la alienación, de una u otra corriente, se constituyen, en última instancia, como defensoras de la Identidad transgredida o enajenada, objetivada, cosificada y, en suma, deshumanizada.

 

Y es que tanto en la filosofía, como en la religión, en la ética y en el pensamiento político lo que se sitúa en su núcleo duro, aquello que le da consistencia y solidez, es el referente de la Identidad última que generalmente suele ser la primera. El conocido mito de la Edad de Oro ha sido recogido una y otra vez a lo largo de la Historia por las más significativas ideologías religiosas, éticas, filosóficas y políticas. Desde el Edén bíblico al mito de Platón de la era de la abundancia natural al Bon Sauvage de Voltaire, el Hombre Natural de Rousseau, a la Idea de Hegel, al Comunismo Primitivo de Marx y Engels, todas las historias han girado inevitablemente en torno al primer principio enajenante y corruptor, transgresor de la Identidad primigenia, ya fuera El Pecado Original, la sociedad corruptora o la violenta irrupción de la sociedad de clases. El Primer Mito Primigenio, la Identidad Primitiva, axioma y punto de referencia último, no es solo añorado, es también punto de partida y de llegada último de toda construcción religiosa, ética y política. Es el punto de certeza que ante el caos y la incertidumbre sobrevenida.

 

La ingenuidad que acarrea toda ideología de la enajenación y sus variables (objetivación, cosificación, alienación, extrañamiento) se pone de manifiesto en su correlativo ético-filosófico-político, a saber, el concepto de restitución, la idea de que una reposición de las cosas en su sitio equilibrará de nuevo la balanza: el trabajo enajenado será restituido al productor, los objetos y producciones materiales procedentes del trabajo humano y que en su estado actual se le oponen serán patrimonio de la humanidad, los objetos serán puestos al servicio del hombre y no a la inversa, la cultura emanada de la humanidad no se le volverá a imponer como ajena a esta última, el arte será re-humanizado, etc. Bajo el concepto de restitución del que se hizo eco la filosofía clásica alemana y cuya antorcha fue tomada por diversas corrientes contemporáneas, se adivina esa idea restituidora y equilibradora de Identidades que tantas veces se ha puesto en funcionamiento bajo la denominación de Justicia. En mi trabajo anterior definía la Justicia en estos términos:

 

Expulsada de su concepto cualquier escala de valor, podríamos entender la justicia en un sentido genérico-concreto (sintético) como la tendencia a la restauración del equilibrio, es decir, como las distintas formas de recomposición que cada medio social genera en su firme determinación de restaurar el orden anterior que ha sido alterado. Podíamos inscribir la justicia en el contexto del concepto de conatus o, lo que viene a ser lo mismo, como la tendencia a la persistencia del ser en la existencia4.

 

Este género de conservadurismo identitario es el que subyace a toda noción de Justicia, el que pone en pie las distintas ideologías que se sustentan en la alienación así como a los correlativos imperativos que de esta misma se desprenden, la restitución o restauración, entendida en cualquiera de sus contextos como su necesaria consecuencia lógica, histórica, moral o política .

 

La Edad de Oro y su subsiguiente alienación irrumpió en sus comienzos como un mito religioso recogido por casi todas las culturas. Los filósofos se encargarían mas tarde de darle su adecuada forma lógica, los historiadores y los antropólogos lo dotarían de la consistencia empírica que precisaba para consolidarse no como un mito sino como una realidad contrastada e incontestada. Jean Chavaillon, director de las excavaciones del Valle de Awash (Etiopía), da ese nombre a una de sus obras La Edad de Oro de la Humanidad5. A mi parecer, el autor no está autorizado para designar al Paleolítico Edad de Oro de la Humanidad. Es todo un contrasentido, aún más, lo que dice el libro en su contraportada es toda una provocación:

 

La humanidad ha tenido su edad de oro, su época de paz entre sus poblaciones y de armonía con la naturaleza, su época de despreocupación y de juegos sin fin. Al describirnos la vida cotidiana de los hombres del Paleolítico antiguo hace un millón de años, tal y como las investigaciones de campo permiten reconstruirla, este libro ofrece una realidad histórica al mito platónico: “los hombres vivían desnudos y dormían muy a menudo sin lechos, al raso: porque las estaciones eran tan templadas que no podían sufrir y sus camas eran blandas entre la hierba abundante. Felices y sonrientes, se entregaban a la muerte como a un dulce sueño”. Si es verdad que lo que fué será, además de una excelente introducción al Paleolítico y al estudio de la prehistoria, este libro es también un emocionante mensaje de esperanza ...

 

Si realmente fuese cierto que esa fue una época de armonía y de abundancia, sobraba la evolución y el desarrollo biológico de la humanidad. Lo que atestigua el último millón de años de evolución de la humanidad, a tenor de los restos fósiles, no es otra cosa que la inexorable intervención de las leyes del azar y de la necesidad (aunque dirigidas por el ecosistema socio-cultural) propiciadora de una encefalización progresiva. Si el hombre se hizo bípedo y fabricante de herramientas no fue en un contexto de armonía y de paz universal, sino por la adversidad de un entorno hostil generado por la era de glaciaciones del Pleistoceno. Las leyes de la selección natural, contrarrestadas en parte por el desarrollo cultural de hace cuarenta mil años, son unas leyes excesivamente crueles, duras e implacables. La supervivencia del más apto descarta por definición el mito platónico: ¿cómo iban a poder dormir tranquilas y sin preocupaciones unas criaturas torpes y lentas, presa fácil para cualquier fiera? Tampoco podía ser ese mundo el de la abundancia ilimitada de recursos al alcance de la mano de cualquiera ¿cómo si no es explicable que aquellos primitivos homínidos tuvieran que hacerse cazadores, si no para asegurarse una adecuada dieta calórica rica en proteínas? No, sin duda no se trataba del Paraíso Terrenal ni nada por el estilo sino más bien de todo lo contrario. Sin duda, aquellos homínidos más confiados, los que dormían más a menudo tal y como relata el mito platónico, serían los primeros destinados a sucumbir en el proceso de selección natural. Obviamente no existía aún la explotación del hombre por el hombre.

 

Lo que sí está empíricamente contrastado es, por el contrario, cómo la esperanza de vida de las primitivas tribus cazadoras-recolectoras se sitúa entre los treinta y los cuarenta años. Frente a lo que pudieran pensar los románticos apologetas de la vida primitiva y natural, constatamos que nuestras modernas y alienadas sociedades industriales han logrado situar en el doble la media de esperanza de vida de la población.

 

Pero los paraísos soñados de riqueza y abundancia

 

AZAR, IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN: EL AZAR ORGANIZADO

 

La moderna sociedad capitalista, en lo relativo a la producción y reproducción de identidades, ha dado un paso revolucionario. Se ha producido una transferencia básica de las personas a las cosas. Bajo las antiguas sociedades estamentales y feudales la identidad venía establecida por el rango y la categoría social, lo que significa que el hecho determinante de la pobreza y la riqueza, la condición de señor y de vasallo, se sometía a un sistema de control y certidumbre preestablecido, inmutable e inmodificable que se adquiría por el hecho del nacimiento. Los señoríos y los derechos feudales, al igual que las obligaciones vasalláticas, se transmitían por herencia. Las situaciones de identidad adquirían el rango de inmutables salvo escasas excepciones. La burguesía triunfante modifica ese orden de cosas. El patrimonio y la propiedad, antes fijos e inmóviles, adquieren bajo este nuevo orden un dinamismo insólito, viven y se nutren del movimiento, de la circulación y transferencia, socavan y destruyen las antiguas identidades fijas, adquieren una tendencia innata a la acumulación, una acumulación que, no obstante, solo se realiza en ese movimiento contínuo. Este género de movilidad de las cosas, de los patrimonios y de las fortunas, cuyas vías están expeditas merced a su abstracción universal, el dinero, abre un nuevo campo de acción a las leyes del azar y la incertidumbre. La dinámica de las cosas suplanta a la de las personas, las cosas continuamente transgreden identidades individuales, a los ricos los hacen pobres, a los pobres los hacen ricos, la fortuna se convierte en puro designio de los dioses.

 

Se trata de un mundo de identidades y transgresiones inciertas. Por tal razón es por lo que se encomienda a esa misma incertidumbre la tarea de transgredir la existencia, de modificar identidades, de ejecutar las variaciones de fortuna. De la mano del azar nace un mundo para-religioso. Este es el mundo creado y continuamente recreado en los juegos de azar, lo que para simplificar daré en llamar de ahora en adelante azar organizado.

 

El azar organizado tiene todas las características de un microcosmos donde se encierra la versión laica de los antiguos mitos del destino

 

 

Nada tan cierta y tan incierta a un mismo tiempo como la mecánica del azar. Al fin y al cabo, el azar está siempre con nosotros y si no lo está lo creamos y así es como llegamos a inventas el juego. Gracias al juego nos sumergimos en un azar divertido y controlado. Queremos certidumbre a toda costa pero también soñamos y no perdemos la ocasión de aventurarnos en el azar. Emoción, aventura, peligro, miedo... ¿por qué no?. Ver cosas desconocidas, tener algo que contar: accidentes, situaciones peligrosas... y ahí llega la fortuna, que reparte felicidad o infelicidad a diestro y siniestro. Y ahí llega la suerte, pero también la desgracia y la calamidad. Correr delante de los toros en los Sanfermines, escalar paredes rocosas, arrojarse desde un avión en paracaídas o parapente, volar en ala delta, jugar con el viento y con el oleaje en el wind-surf, deslizarse sobre la nieve a gran velocidad... Pareciera como si esa mezcla de angustia y atracción que generó el riesgo y la incertidumbre en los primeros humanos no se hubiera desvanecido del todo, como si competir con la naturaleza y con otros hombres siguiera plenamente de actualidad. Lo que hace atractivo un juego es, a fin de cuentas, la combinación idónea que se produce entre conocimiento y precisión técnica por un lado y margen de azar, incertidumbre y error por el otro. Aquella disciplina donde el margen de azar, riesgo e incertidumbre se reduce al mínimo ya no es juego y se le denomina con otros nombres: técnica y trabajo. La vida cotidiana relega azar e incertidumbre a otros ámbitos distintos del productivo, lo cual no quiere significar, ni mucho menos, que estos se supriman. Se produce más bien una sustitución.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV. LA TRANSGRESIÓN DE LA IDENTIDAD

 

La Transgresión de la Identidad tiene dos caras, una negativa y otra positiva, o, lo que es lo mismo, la diferencia entre la negación absoluta - que no admite ser suplida por ningún contenido positivo - y la negación relativa, determinación como negación. En este último caso la Transgresión consistiría en su suplantación por una Identidad distinta, en un cambio de Identidad por Identidad. La Transgresión negativa, carente de un contenido concreto, como negación de todo tipo de Identidad, se encamina hacia el fin del encuentro bien con el mundo de los instintos,- con lo que se trataría, a fin de cuentas de una negación o Transgresión identitaria-, bien con el mundo de la incertidumbre o de la absoluta indeterminación. Sus efectos muchas veces serán destructivos culminando en la muerte o en el suicidio, siempre y cuando no generen un nuevo tipo de Identidad.

 

Faltar al principio de Identidad, entendido como error de transcripción de datos o duplicidad casual de los mismos, puede tener consecuencias cómicas pero también trágicas. Todos conocen historias de errores hospitalarios en los que se ha amputado un pie a una persona sana, se ha extirpado la matriz y los ovarios de una mujer embarazada, etc.

 

La Transgresión en sí misma puede ser limitada o ilimitada. La primera sería aquella que se presenta como un islote rodeado de contenidos identificados o, dicho con otras palabras, como un oasis necesario para proseguir por la Identidad del desierto. La vida cotidiana está cargada de transgresiones limitadas, como el juego entre los niños, el carnaval o la fiesta en general. Sin embargo, las transgresiones ilimitadas para ser ilimitadas y no abocar a la destrucción necesariamente han de ser positivas.

 

La Transgresión no puede asimilarse alegremente a la negación. Sin embargo, toda negación lleva en sí incluido cierto margen de Transgresión. La Transgresión de un deber, de una obligación positiva, implica ciertamente negación. Hasta tal punto que las legislaciones penales castigan dicha negación elevándola a la categoría de acción. Así sucede con los supuestos de comisión por omisión.

 

A continuación vamos a dar un recorrido a través de los distintos supuestos bajo los que se puede observar como aparece la Transgresión.

 

1) TRANSGRESIÓN, REPRESIÓN Y LIBERACIÓN

 

Podemos constatar que la Transgresión de la Identidad se ha visto, desde determinados contextos, como una forma de liberación respecto de la cultura-represión, como un eterno ansia de salir de sí mismo que siempre ha sido condenado y sancionado como impostura o usurpación. La ocultación de la Identidad siempre ha sido una circunstancia agravante de la responsabilidad criminal en todas las legislaciones penales: la nocturnidad y el uso de disfraz. La defensa del principio de Identidad provocó el motín de Esquilache bajo la época de Carlos III. Eludir la Identidad conlleva eludir la responsabilidad y la sociedad, para exigir responsabilidades, ha de determinar Identidades. La policía, mediante una operación consistente en re-identificar a los identificados ficha a los delincuentes.

 

La Transgresión y ocultación de la Identidad propia no surge como un deseo oculto de transgredir la propia personalidad sino el papel y la función social que necesariamente va ligada a dicha personalidad en el contexto de todo proceso de identificación. No se trata solo de la mera ocultación del aspecto físico que diariamente se produce a base al uso y abuso de maquillajes de toda especie, de la cirugía estética, de los tratamientos anti-envejecimiento, anti-obesidad, etc, sino de ocultar y suplantar la misma Identidad psíquica y espiritual. La ingestión de alcohol y demás estupefacientes y sustancias estimulantes puede entenderse en cierto modo como un medio de transgredir el principio de Identidad, de auto-modificarse a en situaciones específicas y determinadas.

 

La Transgresión de la Identidad a la que acabamos de aludir podemos entenderla, hipotéticamente, como el medio que espontáneamente encuentran los individuos más a mano para liberarse de la cultura como imposición represiva y salir así al encuentro del mundo de los instintos6. La Identidad atribuida opera, a fin de cuentas, como una máscara social. Y es que toda Identidad civil transporta un nexo con un sistema de Identidades forzosas de las cuales la Identidad sexual misma ocupa un puesto privilegiado. Así nos encontramos con que el estado civil de casado, como Identidad institucionalizada, impone un freno a la promiscuidad.

 

Sin embargo, el mundo de los instintos se resiste enconadamente a la Identidad cultural y lucha por subsistir en un mundo de Identidades. Se generarán en este caso Identidades dobles, la del honrado padre de familia que nocturnamente frecuenta los burdeles, o la del político de alto rango que oculta en el matrimonio su condición de homosexual, o, simplemente, la del señor que tras someterse a una operación de cambio de sexo observa como el DNI de su cartera viene su nombre masculino y se identifica su sexo como varón sin que pueda hacer nada para cambiarlo.

Pero si la cultura, a la luz de los instintos, emerge como una rígida sobreimposición, mayor aún es la rigidez de los instintos. Al fin y al cabo, los mecanismos de evolución y desarrollo cultural destacan por su suma elasticidad y flexibilidad en relación con el instinto. La Transgresión de la cultura por mor del reino de los instintos puede ser un camino sin retorno, pues una tendencia transgresora que parte de un mundo culturizado puede que no se limite al mero encuentro con el instinto, que pretenda, a su vez, transgredir sus limitados márgenes de acción. La cultura cuenta con la capacidad de retroactuar sobre el mundo de los instintos Nos hallaremos, pues, en presencia de una fuerza destructiva inimaginable capaz de marchar a la búsqueda del placer para transgredirlo nuevamente. Y aquí empieza la Transgresión de lo bello por lo sublime (Kant), el principio del placer desbocado, transgredido a sí mismo, la búsqueda del placer en el dolor o, dicho en términos más vulgares, la perversión. Los aficionados a las corridas de toros contemplan extasiados y entusiasmados el matar como un arte cargado de belleza y sensualidad, a la par que la figura agónica del toro, sudoroso y acorralado, su lomo cubierto de arpones de colores y brotando sangre a borbotones, les resulta enormemente placentera. Poetas de gran sensibilidad y sensualidad como Lorca y Alberti han cantado las delicias del mundo del toreo (a las cinco de la tarde... mira como sube al cielo la gracia toreadora, etc) con la misma ternura con la que pudieran describir la más apasionada historia de amor7.

 

Transgresión, siendo uno de sus presupuestos mínimos, no es mecánicamente asimilable a liberación. Veremos más adelante cómo determinadas transgresiones generan prácticas esclavizadoras. Así, en materia sexual, no hay mayor esclavizador de la mujer que el violador y el proxeneta ni mayor esclavizador de la juventud que el narcotraficante, ni mayor esclavizador de las personas que el secuestrador, ni estructuras más rígidas de sumisión a la Identidad grupal que las existentes en el seño de una familia mafiosa o de una organización terrorista (todos conocen casos de miembros de organizaciones terroristas que por intentar dejar las armas han encontrado la muerte a manos de sus antiguos compañeros de organización)..

 

2) LOCURA Y TRANSGRESIÓN

 

Nadie está enteramente cuerdo, nadie está enteramente loco. El hombre es un animal tan racional como irracional a un mismo tiempo. Más aún, se ha llegado a catalogar como enfermedad mental al autismo, un trastorno de la percepción consistente en una introversión interior que activa a su máximo rendimiento las facultades mentales consideradas como racionales. Una racionalidad llevada al límite se conceptúa como una forma de demencia. Los temperamentos, los estados anímicos, la tendencia a la irritabilidad, a la alegría, a la desconfianza, las manías, conviven en armonía con personas consideradas como normales, cuerdas y razonables.

 

Múltiples conceptos han sido los acuñados a lo largo de la historia para definir la enfermedad mental. Desde los poseídos y endemoniados de los que nos daban cuenta las curaciones milagrosas de los Evangelios hasta la enajenación mental. Todos los conceptos hacen común referencia, de uno u otro modo, a un estado de pérdida de Identidad espiritual que es preciso recuperar a toda costa, ya sea ahuyentando a los demonios o mediante los más sofisticados artilugios de la psiquiatría moderna: electroshocs y lobotomía. El enajenado mental pierde su posición en el mundo, la de los demás, crea Identidades mentales imaginarias, se sitúa fuera de sí mismo, irracional. No es un ser identificado ni identificable, es un ser que escapa de sí mismo, de su propia identidad: está enajenado, está fuera de sí, está ido. Algunas civilizaciones (indios Sioux) no han visto en el demente una posesión demoníaca sino un grado de iluminación superior, la boca por la que se expresaban los dioses y por tal motivo han sido integrados y respetados en la comunidad.

 

Un demente siempre ha sido un transgresor nato. Los mecanismos identitarios inventaron desde el comienzo sus propios centros de aislamiento y reclusión, los manicomios. Fueron atados, amordazados y enjaulados. En ciertas ocasiones, su irracionalidad los hacía merecedores del mismo trato que se dispensaba a los animales. Vivían y dormían encerrados, desnudos, sin más lecho que la paja del suelo donde hacían sus necesidades, exactamente igual que en los corrales. Se pasó del loco endemoniado al loco animalizado.

 

La locura ha llevado siempre su estigma. La actual normalización también define al anormal, al extravagante y al no integrado.

 

3) TRANSGRESIÓN Y RELIGIÓN

 

La cuestión de la Identidad y la Transgresión ha ocupado, a mi modo de ver, el centro de la perspectiva dogmática e institucional de las religiones. Norman Cohn en su interesante libro El Cosmos, el Caos y el Mundo Venidero8 busca un hilo conductor en la génesis de las religiones soteriológicas, salvíficas y mesiánicas como yuxtapuestas a las más antiguas religiones Egipcias y Mesopotámicas. Las religiones zoroástrica, ugarítica, judía y cristiana, expresión de mundos en tensión, subordinan, de uno u otro modo, la cuestión de la Identidad a su Transgresión vía transcendencia. La nueva Identidad esperada interviene como un activo condicionante de la Identidad presente. La renuncia a la vida presente, a los bienes terrenales y a los lazos familiares que predicaban los primitivos cristianos se explicaba como una preparación a la transcendencia donde la Identidad física y corporal, social y familiar no había de tener sentido en aras de una in-Identidad sobrenatural y espiritual. De todos modos, podemos destacar que en cuanto transgresoras del principio de Identidad las religiones orientales de corte budista e hinduista se llevan la palma. El yogui no se limita a transgredir su propia Identidad, se sumerge en la introspección para buscar una meta-Identidad desconectada de sí mismo. La doctrina de la reencarnación, por su parte, nos puede servir como el paradigma de la Transgresión de la Identidad entendida a su vez como preservación de una Identidad espiritual última, que permanece inmutable ante la sucesión de formas a las que accede el alma para encarnarse.

 

La religión tiene su propia palabra para designar la transgresión, y esta es la transcendencia, posibilidad de huir y escapar del mundo, del cuerpo y de la carne, capacidad de experimentar vivencias ultra-terrenales, de liberar el alma del cuerpo, esa caja que la limita y le impide contemplar un mundo más sublime y elevado, anejo a la divinidad.

 

Por otro lado, la religión institucional, como constelación de fuerzas esencialmente identitarias, como polo de tensión social, individual y sexual, se ha convertido en un activo generador de las más variopintas tendencias transgresoras. La indisolubilidad del matrimonio ha encontrado su Transgresión en el adulterio y el amancebamiento. El celibato, como abstinencia sexual forzosa de los ministros de la iglesia, ha sido un punto de conflicto personal y religioso sobre cuya Transgresión ha girado gran parte de la temática de la novela española del siglo XIX (La Regenta, ).

 

 

A niveles extra o inter-religiosos la religión o las instituciones eclesiales determinan un grado de transgresión de sí mismas pecado, blasfemia, sacrilegio y anti-clericalismo

 

El pecado: La ideología religiosa católica señala las fuentes de Transgresión como enemigos del hombre: el mundo, el demonio y la carne. De uno u otro modo, la enumeración hecha de las fuentes del pecado nos hace pensar que la gran Transgresión a someter a control por el sistema religioso no es otro que el instinto y la pulsión del placer. Tentación, demonio o carne son las distintas formas de designar al instinto que de forma continua aflora a la superficie, a la ardua batalla sostenida para sujetarlo bien mediante su negación directa por la vía de los mecanismos de control represivo que pueden ser físicos (ablación de genitales, flagelación, tormento ...) o mediante sistemas de sustitución y sublimación (éxtasis). La fusión con lo trascendente se lleva a cabo mediante la construcción de una meta o supra-Identidad.

 

La blasfemia y el sacrilegio: La religión se comporta como activo generador de transgresiones antirreligiosas. Bajo un medio clericalizado es corriente y usual la reproducción de sus correlativas transgresiones, la irreligiosidad y la irreverencia, la injuria a sus mitos, a sus dogmas, a sus ritos, la profanación de sus centros y lugares sagrados.. toda iconología trae consigo su propia iconoclastia. Los transgresores anti-todo, el lumpem, los marginados, iniciaron la quema de Iglesias y conventos bajo la Segunda República. Más tarde, en plena Guerra Civil, los milicianos anarquistas saquearían templos, incendiarían estatuas y retablos, perseguirían religiosos. La estampa recuerda las guerras religiosas medievales, la de una irreligiosidad sospechosamente religiosa9.

 

Dialéctica Ortodoxia-Herejía y paradigmas del pensamiento teológico del siglo XV al siglo XVIII. El pensamiento laico forjado en los siglos XVIII, XIX y XX conocieron su versión teológica en los siglos anteriores. A partir del siglo XV las instituciones religiosas tradicionales conocen el inicio de las mayores sacudidas de su historia. En el contexto de esa convulsión contra-reformista tienen lugar las mayores represiones religiosas.

 

A) El marranismo. En la Península Ibérica el Tribunal de la Inquisición fuerza la conversión forzosa de las comunidades judías hasta su expulsión forzosa en 1492. De esta tesitura nacería el marranismo, la herejía marrana. Las comunidades marranas se situarían de ahora en adelante en un espacio conflictivo. Su bautizo forzoso, su conversión en nuevos cristianos las obligaría a la observancia formal de los preceptos religiosos católicos permaneciendo interiormente la fe en la ley mosaica heredada de sus antepasados. El punto de intersección de dos ortodoxias conflictivas en el que se situarían las comunidades marranas a partir del siglo XV pudo ser un caldo de cultivo crucial para la configuración de gran parte de los elementos que conforma el pensamiento moderno: el criticismo, el escepticismo y el nihilismo. Desde el judaísmo serían criticadas las supersticiones católicas, pero, a su vez, ese nuevo judaísmo clandestino, sin libros y sin rabinos, desconectado de las comunidades judías ortodoxas, también se iría desvirtuando y devaluando como tal. Había nacido una herejía judía de grandes repercusiones en el occidente. los marranos, excluídos de la comunidad judía e integrados a la fuerza en la comunidad cristiana desplegarían su influencia sobre esta última. El siglo XVII y XVIII conocería a dos grandes profetas del mesianismo marrano. Sabbatai Cevi y Jacob Frank. Este último desarrolló una paradójica transfiguración del mesianismo apocalíptico judío en anarquismo. El camino elegido fue la glorificación de Esaú lo que conduciría a cierto género de anarquía poli-transgresora que afectaría a todos los cimientos del orden político y religioso establecido. Scholem nos viene a decir en relación a la herejía frankista que

 

Esaú representa lo no teológico, lo elemental y lo terrenal que, a diferencia de las solemnes palabras referidas a lo espiritual en todas las religiones, no ha sido degradado y profanado por la mentira y la traición. En esas palabras podrían encontrarse los más diferentes motivos que, al unirse, crean la fuerza de la explosión.10

 

B) Los grandes dilemas del mundo cristiano. Antes de que la política y la filosofía pudieran despegar del omnipotente referente religioso, antes de que en el siglo XVIII hiciese descollar al laicismo como una fuerza crítica autónoma, el mundo cristiano cubría por completo la cuestión del poder. Todas las luchas y combates referidos al poder habían de estar cubiertos de ese manto religioso. Incluso ese mundo en crisis abierto a partir del año 1.000 de nuestra era se presenta como un mundo desgarrado internamente por las herejías. La herejía es la forma genuina de manifestación de la transgresión en un mundo determinado por la omnipotencia y omnipresencia religiosa. El conjunto de tensiones acumuladas en las luchas intestinas contra el poder y el privilegio, el conflicto de intereses irreconciliables en pugna culmina en la herejía. Los intereses opuestos exigen obviamente contar con los cauces que le permitieran manifestarse y exteriorizarse adecuadamente afectando de lleno al conjunto de nociones que se articulan en torno al sistema teológico. Antes de que el laicismo emprendiera la construcción filosófica y política de los sistemas de relaciones existentes entre el hombre y la naturaleza o entre el individuo y la sociedad, la teología ya había elaborado rigurosos sistemas de inserción del hombre en el mundo, de sus posibilidades y capacidades de intervención sobre las leyes de la naturaleza y de la historia, sobre su aptitud para modificar el rumbo de los acontecimientos. La teología, con su propio lenguaje, había establecido las categorías del azar y de la necesidad, de la voluntad humana, del valor de las acciones y del rumbo de la historia. En ese contexto crítico de disyuntivas-límite se forja el pensamiento y las reflexiones de Pascal, cuya ortodoxia católica no lo puso nunca a salvo de la fuerza de la duda, manteniendo una tensión intensa entre lo evidente por la fe y lo sujeto a crítica, entre la certidumbre y el escepticismo, entre la razón y la creencia en una lucha insoluble e irreconciliable. De Pascal se dice que anticipa el pensamiento moderno y contemporáneo.

 

Los paradigmas teológicos/escatológicos que enfrentan las instituciones eclesiásticas con las herejías surgidas de la crisis de los siglos XV a XVIII anticipan, en cierto modo, los grandes paradigmas políticos del siglo XIX y siglo XX. La herejía marrana, por su parte, contribuyó sobremanera a poner los pies sobre la tierra de las inquietudes espirituales de este grupo de desclasados, hijos de la represión inquisitorial.

 

Afirman algunos que el monoteísmo es la antesala del ateísmo. El Deus sive Natura de Spinoza podría ser paradigmático al respecto. La negación de dios está a un paso de su afirmación absoluta. El criptoateísmo spinozista

 

La impronta religiosa judeocristiana y judeo-marrana dejó su herencia al pensamiento laico decimonónico. El movimiento obrero recogió la antorcha de los movimientos milenaristas que se van sucediendo a partir del año mil, de las revoluciones campesinas de los cátaros, anabaptistas, dolcianistas, de Thomas Muntzer, de Joaquín de Fiore, de Fra Dolcino. Los primeros utópicos trasladarán el paraíso celestial a la Tierra: Moro, Campanella, Owen, Fourier, etc, y será Marx quien

 

APOCALÍPTICA Y TRANSGRESIÓN

 

5. DE LA ESENCIA DEL PENSAMIENTO SECTARIO: “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA(Juan, 14, 6) O DE LA ÉTICA DEL RESCATE

 

 

La frase que encabeza el epígrafe, atribuida a Jesús en el Evangelio de Juan nos resulta enormemente familiar. La han pronunciado miles de veces toda la caterva de visionarios, iluminados, santones, profetas o mesías que han pululado por el mundo durante los últimos milenios. El concepto Verdad, aquí expresado, tampoco alude al conocimiento en exclusiva. Forma parte de un concepto mucho más amplio que incluye o, indistintamente, puede ser sustituido, por el de la Salvación, el de la Vida, el de la Perfección o el del Bien. La ética se nos aparece como el resultado de una indagación ni personal ni individual, sino más bien como una presencia absoluta establecida a niveles supra-personales y supra-individuales. El místico, tras indagar e interpretar las señales celestiales, aboca a un mundo propio al que se accede por sendas angostas y caminos estrechos (Entrad por la puerta angosta, porque la puerta ancha y el camino espacioso son los que conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él. ¡Oh, qué angosta es la puerta y cuán estrecha es la senda que conduce a la vida eterna! ¡Y qué pocos son los que atinan con ellas!11, pregonan los Evangelios), repletos de (auto) privaciones y (auto) represiones. La Verdad se concibe como la recompensa final, estática y duradera a un proseguir por el difícil camino que conduce a ella. Se trata de una relación esfuerzo-recompensa sumamente peculiar. Exige esfuerzo, es cierto, al igual que toda empresa humana. Pero, a diferencia de cualquier otra empresa centrada en el logro de un objetivo concreto, la intensidad del esfuerzo y del sacrificio adquiere una cualificación especial dada su componente netamente finalista. El ascetismo se nos presenta como

 

La escatología y el dogmatismo, omnipresentes en el pensamiento, generalmente se han ocupado de mostrar caminos únicos y unidireccionales. No es casual que la palabra método, traducida del griego, signifique senda, camino a seguir. Tampoco es casual que la secta protestante fundada por los hermanos Wesley y por Whitefield adoptara el nombre de Metodismo. La verdad que se nos presenta en este contexto no es una verdad intelectual, no es el fruto de la conexión intelectiva entre el sujeto y el objeto, ni la adecuación concepto-conceptuado o entre la representación y lo representado, es, más bien, una verdad a la que se llega sin proceso mental previo, un dato objetivo, algo que está ahí, exactamente igual que el David de Miguel Ángel incrustado en un bloque de mármol (Miguel Ángel, más que como escultor, se veía a sí mismo como a un extractor no muy distinto al actual paleontólogo que extrae el ammonites de la piedra calcárea). Las experiencias vividas por los alumbrados del siglo XVI no se mostraron como el resultado de proceso intelectual alguno sino como fruto de la mera predisposición psíquica (espiritual) del individuo tendente a contactar con lo sobrenatural. Muchos son los llamados, pocos los elegidos. La verdad no se busca ni se indaga, se revela a sí misma por sus propias fuentes. El profeta, iluminado por el Espíritu, se encuentra predispuesto síquicamente a escuchar a la divinidad, es, más que nada, un instrumento de la divinidad para la consecución de sus propios fines, se limita a escuchar, ya sea desde la cima del monte sagrado o desde la cueva desde donde lealmente transcribe los preceptos que le sugiere Yahvé o Alá, ya sea desde una caída accidental. El profeta no busca la verdad desde el mismo momento en que por la Verdad es encontrado-elegido. Saulo, Saulo, ¿porqué me persigues?, la Verdad y la Luz salió al encuentro del otrora judío ortodoxo perseguidor de miembros de la secta judeo-cristiana. El Señor se vale generalmente de los más extraños instrumentos para transmitir su mensaje: réprobos y pecadores, como Pablo y Agustín, opresores del Pueblo de Israel como Moisés. El apóstol elegido para llevar la Verdad a todos los confines de la Tierra encuentra una Verdad que él no ha buscado. La Verdad por sí sola resplandece para el iluminado, para el elegido, para el profeta al que le ha sido encomendada la misión de indicar el camino de salvación y perfección a los mortales. Sin embargo, si dichas formas de mediación fallan, el Sumo Hacedor puede prescindir de profetas e iluminados y acudir Él mismo en ayuda de los hombres para mostrarles la senda correcta. El grueso de la tribu de fieles no ha encontrado este acceso directo a la Verdad, no puede dar por sí testimonio de tan resplandeciente experiencia y no le queda más opción que seguir ciegamente (por medio de la fe) el camino que le marcan los Hijos de Dios bajados del cielo, los iluminados por el Espíritu, los profetas, los apóstoles, etc. carecen del entendimiento imprescindible para interpretar los signos que envía el más allá, territorio exclusivo del profeta capaz de transcribir las señales en textos digeribles para la comunidad de creyentes.

 

La Verdad escatológica es algo muy distinto a la Verdad del positivista, del científico o del filósofo. Se separa del mundo, es razón trascendente. La Verdad religiosa no interpreta la realidad, pretende ir mucho más allá. Se desprende de lo gnoseológico para impregnar el total de la actividad humana. En este mundo de la Verdad Suprema no solo existen los verdaderos y falsos conocimientos, sino verdaderos y falsos sentimientos, verdadero y falso amor, la conducta y modo de llevar la vida falso y verdadero. La Verdad será un fin totalizante y omnicomprensivo donde error y pecado confluyen como una sola y misma cosa. La Verdad, además de ser un camino, es todo un destino al que se llega no por mediación directa al modo del selecto grupo de los iluminados y los profetas, menos aún por la indagación y el conocimiento positivo, sino por una ética auxiliada por la fe. La Verdad adquiere, de este modo, un status objetivo que hace este concepto intercambiable con el de Salvación y Redención El camino que lleva a la verdad es igualmente un camino de perfección, de auto-realización plena, de conexión directa con lo trascendente por la vía del despojo de los bienes mundanos. Dicha ética es generalmente una ética restrictiva y ascética articulada sobre el sacrificio. El lastre de lo mundano aleja la Verdad del Espíritu. Moisés, para dirigir a su Pueblo al encuentro con la Tierra Prometida lo tuvo deambulando durante cuarenta años por el desierto, y a lo largo de ese camino su Pueblo fue puesto a prueba, sorteó dificultades increíbles pero también halló, como compensación, leyes y normas de inspiración divina a las que acogerse. Los Evangelios, de inspiración paulina, suponen el trazado de una expectativa a la que se aboca más que mediante la observancia de los preceptos por la institucionalización misma del sacrificio como meta.

 

Las religiones orientales cultivan, al igual -,aunque con más profundidad y entrega,- que los eremitas del medio cristiano, la introspección y el ensimismamiento llevada hasta sus últimas consecuencias. La introspección del mundo interior y el ascetismo sistemático es el medio más idóneo para entrar en contacto con el absoluto, con la desnuda Verdad Absoluta. El yogui desprecia los sentidos externos, elimina las conexiones empíricas con el mundo para así adentrarse en un género de ensimismamiento que llega al paroxismo (cierra los ojos, desconecta los oídos para sumergirse en su más íntima interioridad como llave de conexión con la totalidad). En este mundo desaparece la experiencia exterior. Los ojos no sirven para ver, ni los oídos para oír. Sólo se puede ver y oír lo allí donde los demás ni ven ni oyen, no por medio de los sentidos sino del corazón o la intuición. En su escala de valores se sitúan en el orbe de la perfección, la Verdad Absoluta se halla más allá del conocimiento empírico sensible, más allá de la experiencia, más allá del mundo corpóreo. El mundo de las ideas puras de Platón impurificado por el reino de las cosas al que el místico tiene acceso inmediato es la Paz Absoluta, la Única Verdad, el Nirvana al que aluden los hinduistas. El mundo entra en el campo de lo despreciable, de la pura vanidad. La literatura ascética (y estoica) ha dejado todo un reguero de moral orientada al desapego a los bienes materiales

 

El espíritu filosófico, a diferencia del espíritu religioso, no aspira a entrar en posesión (conexión) de la Verdad Absoluta y mucho menos a aproximarse a esta por otra vía que no sea la del conocimiento y la razón. Sabe que un modo de vida ascético y una moral auto-reprimida no es garantía para entrar en contacto con la Verdad y que esta no tiene porqué ser necesariamente sobrenatural. El filósofo no es tan soberbio como el místico12, es muchísimo más humilde, no aspira a controlar la Verdad ni mucho menos a fundirse místicamente con ella como en un todo, y por tal motivo se declara simplemente, como etimológicamente viene a significar el término, amigo de la verdad.

 

Ven y sígueme. Miles de Iglesias, Partidos y Sectas han instrumentalizado a lo largo de la historia el camino que conduce a la Verdad y a la Vida. ¿Porqué ese ansia universal en señalar caminos ciertos y verdaderos? En todo caso, lo que casi siempre subyace al señalamiento con brazo firme del único camino cierto y seguro que conduce a la salvación es una apropiación para sí de los destinos de los demás, una expropiación totalizante de todas las vías personales y colectivas para así dirigirlas hacia un fin único, la unión mística con el Todo.

 

Lo que separa al pensamiento religioso del pensamiento laico e ilustrado moderno es justamente la introducción en su sistema de ese dilema-límite de la salvación. El dilema-límite excluye por definición otras posibles alternativas: “o te salvas, o te condenas”, ese es todo el mensaje. Tiranos y salvadores de todas las épocas se han servido de ese mismo dilema-límite a la hora de legitimar las intolerancias mas represivas. El guía religioso sumerge su doctrina en una declaración de zona catastrófica. “O te salvas o te condenas” puede ser un dilema válido para los afectados por las inundaciones de Mozambique que esperan, encaramados a las copas de los árboles, que los rescaten los helicópteros, sirve también al náufrago que, agarrado a un tronco en alta mar y rodeado de tiburones, espera impacientemente el rescate. La religión apocalíptica podemos considerarla, con motivos bastante fundados, como la ética propia de los desesperados. No es casual ni mucho menos que los movimientos milenaristas aglutinen a los miembros de los sectores sociales mas desfavorecidos, para quienes los dilemas vitales se reducen al mínimo, a ese último dilema-límite “o te salvas o te condenas”, donde las posibilidades de elección han quedado reducidas a los límites que impone la mera supervivencia física, aquella que solo permite como operativa la ética de rescate. La ética del rescate entra en acción como paliativo de situaciones de extrema miseria y extrema desesperación, aquellas en que el marco físico de la existencia fija los constreñimientos marco necesarios para que ese tipo de moral pueda hacerse operativa. El moribundo y el desahuciado, en esos últimos momentos de dolor y certeza de la muerte, hace suya, con una intensidad inaudita, esa ética de rescate. El condenado, en su fatídica búsqueda de la expiación y el perdón final, se aferra a ese género de ética como a un clavo ardiendo Pueblos enteros, como el hebreo, sometidos a todo tipo de pogromos y persecuciones a lo largo de su historia, han situado esa ética de rescate (la Antigua Alianza, el advenimiento del Mesías) en el mismo núcleo de su doctrina religiosa. La ética de rescate no admite dudas (la duda, por otra parte, la desmorona) reforzada como está por los dos principios éticos que le sirven de refuerzo: la fe y la esperanza. Se trata de los dos principios básicos en los que se cimienta todo sistema basado en postulados deterministas y extra-individualistas (el entendimiento y la voluntad solo pueden existir como razón subsidiaria de la fe y la esperanza).

 

 

 

 

 

5) LA HUELGA: TRANSGRESIÓN AL TRABAJO

 

El mundo del trabajo engendra la Identidad represiva más cotidiana con la que se topa el individuo a lo largo de su vida. En uno de mis trabajos decía al respecto:

 

Hoy en día nadie se identifica con su propio trabajo, y menos como para considerarlo primera necesidad vital, salvo algunos alienados que siempre los hay. Las actividades que generan goce y disfrute se desenvuelven en la esfera del no-trabajo, del ocio, en los hobbys de los jubilados o, sencillamente en la actividad paralelela creativa no productiva que todo el mundo desarrolla en su casa fuera de los márgenes de la empresa. Se trabaja para vivir y no se vive para trabajar. El trabajo es un constreñimiento de orden cultural que, con independencia de sus condiciones materiales de existencia, no puede perder ese carácter esencialmente represivo que lo determina13

 

En el mundo económico, la tensión de la Identidad del trabajo desemboca inevitablemente en la huelga. La determinación negativa que conlleva toda huelga, entendida como jornada de no-trabajo, se traduce curiosamente como un cierto género de Transgresión que, en ese contexto específico, adquiere una naturaleza directamente coactiva. La Transgresión, en este contexto, no se puede contemplar como un instrumento de distensión o de relajación aparejado a determinado marco identitario, sino como una vulneración directa del citado marco. La huelga se nos presenta como una Transgresión generadora, en su propia determinación negativa, de un polo de Identidad antitético, apareciéndose como una nueva Identidad que, aunque determinada negativamente, adquiere unos caracteres propios que, en última instancia, se encuentran ligados a una modificación activa de las condiciones establecidas de prestación de la fuerza de trabajo. La Transgresión, en este caso, no es razón subsidiaria de una mera reproducción de la Identidad, tal y como sucede con el Carnaval, instrumento de la Cuaresma, sino de un condicionamiento de las formas mismas por las que transcurre la Identidad del mundo de la prestación de la fuerza de trabajo. Tras el Carnaval el mundo será el mismo, las represiones, privaciones, restricciones e imposiciones identitarias sociales se harán más llevaderas. Tras la huelga, sin embargo, algo habrá cambiado del mundo anterior. La Transgresión, como Identidad negativa, aparece como una fuerza social directamente condicionante de determinados procesos.

 

Pero la huelga y el paro también acaban encontrando su rostro identitario como forma de expresión ciudadana, como meta-lenguaje

 

 

 

7) CATÁSTROFE Y TRANSGRESIÓN

 

Nadie duda de la fuerza transgresora que desencadena el pánico y el desconcierto entre la multitud, ya se trate de un naufragio, de un incendio, de un terremoto o de un corte de suministro eléctrico. El miedo y el terror, el desconcierto que le viene aparejado, intervienen como activos agentes desencadenantes de situaciones transgresoras. Frente al dilema límite de salvar la vida se desvanece totalmente la eficacia de las instituciones culturales. De nuevo nos encontramos ante la fuerza de la acción de un instinto que, activado al plano social, genera unos efectos netamente transgresores, en el sentido de disgregadores y desarticuladores del organismo social.

 

Lo que hay que tener presente es que toda situación catastrófica produce un doble efecto. Por un lado, disgrega las instituciones socio-culturales. Por otro, activa los instintos: el pánico y el hambre. El pánico, el hambre y el frío no admiten normas de organización y distribución de alimentos y bienes de primera necesidad, no admiten estructuras reguladoras del acopio y almacenamiento de alimentos. El pánico no admite la tolerancia ni la cortesía ni la modestia. Nos coloca directamente ante nuestra realidad animal, el miedo como instinto, la supervivencia como meta

 

La catástrofe no solo activa el miedo, también otro género de instintos reprimidos. Se tiene noticia de que un pequeño apagón de luz en la ciudad de Nueva York a finales de los años setenta desencadenó en la ciudad una ola de saqueos de comercios y de rotura de escaparates en las calles sin precedentes.

 

Ante una situación catastrófica se desencadena la Transgresión sistemática, el saqueo sistemático, ya sea por bandas organizadas de delincuentes, ya sea por la propia población civil hambrienta y desesperada. Las autoridades y estructuras de poder civil reaccionan ante la doble catástrofe estableciendo un riguroso sistema de control ultra-identitario capaz de contrarrestar los efectos devastadores mediante la imposición del toque de queda con la previsión de ejecución in situ de saqueadores y alborotadores. El saqueo y el pillaje

 

Pero no solo existen las calamidades naturales, también existen las catástrofes sociales. La guerra es el ejemplo que encuentro más a mano. Un país asolado por la guerra pronto es asaltado por las catástrofes naturales: las epidemias, las inundaciones... y pronto se convierte en foco de intervención de las transgresiones humanas más destructivas: el saqueo, el pillaje, los francotiradores, las violaciones... así como de los contra-sistemas de identidad represiva: los pelotones de ejecución, el toque de queda. Las instituciones civiles dejan de funcionar, el desabastecimiento pronto genera sus propios focos de transgresión social: el asalto de los almacenes y haciendas de los potentados y la desobediencia general de la población se extiende como un reguero de pólvora: desaparecen los jefes y los subalternos, se abre una brecha en esa conjunción instintos/cultura que se ha ido tejiendo a lo largo de milenios. Las situaciones catastróficas nos hacen ver que esa alianza animalidad/culturalidad no es lo suficientemente sólida, que puede resquebrajarse hasta el punto de hacer saltar en mil pedazos los más elementales tabúes sobre los que se ha articulado la convivencia social. El hambre no acepta, en este caso, barreras culturales. Caen hasta las ratas. La España de posguerra, época de bloqueo internacional, autarquía y hambruna, hizo disminuir sensiblemente la población felina y canina. El Ello rebasa con creces al Super-Yo hasta el punto de arrinconarlo y anularlo totalmente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (1): LA LEGALIDAD Y LA TRANSGRESIÓN

 

1) TRANSGRESIÓN Y DERECHO

 

El derecho es, por excelencia, el reino de las Identidades sociales y políticas. Los sistemas normativos regulan la constitución y el funcionamiento de las instituciones políticas, administrativas y económicas. El reino del derecho es, a la vez, el reino de las formas y estructuras organizadas, el rígido cascarón donde se introducen los más variados contenidos sociales.

 

La Transgresión al derecho reviste, en tanto que negación del derecho, sus propias consecuencias represoras. El derecho está dotado de tal fuerza identitaria y de tal capacidad de reconducir toda realidad hacia sí mismo que no solo está en condiciones de determinar y definir formas y conductas positivas sino también sus propias transgresiones, disponiendo el marco y los supuestos de sanción de estas previa su oportuna identificación, a la que califica con su propia terminología ad hoc, ya sea como ilegalidad, o ilicitud cuando se refiere a casos particulares y arbitrariedad o injusticia cuando se hace referencia a la total ausencia de una normativa jurídica reguladora de las decisiones y comportamientos políticos. El derecho se determina tanto a sí mismo como a su contrario, es un indicador tanto de sí como de su propia contradicción.

 

Un marco tan identificador como el jurídico no podía prescindir de la necesidad de determinar positivamente sus propias transgresiones, de identificarlas como tales. De hecho, la legislación penal y sancionadora es todo un catálogo de las posibles transgresiones al derecho. El mismo principio de legalidad, nulla pena sine lege, prescribe la obligación de identificar la Transgresión como conditio sine qua nom del alcance de la norma penal. Ante pocas áreas tan intransigentes con la Transgresión nos vamos a encontrar como ante ésta del derecho. La persecución y represión de la Transgresión por el derecho es sistemática, dado que su tendencia natural es su total erradicación.

 

No obstante, lo cierto es que el derecho debe su existencia misma a la Transgresión. Sin Transgresión no existirían la policía ni los tribunales. Ya se sabe, no hay policía sin delincuentes, como tampoco habría insecticidas sin insectos. Los primeros deben su existencia a los segundos. La práctica jurídica se reduce, en esencia, a un continuo trabajo de identificación. Puede que a los juristas les parezca un disparate, pero sostengo que la principal fuente del derecho es la Transgresión, en la medida en que ese perpetuo esfuerzo de identificación propio del mundo del derecho surge en su brutal contraste con la Transgresión. El derecho se encarga de rodear el mundo, identificarlo y someterlo, de clasificarlo y regularlo todo con arreglo a sus propios parámetros: lo legal, lo ilegal y lo alegal. El mundo del derecho se puede ver como un sistema de trasposición al mundo real de una constelación absorbente de prescripciones, obligaciones y prohibiciones.

 

Nos encontramos ante la paradoja de como el derecho puro emerge como un mundo perfecto en su técnica y racionalidad, por un lado, y, por otro, de como dicha técnica y racionalidad se ha ido configurando en el marco del conflicto, del contencioso y del litigio. La jurisprudencia, una de las fuentes del derecho enumeradas en el Código Civil, constituida por cientos de miles de sentencias emanadas de los Tribunales de Justicia, es hija directa del conflicto y de la Transgresión. A fin de cuentas, el identitarismo jurídico se forja en la Transgresión social, su vitalidad formalista se realiza en el amorfismo social real. La Identidad del imperio de la ley y el derecho se consuma en aquellas zonas de Transgresión que se sitúan precisamente en sus márgenes.

 

No hay nada que más teman los juristas que las llamadas lagunas legales. El esfuerzo interpretativo e identificador del mundo del derecho es tal que gran parte de la actividad jurídica va encaminada a arbitrar las técnicas tendentes a detectar y cubrir por todos los medios posibles las lagunas legales, ya sea mediante la organización de un sistema jerárquico de fuentes del derecho de carácter preclusivo, ya sea mediante el recurso a la interpretación analógica con otras fuentes paralelas, etc.

El formalismo jurídico es pariente cercano de la lógica formal. Toda sentencia encierra en sí un silogismo, de la conducta tipificada a la conducta real. El infierno de los juristas radica en la imposibilidad de adecuar con exactitud tales silogismos. Muchos supuestos escapan a un encasillamiento jurídico. Por otro lado se advierten matices que hacen que las piezas no encajen y ahí está el proceso y el juicio contradictorio, el mecanismo del cual se vale el derecho para establecer y aplicar sus normas y consecuencias identitarias. Abogados, por un lado, fiscales, por otro, extraen de una misma norma enfoques opuestos y antagónicos, aducen pruebas de valor previamente catalogado por el derecho y al final se sujetan al veredicto del juez

 

Todo derecho enumerado es una determinación positiva y negativa a un mismo tiempo. La determinación de un derecho subjetivo o de una situación jurídica de poder es, a un mismo tiempo, una exclusión de sus tentativas de Transgresión, su defensa es también su lucha contra la Transgresión. El robo determina la propiedad del mismo modo que lo pudieran hacer sus propios mecanismos identitarios, a saber, la Notaría o el Registro de la Propiedad.

 

2) DELINCUENCIA Y TRANSGRESIÓN

 

Cuando hojeé por primera vez la Política de Aristóteles hubo algo que me llamó la atención sobremanera. En el capítulo dedicado a la economía y crematística, describía de forma llana y sin prejuicios de ningún género, una enumeración de las distintas actividades económicas humanas que no se procuran el sustento mediante el cambio y el comercio. La relación empezaba con el pastoreo, para seguir con la agricultura y para terminar con las distintas formas de depredación: la piratería, la pesca y la caza1. Lo más curioso es que incluía la piratería entre las distintas formas de caza. En cierto modo, Aristóteles no se equivocaba. En este mundo la calificación que se de a las actividades humanas puede ser una cuestión de dimensión. Al pequeño prestamista se le ha dado siempre un calificativo despectivo, el de usurero. Sin embargo, al gran prestamista se le llama Banco u Entidad Financiera. Al depredador de bienes ajenos a pequeña escala se le llama pirata. Al depredador a gran escala se le denomina Imperio Colonial: España fue el Gran Pirata del Continente Americano (la obsesión y fijación contínua de sus grandes conquistadores, Pizarro, Cortés, Cabeza de Vaca, Lope de Aguirre, etc en la búsqueda de oro, Eldorado, no los hizo muy distintos del Pirata Barbarroja), Inglaterra fue el Gran Pirata de los cinco continentes: al Museo Británico muy bien pudiera habérsele llamado Museo de la Piratería colonial.

 

Sin duda todo es objetable. La piratería es un comportamiento delictivo porque así lo reconocen las disposiciones legales emanadas de los Estados, inclusive de aquellos que han prosperado a lo largo de su historia a costa de practicar la piratería a gran escala.

 

Por otra parte, la llamada delincuencia abarca un campo tan amplio de acciones humanas que no cabe encasillamiento. Toda la gama de actitudes transgresoras de la norma recogidas en los códigos penales se compendian como conductas delictivas. En este sentido la delincuencia como tal se nos presenta como un concepto jurídico cuyo común denominador radica en la Transgresión de la norma sin más. Sin embargo, los tipos delictivos que recogen los códigos penales aluden a conductas transgresoras de la más variada índole: desde aquellas transgresiones naturalistas cuya motivación última es la satisfacción del instinto, caso de los distintos delitos sexuales así como todos los que implican imprudencia y temeridad, hasta aquellas transgresiones de orden cultural en cuya base se encuentra la defensa de las instituciones e Identidades culturales o económicas establecidas cuya Transgresión se castiga: sedición, robo, malversación, cohecho, falsificación, prevaricación, etc. La sociedad se defiende continuamente de los ataques más intolerables a su propia Identidad. En este campo la Transgresión no tiene más antídoto que la represión. No cabe integrarla ni regularla porque no existe marco social capaz de absorberla. El margen de tolerancia de la estructura social, en el sentido de tolerancia material, excluye de forma radical la Transgresión destructiva.

 

Ello no implica que este género de Transgresión no pueda encadenarse a los sistemas de Transgresión socialmente regulados multiplicando sus efectos. Al respecto, indicar que un problema con el que se topa el Carnaval de Río es el fuerte incremento del índice de criminalidad que se produce durante esas fechas, y es que la negación de la Identidad se convierte en un terreno abonado para la ocasión cara a la aparición de las transgresiones destructivas. De igual modo, a la Transgresión juvenil, considerada un problema de primer orden dada la precariedad de su sistema de regulación, surge con una fuerte tendencia a desbocarse, a escapar de sus débiles marcos reguladores debido a la atracción que producen sobre ella las distintas formas de Transgresión destructiva, ligadas al tráfico y consumo de estupefacientes. En mi trabajo anterior venía a decir lo siguiente:

 

En toda civilización, en toda formación social y cultural, se consumen sustancias tóxicas. Empero, este consumo por lo general se produce de forma relativamente regulada y controlada y en unos tiempos sistemática y rigurosamente determinados. Los momentos del consumo y consecutiva relajación de los mecanismos inhibitorios-represivo-culturales los marca un calendario perfectamente estructurado que asigna el tiempo de la producción y el trabajo y el tiempo del ocio y de la fiesta. No obstante, de esos rigurosos controles carecen los grupos sociales aún no integrados en el mundo de la producción y el trabajo: a saber, la adolescencia y la juventud, lo cual convierte a los jóvenes en los seres más proclives al consumo incontrolado de sustancias estupefacientes. Se puede decir que el incremento desbordado e incontrolado del consumo de drogas como fenómeno característico de las modernas sociedades capitalistas trae causa de un sistema que en gran parte relega la cuestión del control y regulación del consumo de drogas a los mecanismos-automatismos del mercado. El mercado de las formaciones sociales capitalistas, que descansa sobre el principio de la maximización del beneficio y la sobreproducción a gran escala, implica la incentivación del consumo hasta su completo desboque. Las instancias reguladoras tradicionales pasan a un segundo plano. Las capas juveniles de la población, cuya pulsión por el placer les induce, en ausencia de mecanismos reguladores, a llenar el tiempo exclusivamente del mundo lúdico y del ocio, fácilmente tiende a la relajación perpetua, al exceso del placer y, en ciertos casos, a su completa liberación, vía consumo de drogas, de los mecanismos represivos-inhibidores-culturales2

 

Por mucho que se quiera, no es fácil vislumbrar una nítida frontera entre el mercado (blanco) y el mercado negro, su necesario e inevitable polo transgresor, y es que la economía de mercado, organizada sobre la estructura de la mercancía, del cambio y del dinero, se constituye como una de esas Identidades a las que voy a dar en llamar débiles, por cuanto que la tendencia que engendra bajo su forma de capital es la del enriquecimiento ilimitado. Difícil resulta identitarizar aquellas formas y estructuras cuya lógica de funcionamiento y realización radica precisamente en su no sujeción a límite de ningún tipo. Y es que el capitalismo instituye como novedad el principio de la Identidad transgresora, un género de legalidad particular que continua e inevitablemente se encadena a sus consecuencias transgresoras. Los límites legales y éticos a este nuevo sistema económico poco pueden hacer cuando la lógica del valor y de la ganancia pone en funcionamiento gigantescas redes de prostitución, pornografía infantil, tráfico de drogas, fuga de capitales o especulación del suelo o cuando las formas de control político se muestran ineficaces a la hora de detener la corrupción administrativa.

 

En realidad, ningún organismo viviente, y la sociedad es, aparte las connotaciones organicistas, uno más de ellos, tolera los elementos tóxicos, ya sean exógenos o endógenos. Para eliminar y contrarrestar los efectos de los primeros dispone de un sistema inmunológico, para neutralizar a los segundos se provee de un conjunto de redes y mecanismos de evacuación. Las prisiones y las cárceles se pueden concebir como depósitos de almacenaje y neutralización de los agentes transgresores-destructores (patógenos) que produce la misma dinámica social.

 

El penalismo se topa ante un doble dilema, el castigo y la prevención y, dentro del primero, ha de optar entre el castigo y la reinserción (o reidentificación, ya que estamos hablando en estos términos) . Sin duda, en este ámbito, la retórica dista años luz de la realidad. Las modernas sociedades capitalistas acostumbran a convivir con un margen de delincuencia siempre y cuando este se sitúe dentro de unos límites razonables,- del mismo modo que admiten incluso exigen una tasa de desempleo tolerable. Los más cínicos economistas consideran que cierto índice de desempleo es saludable para la economía, en la medida que la disposición de una reserva de mano de obra permite que los engranajes del sistema se lubriquen en el sentido de neutralizar el absentismo laboral y permitir una mayor competencia en la oferta de mano de obra. En esta dirección se alude a la existencia de una Tasa Natural de Desempleo3.- Del mismo modo, cierto margen de delincuencia, o de este género de Transgresión, justifica y legitima la presencia, existencia e intervención de los mecanismos identitarios estatales. Como habíamos advertido a propósito del Derecho, en el presente caso la Identidad se crea y produce, o, lo que viene a ser lo mismo, le debe su misma vida a su interacción con su polo antitético y transgresor. Sin delincuentes no pueden existir los policías del mismo modo que sin caza no puede existir el cazador. De este complejo circuito mutuamente recursivo nace el Estado como tal. El Estado, para constituirse en garante de la paz social o de la identidad social ha de vivir, sumergirse y realizarse en el conflicto social o, lo que viene a ser lo mismo, en la transgresión social.

 

La dicotomía, ya clásica en ciencia política, Estado/Sociedad Civil se puede contemplar, desde cierto punto de vista, como una relación Identidad/Transgresión. El Estado, como estructura política organizada, se superpone a una sociedad amorfa e inorgánica, compuesta por millones de ciudadanos, productores y propietarios, habitantes permanentes y transeúntes, familias, asociaciones, grupos, etc. pero el Estado no se limita a superponerse y lo que busca en todo momento es sujetar a esa sociedad amorfa y descompuesta a su propio metabolismo, imprimirle su impronta identitaria. El Estado, desde cierto punto de vista, se produce y reproduce en la sociedad civil y, en el fondo, esa imposibilidad absoluta de control sobre la sociedad civil es lo que en realidad da vida al Estado, es lo que lo mantiene en funcionamiento perpetuo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VI. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (2): SEXO, FAMILIA Y TRANSGRESIÓN

 

SEXO, CULTURA Y REPRESIÓN

 

El nexo de Identidades decisivo de nuestra especie, síntesis de lo biológico y lo cultural, hace confluir en esta faceta de la existencia humana, la sexual, los ingredientes de su particular campo de batalla. No es en absoluto trivial que algunos antropólogos como Claude Levi-Strauss, hayan captado en la organización del parentesco y en el tabú del incesto las claves del salto a la cultura o que las distintas escuelas psicoanalistas hayan visto a su manera la cultura como un sistema de represión y control del instinto..., sexual, para más señas. El sexo se nos manifiesta como un género de materia prima, de haces de instintos, aptos para ser digeridos por el complejo socio-cultural.

 

El sexo, tomado en sí mismo, en calidad de elemento diferenciador de organismos individuales así como de las conductas biológicas que les corresponden, se constituye como un elemento definidor (identitario) de la personalidad. No es, por tanto, un agente transgresor de la actividad humana. Más bien lo que se adivina tras el sexo es la estrategia, o compendio de pautas reproductoras, adoptada por cada especie biológica. Ello hace que en un contexto social represivo ocupe un lugar de primer orden como determinante identitario. El instinto de toda especie es un factor que en un marco puramente biológico, como base y fundamento de su reproducción, actúa como catalizador e integrador de la especie salvaguardando su forma, estructura e identidad.

 

La Transgresión en la naturaleza puede engendrar consecuencias devastadoras o salvíficas, según los casos. La mutación como Transgresión somática puede indistintamente ayudar al organismo a sobrevivir o a perecer. Sin embargo, el sistema de instintos de una especie no viene referido a un contexto evolutivo sino, más bien, a una situación dada. El instinto, como elemento conservador de la especie y del individuo (como parte sujeta a la especie) está encaminado a preservar la identidad última de la especie como tal. Sin embargo, en un contexto cultural fundado en la represión y control del instinto, invierte sus funciones interviniendo como medio de Transgresión en tanto que se sitúa en el vértice del sistema de tensión naturaleza-cultura característico de nuestra especie. El sexo determina una organización educativa, un sistema de rituales de iniciación y un compendio de pautas sociales e institucionales.

 

A fin de cuentas, el acoplamiento de nuestra especie a la cultura ha sido siempre inestable y traumático. Homo Sapiens está condenado a oír, a lo largo de toda su existencia, la llamada de la Selva, pero también está condenado a reprimir esa llamada. La sociedad humana, el organismo cultural, al igual que el organismo viviente, vive a la temperatura de su propia destrucción. La sociedad tecnológica e industrial ha acabado convirtiendo en sedentarios a unos animales cuyo organismo exige intensa actividad; ausencia de actividad esta que han acabado supliendo mediante el estímulo de otros apetitos orgánicos cual es el de comer y en grandes cantidades (la cultura industrializada produce obesos). Escasas son también las ocasiones en las que tiene ocasión de dar rienda suelta a sus instintos reprimidos de unirse a una manada de congéneres para aullar, gesticular de mil maneras distintas y hacer ruido, solo los estadios deportivos le permiten exteriorizar esos instintos. Las instituciones sociales sexuales, la familia y el matrimonio, se han acoplado al sistema generando al mismo tiempo sus propias fuentes de transgresión. Toda institución y más que ninguna esta de naturaleza bio-social, necesita de un subsuelo, de un subsuelo oculto y secreto de evacuación de toda la carga represiva que genera, de un salidero de los instintos reprimidos..

 

El ámbito de Transgresión que se pone de manifiesto en esta esfera de la existencia humana es la de una Transgresión-Regresión. Se trata de un género de Transgresión que, consciente de no poder derribar las barreras de la cultura, se supedita a ellas, intentando esquivarlas y sortearlas en la medida de lo posible para precipitarse a escapar por sus huecos y hendiduras: el niño se masturba avergonzado en lugares escondidos y el adolescente usa la noche para emprender la búsqueda furtiva de sexo.

 

 

LA PROSTITUCIÓN COMO COMPLEMENTO TRANSGRESOR DE LA ESTRUCTURA FAMILIAR

 

El cauce de transgresión más clásico a la familia tradicional lo ha ofrecido y lo viene ofreciendo, sin lugar a ningún género de dudas, la prostitución. Más aún, es su inequívoco complemento, la válvula de escape por excelencia tanto de las tensiones acumuladas en el seno del matrimonio monogámico forzoso institucionalizado que ha impuesto la cultura sobre un homínido hipersexual y promiscuo por naturaleza, como de los instintos más recónditos o de las perversiones más secretas. Cabe considerar la prostitución, más que como una lacra social, como el más firme sostén del orden moral tradicional vigente. La prostitución aparece como el más firme baluarte de la familia y, a la inversa, la familia como el más firme baluarte de la prostitución4. Para la explicación y determinación de este fenómeno no cabe acudir al tan manoseado recurso de la doble moral (¡como si existiera una moral íntegra y unívoca, como si la moral no fuera en sí todo un complejo sistema de represión- transgresión!) ni tampoco reducir su práctica y existencia a una mera cuestión de hipocresía personal o social. Los principios éticos y morales nadan siempre en la superficie, captan, todo lo más, el síntoma, nunca la enfermedad. La única forma de interpretar y percibir el fenómeno de la prostitución es comprehenderlo, en su interacción dialéctica y dialógica, con las instituciones sexuales establecidas, como un complemento imprescindible al mantenimiento de una moral oficial única. Si los puritanos victorianos clamaron orgullosos por la defensa de las instituciones familiares tradicionales es porque su defensa estaba apuntalada por ese soporte transgresor imprescindible a la moral y a las rectas costumbres. Puritanismo y prostitución se excluyen y a su vez se incluyen, se oponen y se complementan a un mismo tiempo. Quienes desde el púlpito claman por la defensa de la familia y de la sexualidad exclusivamente reproductiva, (también, aunque de forma velada) están exigiendo a gritos la ampliación de los prostíbulos, burdeles y lupanares. Los ejemplares matrimonios monogámicos e indisolubles se nutren y fortalecen de su fuente transgresora. Del mismo modo que la Cuaresma necesita un Carnaval, la familia tradicional necesita la prostitución. Se me podría objetar que esta es una generalización gratuita y sin fundamento. Quisiera aclarar que no me estoy refiriendo a todos y cada uno de los casos concretos, pues de todo hay y puede haber. A lo que aludo es, en todo caso, a las instituciones represivas-identitarias y a sus correlativas salidas transgresoras tomadas a niveles globales. Designar un único sistema de evacuación que haya de corresponder a toda fuente de represión es algo que, por su profundo dogmatismo, está muy lejos de mis pretensiones. La represión puede descargarse de mil maneras distintas, dependiendo su elección siempre del azar, evacuándose, en cuanto a su magnitud, en función de la posición del centro de gravedad del conflicto, incluso puede no descargarse y convertirse en una nueva fuente de poder y de sublimación (mística, religiosa o cualquiera otra cobertura mental de la impotencia).

 

Una violenta arremetida contra la prostitución por parte de un Estado podría poner en quiebra los cimientos de los que se nutren las instituciones sexuales establecidas. Esto es lo que explica la secular tolerancia y permisividad con la que se ha contemplado por los poderes públicos esta institución de la prostitución. Permisividad y tolerancia que no son explicables en virtud de la aplicación de principio liberal volteriano alguno extraído del Traité sur la Tolerance. Un informe de las Naciones Unidas en defensa de la abolición de la persecución de la prostitución por sí misma como figura delictiva razonaba del modo siguiente:

La experiencia enseña que, atendiendo a los resultados obtenidos, la prostitución no se puede eliminar con medidas legales, y que, si se la declara delito punible, ello lleva generalmente a la prostitución clandestina y a una despiadada organización de maleantes dedicados a la explotación de la prostitución ajena. Mientras haya demanda en tal comercio por parte de los hombres, es indudable que responderá a ella una oferta femenina, pese a las penas que se impongan a las prostitutas.5

 

La lógica bipolar, como esta de la oferta y la demanda, es tan socorrida como insatisfactoria a un mismo tiempo. Un término que para explicarse recurre al inverso que a su vez se explica en el primero nos da la medida de un tipo de causalidad cerrada y tautológica: ¿porqué existe la prostitución? Porque existen varones que demandan sus servicios. ¿porqué los varones demandan los servicios de las prostitutas? Porque las prostitutas ofertan sus servicios a los varones. Todo un círculo vicioso, análogo a la metafísica del huevo y la gallina, o a la paradoja de Epiménides sobre si el cretense que afirma que todos los cretenses son unos mentirosos miente o dice la verdad, .planteamientos ambos que, encerrados exclusivamente en las mismas premisas que los enuncian, están abocados a un callejón sin salida. La sucesión de huevos y gallinas hacia el infinito es un problema formal que excluye su solución, la historia natural del huevo, como cobertura y protección del embrión, utilizado por los antecesores evolutivos de la gallina (peces, anfibios y reptiles), luego, el huevo es siempre anterior a la gallina. La solución a cualquier problema irresoluble planteado por la lógica formal pasa necesariamente por la meta-lógica, por la transcendencia de sus propios enunciados.

 

Los sistemas más despóticos no solo la han tolerado, aún más, la han alentado: gineceos y lupanares en el mundo clásico, cortesanas bajo el Antiguo Régimen, harenes bajo el mundo islámico. El antropólogo británico James G. Frazer relata curiosos supuestos de prostitución sagrada que tuvieron lugar en el mundo antiguo, así

 

En Chipre todas las mujeres, antes de casarse, obligadas por la primitiva tradición, tenían que prostituirse a los extranjeros en el santuario de la diosa, llevase o no el nombre de Afrodita o Astarté. Costumbres semejantes prevalecían en muchas partes del Asia Menor. Cualquiera que fuese el motivo, esta costumbre estaba sin disputa considerada, no como una orgía de lascivia, sino como un solemne deber religioso ejecutado al servicio de la Gran Madre Diosa del Asia Menor... En Babilonia, toda mujer rica o pobre, tenía que someterse una vez en la vida a los abrazos de un forastero en el templo de Mylitta, que era la Istar o Astarté, y dedicar a la diosa el estipendio de su santificada prostitución... En Armenia, las más nobles familias dedicaron sus hijas al servicio de la diosa Anaitis en su templo de Acilisena, donde las damiselas ejercían como prostitutas durante un largo periodo antes de ser dadas en casamiento. Nadie tenía escrúpulo en tomar como esposa a una de aquellas muchachas al terminar cumplidamente su tiempo de servicio divino6

 

La Inglaterra victoriana, paradigma del puritanismo más estricto, plagaba las calles de prostitutas... Desde una perspectiva humanista la existencia de mujeres esclavas del sexo es algo que repugna profundamente. Pero los gobiernos constatan, aunque sea solapadamente, que sin prostitución no hay familia cristiana. Se tolera a la prostituta y se persigue al proxeneta. Pero existe un Gran Proxeneta, proxeneta de proxenetas, al que no se le puede detener por ser precisamente núcleo de la sociedad, de la civilización y de la convivencia, es decir, la sacrosanta sexualidad familiar institucionalizada.

 

Naturalmente, la represión institucional no tiene porqué abocar a una única válvula de escape de transgresión. Coexiste con otras, paralelas y alternativas, de las cuales la más clásica es la del adulterio. Esta última transgresión puede hacer peligrar la institución matrimonial. De todos modos la crisis puede regularse, bajo aquellos sistemas que lo permitan, a través de cauces institucionales previsores de distintas formas de disolubilidad matrimonial, como la separación, el divorcio, etc, siempre preferibles al conyugicidio, su alternativa transgresora-destructora. De todos modos, el adulterio también puede sub-institucionalizarse como amancebamiento que, previa la debida ocultación identitaria, es posible hacerlo subsistir sin poner en crisis la institución base.

 

Otra fuente de transgresión sexual que convive con las instituciones tradicionales, aparte de la prostitución y el adulterio, es el consumo de pornografía, ese sucedáneo tecnológico de la prostitución, además de las múltiples formas de sexualidad furtiva escondidas bajo los nombres de voyeurismo, fetichismo, la pederastia... y hasta el lado más perverso y violento de la transgresión, la violación.

 

De las alcantarillas de la sexualidad institucionalizada nace esa sexualidad paralela y transgresora, lo que desde las instancias oficiales se esconde como la inmundicia, como el pecado y como el demonio mismo. Pero el demonio también habita en la santidad y el pecado en la virtud (sin pecado no hay virtud y sin demonio no hay santidad, la cual para valerse por sí misma exige pruebas de resistencia a la tentación). La ética religiosa ni comprende ni quiere comprender la decisiva importancia que tiene el mal para la realización del bien, que el mal genera el bien y el bien genera el mal, que el caldo de cultivo del bien es el mal y el caldo de cultivo del mal es el bien, que la supresión del uno implica la supresión del otro y que, en definitiva, el Reino del Bien Absoluto no puede ser otro que el Reino de la Muerte Absoluta. También el pulcro, culto y admirado accionista mayoritario de un gran holding industrial esconde bajo su limpieza la suciedad, adquirida entre la grasa y los humos, de los miles de operarios que trabajan para él en sus empresas. La honesta dama de alta sociedad tiene a su sombra una prostituta, desprestigiada y mal vista socialmente, que a la par que le hace el trabajo sucio realza su figura.

 

 

INHIBICIÓN Y SUBLIMACIÓN, MECANISMOS DE DEFENSA DE LA REPRESIÓN FEMENINA

 

Hasta ahora me he referido a la transgresión sexual en su versión predominantemente masculina. Sin embargo, la represión femenina en materia sexual, siendo mucho más brusca e insoportable, no se evacua por los cauces descritos anteriormente. Sobre el sexo reproductor (generador de nuevas identidades) propiamente dicho recae todo el peso institucional represivo, con una intensidad tal que no deja abierta brecha alguna a posibles transgresiones, excepción hecha del adulterio. La estabilidad y reproducción de las relaciones identitarias de propiedad, sucesión, parentesco y consanguinidad descansa íntegramente sobre el sexo femenino. Tal cúmulo de instituciones no podría sostenerse sin el dominio y apropiación-institucionalización de la sexualidad femenina. En cuanto a la prostitución, no nos vayamos a equivocar, no es expresión de transgresión sexual femenina alguna, es más bien todo lo contrario, una servidumbre puesta a disposición de la transgresión sexual masculina. El sexo femenino se ha institucionalizado sin cláusula alguna de apelación a la que poder recurrir.

 

La descarga represiva femenina no se exterioriza, como parece ser la tendencia predominante del varón, se interioriza a través de esos mecanismos de sublimación que se ponen en juego como autodefensa ante un instinto negado y reprimido. En relación a la sublimación del instinto reprimido venía a decir en mi primer trabajo lo siguiente:

 

Pero reprimir no es suprimir. La libido es un componente tan potente que no se puede aniquilar por las buenas (somos animales hipersexuales, no lo olvidemos), por eso las instituciones culturales lo que buscan (no siempre conscientemente) es regularla y encauzar su potencial en su propio beneficio. El control sexual puede llegar a convertirse en un instrumento muy poderoso de adhesión al grupo. El amor se puede proyectar como amor a dios, amor a la patria, amor al trabajo, etc. La imposición del celibato a los sacerdotes católicos opera como un mecanismo de adhesión y sometimiento efectivo a las estructuras de poder de la Iglesia Católica. También el ayuno interviene como efectivo instrumento de control y acumulación de poder de las grandes religiones (cristiana, islámica e hinduista). Cualquier restricción física resulta culturalmente beneficiosa, en la medida en que pone en escena el mecanismo psicológico al que Freud denominó sublimación del instinto reprimido que en tanto que psiquismo neurótico se integra plenamente en el sistema cultural generando sus propias normas y su propio sistema operativo7

 

Se advierte que la sublimación interviene como un mecanismo psíquico de defensa individual y grupal ante una restricción del instinto implantada por el sistema cultural; mecanismo de defensa y a su vez de compensación y asimilación de lo que los freudianos llaman el ello. El éxito de la cultura-represión se materializa en la producción de esta transgresión integrada, de una transgresión (en cursiva) que, al ver cortados los sistemas de evacuación externa, se constituye en centro de gravedad de un mecanismo de retroalimentación represivo. La cultura ha obligado a las mujeres a ser monógamas forzosas y, de camino, ha provocado una escisión radical de los elementos de la relación afectiva. Amor y sexo, una unidad dinámica mutuamente recursiva y creativa, se han escindido con la misma radicalidad con la que el platonismo escindió el cuerpo del alma y el aristotelismo el trabajo intelectual del trabajo manual. El refugio en un amor puro, etéreo e inexistente consuma este proceso de enajenación y extrañamiento. Hasta tal punto que la invocación al Amor se usa como arma arrojadiza encaminada a reprimir una sexualidad libre y transgresora. Y es que el Amor es sustancialmente un mecanismo de auto-represión psíquica (un estado psíquico caracterizado por una sobre-estimulación general de todos los sentidos en torno al objeto deseado puesto en acción por el sistema serotoninérgico que lleva acarreada la pérdida temporal de las más elementales facultades de raciocinio y discernimiento) que disfraza bajo un sentimiento intenso la frustración y la impotencia que produce la lejanía y falta de control sobre el objeto deseado, que se pone al máximo rendimiento con los celos provocados por la rivalidad y la competencia en el acceso a la persona amada. El Amor desaparece y se difumina en cuanto se hace posible el control y acceso efectivo al objeto deseado. Precisamente, el culto al romanticismo está motivado por la exacerbación de ese sentimiento de impotencia ante el objeto amoroso, alejado e imposible de acceder a él. El Amor es memoria y presencia permanente del objeto, imposibilidad fáctica de consumar el deseo, celos, rivalidad, frustración y sufrimiento... pero en cuanto se accede a un contacto carnal regularizado sin clandestinidad ni furtivismo desaparece el amor y se crea otra cosa8, lo cual, por otra parte es lógico, pues lo que se tiene ya no se desea, simplemente se tiene ¿y cuando se pierde lo que se tenía? Nuevamente se activa el deseo y, por tanto, el Amor. Lo más paradójico resulta es que el Amor, definido aquí como el estado psíquico generado por la ausencia de contacto carnal (o por un contacto incipiente), llega a convertirse en nueva fuente de placer.

 

La relación continuada y permanente, institucionalizada, ya no puede ser romántica ni amorosa, es algo muy distinto: convivencia, derechos y obligaciones recíprocos, acceso regular al sexo, responsabilidades económicas y patrimoniales en la cría y cuidado de los hijos, tensiones, disputas, reconciliaciones, etc. y ese Amor perdido se transforma en un nuevo objeto de frustración, imposible de recuperar en un sistema monogámico salvo contadas excepciones, una, que es el recurso a la transgresión del adulterio, pone en peligro una Institución. La otra, ya no meramente transgresora por su carácter de sucedáneo, tiende a consolidarla, y se pone en funcionamiento mediante los mecanismos de proyección-identificación que nuevamente hacen renacer en las mujeres el sentimiento romántico del amor a través de la producción literaria, teatral, musical, televisiva y cinematográfica. Las historias de amor unen a las mujeres a sus familias, exactamente igual a la prostitución, que une a los hombres a sus mujeres. La monogamia y la sublimación se implican recíprocamente en ese circuito de retroalimentación descrito

 

 

LA TRANSGRESIÓN SEXUAL FEMENINA

 

En cualquier caso, la represión identitaria de la sexualidad femenina, carente siempre de las más mínimas válvulas de escape, puede transmutar tan gigantesca carga identitaria en una fuerza y energía transgresora insospechadas. Aquí radica precisamente la diferencia fundamental, en cuanto a sus consecuencias efectivas, entre la transgresión masculina y femenina. La transgresión varonil se ha desenvuelto casi siempre en el marco identitario de la institución familiar, creando en derredor suyo enormes focos de prostitución, gigantescas cohortes de mujeres-esclavas al servicio de la transgresión sexual masculina. La nueva transgresión femenina apuntada, muy al contrario de la masculina, tendente al mantenimiento de las instituciones, puede tener consecuencias liberadoras para todo el género humano.

 

El primer gran paso ya se ha dado con la aparición de las familias monoparentales que por no ser ya no son ni familias. En efecto, la familia ha sido la primera institución efectivamente tocada de muerte por esta incipiente transgresión femenina. Si el tránsito de la animalidad a la cultura, el nacimiento de la Humanidad-1, se gestó en la represión y control del sexo, sancionado con el tabú del incesto, lo que dió lugar a la aparición de las primeras estructuras familiares y patriarcales, la transgresión femenina puede dar lugar al nacimiento de la Humanidad-2, caracterizada por el advenimiento de formas de gestación de hijos fuera del marco familiar tradicional. La inexistencia del referente paterno en la formación y educación de los hijos de las familias monoparentales pueden ser el detonante de una auténtica Revolución Cultural que empiece por socavar-transgredir las restantes instituciones que se han venido articulando y ensamblando sobre la base del control del sexo reproductivo y a las que ya apunté antes: la propiedad privada, el control de la identidad individual e incluso los fetiches religiosos.

 

Las mujeres que deciden libremente tener hijos sin que para ello precisen de un marido y de una familia han empezado a transgredir serios vínculos sociales de índole represiva El referente paterno del principio de autoridad, negado y suprimido, puede9 dar al traste también con las instancias y estructuras de agregación política sobre las que se construye el poder: el Estado, la Patria, la Nación, construcciones todas ellas femeninas y maternales .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN. (3) LA TRANSGRESIÓN JUVENIL

 

No podemos pasar por alto aquel conjunto de manifestaciones que desde ámbitos marginales hacen suya la bandera de la Transgresión sistemática. No dejan de ser meros tópicos los que se refieren a la Transgresión juvenil, la rebeldía de la juventud o el conflicto generacional. No hay nada más fácil que ser transgresor en un contexto donde no existe responsabilidad alguna y donde la única barrera es la del arbitrio paterno. Se trata, lógicamente, de una Transgresión limitada, forzada por la vitalidad juvenil, y limitada al ajuste hormonal dentro de sus márgenes normales. La llamada rebelión contra el padre se presenta como una Transgresión contra todo, contra instituciones y hábitos culturales.

 

Toda sociedad arbitra unos mecanismos y marcos de desenvolvimiento de la energía e hiperactividad juvenil: campos de deportes o campamentos de verano. Incluso los regímenes más totalitarios han sido conscientes de la importancia de dar un cauce adecuado a la Transgresión juvenil, abriendole las puertas al encuentro con la naturaleza como encuentro con el mundo de los instintos y de las pulsiones reprimidas. Aquí en España nos encontramos con la OJE sin ir más lejos. Sin embargo, este encuentro con la naturaleza está, por esa misma razón, sujeto a un sistema fuertemente identitario. El adoctrinamiento cuasi-militar de los campamentos juveniles tipo Boy Scout se hace posible e incluso soportable dada su directa vinculación con el medio natural, con el medio transgresor. En tal caso la transgresión se situaría en un plano subalterno al sistema identitario.

 

La juventud es, a fin de cuentas, un sector bio-social sujeto a los diversos procesos de identitarización (o, lo que es lo mismo, no plenamente identitarizado). Pero muchas veces tales procesos no son todo lo efectivos que debieran. La específica maleabilidad y ductilidad de este sector bio-social lo hace, por una parte, proclive a su sujeción a tales procesos. La juventud es susceptible de ser maleada y adaptada a los sistemas de control y represión establecidos. Pero dichos sistemas fallan desde el mismo momento en que no se encuentran en condiciones de conducir o neutralizar la energía transgresora que desprende esta capa social. Y es que las capas juveniles, en pleno proceso de aculturación, son más proclives que ninguna otra a oír y responder a la llamada de la Selva a la que hicimos referencia en el apartado anterior, sus instintos naturales la inducen a reproducir la Transgresión como Regresión, a unirse a manadas (pandillas, bandas, etc) de otros congéneres para aullar, saltar, trepar y dar alaridos (conciertos Pop y Rock, competiciones deportivas, etc) a escapar de recintos cerrados, a buscar la calle nocturna con vistas a facilitar sus acciones transgresoras La represión sin paliativos produce amotinamientos y rebelión en las aulas y ya no solo de las aulas sino de la totalidad del sistema, entendido como una prolongación de estas, tal y como sucedió con los distintos sistemas contestatarios de los años sesenta.

 

La moderna tecnología está sirviendo a los humanos, paradójicamente, de guarida, de caverna en la que esporádicamente se puede dar rienda suelta a sus instintos, a la llamada de la Selva. El adolescente que se vale de una moto de trial para realizar las mas osadas acrobacias (caballitos, derrapes, etc) con intención de impresionar a los restantes miembros de su manada actúa como cualquier otro macho joven de cualquier otra especie mamífera gregaria, que exhibe sus dotes con el fin de subir de rango en su manada y de atraer la atención de las hembras. Los psicólogos han estudiado el perfil del automovilista-tipo que, parapetado en su vehículo, descarga toda la agresividad contenida: insulta a otros automovilistas y viandantes, toca el claxon para ampliar su tono de voz, etc. El internauta adicto a los chats entra como desconocido en un mundo de desconocidos, lo que le permite escribir lo que quiera en esos indigeribles diálogos sin reglas, sin inhibiciones ni represiones donde el anonimato (de forma análoga a como juega en el Carnaval como ocultador de la identidad) le permite transgredir formas y convenciones.

 

La transgresión juvenil acaba conquistando y configurando, por así decirlo, una esfera o ámbito de identidad bajo las actuales sociedades industriales, es decir, lo que podríamos llamar una subcultura juvenil. En el ensayo que recojo en el tercer bloque de este libro dedicado a la televisión

 

Las autoridades saben muy bien que en el medio urbano es casi imposible controlar la ruta del bacalao o la llamada movida juvenil de los fines de semana, con todos los desboques transgresores que en sí lleva aparejada, desde la pulsión del placer, de peligro e incluso de muerte. Saben que los antros ruidosos donde se sirve alcohol y se puede danzar compulsivamente al son de una música neurótica y de un sistema de iluminación agresiva (hablo de las discotecas) deben estar en algún sitio. A fin de cuentas, la vida nocturna se manifiesta como un cauce neurótico de búsqueda de la satisfacción de la pulsión sexual. Una represión directa puede llevar consigo que la Transgresión de violencia contenida degenere en gamberrismo. Al fin y al cabo el Rock puede servir muy bien de catalizador de tensiones violentas. Por tal razón se tiene mucho cuidado a la hora de ubicar los recintos de expansión y Transgresión juvenil. Las familias y las autoridades son conscientes de que el marco de la Transgresión juvenil no está controlado en esta sociedad. El elemento destructivo de la Transgresión se cierne, de uno u otro modo, amenazadoramente, por distintas vías que conducen a la aniquilación física: estupefacientes, alcoholismo, sectas, o comportamiento temerario en el tráfico. Aún así, en el medio rural la Primera Transgresión, situada entre la infancia y la adolescencia, ha revestido tradicionalmente unos grados de crueldad inauditos; costumbres como las de apedrear gatos hasta la muerte o rociar perros con gasolina cuando no se trataba de mofarse del tonto del pueblo han permanecido intactas hasta nuestros días.

 

Fuera de este punto cabría destacar como en los años sesenta, los instintos transgresores se apoderan de determinado sector del medio juvenil: el movimiento hippie, la contra-cultura, la psicodelia, el arte pop, el mayo del 68 francés, el culto al LSD, etc. Es una Transgresión bifronte, contra el Padre y contra el Estado, se pone en tela de juicio todo el sistema económico e institucional occidental y se busca, como sucede con todas las transgresiones, un nuevo reacoplamiento con el mundo de los instintos y del placer. Lo curioso de este tipo de movimientos transgresores estriba en cómo el llamado conflicto generacional o la rebeldía juvenil que generalmente se desenvuelve dentro de unos límites transgresores normales y socialmente regulados llegó, en un contexto determinado, a adquirir los caracteres de un movimiento social e incluso político, tal y como sucedió en la Francia de 1968.

 

El movimiento hippie resulta particularmente interesante. Cierto sector de la juventud estudiantil urbana eligió sus propios cauces de Transgresión fuera del marco social e institucional. La huida de la ciudad y consecutiva retirada al campo, huida de la civilización y refugio en el instinto, fue, a diferencia de lo que sucede con los campamentos juveniles militarizados, desorganizada y anárquica. Su entrega al instinto natural fue tal que se impuso el sexo libre, el culto al desnudo ... Rechazaron toda institución e imposición social así como los modelos culturales vigentes. Sin embargo, necesitaron nuevos referentes identitarios, pues la Transgresión pura y simple (la Transgresión por la Transgresión) no puede sostenerse durante mucho tiempo (dicho en otras palabras, se auto-sitúa en el límite del caos) y los creyeron hallar en las producciones ideológicas propias de una cultura radicalmente distinta a la de Occidente, a saber, la de Oriente. Se refugiaron en un orientalismo místico y a su vez mítico y, al igual que los actuales musulmanes, peregrinaron en tropel a la India a la búsqueda de esas esencias y verdades absolutas emanadas de esas religiones esotéricas e introspectivas desconocidas hasta entonces por los occidentales. Se olvidaban, claro está, que dichas religiones, más que liberadoras, fueron el soporte de legitimación institucional clave de los más rígidos sistemas de castas y, en última instancia, del despotismo gerencial agrario asiático. Como ya ha sucedido en muchas ocasiones, la Transgresión, a la búsqueda de una determinación positiva que le garantice una mínima viabilidad, permanencia y persistencia, acaba topándose ante cierto género de estructuras ideológicas identitarias, tanto o más represivas que aquellas de las que en principio pretendió liberarse. Hoy día del movimiento hippie solo quedan los restos: el sándalo, el xitar, el yoga, la meditación transcendental, pequeñas comunas asentadas en el medio agrario de forma marginal y un puñado de cincuentones nostálgicos.

 

En todo caso, la rebelión juvenil de los años sesenta, tan idealizada en la actualidad, no dejó de ser más que un fenómeno social bastante curioso e insólito. Insólito por cuanto que de lo que se trató fue de una explosión de Transgresión desbordada, que escapó incluso a los mecanismos de control de los instintos juveniles de las instancias institucionales vigentes. No obstante, los principios transgresores y liberadores invocados pronto se trocaron en su polo contrario. La mitificación del paradigma religioso oriental convirtió a los jóvenes en presa fácil de las estructuras sectarias más represivas y esclavizadoras imaginables: Hare Krisna, Moon, o la que pudiera fundar cualquier otro gurú medio chiflado (o, más bien, bastante espabilado) de los que pululan por el mundo. En cualquier caso toda secta de las llamadas destructivas se presenta en principio como un elemento catalizador de las ansias de rebelión y Transgresión juvenil, del rechazo a las estructuras familiares, a las jerarquías sociales, al materialismo o al capitalismo, presentando como alternativa un género de mística panenteísta oriental identitaria y absorbente hasta el extremo de la intoxicación física y psíquica, así como la correlativa anulación de la personalidad. Otra vertiente liberadora que pronto mostró su verdadera faz esclavizadora y destructiva se produjo a raíz del culto desbocado a los narcóticos que la rebelión juvenil introdujo como medio de Transgresión.

 

El mayo del 68 francés solo pudo tener origen en el país más politizado de Occidente. El movimiento transgresor juvenil, procedente de capas intelectuales medias, revistió desde sus mismos comienzos un carácter inequívocamente político y netamente urbano. Careció por completo de los tics bobalicones o exhibicionistas y formalistas que caracterizaron al movimiento hippie, más yanqui que europeo propiamente dicho y por tal razón menos político y más campestre. El movimiento sesentayochista se definió netamente por su inspiración marxista. Se pretendió edificar un marxismo transgresor, de corte luxemburguista, trotskista o maoísta, alejado del marxismo burocrático soviético y, por esa misma razón, de la cúpula del PCF. La Transgresión juvenil pronto se adueñaría de las calles de París a golpe de barricada y cócteles molotov. No contó con líderes netamente definidos, en todo caso con ideólogos como Daniel Cohn-Bendit en París y Rudi Dutshke en Berlín. Su principal arma fue la ingenuidad infantil y utópica, y el lema que resume dicho movimiento, plasmado en una de las múltiples pintadas de las calles de París sed realistas, pedid lo imposible, era netamente transgresor, puramente anti-identitario, prácticamente inútil y volátil. El movimiento del 68 tuvo consecuencias políticas directas en la situación francesa, modificó la situación política, pero rápidamente se desvaneció... nada más finalizado el curso académico.

 

Al hilo de lo dicho sobre la Transgresión juvenil y el mayo del sesenta y ocho francés se puede sacar a colación un curioso fenómeno también ligado a los instintos transgresores juveniles: El Romanticismo de la Transgresión. En el caso de sistemas políticos fuertemente identitarios, hasta extremos insoportables tal y como ocurrió con el régimen franquista, la Transgresión a sus estrictas normas era algo que seducía por sí misma. Con independencia del contexto de oposición política al Régimen, múltiples posturas transgresoras nacidas en el seno del movimiento estudiantil fueron el resultado de esa instintiva negación de lo prohibido. Una fuerte barrera dividía el polo de la Identidad y el de la Transgresión, situándose este último de forma clara y contundente en la clandestinidad. Frente al chato identitarismo del Régimen, en cuya cúspide se situaba un dictador cuya mediocridad solo era superada por su inhumanidad, frialdad y sadismo. Frente a ese sistema de poder despótico y dogmático, rodeado de serviles ministros, de profesionales de la adulación al Tirano, de pomposos militares y bendecido por curas y obispos, se situaba, en el polo opuesto, el universo de la oposición que no era otro que el de la Transgresión. Tal dualidad poder/anti-poder era percibida por grandes sectores de la juventud como una simple dicotomía Identidad absoluta/Transgresión absoluta.

 

Una vez sucumbido el Régimen, ya no cabría la menor duda; las puertas estaban abiertas a la Revolución, al comunismo científico, al comunismo libertario y a todo lo demás que se quisiese establecer. Ese entusiasmo duró bastante poco. Lo suficiente como para comprobar cómo un nuevo sistema identitario acababa imponiéndose. Lo que antes había estado totalmente prohibido por su contenido subversivo ahora no solo era tolerado sino alentado fervientemente desde las más variadas instancias institucionales: el Primero de Mayo, el Aberri Eguna, la Diada, los homenajes a García Lorca ... La huelga, antes un delito de sedición, era ahora un derecho que conforme a sus cauces legales podía ejercerse libremente. La reunión, la asociación y la manifestación, considerados hasta entonces graves delitos de conspiración y desórdenes públicos, se elevaban a la categoría de derechos fundamentales amparados constitucionalmente, los sindicatos y los partidos, hasta entonces clandestinos, coparon su espacio social y se encaramaron a las estructuras del poder político y económico convirtiéndose en perfectas estructuras de mediación rígidamente centralizadas dominadas por profesionales de la política. La Política se mutó en tecnocracia económico-administrativa, se suplieron los contenidos ideológicos por sus respectivas clientelas... Lo que antes apareció como un abismo hacia la Transgresión sin límites se trocó en una nueva Identidad consolidada. Las identidades rígidas fueron sustituidas por identidades flexibles

 

Desde ese momento la visión dual desaparece y se difumina: ni el socialismo, ni el comunismo científico o libertario están a la vuelta de la esquina, los partidos empiezan a convertirse en estructuras burocráticas identitarias que funcionan como maquinarias electorales, los sistemas de cretinización de masas, antes monopolizados por el Estado, se delegan en el sector privado.

 

La antigua Transgresión, la misma que antes los hacía ocultarse de la policía, que hacía de una pegada de carteles o de una tirada de pasquines una aventura casi tan arriesgada como ocupar un fortín por un comando de élite, se había convertido hoy en parte de la más rutinaria y aburrida Identidad. Quienes antes vieron en los líderes más antiguos de la clandestinidad auténticos ídolos dignos de veneración avalados, no solo por su generosa entrega a elevados ideales sin buscar por ello compensación material alguna, sino también por un currículum de muchos años de cárcel, torturas y persecución policial, ahora verían en los nuevos dirigentes de la democracia unos oportunistas de tomo y lomo, trepadores y zancadilleros, ávidos de cargos en las Instituciones, charlatanes de segunda fila más preocupados por su propia imagen y proyección pública que por las ideas que hubieren de defender. Por otra parte su ideología no era otra que la de su propia consolidación en el sistema

 

Hoy día podemos apreciar como muchos de los antiguos hippies y sesentayochistas han vuelto al redil reconvertidos en prósperos yuppies que, en firme acto de constricción por sus pasados pecados, abrazan el pensamiento único, el capitalismo y su democracia como aquel paraíso terrenal que nunca debieron abandonar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (4) TRANSGRESIONES REGULADAS: LA FIESTA Y EL CARNAVAL

 

 

TRANSGRESIONES REGULADAS: LA INSERCIÓN SOCIAL DEL ESPACIO DE LO LÚDICO

 

Cuando la realidad se hace tan insoportable que no cabe posibilidad alguna de sortearla o esquivarla, es cuando se activan a pleno rendimiento los resortes de la imaginación, capaces de engendrar realidades paralelas. La simulación se convierte en este caso en el instrumento idóneo de la Transgresión. La palabra simular puede usarse como sinónimo de engañar, de inducir a error a un tercero mediante una representación ficticia. Sin embargo no es esta acepción la que interesa. Tiene un sentido mucho más amplio, pudiendo entenderse como elemento fundamental del aprendizaje y de la investigación científica. Con el desarrollo de las técnicas asociadas a la informática, la simulación de sucesos a los que se le incorporan las variables pertinentes tiene valor de campo de pruebas útil para elevar cualquier predicción astronómica o meteorológica o para cualquier experimentación industrial de resistencia de materiales. En todos los casos descritos, la simulación opera como medio idóneo de suplantación y sustitución del acontecimiento real, como representación del suceso. Así nos encontramos con que el periodo de entrenamiento del campamento en el servicio militar es una simulación de la guerra o ante las pruebas de formación de los pilotos y de los astronautas que consistirán en el noventa por ciento de los casos en la representación y sustitución de las condiciones de vuelo, ingravidez, etc sin que ello tenga que implicar salir al espacio exterior o conducir una nave real, mediante medios de sustitución de la gravedad como pude ser la energía centrífuga y de la atmósfera como pueden ser las cámaras expuestas al vacío, así como los simuladores de vuelo informáticos .

 

Observamos, por un lado, la directa ligazón entre simulación/juego y el sistema de aprendizaje y, por otro, su relación también directa con la Transgresión de la Identidad. La niña que juega a las muñecas al mismo tiempo que simula el papel de madre está transgrediendo su condición de niña. Se trata de ese mecanismo de proyección-identificación que tan importante papel juega en todos los procesos en los que interviene el psiquismo humano y que hace que nuestra condición se aparte tanto de la de animal racional en la que el racionalismo aristotélico y cartesiano han pretendido encorsetar a nuestra especie. Sin mecanismo de proyección-identificación no hay goce estético, ni ficción literaria, ni pasión, ni evasión. En suma, no se puede hablar de la Transgresión que se produce diariamente en la vida cotidiana cuando nos sentamos ante el televisor, ante la sala de cine o ante la lectura de una novela. La paradoja surge cuando ese mecanismo de Transgresión individual, necesario e imprescindible para el alejamiento de la represión cotidiana o para hacer la vida más llevadera se convierte en un instrumento transmisor de contenidos identitarios represivos culturales: los ultra-reaccionarios culebrones que programan a la hora de la siesta (historias manufacturadas en Sudamérica que una y otra vez narran el mismo cuento de la Cenicienta, la carrera de obstáculos sembrados en su camino hacia el Príncipe Azul por sus envidiosas madrastra y hermanastras) para relax de las amas de casa, los partidos de fútbol que transmiten a la hora de la cena para fomentar el chovinismo, los telefilmes de buenos y malos, los concursos televisivos, etc juegan hasta el abuso con los mecanismos de proyección-identificación. La evasión transgresora se somete a un proceso de reciclaje en el que de nuevo aparece la represión identitaria, reforzada precisamente por su paseo por el mundo de la transgresión.

 

 

LA FIESTA

 

Se considera festivo aquel día del año en el cual la sujeción represiva cotidiana por excelencia, a saber, el trabajo, se suprime. Los calendarios distinguen esos días de fiesta resaltándolos en color rojo frente a los restantes días laborables, marcados en negro. Las burocracias ya han inventado su propio argot para designar unos días y otros a efectos del cómputo de plazos administrativos como hábiles e inhábiles. Estos últimos desaparecen por completo de la existencia burocrática, no cuentan, no existen, son agujeros negros del mundo laboral, se hallan exentos de los contenidos positivos de las jornadas ordinarias. Desde cierta perspectiva, los días festivos se encuentran íntimamente ligados al mundo del trabajo como su complemento necesario: son días de recomposición de fuerzas y energías, necesarios e imprescindibles para la reactivación del rendimiento laboral. Desde otra muy distinta son días de libertad, Transgresión y autoorganización individual.

 

En todo caso, las modernas sociedades industriales se han ocupado muy bien de cubrir de contenidos identitarios el mundo del ocio, de ocupar y absorber ese tiempo libre a base de contenidos represivos, generando en torno al descanso toda una rama de la actividad económica: el sector servicios, inclusivo de toda la industria nacida alrededor del ocio. Pero el no-trabajo puede tener otra faz represiva movida no directamente por principios económicos sino religiosos. Me estoy refiriendo al Sábath y a La fiesta del Yon Kipur de los Judíos. La negación del trabajo, en tanto que negación, puede llegar a ser tan represiva como la determinación positiva del trabajo. Del trabajar como obligación coactiva se pasa al no trabajar como producto de una prohibición igualmente coactiva. El no trabajo en ningún caso puede llenarse de contenido positivo, la negación deja de ser determinación. Es, más que nada, negación pura y simple. En realidad, ninguna negación restrictiva, ya sea referente al trabajo (salvo el caso de la huelga que veremos más adelante), a la alimentación (ayuno) o al sexo (abstinencia sexual) se ha investido de funciones y efectos transgresores o relajadores Los cristianos, con más cordura, dirían más tarde que no se hizo el Hombre para el Sábado sino el Sábado para el Hombre.

 

Pese a todo, no se le puede negar a la fiesta su valor de medio de relajación de tensiones, de espacio, incorporado y también complementario, sin duda, al mundo de lo cotidiano, de lo idéntico y represivo. Es, por tanto, inevitable, que este medio cotidiano en el que se inserta lo festivo contagie ese tiempo de sus propios contenidos represivos e identitarios, pues al fin y al cabo lo festivo se sitúa siempre en la órbita de lo cotidiano en calidad de auxiliar suyo.

 

Cuando el Estado y la Sociedad controlan y regulan la Identidad en cierto modo lo que están haciendo es regular y controlar su propia existencia y permanencia. En aras de dicha permanencia el control de la Identidad no puede ser excesivamente rígido, ha de coexistir con zonas de elasticidad lo suficientemente amplias que admitan que se exteriorice un mínimo margen de Transgresión, el necesario que garantice un nuevo reacoplamiento sin traumas del sistema de control instituido. Por los datos que nos suministra la Historia sabemos que en el mundo antiguo se celebraron festividades religiosas que daban cabida a la orgía, el consumo incontrolado de alcohol, el desenfreno y el intercambio sexual y de status. En Grecia las Dionisia, en Roma, las Bacanales y las Saturnales. De estas últimas se cuenta que se llegaba a producir un cambio radical de Identidades. Los esclavos podían hacerse pasar por amos y viceversa. Mediante la orgía se permitía incluso trastocar el sistema de Identidades en lo atinente a la reglamentación misma de las instituciones matrimoniales y sexuales. Era frecuente el intercambio de papeles y roles sexuales. Señores por criados, criados por señores, hombres por mujeres, mujeres por hombres. Todo lo cual da una sensación de haber puesto el mundo al revés, una auténtica inversión identitaria: Bajo la Edad Media eran comunes las representaciones sacrílegas permitidas precisamente por su ejecución en un contexto de festividades religiosas. Destacaba la fiesta de los locos, donde se ocupaban los recintos de las catedrales por falsos clérigos disfrazados que de forma bufa imitaban al papa, obispos y cardenales, ocupando el coro, incluso el altar se convierte en mesa de banquete. Algo parecido sucedía con la fiesta del asno, conmemoración en clave bufa de la huida a Egipto que culminaba en la identificación del asno con la figura de Cristo.

 

La fiesta carnavalesca reemplaza el día por la noche, el recinto privado por la calle abierta a las miradas y propicia al azar, la mediocre condición real por el rol desempeñado por la identificación con personajes prestigiosos, la indigencia cotidiana por el lujo artificial. Conmociona los ordenamientos sociales a merced de los encuentros y la conjunción insólita de los personajes imitados; crea una comunidad lúdica efímera donde todo se hace posible, donde las jerarquías y las convenciones de la vida diaria se disuelven;10

 

La Transgresión de la Identidad es aquí vista como una válvula de escape, ese mecanismo mediante el cual una cultura represiva e identificadora se ve obligada a ser permisiva en ciertas ocasiones y a brindar a los individuos la posibilidad de des-identificarse, de cubrirse en el anonimato o bajo la máscara de un disfraz o de una sustancia psicotrópica. No es casual que las situaciones desinhibitorias y des-identificadoras vayan acompañadas de una explosión de alegría incontrolada y de un motivo festivo.

 

En las carnestolendas afloran por doquier los instintos reprimidos, aquellas tendencias ocultas que por miedo y temor a ser objeto de represalias, ya sea en la forma de descrédito o sanción social, no pueden manifestarse abiertamente en la vida cotidiana. Lo más curioso es observar como en una sociedad como esta, tan celosa de la vigilancia de los roles masculinos, - tan machista, hablando en términos vulgares, - una enorme cantidad de varones aprovecha el Carnaval para travestirse o disfrazarse de mujeres. En esa ocasión encuentran el medio de dar rienda suelta a sus más recónditos impulsos sin tener por ello que ser objeto de rechazo social sino todo lo contrario, provocando hilaridad y aplausos en el público que los observa.

 

Algo que verdaderamente llama la atención del espíritu transgresor del Carnaval es su misma culminación en martes de Carnaval. El Carnaval muere escenificando una visión cómica de la muerte en un falso entierro simbólico, ya sea de la sardina, ya sea del choco, ya sea de la almeja o de quien quiera que sea. En todo caso, la teatral puesta en escena de una falsa muerte, de un falso entierro, de unos falsos dolientes, nos da la justa medida de cual es la dimensión del significado del Carnaval como fenómeno lúdico que crea durante el mes de febrero un tiempo y un espacio propios de reinado de lo imaginario donde el factor juego y simulación ocupan un primerísimo lugar. Los personajes se posicionan ante un microcosmos de Transgresión, simulación y juego que siquiera se detiene ante la muerte, a la que evoca en su propio lenguaje. Es como si la Transgresión alcanzara al último espacio donde no es posible llegar, el punto tabú, invirtiendo en cómico un acontecimiento trágico hasta el punto de convertir la muerte en un motivo de burla. La muerte, como eliminación última de toda Identidad, se asocia, en condiciones normales, al refuerzo de los mecanismos identitarios sobre todo en relación al finado (se le habla, se pide por su alma, se le da presencia en sus funerales ...), la ritualización misma de todo funeral puede interpretarse como un sistema de compensación social de un hecho catastrófico e irreversible como es el de la muerte. Sin embargo, el Carnaval desaparece riéndose de si mismo, riéndose de la muerte, como si quisiera dejar expédito el camino a una nueva etapa caracterizada por el sentimiento trágico, restrictivo de la muerte.

Se suele partir de una visión del Carnaval a mi entender un tanto errónea. Pese a ser esta la única fiesta, netamente profana, sin motivación religiosa alguna que la fundamente que ha sobrevivido en el mundo cristiano no se puede considerar por ello que se trate de una pervivencia de cultos paganos. En el mundo judío existe también su propio carnaval sin que a este hayan tenido que hacer alusión sus textos sagrados. En ello coincido con la apreciación de Caro Baroja. De hecho, advertimos que su ubicación temporal está perfectamente sincronizada en el año cristiano, entre las fiestas familiares navideñas y la represiva Cuaresma. Muchos ven en el Carnaval un preludio a la Cuaresma, como un periodo de permisividad y relajación preparatorio del posterior, cargado de ayunos y privaciones. No hay represión sin relajación si es que la represión pretende ser duradera. Sin Carnaval no hay Cuaresma y viceversa. El desenfreno carnavalesco cumple el papel de una Transgresión controlada capaz de alterar la monotonía cotidiana, de cargar de energías la etapa de ayunos y restricciones que se inicia en la Cuaresma y culmina en la Semana Santa. Y nuevamente llega otra reposición de energías y vitalidad con las fiestas de primavera y verano, romerías evocadoras de la fertilidad de la tierra, de las crecidas de los ríos o de las cosechas abundantes cerrándose dicho ciclo con el mes de difuntos. El hecho de que el Carnaval no gire en torno a motivos religiosos como las restantes festividades del año, de que no esté ritualmente regulado tal y como pudiera suceder en las antiguas Saturnales, Bacanales o Dionisia, se puede imputar a la peculiar idiosincrasia del cristianismo. Sin embargo ha subsistido a lo largo de la historia como complemento necesario de las fiestas cristianas. Para comprender el fenómeno habría que rechazar dos tipos de nociones. La primera, que concibe el folklore como un todo dotado de una coherencia interna uniforme asimilada del entorno cultural y la segunda, que lo imagina como un conjunto de supervivencias del pasado superpuestas, es decir, como un crisol incongruente al que confluyen antiguas tradiciones que unidas sin relación mutua en el tiempo presente nos han dejado por la fuerza de la tradición un entramado de retales difícil de descifrar.

 

El mundo cristiano se ha caracterizado, ya desde el siglo IV, por su radical intolerancia hacia cualquier supervivencia del paganismo. A la par que enterraba determinados cultos paganos , disfrazaba otros de advocación cristiana. Sin embargo, un motivo festivo como el del Carnaval no era susceptible de ser disfrazado bajo ningún caparazón religioso de índole cristiana (el cristianismo maldice la fiesta y la diversión como manifestaciones satánicas de lujuria y ardor carnal). Sin embargo, se acopló perfectamente en el ensamblaje cultural de la cristiandad. En este punto no pueden entrar en aplicación las ideas comunes que nos formamos sobre tolerancia e intolerancia como principios que informan estilos de gobernar. Su pervivencia a lo largo de la Historia no podemos atribuirla sin más a una presunta tolerancia existente en el medio cristiano medieval. No se trata de una cuestión de tolerancia sino más bien de supervivencia. Podemos asegurar que el Carnaval, de no haber existido habría habido que inventarlo. Toda sociedad represiva gira en torno a un nudo al que convergen las tensiones que ella misma genera. Pero una tensión excesiva pronto amenaza con romper las cadenas, es decir, con hacer estallar el sistema en mil pedazos.

 

Los arquitectos e ingenieros saben muy bien que toda estructura, por muy firme y sólida que fuere, para asegurar su futura viabilidad, ha de contar con cierto margen de tolerancia y elasticidad: sin juntas de dilatación, puentes y edificios se resquebrajarían a consecuencia de las variaciones térmicas. En Japón, área de frecuentes terremotos, se sabe desde hace tiempo que el secreto de la resistencia a los movimientos sísmicos de los edificios e instalaciones no radica en su rigidez sino en su tolerancia, en un grado de elasticidad capaz de contrarrestar los efectos del terremoto. Y si hablamos de automoción, los diseñadores de coches conocen a la perfección la importancia de los elementos elásticos del vehículo, cubiertas y amortiguadores, decisiva para que en un camino de baches no se dañen otros elementos básicos del aparato: bielas, sistema de transmisión, ejes, llantas, etc. Resistencia no implica rigidez ni dureza: todos saben muy bien que tipo de caída aguanta mejor el impacto del suelo, la de una bandeja de porcelana o la de una pelota de goma.

 

El Carnaval pudo muy bien haber sido útil para reducir las tensiones propias de una sociedad fuertemente represiva, estamental e identitaria. No cabía advocación ni disfraz cristiano posible para una fiesta cuya base era precisamente el disfraz y la Transgresión de la Identidad.

 

Sin duda, ha habido periodos recientes de prohibición y de intolerancia del Carnaval, como el de la dictadura franquista. Sin embargo, esta no pudo hacer nada en aquellas zonas donde la tradición del Carnaval contaba con un fuerte arraigo popular tal y como sucedió en Cádiz y en Tenerife. El Carnaval surge como una manifestación espontánea, como una válvula de escape imprescindible susceptible de acoplarse a un determinado sistema represivo.

 

Tras la larga noche franquista, que interrumpió violentamente la tradición de los Carnavales, los intentos oficiales por rescatarlo solo podían abocar al más rotundo de los fracasos. Difícilmente la Fiesta de la Transgresión por excelencia podía acomodarse a las directrices de los Ministerios, Consejerías o Concejalías de Cultura o Turismo. Tan solo se ha producido un resurgir ficticio, oficializado y subvencionado, movido, en el mejor de los casos, por el puro voluntarismo de sus participantes y patrocinadores. Aún así, el poder no puede renunciar a su más recóndito deseo de controlar la Transgresión. Canal Sur Televisión emite en esas fechas, ocupando gran parte del horario de su programación, los Carnavales de Cádiz. Realmente no emite los Carnavales de Cádiz, tan solo su versión oficial canalizada en las distintas chirigotas y comparsas oficiales y profesionales que acuden a interpretar ordenadamente un repertorio super-ensayado en el ámbito domesticado de un teatro gaditano11. Los mecanismos identitarios cobran su máxima relevancia desde el mismo momento en que a lo que concurren tan domesticadas y profesionales agrupaciones es a optar a un premio oficial, es decir, participan sujetándose a un sistema de baremos, cánones y parámetros oficialmente instituídos dentro de un sistema determinado por la competitividad. A medida que se instituye la lógica del premio, de la competencia y de la rivalidad -, conforme a unos parámetros estéticos oficialmente dirigidos,- se va desvaneciendo el elemento lúdico, espontáneo y transgresor de la fiesta, se expropian los carnavales de la libre espontaneidad de la colectividad para dejarlos en manos de restringidas agrupaciones a los que en el argot al uso se les llama legales u oficiales por oposición a las llamadas ilegales (todo un contrasentido tratándose de Carnaval). Las retransmisiones de Carnaval del Canal Sur vienen a ser algo así como la descarnavalización del Carnaval, una vez le ha sido extirpado su elemento transgresor, espontáneo, público y callejero.

 

Por otra parte, la Transgresión se integra en el sistema oficial por otras vías: las llamadas peñas carnavaleras, agrupaciones debidamente constituidas e inscritas en los registros oficiales como asociaciones de interés cultural, no solo se sujetan a los condicionantes de los certámenes convocados para interpretar de forma ordenada su repertorio, sino que además se hacen acreedores de los sistemas de subvenciones oficiales destinados a elevar la profesionalidad de tales grupos y conjuntos a medida que su espontaneidad crítica y transgresora va menguando. La fuerza de la Identidad se ha acabado imponiendo sobre la de la Transgresión. Nunca se había visto, como en el momento presente, tal grado de institucionalización y oficialización del Carnaval, hasta tal punto que ya es difícil distinguirlo de las fiestas municipales organizadas por las respectivas concejalías de festejos o de las atracciones de interés turístico (o, lo que viene a ser lo mismo, de interés económico) tipo Disneylandia.

 

El Carnaval clásico, muy a pesar de lo que verbalmente declaren las administraciones implicadas, es imposible rescatarlo. En el mejor de los casos solo quedarán esos sucedáneos oficializados a los que me he referido anteriormente. El moderno Estado Laico, caracterizado por el establecimiento de un sistema generatriz de Identidades flexibles, ha alterado profundamente la distribución de los tiempos y espacios de lo represivo y de lo festivo, constituyendose toda una red de válvulas de escape a las represiones generadas por el entorno laboral y personal. Las tradiciones, nacidas de contextos socioeconómicos distintos al presente y empujadas en la actualidad por su propia inercia (la inercia puede ser en el mundo social, a diferencia que en el mundo físico, un mecanismo muy dinámico , erigiendose como motor de si mismo), una vez interrumpidas, no pueden resurgir sobre unas premisas radicalmente distintas a las que tuvieron lugar en su aparición. Mas aún cuando el sistema presente se ha dotado de unos mecanismos de Transgresión propios que si bien a veces pueden, no siempre tienen porqué superponerse a los mecanismos pretéritos. La fiesta casi nunca se inventa, mas bien surge por sí misma. Nace la necesidad, nace la fiesta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IX. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (5) TRANSGRESIONES REGULADAS: LAS FESTIVIDADES RELIGIOSAS

 

LA IDENTIDAD SE APODERA DE LA TRANSGRESIÓN, LA TRANSGRESIÓN DESBORDA LA IDENTIDAD: EL CASO DE LAS FIESTAS RELIGIOSAS Y LAS ROMERÍAS:

 

 

La Transgresión casi siempre aparece en sus comienzos como un medio espontáneo de reacción-agresión a un universo identitario institucionalizado, de modo que solo puede ser informe, desorganizada y atemporal. Sin embargo, la Identidad pronto acaba hincándole sus dientes. La Transgresión se asimila y acaba encajándose en el sistema identitario. No solo se encaja, también se dota de contenido, de forma, de tiempo, de límites, en suma, de Identidad propiamente dicha. La Transgresión institucionalizada e identificada se controla exactamente igual que los demás elementos integrantes del sistema de Identidades establecidas desde el mismo momento en que se la incorpora a un calendario de fiestas, celebraciones y conmemoraciones. Las dosis de Transgresión institucionalizada han de ser en todo momento las suficientes como para permitir el funcionamiento a su justo rendimiento del engranaje represivo.

 

Cuando una fiesta se organiza y se programa con la debida antelación ya se le están extirpando de antemano sus elementos propiamente festivos, a saber, lo que en ella pudiera haber de espontaneidad y Transgresión. Los Ayuntamientos concretan a la perfección la estructura de toda verbena o de todo Carnaval. Un Programa elaborado por una Concejalía de Festejos se encarga de fijar la fecha de su inicio, en qué van a consistir sus actos inaugurales, su desarrollo, el lugar donde ha de ubicarse el recinto ferial, se detalla al milímetro el recorrido de la cabalgata, así como su clímax final, - dentro de la estructura orgásmica de la que obligadamente ha de dotarse todo evento festivo,- con su traca y fuegos artificiales que ponen fin a las fiestas. En definitiva, se controlan y regulan las formas y medios de diversión del mismo modo que se pudiera controlar y regular la jornada de trabajo. La fiesta deja de ser fiesta desde el mismo momento en que se sujeta a unos límites espaciales y temporales y se la estructura fase a fase, de etapa a etapa de forma previsible y definida.

 

Pero la Transgresión acaba vengándose. Se la puede encerrar en marcos identitarios e institucionales. Sin embargo, de un momento a otro, acabará desbordando, dentro de sus limitados márgenes de reacción, sus estrictos límites institucionales. La historia y el desarrollo de las Romerías de Primavera puede ser significativa. El cristianismo pretendió absorber las distintas fiestas y celebraciones evocadoras de la Primavera del medio mediterráneo sustituyendo la invocación a los dioses o a las diosas de la fertilidad locales e instituyendo en su lugar el culto a deidades cristianas, vírgenes y santos. Sin embargo, los dioses y diosas paganos no tardaron en vengarse.

 

Las Romerías y demás fiestas evocadoras de la Primavera se apartan del modelo general de lo que comúnmente se entiende como una celebración propiamente católica. La única conmemoración puramente cristiana, concordada genealógicamente con la de la Pascua Judía (al fin y al cabo el cristianismo es descendiente directo del judaísmo), es la de la Cuaresma y Semana Santa. Ya se sabe que la Navidad no es de origen cristiano, y se cuenta entre las celebraciones coetáneas asimiladas por el cristianismo (los Natali Solis Invicti mitraicos) . Pese a que la Semana Santa como tal procede del periodo barroco y del espíritu de la Contrarreforma, incorpora a su estructura las penitencias y los vía crucis medievales, la mortificación y el sacrificio que con ocasión de las epidemias de peste y de la angustia milenarista se representaban con ánimo expiatorio. Su antecedente mistérico lo han hallado los historiadores en los festivales de Atis, dios de la vegetación y amante y a la par hijo de Cibeles, la diosa madre. Los citados festejos, llamados dendroforía, coincidían con el equinoccio de primavera (últimos días de marzo), se iniciaban con una procesión que salía del monte Palatino donde tras el Archigalli marchaban los Galli o Coribantes, los cofrades canóforos, portando cañas, y los cofrades dendróforos, portando ramas de árboles (sería algo así como el equivalente al Domingo de Ramos). El día del sacrificio de Atis (su autoemasculación) se celebraba el dies Sanguis (día de la sangre) donde los sacerdotes se infligían todo tipo de mortificación y autoflagelación, llegando algunos hasta la auto-castración (el equivalente al Viernes Santo) y al tercer día llegaban los Hilaria, día de regocijo por la resurrección de Atis12 El marco estrictamente religioso bajo el que se desenvuelve la convierte en una ceremonia o celebración enormemente represiva y restrictiva con toda la carga de necrofilia que caracteriza a la escenografía católica. Las procesiones desfilan al compás, al ritmo de una marcha militar (los pasos de los costaleros son meticulosamente ensayados a lo largo de todo el año), al son de instrumentos de metal (característicos de las bandas militares) y de instrumentos de percusión que dirigen el ritmo de la marcha. Es la escenificación de una auténtica marcha fúnebre, de un entierro en toda regla -por otra parte, no existe gran diferencia entre portar el paso a hombros y llevar el ataúd. Las cadenas, los cirios y los pies ensangrentados, por lo demás, son expresión fehaciente del cuadro en el que se desarrolla una escenografía propiamente católica, puramente represiva. Al fin y al cabo el cristianismo hereda del judaísmo ese sentido no transgresivo, muy al contrario, represivo, de la fiesta como imposición restrictiva perfectamente reglamentada. La pascua judía y cristiana comparten el ayuno, la abstinencia y las restricciones.

 

Sin embargo, las Romerías de Primavera son algo bien distinto. Se trata, más que nada, de fiestas cargadas de jolgorio donde se baila y bebe hasta la extenuación, algo que sin resultar muy del agrado de la Institución Eclesiástica se tolera sin más. Los obispados, incapaces de prohibir, aunque también de regular, las romerías existentes, se niegan rotundamente a autorizar las nuevas Ermitas que se levantan en los pueblos por doquier para celebrar nuevas Romerías o a que dichas celebraciones festivas se superpongan a la Semana Santa, la fiesta católica por excelencia. La institucionalización (la asignación de una Identidad católica) de tales fiestas ha sido un arma de doble filo: lo que por un lado se cristianizaba en el plano nominal por el otro no se impedía que mostraran su auténtico aspecto y dimensión transgresora.

 

Con independencia de la afiliación pagana o cristiana de las Diosas de Primavera, su culto se inscribe en una fase del calendario propio de las culturas agrícolas, caracterizado por la sucesión de ciclos alternos de lo festivo y lo represivo, de los tiempos de tensión y relajación consecutiva, de la distribución de los momentos de Identidad y Transgresión, lo que ya hemos visto al tratar el tema del Carnaval.

 

Como decía, las diosas paganas de la fertilidad, las Cibeles, Venus, Afroditas, Ceres, Isis y Astartés, junto a cientos de diosas locales autóctonas, que pululan por millares por las ermitas y santuarios de nuestra península escondidas bajo la común Identidad de la Virgen María, se rebelan contra esa misma Identidad, no quieren ser diosas vírgenes, puras, inmaculadas, castas, tristes, ni portadoras de los restantes atributos asociados a la represión y a las restricciones. Quieren, muy por el contrario, ser diosas fértiles, fecundas, promiscuas, vitales y alegres, como la misma naturaleza que estalla en riqueza y colorido en primavera, y por tal motivo desencadenan a su alrededor la orgía diurna y nocturna, el desenfreno y las pasiones incontroladas. No exigen de sus feligreses sacrificios y restricciones sino todo lo contrario, la plena satisfacción de los placeres carnales en sentido amplio, ya sea en el vino y en la comida abundante, en los bailes ruidosos y extenuantes o en la oscuridad de la noche bajo los pinares. Hay Romerías, como el Rocío, donde los homosexuales, como descendientes de los sacerdotes eunucos del dios Atis, ocupan un destacado protagonismo, que incluso es fomentado13.

 

El control institucional es en este caso mínimo, se limita al que establece la Hermandad para la procesión del Santo,- muy distinta a las estrictas reglamentaciones que imponen las Cofradías de Semana Santa-, donde los romeros marchan de modo distendido, al son de la flauta y el tamboril, en sus carrozas y caballos bota de vino en mano. Tal es el espíritu transgresor que impregna una fiesta romera que sé de algunos pueblos, como San Bartolomé de la Torre (Huelva), que celebran sus romerías sin ermita y sin santo. El elemento festivo ha llegado hasta el extremo de superar, desbordar y desplazar al elemento festivo-religioso propiamente dicho.

 

El entorno elegido por las Romerías no es casual ni mucho menos. Es altamente significativo que se escoja un escenario sin escenario, el medio natural, los pinares y romerales que rodean la Ermita o el Santuario erigido en honor al Santo, alejados - con sus múltiples recovecos y escondrijos- de los sistemas de control que imponen la estructuras geométricas que caracterizan el contorno de un pueblo o de una ciudad14. Se trata de un entorno altamente transgresor en el sentido fuerte del término, al que me refería al principio del capítulo, como marco idóneo de encuentro con el mundo de esos instintos que han sido reprimidos por el la fuerza del identitarismo social.

 

La danza propia de la Romería, la Sevillana, curiosamente reproduce un cierto tipo de ritual de cortejo amoroso donde se escenifica una superposición de pautas motoras de exhibición de la hembra y de correlativo acoso del macho. Durante casi todo el tiempo se evita el contacto directo, suplido por la exhibición corporal mutua dentro de una sucesión de movimientos asimétricos alternativos de acoso-incitación guiados por movimientos circulares, de rotación sobre sí misma de la hembra y de traslación en torno a la hembra por el macho (muy característicos de los rituales de cortejo y apareamiento de ciertas especies de peces y aves) que en los últimos compases acaban coordinándose sincrónicamente. La indumentaria utilizada para esta ocasión tiende a destacar al máximo el dimorfismo sexual, resaltándose el exhibicionismo de la hembra mediante la bata rociera o el traje de gitana, un atuendo elaborado ad hoc, de vivo colorido y confeccionado a base de gran variedad de pliegues, encajes y ajustes corporales (que pudiera imitar los plumajes de vivo colorido de algunas especies de aves, como los pavos reales o mimetizar cierto tipo de flores, como los claveles) . Se puede considerar ésta como una danza de primavera, cuyo valor zoológico análoga a los múltiples rituales de apareamiento que se suceden en el medio natural durante esa misma estación. El encuentro con la naturaleza y con el instinto queda perfectamente escenificado en este tipo de folklore.

 

Anejo a la Romería habría que apuntar un fenómeno sociológico que no carece de interés. Los caballos y las monturas conceden al romero la posibilidad de escenificar una transferencia de roles sociales en el plano estético (imaginario). El aldeano, peón o jornalero agrícola, montado a la grupa de su lustroso caballo, vestido de un atuendo para la ocasión, sombrero cordobés y zajones en ristre, siente el privilegio de contemplar, por espacio de dos o tres días, el mundo desde arriba, exactamente igual que el señorito andaluz. La transferencia social se ha consumado desde el mismo momento en que para ante la puerta de la caseta y, sin bajarse del caballo, le sirven una copa de Jerez o de Manzanilla que saborea con enorme fruición. Por unos días ha dejado de ser el campesino humilde y encorvado que día a día ha de ganarse el jornal, para tener el privilegio de sentirse todo un señorito; su caballo trota con elegancia, monta erguido y contento, recorre el recinto al tiempo que hace a los presentes toda una exhibición de doma vaquera y alta escuela.

 

La romería facilita al humilde jornalero el disfrute de todo aquello que le está prohibido durante el resto del año, de todo lo que siempre ha sido privilegio exclusivo del señorito andaluz: pasearse a caballo frente a la concurrencia, beber fino, bailar sevillanas (que, no lo olvidemos, es un baile de señoritos sevillanos) y gozar de la orgía tolerada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

X. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (6) TRANSGRESIONES REGULADAS: FÚTBOL Y ESPECTÁCULOS DEPORTIVOS

 

 

El fútbol, de no haber existido, quizá hubiera habido que inventarlo. Resulta muy fácil criticar, desde una postura elitista e intelectualista, los fenómenos de masas como fenómenos de alienación y embrutecimiento colectivo. Lo que no se puede esperar en modo alguno es que las masas, tras su monótona y gris semana laboral, se encierren en las bibliotecas a leer atentamente la Crítica de la Razón Pura de Kant, los Diálogos de Platón o el Ulises de Joyce o que deleiten su espíritu en la sala de conciertos mientras escuchan la Incompleta de Schubert o la Sinfonía Heroica de Beethoven. Como vengo afirmando reiteradamente, toda estructura represiva precisa de una transgresión a su justa medida.

 

La transgresión regulada tiene muchos nombres: evasión de la realidad, entretenimiento, ocio, diversión o espectáculo. La transgresión en cierto modo nos ayuda a vivir. El hecho de que el Capital haya convertido o integrado la transgresión como negocio y fuente de pingües beneficios no invalida el hecho sustancial de que los grandes espectáculos de masas, y en particular los deportivos, sean parte esencial de la existencia humana. Incluso el hecho mismo de que el fútbol, como transgresión identitarizadora, intervenga como un agente activo en la construcción e intensificación del sentido identitario de pertenencia a la nación, no nos puede hacer pensar que su ausencia fuera a remediar esta situación: son muchas las bazas y los repuestos que tiene el nacionalismo a su alcance. Aparte de las funciones especificadas, el fútbol, como cualquier otro espectáculo deportivo de evasión, ha desempeñado un papel crucial como nexo bio-social, como punto de intersección imaginario entre nuestra animalidad y nuestra culturalidad o, simplemente, como forma de transgresión-regresión a nuestros componentes instintivos más primarios. Tampoco tiene porqué ser criticable la tendencia a la regresión a la animalidad. Es, más bien, inevitable: cuanto más intensas sean las tentativas civilizatorias de una sociedad, con tanta más fuerza surgirán esas tendencias regresivas-transgresoras.

 

Unos grupos de humanos se enfrentan a otros. Ambos se encuentran desprovistos de artilugios y otros artefactos técnicos que no sean unas botas y un balón de reglamento. Se prohíbe el uso de las manos, de esos órganos prensiles que tan necesarios nos son en la vida cotidiana y que tan decisivo papel desempeñaron en nuestro proceso de hominización. Es como si se penalizaran las facultades orgánicas que en su momento conectaron a homo sapiens con la cultura. Cada equipo cuenta exclusivamente con dos órganos prensiles, los del respectivo guardameta. Solo se juega con las piernas y con los pies, se activan los músculos de la marcha, la carrera, el salto. Solo vale la patada y el cabezazo, la persecución de un objeto al que no se le puede retener ni tocar, solo golpear con el pie. Pese a que las distintas trayectorias seguidas por el balón obedecen a las patadas y cabezazos de los jugadores, este se comporta casi como un objeto de la naturaleza que, sujeto a dos sistemas de trayectoria opuestos, adquiere su propia autonomía como un ser vivo difícil de dominar y darle caza.

 

 

 

 

REPRESENTACIÓN IMPROVISADA E IMPROVISACIÓN REPRESENTADA

 

LA REPRESENTACIÓN CONVENCIONAL (SIN IMPROVISACIÓN): Lo que caracteriza a la música y al teatro es su cualidad de representaciones creadas y producidas con anterioridad a su puesta en escena, a su conversión en espectáculo. Los actores y los intérpretes han de limitarse a conocer el papel, el texto y la partitura. El autor-creador ya no está en la escena, incluso puede haber muerto hace mucho tiempo. Los intérpretes se limitan a reproducir la obra fielmente. de ellos solo puede esperarse su capacidad de reproducción técnica y su expresividad artística aunque nunca saliéndose de los marcos y formas que dirigen la estructura general de la obra. Los actores se meten en el papel, los intérpretes se ajustan a los compases de la partitura. El margen de improvisación permitido en este caso es mínimo, el que pueda resultar de la voluntad del creador o del especial virtuosismo del intérprete. La música, sin embargo, puede fabricarse sin creador, en el sentido de que el intérprete puede hacer las veces de intérprete y creador al mismo tiempo. La música instrumental oriental no obedece al mismo esquema que la de occidente. el intérprete puede improvisar durante horas sobre la base de unos acordes y unos compases. existe un género, como el Jazz, basado enteramente en la improvisación

 

LA REPRESENTACIÓN IMPROVISADA: Vemos que el teatro en todo caso lo que hace es imitar a la vida, reproduciendo aspectos de la vida congelados. La Antígona de Sófocles se ha reproducido cientos de miles de veces y se reproducirá otros tantos cientos de miles sin que se llegue a variar ni una sola coma del argumento. Jamás veremos dos competiciones de baloncesto, boxeo o golf idénticas. La especificidad del deporte, de la competición deportiva, en calidad de juego-espectáculo, radica en la puesta en escena de un género de representación que incorpora a un mismo tiempo la aleatoriedad o incertidumbre y la creación escénica con base a unas reglas. La primera regla la establece el marco general bajo el que se desenvuelve, el escenario propiamente dicho. El tipo de competición deportiva que enfrenta dos rivales en el campo, pista, ring, etc se nos presenta como una síntesis dialéctica cuya unidad es la resultante del diferente juego de los adversarios, de la conjunción de estrategias dispares, de sus acciones y de sus correlativas reacciones, de los sistemas de defensa y de los de ataque correspondientes. La competición deportiva es todo un campo de prueba de habilidad, de táctica y de estrategia. Pone en juego los reflejos y la capacidad de respuesta, el ingenio y la capacidad de improvisación, del engaño así como de la capacidad de o dejarse engañar, de la resistencia y de la maniobra de desgaste. Se trata de toda una puesta en escena de la práctica intelectual y material humana, de su juego por la supervivencia, de las inexorables leyes del azar y de la necesidad, de las reglas que impone la vida, de la técnica como medio de sortear el azar y la incertidumbre, de una técnica que nunca impone la primacía porque a lo que ha de enfrentarse es a otra técnica que puede ser desconocida para el adversario, explotar el factor sorpresa, jugar al despiste, al agotamiento del contrario... todo está en el juego. Lógicamente todos estos elementos lo convierten en un impulsor y propagador de primer orden de pasiones y emociones humanas.

 

 

 

La representación improvisada ocupa su lugar como espacio limitado de transgresión de una sociedad civil que, definida y constituida en un principio como participativa, ha acabado amputando de sí misma las formas y mecanismos de participación alienándolos bajo las estructuras de la representación, que ha sectorializado la actividad económica y el conjunto de la vida cotidiana en compartimentos estancos, donde la vida está organizada y planificada hasta el mínimo detalle sin que se permita la más mínima improvisación.

 

Indudablemente, se ha producido un trasvase de pasiones gregarias, asociativas e identitarias, de la mano de la efectiva despolitización del mundo de la política. La política altamente burocratizada y tecnocratizada del mundo occidental ha lanzado en tropel a los ciudadanos a depositar esas antiguas pasiones

 

EL PLACEBO UNIVERSAL DE LA POLÍTICA

 

Por eso son necesarios los sucedáneos, motivos que tengan entretenida a la ciudadanía, temas a los que puedan acceder, que les permitan hablar y comunicarse entre sí partiendo de un mínimo de conocimiento de causa y que a su vez suscite pasiones partidistas ... ¿qué mejor que el fútbol? El fútbol es sin duda un sucedáneo especial, se sirve con una regularidad asombrosa, cuenta con todos los ingredientes de la política: líderes, seguidores, escudos, banderas e himnos. Los periodistas a diario acosan y recaban las interesantes declaraciones de un entrenador de fútbol semi-analfabeto con el mismo interés y la misma consideración que le pudiera corresponder a un Primer Ministro. Además, y esto es lo más importante, imprime un fuerte sentido de Identidad y de pertenencia al grupo (de hecho, los políticos nacionalistas son conscientes del papel que desempeña el fútbol en la formación de la Identidad nacional y en esa medida fomentan dicho deporte. No es, ni mucho menos, casual, que en el trasfondo de la rivalidad Real Madrid C.F. - F.C. Barcelona15 descanse la tensión entre el nacionalismo españolista y los nacionalismos periféricos). La participación del seguidor entusiasta, al igual que sucede en la alta política, resulta irrelevante en la medida en que el resultado final, hagan lo que hagan, digan lo que digan y piensen lo que piensen aparece como inmutable e independiente de sus deseos. No pueden votar ni decidir el resultado. Quizá eso sea lo que transmita más emoción y entusiasmo, la incertidumbre del resultado final. La victoria solo está en manos de los dioses: un equipo puede jugar bien y perder y otro puede jugar mal y ganar, además de que las victorias no dependen de uno solo sino también del contrincante, de la intersección de ambos, si no del eterno culpable, el árbitro. También, al igual que en la política, se transmite la alegría por el triunfo y el pesar por la derrota, la decepción y el desencanto. El fútbol es reino de la indeterminación y de la incertidumbre, del azar y de la necesidad, nadie está predestinado a ganar ni a perder, los equipos mejor dotados y equipados técnicamente, mejor coordinados y sincronizados no tienen en sus manos todas las bazas del triunfo. La improvisación juega también así como la estrategia del despiste del bando contrario. El fútbol es estrategia militar concentrada en el césped16. Juegan también los factores naturales, el tiempo y el clima. Los ejércitos regulares muy bien saben que poco o muy poco pueden hacer contra las anárquicas guerrillas, conocedoras del terreno, invisibles la mayoría de las veces y con muchas posibilidades de tender una emboscada mortífera. La estrategia futbolística, al igual que la estrategia militar, es síntesis entre planificación e improvisación, una síntesis donde difícilmente puede adivinarse donde llega lo planificado y donde empieza lo improvisado

 

El sentido de la cúspide, el del momento decisivo y decisorio, que en política se produce de tarde en tarde, solo con ocasión de las convocatorias y escrutinios electorales, en el fútbol es contínuo, se reproduce de encuentro deportivo en encuentro deportivo, que suele ser semanal, incluso diario. Pero no deja de ser un sucedáneo, un placebo que a la par que incorpora las formas y rituales propios del mundo de la política, su resultado es irrelevante para los intereses del seguidor. Y ese es, a su vez, su gran peligro. Su radical visceralidad. Como sucede con los nacionalismos no hay vasos comunicantes ni trasvase de seguidores de los clubes. El sentido de pertenencia al grupo es de otro orden distinto al racional, es de orden tribal.

 

UN CAMPO DE OBSERVACIÓN EN ETOLOGÍA

 

He de reconocer que nunca me ha interesado el fútbol en sí mismo. Cuando retransmiten un partido no es en el césped en lo que me fijo, sino en lo que hay alrededor, los espectadores. Contemplar a la hinchada en acción es todo un espectáculo, toda una puesta en acción del lenguaje gestual; muecas de todo tipo, gesticulaciones hiperbólicas, saltos de alegría, gestos de indignación, abrazos de regocijo, suspiros de alivio, vellos erizados, dientes castañeteantes, rostros en tensión fruncidos ... toda la gama de sentimientos que nos liga a nuestra animalidad mamífera: amor, odio, alegría, tristeza, entusiasmo, indignación, placer, regocijo, rabia, es como si el simio que llevamos dentro saliera de nosotros para manifestarse con entera libertad. Esa faceta de nuestra realidad, reprimida por la cultura y que se manifiesta dosificadamente en nuestra vida cotidiana, explota y se multiplica en el contacto directo con el grupo. El colectivo en estos casos puede desempeñar el mismo papel que las sustancias excitantes y alucinógenas, en calidad de protector social del éxtasis y de agente multiplicador de emociones. Las facultades de razonamiento y discernimiento retroceden en la misma medida en que el componente anímico no-racional va ocupando el puesto vacante. Las personalidades individuales se entretejen y cuasi-disuelven en el órgano colectivo hasta el punto de estructurar un sistema de gritos y movimientos acompasados grupales. La emoción vivida pone a todos de pié al unísono y los hace levantar los brazos al compás sin que una orden de fuera lo imponga. Se crea un sentimiento de grupo, colectivo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XI. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (7): ARTE, IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN

 

EL ARMA DE DOBLE FILO

 

Se puede asegurar sin temor a equivocarse que el arte impregna de identidad toda una sociedad, toda una época, que la época y la sociedad no son comprensibles ni identificables sin el arte que producen. También se puede asegurar sin caer en el error exactamente la tesis contraria, que la producción artística y estética, como proyección social de lo imaginario, se sitúa en el polo de la transgresión de lo real, en la inserción de los deseos de una época más allá de sus límites espaciales y temporales. La multifuncionalidad del fenómeno artístico hace que se pueda situar, por lo que a sus elementos transgresores se refiere, unas veces en el terreno de las transgresiones reguladas estudiadas en los dos apartados anteriores, entendida como mera evasión, otras, como punto de apertura de un nuevo género de realidades que exceden del ámbito de lo perceptible. El arte es factor identitario y transgresor a un mismo tiempo. Por tal motivo no es definible ni identificable más que como un elemento indisociable de nuestra propia existencia, unas veces identitaria y otras transgresora

 

 

 

IDENTIDAD, TRANSGRESIÓN Y LITERATURA

 

La conciencia de las connotaciones represivas características de todo proceso de identificación ha lanzado a la búsqueda de la no-Identidad a toda una legión de filósofos y literatos. La reacción contra los rígidos sistemas de identificación feudales y absolutistas impulsó a los ideólogos de la Ilustración a emprender la búsqueda de una Identidad natural opuesta a la Identidad artificial y ficticia imperante. El Emilio de Rousseau o el Buen Salvaje de Voltaire son, más que seres sin Identidad, individuos dotados de una Identidad distinta.

 

No deja de ser curioso que uno de los géneros literarios de más éxito, la comedia, muchas de sus tramas argumentales se basen en un juego con el principio de Identidad donde interviene directamente su Transgresión o simplemente el equívoco como motivo de hilaridad. La comedia de enredo es todo un juego de Transgresión de la Identidad. Una duplicidad de individuos hizo a Mark Twain componer su conocido cuento El Príncipe y el Mendigo, donde ese juego con la Identidad le permitió sortear la más drástica barrera social para un rol opuesto al que correspondería a su propia Identidad traspasar a sus protagonistas. Óscar Wilde basó una de sus más conocidas comedias, La importancia de llamarse Ernesto en el juego de la Identidad nominal y la inidentidad real. John Briggs y F. David Peat, reseñando a Joseph W. Meeker indican, a propósito de la diferencia entre la comedia y la tragedia en relación a la teoría del caos, que

 

La tragedia, donde el héroe se enfrenta a los dioses y es destruido en el curso de ese enfrentamiento, se valora sobre todo entre las culturas con orígenes greco-romanos. Sin embargo, la mayor parte de las otras culturas valoran los mitos y las obras que se centran en la comedia. Mientras que la tragedia tiene que ver con las luchas por el poder, la comedia se centra en los transgresores, la ambigüedad y en la confusión de los papeles. Mientras que la tragedia está abocada indefectiblemente hacia la muerte, la comedia acaba en matrimonio, una continuación de la sociedad y la fertilidad conseguida a través del engaño al destino, la ambivalencia y la confusión de fronteras y límites.17

 

 

Pero también el drama ha sabido aprovecharse de la Transgresión de la Identidad como hilo conductor de una historia Dumas, jugando con Identidades gemelares compuso el folletín El Hombre de la Máscara de Hierro, Todos hemos visto muchas veces el folletín El Prisionero de Zenda o películas sobre presidentes impostores utilizados temporalmente para salvar una crisis de gobierno:. Si siguiéramos con obras cuya trama se desarrolla en torno a la Transgresión de la Identidad como medio de superar las barreras físicas o sociales impuestas al amor la lista sería interminable. Cyrano de Bergerac, el feo y narigudo espadachín enamorado de Roxanne, avergonzado de su aspecto, oculta su Identidad en el apuesto Christian para recitar los versos que más tarde enamorarán a Roxanne. El género picaresco hispánico nos retrata en El Lazarillo de Tormes el espíritu del hidalgo castellano que quiere, a toda costa, salvar las apariencias de su mísera existencia.

 

Cervantes lleva a cabo un juego realmente magistral con el tema de la usurpación y el intercambio de Identidades. Cuando Alonso Quijano el Bueno, tomando prestado el modelo de las novelas de caballería de Amadís de Gaula, decide transformarse en Don Quijote de la Mancha, transgrede su Identidad y a su vez la de su propio mundo. Traslada la nueva Identidad a todo su medio. Una Identidad constituida por su fiel escudero Sancho, por su mismo caballo famélico Rocinante, por la campesina Aldonza a la que transforma en Dulcinea del Toboso. Transgrede la Identidad de la misma ética de la época. Se sumerge en un mundo transfigurado de elevados ideales. Mientras Sancho se coloca en el polo de conexión con el mundo real, su Identidad permanece. A medida que se van sucediendo sus aventuras y desventuras don Quijote se desengaña, adquiere su anterior Identidad de Alonso Quijano a la par que Sancho se contagia de la secuela de Transgresión dejada por Don Quijote, produciéndose en su lecho de muerte una permutación de Identidades. Cervantes hace girar su planteamiento en torno a la relación locura/cordura, como una forma de entender el cruel choque que se produce entre el mundo ideal y el mundo real, visto este último como un sistema de Identidades rígidas, formalmente establecidas. La España del Siglo de Oro se percibe como un mundo de dobles Identidades, una exigencia mínima para sortear el sistema de represión moral, política y religiosa imperante.

 

Aspecto importante a tener en cuenta de toda ficción literaria va a ser precisamente su condición de relato no-real que abre las puertas a lo imaginario, a lo deseado no realizado

 

CINEMATOGRAFÍA, IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN

 

El mundo del cine se hace eco de las fronteras sociales que la Identidad impone al amor en la película de Bernardo Bertolucci El Último Tango en París, donde la fructífera relación amorosa surgida bajo el anonimato de los protagonistas estalla en tragedia desde el mismo momento en el que uno de ellos intenta mostrar al otro su verdadera Identidad. La impostura, como primera fase del ciclo de seducción que abre la trama de la historia cuyo nudo conflictivo gira en torno al descubrimiento de la impostura y cuyo desenlace consiste en el restablecimiento de una Identidad renovada ha servido de argumento a miles de películas y piezas teatrales. La usurpación de Identidad para acceder a un determinado puesto puede ser sexual, profesional o de clase social. O bien, Ciudadano Kane, de Orson Wells, donde la clave de la historia radica en la Identidad impuesta al magnate que, al final de su vida, advierte que todo ha sido una impostura a la par que cita el nombre del trineo que lo ligaba a su infancia

 

 

ARTES PLÁSTICAS Y TRANSGRESIÓN

 

Parece como si la historia de las artes plásticas obedeciera a un proceso cíclico. Las fases simbólica, clásica y barroca que en nuestra época se corresponderían con el arte medieval, renacentista y barroco ya conocieron en Grecia el mismo ciclo con el periodo arcaico, clásico y helenístico.

 

Pero, llegados a mediados del siglo XIX, se inicia todo un periodo de transgresión de las formas artísticas convencionales y ya en pleno siglo XX el arte se introduce en una espiral transgresora con tendencias destructivas: el post-impresionismo, el surrealismo, el cubismo, el dadaísmo y el arte abstracto. El desesperado intento de liberar al arte de todo tipo de cánones y formas estéticas parece que no tiene límites. El arte ataca las estructuras de la percepción sensible, su interpretación constituye todo un esfuerzo de identificación de lo efectivamente plasmado, identificación, no obstante, que no siempre es posible o permisible. El arte abstracto, por ejemplo, elimina por completo el referente empírico, lo sustituye por la forma en sí, como creación propia de objetividad que no tiene por qué encontrar su equivalente en la naturaleza. El arte se despega por completo de las nociones correlativas a las

 

El arte viene a ser algo así como el alma de toda sociedad. Expresa el estado de ánimo de cada época, la tranquilidad y la armonía, pero también la desesperación, el espíritu de un mundo convulso y trágico. El arte de cada época teje al mismo tiempo su identidad espiritual. El inclasificable estilo de Goya plasma en el lienzo una España convulsa, trágica y violenta. Sus claroscuros son un informe magistral de esa España negra.

 

La transgresión en el arte como destrucción del arte es la misma historia del arte del siglo XX. Édouard Manet fue a la pintura lo que Arnold Schoenberg a la música. Ambos introdujeron inicios de transgresión en sus respectivos sistemas que llegaron a tener consecuencias inesperadas para la evolución y desarrollo posterior de la pintura y la música. Los parámetros comúnmente utilizados para medir el avance y desarrollo de la ciencia y tecnología, donde un método revolucionario abre, en principio, posibilidades ilimitadas de creación e invención no nos son de utilidad alguna si lo que pretendemos es medir el desarrollo y evolución de las artes pictóricas y musicales. La música clásica se ha extinguido hoy totalmente. Respecto de la pintura se podría asegurar lo mismo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XII. LOS DOMINIOS DE LA TRANSGRESIÓN (8) LA REVOLUCIÓN: TRANSGRESIÓN POLÍTICO-SOCIAL

 

 

CONCEPTO DE REVOLUCIÓN

 

La teoría marxista de la Revolución ha perdido toda su operatividad. La simple experiencia la refuta de modo contundente. La primera refutación, a la que ya aludí en mi trabajo “Hacia una síntesis antropológica...” se refería a la ubicación misma de las premisas y consecuencias de toda crisis social, a las que Marx aludía sumariamente en el famoso Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política18, en un texto de marcado platonismo militante, Marx declaraba de forma rotunda:

 

Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones han sido incubadas en el seno mismo de esa sociedad

Nada habría que objetar a esta evolucionista declaración de principios referida al movimiento general de la Historia, de no ser porque es radicalmente falsa. La Historia, tanto natural (biológica) como social, `pocas veces se ha comportado de la forma descrita. Las sociedades viejas no incuban sociedades nuevas. Lo nuevo nunca nace en el seno de lo viejo, más bien en su periferia. El Imperio Romano no fue derribado. Cayó y fue desplazado. Los cambios sociales relevantes nunca han procedido de los núcleos de los sistemas sino de sus márgenes, tanto estructurales como territoriales. La historia del mundo viviente se percibe del mismo modo. Si logramos descontaminar la historia del mundo viviente de la embriogenia (el recapitulacionismo haëckeliano) o de la informática genética nos encontraremos ante un mundo zigzagueante, desprogramado, imprevisible, catastrófico y creativo a un mismo tiempo, que da pasos en falso en unas ocasiones, que rellena huecos en otras, siempre tanteando..., en definitiva, ante un mundo desligado por completo de cualquier principio de necesidad universal, de cualquier legalidad organizadora y generadora, de cualquier movimiento de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, en suma, de cualquier dirección encaminada hacia el progreso, con independencia de que esté o no presidida por un plan del sumo hacedor..

 

La nuclearización de los fenómenos ha sido siempre el gran enemigo de la adecuada comprensión de la Historia. En concreto, la búsqueda de una legalidad histórica, de una racionalidad inmanente a la sucesión de los fenómenos ha sido el gran dogma sobre el que se han articulado las distintas ideologías del progreso: el historicismo, el evolucionismo spenceriano o el materialismo dialéctico. El evolucionismo vulgar, el progresismo y la dialéctica materialista coinciden a la hora de despreciar el papel jugado por los factores aleatorios. Factores estos que han sido, a la postre, los agentes determinantes de las grandes transformaciones biológicas e históricas. Los núcleos, incluídos sus correlativos sistemas de contradicciones, son, a fin de cuentas, conservadores, tienden a la regulación y reajuste del sistema (en su interior no fabrican, ni mucho menos, a su sepulturero)

 

 

Sitúo en este último capítulo sobre los dominios de la Transgresión, no por casualidad precisamente, la que viene a ser la Transgresión social por excelencia. La Revolución no es, como muchas de las transgresiones antes descritas, una Transgresión incorporada a un ciclo de Identidad-Tensión y a otro de Transgresión-Distensión. Los sistemas de Transgresión aquí vistos se constituyen, a fin de cuentas, como soportes necesarios del sistema identitario en su totalidad. Son transgresiones surgidas en un marco de Identidades y, como tales, también identificadas, sujetas en cuanto a su acción y eficacia a un límite temporal o espacial. No son subversivas, son, acaso, relativamente subversivas dentro del tiempo y espacio de eficacia que les ha sido concedido. Aunque justo es reconocer que los sistemas de control identitario nunca son perfectos ni acabados. Algunas transgresiones, como la que se acaba de enunciar en el punto anterior, escapan efectivamente a la capacidad de acción de los controles institucionales aunque su eficacia y capacidad de acción se agota en la generación rebelde.

 

Existen muchos tópicos asociados al concepto de Revolución, desde los que la conciben como insurrección violenta hasta los que clasifican las revoluciones en burguesas y proletarias. La emergencia de la Revolución como insurrección violenta es solo un epifenómeno asociado al hecho más decisivo, esto es, la ineficacia de los instrumentos de control político e ideológico por parte de las clases dirigentes añadida a la voluntad de las masas de ocupar los espacios vacantes de dominio y coacción. Por otro lado, el llamado terror revolucionario, el terror jacobino o el terror rojo asoman, más que en el momento propiamente transgresor de la Revolución, en una fase ulterior, la fase identitaria.

 

La clasificación de las revoluciones en burguesas y proletarias no hace referencia al momento revolucionario y transgresor propiamente dicho sino a las clases, fracciones de clase, grupos organizados o partidos que acaban haciendo suya la causa revolucionaria, que se apropian del caos en su propio beneficio, a la par que edifican las nuevas bases identitarias. Hoy día se ha puesto en tela de juicio por un gran número de historiadores la consideración de la Revolución Francesa como una Revolución Burguesa. La Revolución como transgresión sistemática no emerge en todo tipo de sociedades. Las modernas formaciones sociales de base económica capitalista y de estructura política demo-liberal tienen una capacidad inaudita de absorber e integrar la transgresión, más aún, de dosificarla y sectorializarla, de modo que la transgresión total no tiene oportunidad de emerger globalmente, se evapora antes a través de sus múltiples poros. Sin embargo, aquellos sistemas de dominio fuertemente centralizados, impermeables a la transgresión, absolutistas, autárquicos y autocráticos, se convierten en cierto punto de su historia en caldo de cultivo idóneo para la transgresión y, por tanto, de la Revolución. Cuando el sistema entra en crisis empieza a funcionar por encima de sus límites tolerables, el incremento de la tasa de explotación normal provoca un doble efecto: a medida que la intensidad de los mecanismos represivos se incrementa, disminuye la eficacia de los sistemas ideológicos. La grieta transgresora se profundiza

 

Ninguna Revolución nace con una denominación de origen burguesa o proletaria. Más aún, la tradicional clasificación de las revoluciones en burguesas y proletarias no deja de ser un simple y puro sofisma. La revolución en sí no tiene sujeto o, si lo tiene, este está constituido por masas amorfas, desorganizadas y desestructuradas. Todas las capas sociales saltan al unísono en un estallido transgresor que se extiende como un reguero de pólvora. Lo que fundamentalmente caracteriza a una Revolución es la actividad febril de las masas. La espina dorsal de los sistemas identitarios, los ejércitos, son los primeros en sucumbir a la oleada revolucionaria. Los soldados desobedecen las órdenes de los oficiales. Las burocracias se disgregan y desarticulan. Los medios de propaganda, prensa y diarios, tampoco están a salvo: los tipógrafos añaden colas con comentarios críticos a las noticias y comentarios de los redactores antes de que estos salgan a la calle.

Las revoluciones como tales, dado su carácter de negaciones transgresoras, carecen propiamente de ideología positiva. Su ideología es básicamente negación, negación del orden, negación de la jerarquía, negación de la autoridad. Ante la fuerza de la Revolución ceden todas las barreras. Los múltiples fetiches ideológicos, políticos y económicos bajo los que se escudaba el dominio de las clases dirigentes se desploman. El Poder, el Derecho y el boato se pierden en la nada, de los dioses más temidos y poderosos ahora se burla la muchedumbre. Arden por doquier los archivos y los registros. La política deja de ser dominio exclusivo de las clases dirigentes y burocracias anexas. Todos tienen algo que hacer, que decir, que proponer. Quienes antes estaban dormidos ahora despiertan súbitamente de su largo letargo y, como por arte de magia, recobran la vitalidad que les ha sido expropiada.

 

Dejo fuera del concepto de Revolución aquellas revueltas de naturaleza religiosa o nacionalista (a las que llamaré Revoluciones de Sustrato Identitario) cuyos móviles no son precisamente transgresores sino, por el contrario, profundamente identitarios, que justifican la reivindicación concretamente en la búsqueda de la identidad perdida o aplastada a manos del adversario imperial. En este grupo quedarían incluidas la llamada Revolución Irlandesa y La Revolución Polaca, todas ellas de índole político-religiosa y, en general, la de los llamados Movimientos de Liberación Nacional del Tercer Mundo. El sustrato identitario es de tal calibre que anula y contrarresta el efecto de la acción transgresora. La diferencia está fuera de toda duda. El campesino que asaltaba el castillo del Señor para destruir sus archivos y derechos feudales durante la Grande Peur se estaba negando a sí mismo su condición de siervo y al Señor la correlativa de Señor: no pedía reducción del diezmo sino la supresión en todos sus términos de la relación identitaria feudal. No afirmaba identidades, muy por el contrario, negaba y transgredía identidades. Sin embargo, el católico irlandés, en su combate contra el inglés protestante, está reafirmando su condición de católico y de irlandés y por eso precisamente lucha, por la preservación de su identidad nacional y religiosa. Solo cuestiona el dominio y la opresión en la medida en que se trata de un dominio y de una opresión inglesa y protestante. En el caso de la Revolución Iraní de 1979 contra el Sha el sustrato identitario era de tal calibre que muy pronto relegó la transgresión a la nada, estableciéndose acto seguido un sistema regulado por rígidas instituciones religiosas.

 

La Revolución es, lo vuelvo a repetir, la Transgresión social por excelencia. No radica en la eliminación de las Identidades sin más, ni en un arrojarse a un vacío a la búsqueda del mundo de los instintos, sino en la sustitución radical de un sistema de Identidades por otro. Cuando el campo de acción de los sistemas represivos se encajona en sí mismo, cuando su rigidez los hace inmunes e impermeables a sus propias válvulas de escape y cuando los sistemas de distensión y Transgresión relativa se vuelven ineficaces como vacunas del régimen, es que ha llegado el tiempo de la Revolución. Las nuevas Identidades revolucionarias empiezan por destituir y sustituir las viejas Identidades instituidas. Su capacidad transgresora se pone de manifiesto en ese choque radical y visceral con las más sólidas y consagradas instituciones.

 

¿A QUIÉN PERTENECE LA REVOLUCIÓN?

 

La Historia académica comienza calificando y clasificando las revoluciones. Nuestra época es una época de Revoluciones. Las primeras, revoluciones burguesas, inspiradas en el ideario de las revoluciones inglesa, americana y francesa, otras, las revoluciones obreras, iniciadas en 1848 a lo largo y ancho de toda Europa, cuyos hitos más destacados serían la Comuna de París, la Semana Trágica, la Revolución de Octubre, la Revolución Húngara, China, Cubana ... No parece haber una comprensión adecuada de la Revolución. La Revolución, como fenómeno social poli-transgresor, no es susceptible de ser definido positivamente. Los factores identitarios subsiguientes son los que han impelido a los historiadores a conferirle una determinación positiva, ya sea burguesa, ya sea proletaria. La Revolución, en puridad, no pertenece a nadie. Sus agentes/efectos son las masas en sí mismas. Clases explotadas, es cierto, pero que en el acto revolucionario pierden su identidad de tales: los huelguistas dejan de ser obreros, los insurrectos dejan de ser soldados, los salteadores de castillos y mansiones dejan de ser campesinos... se niegan como tales en un solo acto, transgreden sus identidades atribuidas para, acto seguido, subvertirlas en lo más profundo. En el camino de la Revolución se pierde la estructura social y la composición social de clases: los soldados y burócratas desobedientes no se alían estratégicamente a nadie, simplemente se niegan a seguir siendo tales. ¿hace alguien la Revolución? Rotundamente no. La Revolución como torbellino producido por una fisura de la estructura, crea esas masas transgresoras que acaban destruyendo y socavando los elementos estructurales del antiguo orden que aún quedaban en pié. Las masas transgresoras auto-desprovistas de su identidad se mueven por impulsos espontáneos, nunca dirigidos.

 

A la teoría de la Revolución en sociedad le sería perfectamente aplicable la teoría del caos desarrollada por los físicos, la descomposición de los elementos

 

 

¿QUÉ SIGNIFICARÁ ESO DE QUE “HAY QUE HACER LA REVOLUCIÓN”?

 

La Revolución no es algo que se hace. En todo caso, surge, aparece y se presenta. El estallido transgresor revolucionario nunca está en manos de nadie. Escapa a la voluntad de sus actores, se constituye en epicentro propulsor de energías, convierte a las masas en los principales agentes revolucionarios. Los revolucionarios no hacen la revolución, es la revolución la que hace revolucionarios. Los antiguos conspiradores, ocultos en los sótanos de la clandestinidad, modificarán radicalmente sus destinos así como su protagonismo en la Historia a causa y en virtud de la Revolución

 

 

 

 

ANATOMÍA DE LAS REVOLUCIONES CONTEMPORÁNEAS

 

Toda Revolución político-social conoce un tiempo de Transgresión y un tiempo de Identidad. Ambos se presentan superpuestos o de modo consecutivo, según los casos. La era de efervescencia revolucionaria es una era de creatividad y Transgresión sin límites donde todo, absolutamente todo, se pone en tela de juicio y la espontaneidad de las masas se desborda. Durante ese momento no existe la organización ni los cauces, ni la jerarquía, ni la propiedad, ni el ejército, tan solo una explosión incontenida de participación de las masas sin fronteras de ningún tipo. Tal es la importancia del momento de Transgresión en el proceso revolucionario que podemos asegurar que sin Transgresión no hay Revolución. El movimiento de cambio político violento que se desenvuelve dentro de cauces exclusivamente identitarios, llámesele asonada, pronunciamiento, conjura palaciega, golpe de estado militar u ocupación es todo lo que quiera llamársele menos Revolución.

 

En la Francia Revolucionaria de 1789 se adueñó de las masas una espontaneidad transgresora sin límites. Las instituciones que espontáneamente tendieron a construir las masas fueron de democracia directa. Pronto la burguesía, ante la posibilidad de que el proceso se le fuera de las manos, empezó a generar sus propios cauces identitarios. El proceso lo describe Albert Soboul de este modo:

 

La espontaneidad revolucionaria de las masas ciudadanas y rurales sublevadas por la miseria y el complot aristocrático derrocó al Antiguo Régimen desde finales de julio de 1789, destruyó su armazón administrativo, suspendió la percepción del impuesto, municipalizó el país, liberó a las autonomías locales. Se va perfilando el aspecto de un poder popular y de la democracia directa. En París, mientras la Asamblea de Electores en los Estados Generales, por medio de su comité permanente, se apoderaba del poder municipal, los ciudadanos deliberaban y actuaban .en los sesenta distritos constituidos para las elecciones. Pronto pretendieron controlar la municipalidad: ¿no reside la soberanía en el pueblo? Al mismo tiempo que se derribaban las viejas estructuras, por un movimiento de balanceo inherente a toda revolución, surgían instituciones y una práctica política cuyo sentido objetivo no pueden escapársenos: la burguesía se esforzó, desde julio de 1789, por estabilizar la acción revolucionaria, por controlar y derivar en provecho propio el impulso espontáneo de las masas19

 

El carácter burgués de la Revolución Francesa no se encuentra en su origen sino en su impronta, es el cauce y al mismo tiempo el freno que esta clase tiende a la acción espontánea y transgresora de las masas. Por lo demás, el periodo revolucionario se distingue por la emergencia de una actividad febril de masas sin precedentes en la historia: Clubes, proliferación de múltiples formas de prensa escrita: diarios populares, octavillas, etc, son cientos los órganos y los medios de expresión de las masas, los informes y las ideas fluyen de mano en mano, algo muy lejano a las oligarquías y monopolios informativos que más tarde implantaría esta clase social.

 

Deserción masiva de los miembros de la tropa, desobediencia a los oficiales. Los antiguos distritos y secciones, que eran mucho más de lo que son las actuales circunscripciones electorales, centros a los que se acude a votar de cuatro en cuatro años, sino lugares de debate, participación y gestión ciudadana.

 

La Comuna de París de 18 de marzo de 1871 fue, tan transgresora como la Revolución de 178920, no había ejército, solo organización del pueblo en armas, sin embargo sus secuelas tuvieron menor trascendencia que esta última. La feroz represión que le puso fin a finales de mayo a manos de la contrarrevolución y del ejército francés no dió lugar a que se perfilaran tan siquiera las incipientes tendencias identitarias de inspiración blanquista.

 

La Revolución Rusa de 1917 se inició con la desarticulación de las estructuras de poder del ejército, consecuencia de la guerra, y con la aparición espontánea de formas de poder paralelas, los Soviets de Campesinos, Soldados y Obreros, donde prevalecía el sistema de adopción de decisiones asambleario. Si se puede hablar de una Revolución en Rusia en el sentido transgresor del término, esta es, por excelencia, la Revolución de Febrero de 1917, descrita elocuentemente por Marc Ferro del siguiente modo:

 

Febrero de 1917. Estalla la revolución más violenta de todos los tiempos. En unas semanas la sociedad se deshace de todos sus dirigentes: el monarca y sus hombres de leyes, la policía y los sacerdotes, los propietarios y los funcionarios, los oficiales y los amos. No hay ciudadano que no se sienta libre de decidir en cada momento su conducta y su porvenir. pronto no queda ni uno solo que no tenga en cartera un plan preparado para regenerar el país. Como lo habían anunciado los vates de la revolución, se iniciaba una nueva era en la historia de los hombres.

 

Surgió entonces, de lo más profundo de todas las Rusias, un inmenso grito de esperanza: en él se mezcla la voz de todos los desdichados, de todos los humillados. Revelaron éstos sus sufrimientos, sus ilusiones, sus sueños. Y, como en una ensoñación, vivieron unos momentos verdaderamente inolvidables.

 

En Moscú, los trabajadores obligan a sus dueños a aprender las bases del futuro Derecho obrero, en Odesa, los estudiantes dictan a su profesor un nuevo programa de Historia de las civilizaciones; en Petersburgo, los actores se zafaban del director del teatro y elegían el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a que asistiera a sus reuniones para que diera un sentido a la vida. Hasta los niños reivindicaron para los menores de catorce años el derecho a aprender boxeo para que los mayores les hicieran caso. Era el mundo al revés.

 

Cabe imaginar el terror de aquellos que pretendían fundamentar su autoridad en la competencia, el saber, el servicio público, o en el antiguo derecho divino.

 

Nadie había soñado con una Revolución así. Ni siquiera los sacerdotes de la misma, los bolcheviques, que se armaron de paciencia, ante la posibilidad de que el pueblo hiciese calaveradas. En marzo, al igual que todos los revolucionarios, Stalin lanzó un llamamiento a la disciplina militar; en junio Kropotkin pedía ponderación. Hacía tiempo que Máximo Gorki se irritaba porque no se volvía al trabajo: Basta de palabras - repetía - Basta de palabras.

 

Sumamente sorprendido a su regreso a Rusia, Lenin hizo caso omiso a esos socialistas. Ese naufragio le satisfacía; era preciso acabar con la antigua sociedad. En sus Tesis de abril fue uno de los pocos en alentarlo. Hubo de convencer entonces a los miembros de su propio partido de la necesidad de aprovechar el desorden para colocarse a la cabeza de las masas y crear unas nuevas instituciones socio-económicas21.

 

La Utopía se hizo realidad. Quizá haya sido ese el único período de Libertad del que haya disfrutado el Pueblo Ruso en toda su Historia (naturalmente, haciendo las salvedades pertinentes sobre la situación de guerra y desabastecimiento que asolaba al país). El panorama contrasta sobremanera con el de la Rusia de Stalin, reino de la obediencia y de la sumisión más servil imaginable. No es de extrañar que al abyecto seminarista georgiano tanto le inquietase la nueva situación creada como para lanzar, junto a otros, llamamientos a la disciplina militar.

 

El bolchevismo, que hasta entonces había permanecido al margen de la efervescencia revolucionaria de Febrero (al mismo Lenin le cogió desprevenido en su exilio de Ginebra, por lo que se apresuró a tomar en Suiza el famoso tren blindado de Finlandia que le condujera a Petrogrado) al ser la fuerza más organizada y disciplinada bien pronto pudo adueñarse del caos en su propio beneficio, asumiendo el cometido histórico de implantar una fuerte Identidad al proceso revolucionario, acorde con la ideología leninista, cuyas líneas fundamentales pasaban por una patológica desconfianza en la espontaneidad de las masas así como por la idea fija de que la Revolución solo podía ser capitaneada por una vanguardia burocrática (de revolucionarios profesionales, toda una contraditio in adiecto) monopolizadora del espíritu obrero. Lógicamente, los Soviets siguieron llamándose Soviets pero dejaron de ser realmente Soviets (la medida de la trágica paradoja histórica nos la da la visión de los acontecimientos ocurridos a raíz de la Revolución Húngara de 1956, cómo los tanques de un país llamado Unión Soviética - o sea, unión de Consejos Obreros- machacaban sin piedad los Consejos o Soviets Obreros nacidos al abrigo de la insurrección revolucionaria, y es que el nominalismo y la Historia se dan de patadas) , a la par que se pedía que todo el poder se depositase en los Soviets el poder efectivo de los mismos iba menguando. La Revolución de Febrero destruyó el sistema zarista. Los bolcheviques acometieron la tarea de volver a reconstruirlo.

 

Asombra por su ingenuidad transgresora la Revolución Mejicana de 1910-1917. En primera línea se colocarían transgresores natos: proscritos, forajidos y bandidos sin formación intelectual alguna. Villa, un peón analfabeto de Durango que huyó a la Sierra por defender a su hermana de los abusos del cacique. Zapata, peón indio de Morelos igualmente analfabeto. No, decididamente no eran revolucionarios profesionales sino hombres sencillos que en un contexto determinado hacen suya la causa de los peones y enfundan las armas contra los opresores. Carecen de conocimientos militares y de la más mínima noción de organización, sus himnos revolucionarios son famosos corridos populares mejicanos (ni La Internacional ni la Marsellesa, sino Si Adelita se fuera con otro...), algo realmente asombroso. Son hombres desconectados por completo de las tradiciones revolucionarias europeas, ya fueran la marxista o la anarquista. Su intervención fue siempre visceral, apasionada y ruda, cruel y sanguinaria en ocasiones, aunque siempre ingenua y sincera. No ansiaban el poder, así se lo confesaría Villa a John Reed. La ausencia de sed de poder será algo que los distinguirá diametralmente de los revolucionarios rusos. Sin embargo, y ese es el ejemplo de Zapata, no dudaron en coger de nuevo las armas si las expectativas políticas del gobierno impuesto por su insurrección les defraudaba.

 

En la Revolución Española de 19 de Julio de 1936 la Transgresión fue capitaneada por el movimiento anarquista. La organización del ejército regular fue sustituida por milicias sin mandos, sin capitanes ni generales, se persiguieron incesantemente todos los vestigios del antiguo orden, los mecanismos generadores de jerarquías y privilegios, personificados en los oligarcas, la burocracia y fundamentalmente en el clero, se desarticuló el sistema de propiedad privada, se colectivizaron las tierras y las fábricas y los mismos cauces institucionales del gobierno republicano quedaron anulados. El estalinismo se encargaría más tarde de implantar e imponer por la fuerza la Identidad en el bando republicano. El dilema del bando perdedor de la Guerra Civil Española escoró entre la eficiencia de un sistema militar fuertemente jerárquico e identitario similar al del bando fascista y un sistema militar fuertemente transgresor, de nula eficacia y eficiencia militar, sin mandos jerárquicos, sin decisiones centralizadas, todas a discutir y deliberar en el seno de las propias milicias. No cabe aquí plantear quien tenía razón y quien no la tenía. Los republicanos, los socialistas moderados y los comunistas solo pensaron en ganar la guerra al fascismo. Los anarquistas de la CNT y sus aliados del POUM estimaron que la prioridad era la Revolución. Sin embargo, la Revolución, exigida de inmediato por unos y postergada a la principal prioridad del logro de un objetivo militar por otros, no era una opción planificable. La Revolución no era algo sobre lo que se pudiera decidir cómo hacer, preparar o planificar, dado que en su base misma radicaba su emergencia espontánea, consecuencia de un proceso general de disgregación y desintegración de las estructuras de poder institucional político y económico. El estallido de una energía transgresora indómita, la sucesión de los acontecimientos a una velocidad vertiginosa que pudiera multiplicar por cien o por mil la de los periodos de normalidad, eran aspectos que estaban en la esencia misma del proceso revolucionario. En realidad nadie supo aprovechar la ocasión y el contexto revolucionario, que estaba ahí, con independencia de las prioridades de unos y otros, nadie supo poner en marcha la energía revolucionaria de las masas, la misma que expulsó al invasor francés tras la Guerra de la Independencia, la misma que derribó a los déspotas más consolidados y mejor armados: Luis XVI, Nicolás II, Somoza, Batista, Reza Pahlevi, Ceaucescu,

 

La llamada Revolución China de 1949 nunca fue tal Revolución. En todo caso fue el resultado de la victoria militar de un bando sobre otro, el del ejército de los comunistas de Mao Tse Tung contra el Kuomintang de Chang Kaichek, en el contexto de una guerra civil interrumpida y luego reanudada tras la invasión japonesa. Sin embargo, sí reviste los caracteres de tal la capitaneada por Sun Yat Sen en los años 20.

 

Las Revoluciones de los países del Este de Europa producidas entre los años 1989 y 1992 fueron todo un caso paradigmático. Sorprende ver cómo en la Polonia de los años ochenta el espíritu religioso se asociaba al espíritu rebelde. Los obreros de los astilleros de Gdansk entonaban la Salve, se arrodillaban y comulgaban, además de en acto de constricción, en acto de transgresión. La religiosidad, símbolo de la represión y de la esclavitud milenaria de la humanidad, se trocaba, bajo unas condiciones específicas, en acto transgresor. La transgresión que ha generado el estalinismo ha sido una transgresión profundamente pervertida en sus mismas raíces, no se ha desplomado al vacío de las grandes transgresiones revolucionarias ni al cuestionamiento radical de todas las verdades establecidas. Las revoluciones francesa, mexicana, rusa y española elevaron su grito transgresor, en mayor o menor grado, contra el clero y la religión, exponentes de los sistemas de esclavitud y postración milenaria más arcaicos y mejor consolidados de todos los tiempos, como soportes ideológicos del poder de la aristocracia y de las oligarquías. En Polonia la fuerte carga nacionalista y religiosa de la insurrección se activó como medio de rechazo tanto al régimen, que no profesaba la religión cristiana-católica sino la religión estalinista, así como a su ocupante, el Imperio Soviético.

 

Casi todas esas revueltas se activaron al máximo tras el Golpe de Dudáiev en 1991 que desencadenaría la Revolución que pusiera fin definitivamente al Régimen Soviético. Tras la abolición de la Identidad estalinista, nuevas identidades se cernieron sobre la Ex-URSS y países satélites, las identidades nacionalistas, patrocinadas esta vez por las castas sociales pertenecientes a las antiguas nomenklaturas estalinistas.

 

DIALÉCTICA DE LA REVOLUCIÓN: QUÉ ES LA REVOLUCIÓN DE LA REVOLUCIÓN Y QUÉ NO LO ES

 

Hemos visto, a propósito de la Revolución, cómo ésta se constituye históricamente como un momento de Transgresión sin límites. Sin embargo, la viabilidad revolucionaria se encuentra directamente supeditada a la génesis de nuevos cauces identitarios. Casi siempre las energías desbocadas y expansivas, de no hallar un conducto bajo el que reproducirse y regenerarse, se agotan en esa explosión inicial, son fácilmente neutralizadas y reabsorbidas por el entorno. Casi siempre acaba imponiéndose de uno u otro modo el segundo principio de la termodinámica. En cualquier caso, asimilado o no, se puede decir que el estallido siempre tiene consecuencias sobre el entorno. El Mayo Francés se podría semejar al estruendo que se produce al destapar una botella de Champagne: mucho ruido del tapón al explotar, mucha espuma, aunque desvanecido al instante. A fin de cuentas no les ha faltado razón a quienes han querido buscar un sujeto revolucionario constante, perdurable y duradero, capaz de mantener viva de forma constante la llama revolucionaria. Con el fin de dotar al movimiento revolucionario de la consistencia y permanencia necesaria se ha llegado a formular la metáfora del encendido de un motor de explosión: el movimiento transgresor intelectual representaría la chispa que enciende el motor, el movimiento obrero, el movimiento continuo de ese motor una vez puesto en marcha.

 

En cuanto a las revoluciones triunfantes, destacar que pronto se impone la Identidad, ya se trate de una Identidad renovada y alternativa, ya se trate de una Identidad con elementos prestados del pasado. La subsistencia y viabilidad futura del proceso, a fin de cuentas, solo puede garantizarla un sistema de Identidades. Y esa es la tragedia de toda Revolución. El espontaneísmo transgresor se agota en sus propios límites, tampoco existe la Transgresión de la Transgresión. Quienes en los años sesenta creyeron ver en la Revolución Cultural China una Revolución de la Revolución se desengañarían años más tarde de las falsas apariencias. En la Revolución Cultural China no hubo Transgresión alguna, tan solo lucha por el poder entre facciones rivales de la burocracia gobernante y un ajuste de cuentas burocrático a la sección perdedora disfrazado del populismo más fanático y mesiánico imaginable. La estampa callejera de la llamada Revolución Cultural China era la de la humillación de antiguos dirigentes del PCCH caídos en desgracia, ataviados de un gorro de papel y de un cartel en el que rezaba su acusación de revisionistas, hostigados sin piedad por los adolescentes y fanáticos Guardias Rojos, de modo no muy distinto a como siglos antes hiciera la Inquisición cuando mostraba en público a los condenados a llevar el sambenito. Y en esta fiebre inquisitorial no había nada que detuviera a los Guardias Rojos, hasta el punto de llegar a denunciar el efecto nocivo que pudieron tener determinados alimentos (similar al de las pócimas y los bebedizos medievales) lo suficiente como para transformar a los antiguos comunistas en revisionistas declarados (se conoce el caso de un cocinero que fue por ello encarcelado). La Revolución Cultural fue, a fin de cuentas, un proceso de centralización del poder y, de camino, de identitarización de toda la población. Al fin y al cabo, fue el equivalente chino de las purgas stalinistas de los años treinta.

 

La viabilidad de la Revolución que persevera en la Transgresión y que no construye instrumentos identitarios alternativos es, por lo demás, prácticamente nula.

 

 

EL MARXISMO: TEORÍA TRANSGRESORA Y PRÁCTICA IDENTITARIA

 

Un aspecto a destacar de las Revoluciones gira en torno a las teorías sobre la Revolución y la nueva sociedad venidera. Frente a las formulaciones de los Socialistas Utópicos, fuertemente identitarias por cuanto que se limitan a la proyección de una sociedad futura repleta de determinaciones y de contenidos, destaca la inconcreción e indeterminación de la formulación marxista. Su superioridad respecto de los socialismos utópicos no radica en su autodefinición en tanto que Socialismo Científico, sino en su fuerte componente transgresor, radicalmente inidentitario en el plano teórico. Marx se limita a establecer una única determinación negativa, la de las formas y relaciones de producción burguesas como aprisionadoras de la energía social. Ni quiere ni se atreve a definir la sociedad futura ni a entrar en la determinación de sus contenidos y la verdad es que sus escasas incursiones en ese asunto son ciertamente desafortunadas. Veamoslas:

 

PRIMERA: EL SOFISMA DEL TRABAJO LIBERADOR.-- Consideró al trabajo, libre de sus formas capitalistas, como una fuerza transgresora fuente de la liberación futura, aun cuando el trabajo es, antes que nada, la primera fuente histórica de represión social y cultural con independencia de su forma capitalista. En este punto Lafargue y Kropotkin lo superarían con creces.

 

SEGUNDA: EL SOFISMA DEL PROLETARIADO COMO GUÍA DE LA REVOLUCIÓN.- Quiso poner las riendas de la Revolución en una clase, como la trabajadora, que, se quiera o no se quiera, pertenece a la constelación burguesa y que es incapaz por definición de rebasar y mucho menos trascender el marco de realidad y realización del Modo de Producción Capitalista.

 

Cuando profetizó la abolición del Estado y el final de las clases sociales cayó en la trampa de la soteriología y apocalíptica judeo-cristiana para lo cual tuvo que señalar al Nuevo Mesías, a una clase obrera a la que se le había atribuido un rol histórico que no le correspondía. A fin de cuentas los ejercicios de imaginación literaria de los Utópicos se detenían en ese punto, excluyendo ese disparatado mecanismo mesiánico, rebautizado como científico, de transición a la revolución y al nuevo orden social. Lo que por un lado ganaba en capacidad transgresiva por el otro se tradujo en una práctica identitaria.

 

La práctica revolucionaria marxista ha sido en esencia, como acabo de afirmar, una práctica que ha acarreado unos efectos identitarios más rígidos aún que los destronados por esta última. El identitarismo de los regímenes de inspiración soviética ha alcanzado a todas las esferas de la producción social. En el arte se impuso como obligatoria una escuela tan identitaria que su mismo nombre lo indica: el realismo socialista, de unas posibilidades creativas que se agotaban en sus propios límites: cuando no se trataba de la pura apología al tirano, al régimen y a sus símbolos, había que representar tan falsas (más bien surrealistas) como idílicas escenas de trabajadores felices, de campesinos relucientes, etc. La música, aunque no parezca posible, también fue controlada, todo lo que no fueran himnos gloriosos era perseguido, los pinitos vanguardistas de ciertos compositores eran estigmatizados. Sergei Prokofiev tuvo que cambiar su estilo tras su Tercera Sinfonía, Dimitri Shostakovich hubo que adornar su Quinta Sinfonía de himnos y fanfarrias militares para así agradar a Stalin, Stravinsky jamás pudo regresar a Rusia. El cine era rigurosamente inspeccionado. Si S. M. Eisenstein, el mejor cineasta de todos los tiempos, hiciera una apología de Stalin en sus películas Alexander Nevski (retirada de las carteleras tras la firma del Pacto Germano-Soviético de 1939 y nuevamente repuesta tras la Operación Barbarroja ...¡todo al servicio de las componendas políticas del aparato! ) e Ivan El Terrible, más tarde dibujaría una sarcástica caricatura del dictador en la segunda parte de esta última, La Conjura de los Boyardos (donde recurre al color para pintar a un tirano tan cruel y degenerado como borrachín), algo que jamás se lo perdonaría Stalin. Lógicamente, cayó en desgracia. Más tarde emigraría a Holliwood, donde encontró otro tipo de censura igualmente despiadada.

 

En definitiva, el movimiento comunista ha dado origen a los regímenes más identitarios, burocráticos, estamentales, militaristas y puritanos de los últimos tiempos. La Gran Transgresión anunciada por Marx es ya pura historia. Podríamos establecer dos tipos de causas, causas próximas y causas remotas.

 

Las causas próximas de la paranoia stalinista podemos hallarlas en las primeras consecuencias de la Revolución: la Guerra Civil y la intervención extranjera que impuso el comunismo de guerra y la abolición sistemática de todo tipo de oposición. Lo que se produjo a finales de los años veinte y durante la década de los años treinta fue un paulatino proceso de institucionalización del Partido que trajo consigo la práctica aniquilación de las corrientes ideológicas internas, dotándose de unas estructuras identitarias cada vez más similares a las de un ejército o una burocracia.

Por paradójico que nos pudiera parecer, la Guerra Fría y el Bloqueo han favorecido enormemente a los regímenes estalinistas. El anti-americanismo ha sido siempre el gran parapeto de la URSS, por cuanto que todo lo que se dijera de lo que allí ocurría aparecía, a los ojos de los militantes de izquierdas occidentales, como una falsedad y una invención urdida por los aparatos de propaganda ideológica yanquis. La aversión al capitalismo y al imperialismo creó el efecto de una lente deformante que hacía que se aceptaran con la mayor benevolencia los más terribles desmanes del sistema estalinista. Las apariencias hacían ver que los problemas derivados de la falta de abastecimiento de la población fueran más bien consecuencia de la Guerra Fría, de la necesidad de acelerar el proceso de industrialización y desarrollar las fuerzas productivas en países fundamentalmente agrarios y feudales en el momento de triunfar la Revolución, del boicot occidental, etc, que de la propia irracionalidad e inercia burocrática de dichos sistemas. Asegurar esto último equivalía a convertirse automáticamente en un lacayo del Imperialismo. Sin embargo, a la vista está que el final de la Guerra Fría fue también el final del estalinismo ¿una simple coincidencia?. Si nos fijamos en otro tipo de regímenes estalinistas como el cubano descubriríamos que la ineptitud burocrática del régimen cubano empezaría a verse de forma manifiesta y a la vista de todos desde el mismo momento en el que cesara el bloqueo norteamericano, es decir, desde el mismo momento en el que no se pudiera culpar al enemigo de las calamidades de la población.. De no ser por el contrapeso del ingenio desarrollado por la población para sobrevivir a las penurias, la irracionalidad burocrática por sí misma habría hecho sucumbir a toda la población. A fin de cuentas, la capacidad de torear (transgredir) la burocracia se ha convertido, además de en un arte, en un factor básico de supervivencia con el que el régimen se ve obligado a convivir.

 

EL GRAN TRASPIÉ MARXISTA: LA REVOLUCIÓN COMO ELEMENTO DE ANÁLISIS SOCIALMENTE IDENTIFICABLE O LA SUJECIÓN DE LA REVOLUCIÓN A LAS LEYES DE LA CERTIDUMBRE

 

En cuanto a las causas remotas habría que buscarlas en distintos aspectos de la teoría revolucionaria marxista como muy bien podrán ser los que enumero a continuación:

 

1) La identificación del sujeto revolucionario. La Revolución exigía equiparse de la máxima certeza o, lo que viene a ser lo mismo, de la máxima Identidad. El marxismo clásico desconfía de las clases no estructuradas, no articuladas orgánicamente por intereses comunes, ya sea por una misma forma de vida como por una experiencia común, como lo pudiera ser el campesinado o la pequeña burguesía. Necesita de una clase con potencia organizativa, dotada de la suficiente capacidad organizativa y auto-organizativa (en la lucha diaria) como para hallarse en plena disposición de ocupar disciplinadamente el poder y construir el nuevo orden. El proceso de identificación sigue adelante: no todas las clases trabajadoras o asalariadas coinciden con el proletariado revolucionario, núcleo bajo cuya dirección han de aglutinarse las restantes clases no burguesas. La clase asalariada productiva, ligada a la producción de mercancías, directamente explotada por el capital, sería la base de la revolución. Los intelectuales solo podrían ser revolucionarios a condición de reconocer el papel dirigente de la clase obrera. Lo curioso es que este catecismo que versa sobre el papel y la función de los trabajadores en el proceso revolucionario no ha sido elaborado por proletarios precisamente. Mas aún, quienes luego han ocupado puestos de responsabilidad, los revolucionarios profesionales, siempre han sido intelectuales de extracción burguesa o pequeño burguesa. Los proletarios han sido siempre la carnaza.

 

2) La teoría de la Importación del Marxismo al Movimiento Obrero (Kautski-Lenin). El pensamiento revolucionario marxista no podía surgir por generación espontánea del seno de la clase obrera. O sea, la clase revolucionaria no podía ser una clase tan revolucionaria desde el mismo momento en que desde su interior no podía surgir ninguna teoría revolucionaria. Por eso mismo, los revolucionarios profesionales, de extracción pequeño-burguesa, ya lo he dicho antes, a fin de que el proletariado no se contaminara de ideología burguesa habían de anticiparse, inyectándole elevadas dosis de esa ideología no burguesa que había surgido en el campo de la producción teórica de intelectuales de extracción burguesa. El planteamiento parece absurdo (y es que en realidad lo es), y es que reproduce fidedignamente las bases de la escatología leninista. Lenin no creía ni un ápice en la capacidad transgresora espontánea de la clase obrera o, dicho en otras palabras, en la condición revolucionaria de los trabajadores. Desconfiaba por principio de sus instintos sindicalistas y tradeunionistas . Y lo cierto es que tenía razón. La clase obrera, como cualquier otra clase, se comporta como clase transgresora en condiciones y circunstancias muy concretas y determinadas y no porque se lo dicte su naturaleza de clase. Por tal motivo quiere efectuar una operación de acoplamiento: unir la teoría política revolucionaria marxista a las energías de la clase obrera. Al fin y al cabo, el carácter organizado y ordenado de esta clase dará a la Revolución la dirección deseada, siempre controlada, siempre dirigida, siempre encauzada..

 

3) La Dictadura del Proletariado y el Estado de Transición. El realismo identitario marxista-leninista no podía perder de vista el Estado. De este modo, la Transgresión revolucionaria acababa limitándose a la toma del Estado. De camino se cercenarían todas las posibilidades de creación de nuevos contenidos políticos, de constitución de estructuras abiertas y flexibles de participación y decisión. La cuestión del Estado y de la Dictadura del Proletariado se plantea en torno a un argumento la mar de simple: a) todo Estado es una estructura de dominio al servicio de la clase dominante. b) el Estado burgués no es otra cosa que la Dictadura de la Burguesía. c) la clase obrera, dando la vuelta a la tortilla, se constituirá en clase dominante, pero esta vez como la clase que al negar a todas las demás clases, establecería un Estado de Transición encaminado a la abolición de todo tipo de Estado y de todas las formas políticas de dominación, a sentar las bases materiales del comunismo y bla, bla, bla. ¿Qué sucedió al final? El proletariado quedó relegado en la práctica de los llamados Estados Socialistas Realmente Existentes a la categoría de mera invocación metafísica, de título mitológico de legitimación última, de significación imaginaria sobre la que descansaba dicho sistema de dominación, con el mismo valor que pudiera tener la invocación a Dios hecha por para las teocracias Talibanes y Chiitas, a la Patria hecha por los fascistas o a la Soberanía Nacional o Al Pueblo hecha por los Estados Burgueses Demo-liberales.

 

4) La Revolución vista como fenómeno a dirigir y controlar. La Revolución reviste los caracteres de una meta, de un fin en el que se han empeñado ingentes esfuerzos y luchas políticas. Supone la culminación y consecuencia necesaria de la lucha de clases. Un fin inevitable al que inevitablemente aboca y converge toda la historia de la humanidad capitalista. Está escrito. En las entrañas del modo de producción capitalista se forja una contradicción irresoluble uno de cuyos términos lo ocupa un sistema que, como hijo legítimo suyo, el socialismo, pondrá fin de una vez por todas a todos los sistemas de contradicciones propios de esta sociedad, a las tendencias belicosas y fratricidas, a su contínuo surgir y resurgir del caos (las crisis cíclicas) tan característico de este régimen. Ha llegado por fin la hora de poner orden en la Historia, de escribirla con trazos firmes, sin renglones torcidos, ha llegado la hora del socialismo. Dentro de esa maraña una clase social, la de los oprimidos sin patria y sin historia, descollará pronto en el devenir histórico. La partera del nuevo orden social está preparada, la ha preparado el mismo capitalismo para asumir su tarea histórica, no tiene nada que perder, solo sus cadenas y, cual Mesías Redentor, se liberará a sí misma y de paso al resto de la humanidad de la opresión clasista. La Revolución tiene sus propios preparadores que, encuadrados en el Partido de Vanguardia del Proletariado, esperan pacientemente el momento, y mientras tanto conciencian a los trabajadores sobre cual es (o más bien, cual ha de ser) su verdadera conciencia, luchando implacablemente contra su aburguesamiento - parece ser que el hecho de que los trabajadores sean parte integrante del Modo de Producción Capitalista, que contraten con el capitalista la venta de su fuerza de trabajo, que su trabajo genere capital, que le hagan el juego al capitalismo, como expresaría el lenguaje al uso de determinadas sectas radicales de inspiración marxista o que el mismo Marx los defina como Capital Variable, no los aburguesa. La idea de que determinadas clases se aburguesan en el sentido de que hacen propios los intereses de la burguesía es, por lo demás, bastante ramplona y nos retrotrae a la manida noción de clase en sentido subjetivo.

 

TELEOLOGÍA Y PRÁCTICA POLÍTICA

 

Y llegó la Revolución. La clase obrera habrá de permanecer a salvo de los instintos pequeñoburgueses, de su inestable diletantismo y con mano firme y decidida habrá de dirigir el proceso en alianza con los campesinos, intelectuales, etcétera, etcétera, etcétera. La primera fase será, ya lo explicó el maestro Marx en la Crítica del Programa de Gotha, la socialista donde prima el principio a cada cual según su trabajo. La organización administrativa será la estrictamente necesaria para mantener a raya al enemigo de clase para limitarse más tarde sola y exclusivamente a la administración de cosas (Engels). Se suprimirá tanto la explotación del hombre por el hombre como la plusvalía absoluta y relativa (el stajanovismo pondría de manifiesto precisamente todo lo contrario) . En todo este esquema, aún con independencia de los resultados antagónicos arrojados por la práctica stalinista, podemos advertir un claro trasfondo: la necesidad de dirigir y controlar racionalmente todo este proceso de evolución científica hacia la utopía, hacia la Transgresión final. Para ello se señalan convenientemente fases y etapas. Los maestros del marxismo criticaron ásperamente la ingenuidad de los anarquistas puesto que, según su punto de vista, el Estado no era algo que pudiera desaparecer de la noche a la mañana, que requería atravesar un proceso de extinción (lo más curioso es que la izquierda comunista o socialdemócrata de este siglo no se han distinguido precisamente por apuntar hacia la supresión paulatina del Estado sino más bien hacia todo lo contrario; los primeros, incorporando a toda la sociedad a una estructura estatal piramidal, los segundos, saturando de competencias al Estado burgués hasta el límite de sus posibilidades fiscales), proceso que, por lo demás, se encuentra cada vez más lejos. Los reductores del Estado de hoy son precisamente los enemigos jurados del socialismo, los liberales que postulan la reducción del Estado a sus funciones mínimas, las estrictamente represivas, que no quieren oír ni hablar de impuestos que graven el capital o las rentas como medio de equilibrar la balanza social y mucho menos de empresas públicas o estatales, o de servicios públicos de transporte, abastecimiento, carreteras, ferrocarriles, etc, financiados con capital estatal.

 

LA REVOLUCIÓN COMO TRANSGRESIÓN GLOBAL INCIERTA E IMPREVISIBLE

 

Aún así la Transgresión revolucionaria existe y subsiste, muy a pesar de sus domesticadores (identitarizadores) . Lo que sucede es que marcha por derroteros muy distintos a los previstos pues, como toda Transgresión, se presenta casi siempre de forma sorprendente e inesperada, imposible (afortunadamente) de planificar con antelación. No puede estar precedida de profetas ni organizadores ni Partidos de Vanguardia puntas de lanza que la puedan encauzar, enderezar o sujetarla a un sistema de Identidades. Muy por el contrario de lo que dijera Lenin, sin teoría revolucionaria sí hay práctica revolucionaria. La Revolución no es coto privado de revolucionarios profesionales, sino un dominio de Transgresión social sistemática, de auto-organización espontánea, innovadora y creativa a un mismo tiempo, caracterizada por un retroceso de las instituciones tradicionales. La Revolución nunca se ha planteado a sí misma presentarse como la culminación de una etapa, ni como el inicio de otra nueva, ni tampoco como el inevitable desenlace de una situación dada dictada por esa pretendida Ley del Progreso Histórico saturado de connotaciones animistas al que tanto culto se le rindió durante el siglo XIX, sino más que nada como una Transgresión a un sistema de Identidades agotado históricamente dada su incapacidad de absorber e integrar en sí mismo la Transgresión, cuya persistencia identitaria le ha obligado a taponar sus propias válvulas de escape generando una saturación y rigidez represiva imposible de mantener a largo plazo. Tampoco hay Ley alguna en virtud de la cual podamos suponer que el agotamiento histórico de un sistema determinado sea inevitable o una simple cuestión de tiempo. Un mismo sistema puede sobrevivir indefinidamente siempre y cuando se muestre capaz de adaptarse, de ajustar y lubricar sus piezas (espero se me perdonen las analogías mecánicas) así como de mantener los cauces de Transgresión a pleno rendimiento en situación de equilibrio con sus conductos represivos. La fatalidad se producirá en el momento en que la Identidad se superponga a la Transgresión hasta el punto de ahogarla: una Transgresión sin salida amenaza con acumularse, estallar y hacer volar el sistema en mil pedazos. Por otra parte, ninguna teoría de la contradicción se encuentra en las mismas condiciones que esta de la Identidad y Transgresión como para pronosticar un desenlace inevitable de determinada situación a corto o largo plazo.

 

Los sistemas situados en la frontera del caos pronto entran en ebullición (la imagen del agua que se pone a hervir en el cazo pude servirnos a título ilustrativo como el límite caótico que anuncia el tránsito de un estado físico a otro) y fruto de esa efervescencia es la creatividad que caracteriza a toda época revolucionaria, donde hasta el último eslabón de la sociedad se involucra de lleno en ese proceso.

 

REFORMA Y REVOLUCIÓN

 

Los dilemas o paradigmas que escoran entre la Reforma o la Revolución, entre la Reforma o la Ruptura, se inscriben precisamente en este contexto de Identidad y Transgresión. Los revolucionarios y los rupturistas temen a los reformistas y, en coherencia con ello, aseguran que emprender reformas de un sistema caducado históricamente es la única forma de asegurar su futura viabilidad. Se trataría, en suma, de cambiar para que nada cambie, lo cual no deja de ser más que una verdad a medias. Si lo que se presencia es realmente un sistema caduco es que ha agotado todas sus posibilidades históricas, inclusive las de su propia reforma. Pero reformar no tiene porqué coincidir con preservar. Un sistema antiguo puede cambiar sus elementos usados por otros nuevos sin que ello afecte para nada a su estructura. En tal caso sí nos hallaríamos ante un sistema de cambios (y recambios) netamente conservadores. Cabe igualmente la posibilidad de que su sistema inmunológico rechace de plano la incorporación de nuevos elementos y que ello lleve consigo un proceso de aniquilación recíproca. Pero también puede ocurrir que desde el mismo momento en que se incorporen elementos nuevos a una estructura antigua estos no tengan porqué intervenir como agentes equilibradores de la antigua estructura, pudiendo sus efectos ser tan distorsionantes sobre la totalidad del sistema que contribuyan al deterioro de sus mecanismos básicos, pudiendo incluso obligar a un reajuste de piezas en cadena que culmine con ese denostado cambio revolucionario que al principio se pensó evitar. Y es que el maximalismo puede traicionarse a sí mismo, lograr efectos contrarios a los perseguidos, estimular al máximo los mecanismos conservadores, identitarios y represivos del sistema.

 

FENOMENOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN: EXPANSIÓN TRANSGRESORA Y CONTRACCIÓN Y EXPANSIÓN IDENTITARIA

 

Para terminar, referirme a la Tragedia de toda Revolución. Una vez que ha estallado en todo su esplendor una energía transgresora indómita, esta energía se vuelve contra sí misma. En otras palabras, la imagen que ha evocado la Revolución Francesa, que no es otra que la del dios Saturno que, por miedo a ser destronado, acabó devorando a sus propios hijos. Hombres como Danton, Desmoulins, Hèbert, Robespierre y Saint Just o Trotsky, Bujarin, Kamenev o Zinoviev no pudieron imaginar que acabarían sucumbiendo bajo las garras represivas de aquel nuevo orden en cuya construcción empeñaron todas sus energías, que a medida que iban haciendo la Revolución se iban cavando su propia tumba. La Historia de las Revoluciones se halla sembrada de los destinos trágicos de sus propios artífices a manos de sí mismas. Pero la espiral identitaria post-revolucionaria acaba cerrándose incluso para aquellos que empezaron a sujetar a la Revolución a cauces identitarios estrictos. Ahí tenemos a Maximiliano Robespierre, depurador de revolucionarios impuros y poco virtuosos (del moderado Danton, del radical Hèbert), caído bajo la guillotina, ahí tenemos a León Trotsky, fundador del Ejército Rojo, artífice del Comunismo de Guerra y de las primeras medidas represivas del Estado Soviético, caído precisamente bajo el piolet clavado en su nuca a manos de un mercenario estalinista, a Nicolai Bujarin que antes de morir ejecutado en las purgas de 1936 hace toda una declaración de principios de sus convicciones comunistas . La imagen evoca la de la construcción de las antiguas pirámides egipcias donde los arquitectos que las diseñaron y esclavos que las levantaron habían de perecer en su interior una vez que estas fueran selladas con vistas a hacerlas inexpugnables e inaccesibles, evitando así el riesgo de que algún día se pudiera conocer el secreto de sus pasadizos y laberintos. La contracción identitaria, rodeada de purgas y ejecuciones en masa de revolucionarios comprometidos, peligrosos focos de transgresión, inicia un proceso que culmina en un periodo de expansión identitaria, su fase imperial propiamente dicha. Dicha fase se escenifica como un cúmulo de requerimientos institucionales, militares y burocráticos, accionados bajo un principio piramidal de unidad y centralización estricta del poder, el culto a la personalidad de quien se sitúe en su cúspide si es preciso. Napoleón Bonaparte en Francia, José V. Stalin en la URSS... ¿realmente, traicionaron la Revolución o, por el contrario, culminaron el proceso hasta sus últimas consecuencias? Para la Historia no valen los mismos juicios de valor que para el doctrinario militante. Lógicamente, los beneficiarios del proceso ven o les interesa ver siempre lo segundo. Los represaliados no pueden participar del mismo punto de vista. Solo se puede obtener una única conclusión: nadie se encuentra en condiciones de hacer suyas las esencias primigenias del momento revolucionario.

 

En Francia hay una Revolución-1 , que es la que se inicia tras la Convocatoria de los Estados Generales y culmina tras la Toma de la Bastilla en 1789 y una Revolución-2 que coincide con la fase del Terror, la reacción termidoriana y la expansión identitaria imperial. En Rusia hay una Revolución-1, la Revolución de Febrero, donde se inicia una transgresión desde abajo sin precedentes, y la Revolución-2, la que supone la toma por Lenin y los Bolcheviques del Palacio de Invierno, que no fue una Revolución propiamente dicha sino un golpe de mano por el que se aprovechaba en beneficio propio el caos reinante (el Partido Bolchevique, por lo demás, no sumaba más de 23.000 efectivos, una insignificante minoría, esa es la gran paradoja de quienes se autodenominaban como la mayoría).

 

Y es que las Revoluciones-Transgresiones desbordan por su magnitud las previsiones y expectativas de los mismos revolucionarios que, por temor a la contra-revolución o por cualquier otro motivo, casi siempre intervienen históricamente como bomberos de la llama revolucionaria. Por paradójico que nos pudiera parecer, los revolucionarios son siempre los primeros contra-revolucionarios; detestan el caos, quieren orden (por muy nuevo que sea) a toda costa, llaman a la cordura, intentan como pueden domesticar la acción de las masas, pues, en el fondo, desconfían profundamente de una espontaneidad transgresora ilimitada que pueda desbordar sus previsiones identitarias. Los revolucionarios se pasan la vida entre el hastío y el aburrimiento teorizando sobre las condiciones de la esperada Revolución y cuando esta se presenta les coge totalmente desprevenidos, sus teorizaciones se quedan pequeñas ante la magnitud del terremoto revolucionario, ante la manifestación palpable de una capacidad ilimitada de transgresión popular. Los bolcheviques, contrariamente a lo que comúnmente se cree, nunca supieron estar a la altura de los acontecimientos de la Revolución de Febrero, siempre fueron a la zaga, incluso la constitución de un poder paralelo fue tarea exclusiva de las masas sin que mediasen organizaciones políticas de ningún tipo. Las peticiones contenidas en los llamados “Cuadernos de la Revolución” superaban, con mucho, el programa mínimo bolchevique. De los mencheviques para qué hablar, se encerraron en absurdas y estúpidas teorizaciones teológicas sobre el día propicio (el desarrollo de las fuerzas productivas y la inmadurez de la sociedad rusa no la hacía a Rusia apta para la revolución por mucho que la revolución la tuvieran allí, frente a sus propias narices) La anarquía asusta, incluso a aquellos revolucionarios que se declaran a sí mismos anarquistas (ya vimos como Kropotkin llamaba a la ponderación tras los sucesos de febrero).

 

La Revolución Permanente, la Revolución que se revoluciona a sí misma, contemplada sobre el papel, siempre acaba ahogándose en la práctica. Los revolucionarios, a la vez que dan cauce a determinadas tendencias nacidas del torbellino revolucionario, estrangulan las restantes. La Francia Revolucionaria, al mismo tiempo que suprimía el diezmo, reprimía otras revueltas campesinas que amenazaban con desbordar el control de los acontecimientos.

 

El momento revolucionario hace confluir en un solo acto el compendio de transgresiones sociales existentes, su color se hace difuso, hasta el punto de hacer perder de vista la perspectiva de la identidad del transgresor. El bandolero, el proscrito y el forajido, delincuentes de derecho común, se mezcla con el revolucionario político, a veces es casi imposible distinguirlos, su meta es la misma, la transgresión del orden existente, la aniquilación de los cauces identitarios, de las instituciones políticas y económicas. El revolucionario no cree en la propiedad privada, el bandolero ni siquiera se plantea su fe o falta de fe en tal institución, se limita a practicar esa falta de respeto, ambos huyen de la misma policía, van a parar a las mismas cárceles y se les coloca ante los mismos pelotones de ejecución. Para el revolucionario la transgresión es su meta final, para el forajido es, simplemente, su medio de existencia. Pese a todo ello, el Revolucionario sabe muy bien que el forajido no es ni mucho menos un liberador, es, más bien, un opresor en potencia, un vándalo social que no produce riquezas, su instinto las parasita como cualquier otro explotador. Por todo ello, lo que cabe destacar, más que su confluencia subjetiva su coincidencia objetiva en aquellos torbellinos transgresores que son los fenómenos revolucionarios. Durante la Revolución Francesa la época llamada La Grande Peur estuvo dominada por la confluencia de salteadores y de campesinos en la invasión de castillos y mansiones feudales, en el saqueo de sus riquezas.

 

A la Revolución, que en esencia es desorganización, Lenin quiso imprimirle una férrea organización. Para Lenin el caos solo era valedero en la medida en que se convirtiera en caldo propicio de sus objetivos, por lo demás, lo detestaba profundamente.

 

Dentro del campo del pensamiento revolucionario marxista destaca como transgresora de transgresores y hereje de herejes Rosa Luxemburgo. Mientras los marxistas contemporáneos se limitaban a rumiar los textos sagrados, Rosa Luxemburgo tuvo la osadía de criticar en materia económica al mismísimo Maestro, a Karl Marx. Fué incómoda para los ortodoxos centristas de la socialdemocracia alemana, más aún para su ala derecha pero también lo fue para los bolcheviques. Criticó implacablemente el ultra-centralismo organizativo defendido por Lenin así como aquellas virtudes obreras que el revolucionario ruso exaltaba como procedentes de la organización fabril (la férrea disciplina, el instinto organizador, etc..22). Para Luxemburgo, el modelo de obrero disciplinado en el que creía Lenin era el de un esclavo, el de un amasijo de carne con pies y brazos trabajando ordenadamente para consumo del capitalista23, de modo que la propuesta de Lenin equivalía a sustituir el látigo del capital por el de la socialdemocracia, pervertir en su misma base la función de las organizaciones obreras como depositarias de la voluntad de liberación. De la Revolución Rusa critica sus aspectos más negativos, haciendo hincapié en la incoherencia en que incurrieron los bolcheviques a la hora de conceder el derecho a la autodeterminación de las naciones al mismo tiempo que se la negaban a la propia Rusia con la disolución de esa efímera Asamblea Constituyente que por no tener mayoría bolchevique (y eso que el nombre que se dió a sí misma esa fracción significa paradójicamente la mayoría) duró unas horas, del mismo modo considera que el veredicto sobre la caducidad histórica de las instituciones demo-liberales no corresponde emitirlo a los dirigentes bolcheviques sino a la propia historia, en la medida en que pueden ser o no un cauce vital de la actividad de las masas, en que puedan o no ser superadas por las organizaciones obreras propiamente dichas, los Soviets. Luxemburgo valoraba en alto grado el espontaneísmo revolucionario pero también rechazaba el mimetismo. Se opuso a la insurrección espartaquista, sabía que la situación alemana no reproducía los acontecimientos del febrero ruso de 1917, donde la reacción había quedado reducida prácticamente a la nada en virtud de un movimiento revolucionario de desobediencia civil generalizado. Sabía que, pese a los aislados focos de transgresión aparecidos a lo largo de la Alemania de posguerra, la contra-revolución mantenía firmemente sus bazas, y que los herederos del militarismo prusiano eran ahora sus antiguos socios de partido, cuya villanía comenzó con el apoyo a la guerra y culminó con el control de los resortes de la represión, eran Noske, al frente de sus Freikorps, Scheidemann, y compañía. Más por pura honestidad política para con sus camaradas que por razones tácticas o estratégicas se sumó a un movimiento que sabía de antemano que iba a ser derrotado y eso le costó la vida y ser arrojada al río Spree.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XIII. IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN: SUS MOMENTOS DE CREATIVIDAD Y DESTRUCCIÓN EN EL PLANO INTELECTUAL

 

Identidad y Transgresión pueden ser creativas y destructivas a un mismo tiempo. Todo depende del contexto en el que operen. Sin duda, una Identidad permanentemente reproducida sin más variables que si misma camina hacia su agotamiento histórico. Por otra parte, la Transgresión por la Transgresión acaba, si no desbocándose y destruyendo cuanto encuentra a su alrededor, precipitándose al vacío, siendo absorbida por el segundo principio de la termodinámica. Pero, como habrá podido advertir el lector, no existe una Identidad ni una Transgresión absolutas. Una y otra se construyen y complementan a un mismo tiempo de sus respectivos momentos contrarios.

 

Pese a lo dicho podemos evidenciar que sin momento transgresor no se puede hablar de explosión creativa. El desarrollo del pensamiento científico de los últimos siglos se ha constituido como una pura Transgresión. De haber permanecido el pensamiento inmerso en los cauces del formalismo identitario aristotélico no se habría producido la revolución científica que hoy todos podemos palpar. Me remito a la reflexión contenida en el último ensayo de este libro sobre la ciencia contra el sentido común. De los marcos institucionales identitarios y cerrados enjauladores del pensamiento como lo son hoy día las Universidades jamás surgirá creatividad alguna o, en todo caso, más bien poca. Los grandes pensadores científicos y filosóficos que ha dado a luz la humanidad siempre han sido los mayores herejes, los apóstatas redomados, es decir, los transgresores excluídos de las identidades acaparadoras (y expropiadoras) de la sabiduría. El sistema Universitario tiene el mérito indiscutible de ser el gran burócrata de la ciencia, del pensamiento y de las culturas y , en calidad de tal, solo ha podido producir y crear un pensamiento burocratizado, escindido y debidamente seccionado en sus correspondientes compartimentos estancos. Y en realidad no podía ser de otra manera. Curiosamente, los últimos residuos de feudalismo estamental subsistentes en nuestra actual sociedad lo comparten, a partes iguales, el Ejército, la Iglesia Católica, la Judicatura y la Universidad (puede que sea una tontería recordarlo, pero aún en esos lugares la indumentaria medieval se sigue utilizando como medio de poder u ostentación: las sotanas, las túnicas, las togas, los bonetes, las puñetas, las chapas, los gorros de colores vistosos y hasta los plumeros sirven como señas de dominio y jerarquía) . Hasta tal punto que en muchas Universidades las Cátedras, como los Reinos, los Cortijos y los Títulos Nobiliarios, se heredan y transmiten de padres a hijos, estableciéndose auténticas relaciones vasalláticas entre los titulares de tan preclaras y prestigiosas instituciones y sus leales subordinados24. Al fin y al cabo la Universidad es el gran generador de identidades técnicas y profesionales, la gran factoría productora de títulos y cualificaciones oficiales. Los certificados y títulos académicos y universitarios, más que como expresiones de determinados niveles de conocimiento o cualificación profesional, intervienen como suplantadores del conocimiento y la capacidad real. Del mismo título se vale el buen y el mal profesional. Como en toda burocracia, el papel suplanta a la realidad, se le superpone hasta el punto de adquirir vida propia como una de esas presunciones identitarias indestructibles. Bajo el sistema académico burocratizado el estudiante estudia, ya no para aprender, sino para aprobar los exámenes, se busca aprobar los exámenes para obtener créditos, se buscan los créditos para obtener titulaciones, o, lo que viene a ser lo mismo, documentos y papeles acreditativos de una determinada cualificación profesional. Se estudian las disciplinas que establece un determinado plan de estudios cuyo contenido lo determina una cátedra y en una hora se decide sobre los conocimientos adquiridos durante meses de estudio. Para ejercer la profesión lo que se piden son los papeles, no los conocimientos. Al libre arbitrio del profesional está refrescar o ampliar los conocimientos adquiridos y, en el caso de que se valore dicha ampliación, lo que se vuelven a pedir son más y más papeles: masters, post-graduados, cursillos, etc. Nos hallamos sin ningún género de dudas, ante el sistema del conocimiento empapelado, esto es, aquel en el que prima la identidad atribuida por un papel sobre la identidad real y efectiva. Sin certificado o papel acreditativo no se tienen conocimientos ni aptitudes de ningún tipo. Y como en todo ciclo recursivo las implicaciones recíprocas son insoslayables, el conocimiento burocratizado solo puede generar burocracias generadoras de conocimiento burocratizado. Pero sobre la Universidad, organización corporativa, acaparadora y almacenadora de conocimientos e información, se ciernen graves peligros. Su papel de agente regulador de procesos finales de identitarización la sitúa en ese difícil punto de equilibrio al que abocan las energías transgresoras de los individuos sujetos al proceso y los rígidos marcos corporativos de transmisión del conocimiento e información. De vez en cuando esa tensión salta.

 

Ni del mandarinato universitario ni de la Academia ni de ninguna otra Institución burocratizadora de los conocimientos pudieron surgir las grandes producciones intelectuales. Los grandes filósofos y los grandes científicos han sido siempre transgresores natos. Edgar Morin señala con gran acierto que:

 

A menudo suelen ser los hijos naturales y bastardos culturales, divididos entre dos orígenes, dos etnocentrismos, dos modos de pensamiento, o los desclasados, los metecos, marranos, exiliados, los que sienten una falla en su identidad o su pertenencia, y la falla puede agrandarse hasta hacer que en ellos se desplome la creencia en el sistema oficial de Verdad. Una “mala educación”, un retraso psicológico tardíamente superado, una imperfección, un traumatismo infantil constituyen igualmente condiciones favorables para la desviación intelectual. Antes de ser expresada como tal esta puede ser vivida subjetivamente en un principio como anomia, sentimiento de “extrañeza” para con uno mismo, para con la cultura propia.

 

De este modo, Einstein, hablando de sí mismo, formuló excelentemente los sentimientos de extrañamiento, de soledad, de insatisfacción que constituyeron el fermento de su revolución intelectual.

 

Citemos las tan conocidas palabras:

 

“El adulto normal nunca se rompe la cabeza con los problemas del espacio y el tiempo. En su opinión, todo lo que hay que pensar a este propósito ya fue elaborado durante su infancia. Pero yo me desarrollé tan lentamente que no comencé a interrogarme sobre el espacio y el tiempo hasta que fui adulto. En consecuencia, he tratado el problema más a fondo de lo que hubiera hecho quien haya tenido una infancia ordinaria.”

 

“Soy un verdadero solitario que nunca perteneció en todo su corazón al estado, al país nacional, al círculo de amistades, ni siquiera a la familia restringida, y que he experimentado, respecto de todas estas ataduras, un sentimiento de extrañamiento que nunca se ha calmado”25

 

Más adelante el epistemólogo francés adelanta la siguiente conclusión

 

Anomias, desviaciones, incertidumbres, insatisfacciones, aspiraciones, contradicciones vividas suelen asociarse en una especie de fuerza torbellinesca que corroa cada vez más el pedestal del conocimiento establecido, determinando con ello una radicalización creciente del pensamiento. A partir de ahí, el pensamiento radicalizado ataca el fundamento de las teorías, los axiomas reputados de evidentes, incluso los paradigmas ocultos que gobiernan la organización de las ideas. De este modo se ven reunidas las condiciones subjetivas/objetivas de una eventual revolución del pensamiento, que instituye nuevos fundamentos o axiomas y transforma los paradigmas26

 

La capacidad de ver donde nadie ve, de mirar donde nadie mira, de transgredir lo obvio y lo que a todas luces siempre ha resultado evidente no nace, como comúnmente suele creerse, de esos genios a cuyas mentes se les atribuye una capacidad inventiva e innovadora sin precedentes, sino como una desviación del conformismo académico institucionalizado que suele reproducirse sin traumas hasta que una desviación patógena, una mutación genética, lo echa todo por tierra: los cómodos dogmas, las verdades consagradas, los métodos y los caminos. Un espíritu transgresor se templa en la inidentidad, una inidentidad que se reproduce a todos los niveles en tanto que negación-transgresión de todas y cada una de las estructuras identitarias en las que se integra el individuo: nacional, estatal, étnica, social, familiar, psíquica y personal. La creatividad de un Mozart, sin ir más lejos, pudo desplegarse por y a su vez a pesar de su inmadurez congénita, de un espíritu infantil que permaneció vivo hasta el momento de su muerte. Esa capacidad de imaginar que el adulto corrientemente reprime fue precisamente el motor de una creatividad ilimitada.

 

¿Se puede deducir de aquí la conclusión de que toda situación de marginación y desclasamiento reproducida a lo largo y a lo ancho de las distintas instancias identitarias es un generador automático de transgresiones creativas? En absoluto. Si se apuntan a dichas condiciones es solo en calidad de pre-requisitos de la Transgresión, pero la Transgresión, como no me canso de repetir, puede ser indistintamente creativa o destructiva. En el presente caso de lo que estamos tratando es de esas condiciones de transgresión que se pueden reproducir en un medio específico, el medio intelectual. Sin lugar a dudas que un transgresor cultural hasta el punto del analfabetismo (el punto cero) no se encuentra en condiciones de levantar los cimientos de ningún género de revolución científica, filosófica o estética. Para ver las cosas de un modo distinto hay que verlas primero, para dudar es imprescindible saber primero sobre qué se duda. La transgresión analfabeta de los Jémeres Rojos de Kampuchea, por poner un ejemplo, condujo finalmente al genocidio, la transgresión de los movimientos anti-maquinistas de comienzos del XIX era simple oposición, negativa y destructiva, a un nuevo orden social.

 

El pensamiento moderno se ha edificado sobre una base enormemente transgresora, la de la duda como eje metodológico. Bajo la fuerza de la duda se fueron desmoronando las obviedades aristotélicas en la misma medida en que el sentido común se iba convirtiendo en el gran adversario a abatir por los grandes transgresores de la ciencia moderna, desde Copérnico/Galileo, a Keppler, Descartes, Newton, Kant y Einstein. De esa síntesis construcción-corrosión nació el pensamiento crítico, un pensamiento cauteloso y desconfiado donde los haya, siempre desligado de las autoridades, corrientes, escuelas y jerarquías, de los principios sacrosantos y de sus vías de legitimación. El pensamiento crítico jamás ha temido sus conclusiones por mucho que acarrease la pulverización de los más elevados ideales o de los centrismos teológicos o antropológicos mejor consolidados. Y esa es precisamente su gran aportación transgresora: no se debe a nada ni a nadie, ni a las opiniones más reputadas de las más elevadas jerarquías y autoridades políticas o académicas ni a cualquier otro género de mecanismo inercial de orden institucional. Tan solo siente devoción a lo observado y a la crítica de lo exactamente observado. Pero la ciencia, transgresión de transgresiones surgida de la mirada al mundo hecha por transgresores, se constituye en transgresora no solo del universo ideológico precientífico sino de sí misma: sus propias bases, leyes y estructuras identitarias son, en virtud del método científico, continuamente puestas en cuestión, las rampas que la lanzaron a otros niveles del conocimiento se vuelven caducas, de valor exclusivamente relativo. Muchas veces debe volver sobre sus propios pasos para adentrarse en sendas desconocidas: continuamente revoca sus métodos, sus fórmulas y hasta su perspectiva de conjunto. La ciencia marcha hacia un absoluto que sabe que jamás encontrará y cada paso que de en ese sentido será el de una nueva transgresión en las estructuras de lo conocido. Pero al mismo tiempo la ciencia es, bajo cierta perspectiva, enormemente identitaria, intransigentemente identitaria: admitiendo que las sendas que a ella confluyen sean divergentes, no admite, sin embargo, que dos conclusiones opuestas sean correctas a un mismo tiempo. Habiendo surgido en el seno del librepensamiento, no permite que desde planteamientos ajenos a los suyos se la invalide. Traza de una vez y para siempre axiomas y paradigmas irrefutables, hasta el mismo Principio de Identidad. Rechaza contundentemente, no por la vía inquisitorial sino por la vía crítica, los prejuicios, las supersticiones, la teología e incluso a sus propios progenitores filosóficos; el escepticismo, el nihilismo, el relativismo y el agnosticismo. La ciencia vive inmersa en la inmensa paradoja de ser dogmática sin ser dogmática, más aún, siendo radicalmente antidogmática, aún a costa de ser el primer y único baluarte de lucha contra el dogmatismo ético, filosófico y religioso. La ciencia busca, indaga, compara, prueba y reproduce. De vez en cuando traza puentes hacia la especulación, hipótesis y conjeturas que se desvanecen en el mismo momento en que hace acto de presencia su resolución positiva. Pero la nueva ciencia, la nacida de la mecánica cuántica y el relativismo, ha planteado definitivamente un nuevo reto, un reto transgresor tanto de sí misma como de sus presupuestos identitarios. La doble naturaleza de la partícula subatómica, como onda y como corpúsculo a un mismo tiempo, a sabiendas de que la identidad de la una excluye la identidad del otro, nos sitúa ante la radical imposibilidad de operacionalizar el principio de exclusión; dos conclusiones opuestas son igualmente válidas sin que por eso dejen de oponerse. Los paradigmas cartesianos tiemblan y se tambalean, el reino de la razón ya no está siendo destronado por el misticismo sino por la misma ciencia positiva. Esa misma ciencia que se valió en sus comienzos de los axiomas y paradigmas de Descartes como medio de interpretación y explicación del mundo es la que para proseguir necesita hoy desmontarlos para articular el conocimiento sobre otro paradigma. Si forzamos un poco las cosas podemos concluir que el racionalismo ha acabado poniendo fin al propio racionalismo, que los mismos presupuestos racionalistas han construido la ciencia clásica han acabado auto-agotándose

 

En este caso podemos constatar como el lenguaje nos traiciona. Es todo un despropósito usar la misma palabra para conceptuar el Teorema de Pitágoras y el Misterio de la Santísima Trinidad. Mientras el primero consiste en la fórmula de una ecuación geométrica sin implicaciones extra-matemáticas de ningún tipo verificable tanto en cuanto a sus premisas como en cuanto a su conclusión, el Misterio de la Santísima Trinidad estriba en la formulación de una estructura teológica adaptada a las necesidades institucionales de una organización rígidamente jerarquizada que articula para su propio funcionamiento un cauce de legitimación triple en el Padre o Pantocrátor, en el Hijo o Fundador Corpóreo de la Institución en la Tierra en el acto de su llegada al mundo y en una Tercera Entidad Espiritual, el Espíritu Santo, dios mediático y de tercer orden, contínua fuente de inspiración de la Institución y de sus Jerarcas, permanente legitimador y sancionador de sus actos y nombramientos. El Teorema de Pitágoras se explica por sí mismo, el Misterio de la Santísima Trinidad solo es explicable como fuente de poder y legitimación de una institución autocrática y jerárquica, pues por sí mismo es misterio y dogma de fe.

 

El mundo identitario, el orden institucional y académico, se adapta como puede a esa oleada transgresora, nunca yendo por delante sino por detrás, tapando poros, trazando vías, sofocando lo relativo, estableciendo sistemas de acaparamiento de la ciencia en beneficio de las instituciones académicas, cátedras y universidades, situando en sus cúpulas nuevas jerarquías de autoridades y expertos. La oficialidad construye sus propios templos de la ciencia y de la cultura, los museos, auténticas puntas de lanza identitarias. La estructura de todo museo se halla informada por una tendencia patológica a dominar y apoderarse del tiempo así como a enjaular los objetos, a organizarlos-plasmarlos visualmente tras las vitrinas donde inevitablemente se les identifica: el taxón, la época, el origen, las características, etc, en una ficha que no tiene réplica. Los museos funcionan como espacios cerrados donde una colección de objetos se exponen a la vista y veneración del público. Penetrar en un museo equivale a adentrarse en un templo destinado al culto fetichista a los objetos. La ideología inspiradora de todo museo, como disposición estática de objetos, - pese a las apariencias -, poca o ninguna relación tiene con el conocimiento científico o con la estricta valoración del arte. Las modernas técnicas nos permiten fabricar copias exactas a los originales y el efecto o impacto psicológico del objeto museístico sobre el receptor puede ser el mismo que pudiera producir una copia idéntica reproducida a la misma escala. Sin embargo, el mero conocimiento de que el objeto expuesto en ese templo de culto a los objetos sagrados es el único y el genuino desprende una proyección doble en el destinatario: la puramente contemplativa de base empírica y la segunda, ya de índole metafísica-fetichista que se plasma en una síntesis de matriz empirio-misticista. Esta forma de exaltación mística de lo auténtico la podemos advertir, por ejemplo, en estas palabras del paleontólogo norteamericano Stephen Jay Gould:

 

Por suerte, (y no pretendo comprender porqué) la autenticidad incita al alma. El atractivo es cerebral y enteramente conceptual, en absoluto visual. Los moldes y las réplicas son ahora suficientemente indistinguibles de los originales, y nadie que no sea el experto mas avezado podrá posiblemente distinguir la diferencia. Pero un molde de la Piedra de Rosetta es yeso (por intrigante e informativo que sea), mientras que el objeto verdadero que se exhibe en el Museo Británico, es magia. Un Tyrannosaurus de fibra de vidrio merece una buena mirada; los huesos reales me hacen sentir escalofríos a lo largo de la columna vertebral, porque sé que hace 70 millones de años sostuvieron a un animal real, que respiraba y rugía.27

 

 

En el mundo de la paleoantropología de hasta mediados de este siglo dominaba el establishment británico, parapetado como estaba tras la falsificación de Piltdown. Los hallazgos sudafricanos de Taung y Swarktrans así como los de Olduvai serían inútiles mientras el hombre de Piltdown permaneciera custodiado tras las vitrinas del British Museum. El institucionalismo académico imperial británico frenó como pudo el campo de la investigación del origen del hombre durante medio siglo. Finalmente, ante las evidencias de la ciencia, una vez que Weiner y otros lograran someter tan polémico cráneo a las modernas pruebas de datación cronológica, hubo de retractarse.

 

Sin embargo las estructuras identitarias arcaicas, también en este siglo, no han cejado en su empeño de detener el avance transgresor de la ciencia. Bajo el disfraz del culto a la ciencia y al materialismo dialéctico, el estalinismo censuró la Teoría de la Relatividad por burguesa así como la genética y las Leyes de Mendel. Las instancias oficiales auspiciaron una teoría neo-lamarquiana defendida por el charlatán Lyssenko que durante décadas condenó al desastre a la ciencia y a la agricultura soviéticas. Las instancias identitarias del régimen estalinista se impusieron sobre la ciencia con la única arma utilizable para tales ocasiones: la represión inquisitorial, física y directa, de los biólogos defensores de la genética. Francisco J. Ayala nos cuenta, aparte del episodio de Vavilov, prestigioso biólogo soviético defensor de la genética contrario a las tesis de Lyssenko, hasta qué límites llegó la inquisición estalinista en su celo represivo:

 

Centenares de biólogos soviéticos fueron desposeídos de sus cátedras o puestos de investigación, bajo acusaciones de mendelistas, cómplices del imperialismo capitalista, sabotaje, antimarxismo, racismo y pecados semejantes. Muchos fueron deportados a Siberia y otros fueron condenados a muerte. Inmediatamente después de la sesión, el Ministro de Educación Nacional convocó una reunión de representantes de las instituciones de enseñanza superior para erradicar rápida y completamente el mendelismo. En las universidades e institutos de investigación biológica o agropecuaria se crearon comités cuya función exclusiva consistía en descubrir y denunciar a los partidarios del mendelismo. Un decreto del Ministerio de Educación Nacional, fechado el 24 de agosto de 1948, ordenó a los decanos de las universidades “reorganizar en el plazo de dos meses todos los departamentos de ciencias biológicas; librarlos inmediatamente de todos aquellos opuestos a la biología michurinista; y reforzarlos con el nombramiento de lyssenkistas en todos los puestos existentes”. El mismo decreto ordenaba la abolición de todos los cursos sobre genética mendeliana y la destrucción de todos los libros basados en ella, y la eliminación de todos los proyectos de investigación con ella relacionados. Un decreto publicado al día siguiente ordenaba que todas las ciencias biológicas, tales como la anatomía, la histología, la patología, la microbiología y demás fueran reestructuradas con arreglo a los principios de la biología michurinista enseñados por Lyssenko. Incluso las cepas de la mosca Drosophila usadas para los experimentos de genética fueron destruidas por orden explícita del gobierno.28

 

El estalinismo tuvo el dudoso honor de restablecer la Inquisición en pleno siglo veinte. Aquel cuerpo doctrinal que, en cierto momento se consideró punta de lanza del progreso de la humanidad, se comportó precisamente como todo su contrario. La destrucción de libros y de artefactos de práctica de la brujería nos devuelve al siglo XVI. Louis Aragón terció en el debate soltando al respecto la siguiente sarta de tonterías:

 

Por lo tanto, para alguien que no se reclame del materialismo dialéctico, del marxismo, será menos incómodo elegir la primera teoría (a la genética se refiere), que para un marxista ya que este siempre y no solo en biología considera necesariamente que su función no estriba solo en limitarse a explicar el mundo, sino también en transformarlo. Es evidente que un no marxista puede adaptarse mejor a la primera teoría que un marxista. O, para explicarme mejor, si planteamos en primer lugar el postulado del marxismo, antes de abordar la biología, el biólogo marxista se inclinará favorablemente, con toda seguridad, por la teoría michuriniana, que defiende la posibilidad de la acción humana sobre la naturaleza viva.29

 

Si un marxista es alguien que antepone el a priori que emana de sus textos sagrados a los resultados arrojados por la investigación empírica, preferible es no ser marxista. La posición de Aragón es bastante elemental. El mundo y la naturaleza debe funcionar como yo quiero que funcione, los seres vivos deben ser transformables a voluntad humana porque así lo ordenara Marx, que es lo mismo que decir que el sol gira alrededor de la tierra porque así lo dijo la Biblia hasta que Josué le ordenó que se parara. Stalin y Lyssenko hicieron con los científicos lo propio que la Iglesia romana hiciera con Galileo Galilei.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XIV. TRANSGRESIÓN DESBOCADA, IDENTIDAD DESBOCADA

 

 

A) EL GENOCIDIO, ENTRE LA IDENTIDAD Y LA TRANSGRESIÓN DESBOCADAS

 

Conocemos muchos casos donde la Transgresión desbocada se ha asimilado llegando a coincidir como hermana gemela de la más represiva Identidad. Está cercano el ejemplo de la Guerra Civil Yugoslava, del Sarajevo reino de los francotiradores sin escrúpulos para disparar contra todo bicho viviente, de la limpieza étnica de las huestes serbo-bosnias, bosnio-croatas y bosnio-musulmanas, de las violaciones sistemáticas, del genocidio de Ruanda, de las múltiples guerras etno-civiles africanas de Benin, Burkina Fasso, Sudán, Sierra Leona, . Lugares donde se mezcla la inexistencia de un marco estatal-institucional regulador-controlador (por otra parte, el Estado en el sentido europeo de la palabra no existe como tal, solo la demarcación territorial post-colonial que normalmente acoge territorios de tribus enfrentadas) con la de bandas étnicas en sí mismas organizadas que en su conexión con un medio a-orgánico y desintegrado practican la política de la destrucción y la aniquilación sistemática sin fronteras, sin límites ni barreras de ningún género. Sin duda, la introducción del arma automática, la Kalachnikov, ha tenido un efecto multiplicador de la capacidad destructiva de la guerra tribal La Transgresión ha alcanzado así su última frontera, se ha convertido en devoradora de sí misma.

 

No solo existe la Transgresión desbocada con tendencias destructivas, también hay una Identidad desbocada con tendencias igualmente destructivas de la que tan solo varían sus métodos. O si hablamos en términos político-formalistas, Transgresión desbocada lo podíamos asimilar a desorden e Identidad desbocada a orden, pese a que tales conceptos, que tanto gusta repetir a los dictadores, anulan las posibilidades expresivas y de matiz de los primeros. La diferencia entre Transgresión desbocada e Identidad desbocada puede radicar en que la primera es mucho más ruidosa y desorganizada, deja huellas de sangre y vestigios por todos lados. La segunda, sin embargo, es extremadamente silenciosa y cautelosa, sus acciones se apartan lo más posible de la vista del público, no dejan huellas, solo dan lugar a rumores y ligeras sospechas, no se produce en la calle sino en recintos ocultos, secretos y cerrados.

 

 

Las épocas de auge represivo coinciden con épocas de crisis del sistema determinada por el primer plano que pasan a ocupar los mecanismos identitarios. Tenemos muchos ejemplos que aportar, desde los despotismos asiáticos hasta el periodo de la Inquisición, desde los fascismos hasta el stalinismo.

 

El Holocausto Nazi se llevó a cabo bajo un sistema ultra-identitario (hasta el extremo de articularse ideológicamente sobre la Identidad racial y étnica) provisto de unos métodos de previsión y planificación perfectamente estructurados y científicamente racionalizados. No se trataba del Pogromo espontáneo ni del linchamiento ocasional de grupos judíos a manos de turbas ocasionalmente indignadas, sino de un frío plan, meticuloso y calculado, para cuya ejecución se hacía indispensable disponer de una infraestructura tecnológica mínima, de sistemas de transporte disponibles, con amplios centros de reclusión confeccionados a la imagen y semejanza de las grandes factorías de producción en cadena, provistas de sus correspondientes sistemas de selección de los enseres personales de los prisioneros: ropa, zapatos, gafas, cabellos, dentaduras, etc, de una organización de la muerte en cadena que empezaba en las gigantescas cámaras de gas y culminaba en los hornos crematorios en funcionamiento permanente. Se preveía una forma económica y eficiente de aniquilar físicamente millones de personas en el menor tiempo posible bajo un mando único. Los gestores y operarios del exterminio no establecieron diferencia alguna entre su trabajo y el de un matadero industrial. A fin de cuentas, el fordismo y el taylorismo han supuesto, en cuanto a sus métodos de organización de la producción, una aportación decisiva al sistema de exterminio nazi.

 

Sin embargo en las calles, en la vida cotidiana, solo era perceptible el miedo que genera todo sistema represivo, el más completo orden social, ni un solo disparo por las calles como era corriente en el Mostar y el Sarajevo de la Guerra Civil Yugoslava; tan solo gentes que pisaban la calle estrictamente para lo necesario, trabajar y comprar, para acto seguido recluirse en sus casas. El retrato de la vida cotidiana de otro sistema fuertemente identitario, el de la URSS y demás países de la órbita stalinista, era prácticamente igual, grupos de gente en marcha hacia el centro de trabajo, grupos de gente formando gigantescas colas para realizar sus compras. La calle no era bien de dominio público, era, muy por el contrario, Patrimonio del Estado, y en concordancia con ello no podía ser medio de manifestación de nada, salvo de las soflamas oficiales. Más bien fue un simple medio de tránsito y los súbditos habían de pagar su peaje en especie, mediante el orden y el silencio. En la España franquista las ciudades, patrulladas por policías, yacían vacías por las noches, los grupos de más de cinco personas eran severamente controlados, a cualquiera se le exigía la exhibición del DNI. Los sospechosos (por su indumentaria simplemente) eran inmediatamente detenidos.

 

El panorama sórdido y gris, el reino del orden, es el paraíso de los sistemas represivos identitarios. Eso por lo que respecta a la superficie. En el fondo se encuentran sistemas represivos y de exterminio meticulosamente programados, deportaciones en masa, la eliminación silenciosa de grupos étnicos enteros, de opositores políticos, etc. Tan agobiante sistema identitario ha dejado una secuela transgresora, de la que ya hablamos al abordar la cuestión del ejército, el alcoholismo que invade la sociedad rusa hace auténticos estragos, convirtiéndose en un problema de primer orden al acaparar a cada vez más amplios sectores de la población.

 

 

B) EL FENÓMENO TERRORISTA COMO SÍNTESIS ENTRE IDENTIDAD Y TRANSGRESIÓN DESBOCADAS

 

Los grupos terroristas nos pueden servir, a modo de ejemplo, para comprender cómo en la organización de la violencia una Identidad desbocada, la organización terrorista propiamente dicha, puede surgir incluso de un contexto de Transgresión desbocada, de un conglomerado donde se practica la violencia por la violencia, de forma totalmente desorganizada sin objetivos claros ni precisos. En el País Vasco la Identidad desbocada está centralizada en la organización terrorista ETA. En su entorno, los llamados grupos JARRAI, carentes de todo tipo de organización y estructura, practican una violencia callejera que integra en sí misma diversas formas de Transgresión juvenil desbocada (con tendencias destructivas). Su desorganización y su carácter amorfo (cuando se intentó perseguir la citada organización se comprobó la imposibilidad de hacerlo dado que carecía de existencia oficial) alcanza a los mismos instrumentos de violencia empleados; no se usan las armas convencionales que tiene a su alcance la propia organización terrorista supra-identitaria (escopetas de cañones recortados, lanzagranadas, goma 2, bombas accionadas a distancia...) sino armas caseras, piedras y cócteles molotov30.

 

Los objetivos no se buscan ni planifican, más bien son aquellos que se ponen al alcance de la acción espontánea de dichos grupos, ya sean cabinas telefónicas o cajeros automáticos, ya sean los coches o los autobuses aparcados en la vía pública usados para levantar barricadas con las que enfrentarse a la policía, ya sean las sedes de los partidos políticos españolistas, los comercios propiedad de los militantes de dichos partidos, las librerías que expongan en sus escaparates libros censurados por anti-vascos, etc. Los citados grupos no se sienten vinculados a ningún género de pactos o acuerdos, su acción no se somete a ningún tipo de estrategia y lo cierto es que tampoco es posible, pues, como en toda acción espontánea y transgresora, no se requiere estructura de mandos, ni jerarquía alguna de la que puedan emanar las órdenes superiores que les pueda obligar al cese efectivo de la violencia ni a acordar ningún tipo de tregua ni alto el fuego. Su intervención no procede de ningún plan programado sino de las vísceras, se intensifica con el impulso de la venganza y se mantiene con la aversión a todo tipo de simbología perteneciente al Estado.

 

Ese magma amorfo de violencia indiscriminada es justamente la fuente de la que el grupo de violencia organizada obtiene sus nutrientes imprescindibles, es la llama que está siempre incandescente. Se engendra algo así como un sistema de retroalimentación mutua entre ambos tipos de violencia, la organizada y la desorganizada, la identitaria y la transgresora. Esta última, mediante el sistema del amedrentamiento sistemático de la población civil y la imposición de la Ley del Silencio, contribuye a crear el marco social y el ambiente necesario e imprescindible para la intervención del grupo ultra-identitario, de su brazo armado o de su brazo político31. La violencia organizada y la violencia desorganizada no se excluyen, mas bien al contrario, se complementan. La Italia de 1919-1922 y la Alemania Nazi de los años treinta compaginaron a la perfección ambas formas de violencia, hasta el punto que la violencia desorganizada y transgresora fue la señal de llamada de la otra violencia, la organizada desde los mismos Aparatos del Estado. El incendio del Reichstag, del que se culpó calumniosamente a los comunistas, señaló el inicio del régimen totalitario con el desmantelamiento de todos los partidos políticos y la supresión de las hasta entonces subsistentes instituciones demo-liberales. La Noche de los Cristales Rotos (Kristalnacht) desencadenó la sistemática persecución antisemita que caracterizaría al Régimen Nacional-Socialista. El efecto logrado por tales sistemas de implantación del totalitarismo en los que confluye el empleo de distintos niveles de violencia entrelazados entre sí se puede llamar Inversión Identitaria.

 

La Inversión Identitaria la podemos contemplar a menudo en el País Vasco cuando vemos cómo los policías autonómicos, los Ertzainas, se cubren el rostro con un pasamontañas mientras intentan repeler las agresiones de los radicales abertzales. La gran paradoja radica en cómo los miembros de los cuerpos estatales, que tienen encomendada precisamente la tarea de identificar y neutralizar la Transgresión y a sus agentes, para ejercer su función se ven compelidos a ocultar su propia Identidad. Si bien en aquellas actividades de élite en las que se ven involucrados los Estados, como puede ser la del espionaje, la Inversión Identitaria es el procedimiento normal, no lo es en absoluto cuando de lo que se trata es de controlar y reducir la Transgresión callejera, en el contexto de lo que supone la ocupación de espacios públicos donde el Estado siempre ha ejercido su plena soberanía así como en la defensa de personas y de bienes públicos y privados. Cuando el Policía se ve obligado a ocultar su Identidad, cuando la algarada y el destrozo callejero encuentra su ámbito de impunidad, cuando el sistema de administración de justicia no puede funcionar por distintas causas derivadas de la imposibilidad de constituir los jurados, del temor de jueces y fiscales por su propia vida, cuando determinados partidos se ven imposibilitados de cerrar sus listas electorales, cuando industriales y comerciantes colaboran por temor a sus vidas en la financiación de la organización terrorista, hay algo que está fallando en este sistema. Se ha construido toda una organización y estructura identitaria-coactiva paralela a la del Estado capaz de contrarrestar y eliminar de la vida civil el funcionamiento de determinadas parcelas de la actividad estatal. Nápoles, Calabria y Sicilia conocen el mismo fenómeno desde hace mil años, hechas las salvedades sociales e históricas aparte.

 

 

C) EL MIEDO Y LA TENSIÓN COMO MEDIOS DE EXISTENCIA Y SUBSISTENCIA DEL TERRORISMO Y DEL TOTALITARISMO:

 

Los regímenes represivos ultra-identitarios no se limitan a la organización del sistema de control y represión a manos de los aparatos policiales del Estado. Precisan tejer el sistema represivo desde su misma base, y para ello deben contar con la complicidad directa de todo el complejo social en el entarimado represivo, implantar entre los súbditos, en sus relaciones recíprocas, estructuras represivas paralelas. No se trata solo de fomentar la apatía y resignación ciudadana, el mirar hacia otro lado para no tener problemas, ver como desaparecen los vecinos y no preguntar. Se ampara la delación y la desconfianza recíproca. No es necesario que te oiga el policía, basta con que lo haga el vecino de al lado para ser presa de las represalias del sistema.

 

La España del Siglo de Oro, auge de la represión del Tribunal de la Inquisición, fue el reino de la delación y de la desconfianza recíproca. El sistema de denuncia y delación traía como resultado el incremento de la represión más allá de los límites de las necesidades del órgano opresor dado que ofrecía la posibilidad al acusador de desembarazarse de acreedores y enemigos personales. Un espíritu que ha pervivido hasta nuestros días sobre todo en los pueblos más pequeños donde los cuchicheos del vecindario se convierten en uno de los más eficaces controles represivos de la comunidad.

 

El régimen stalinista pudo mantenerse a flote durante lustros y no solo eso, fortalecerse a su vez, articulando su sistema de dominación, más que en el apoyo del pueblo, en el miedo y la paranoia sistemática, propiciadora de la delación mutua. No instigaba precisamente la solidaridad proletaria, sino, muy por el contrario, el espíritu cainita: era común la estampa, reproducida en miles de centros y colegios de la época, de niños premiados y agasajados por la heroica acción de delatar a sus propios padres como espías o agentes de potencias imperialistas extranjeras. El cauteloso vecino del apartamento, ávido de recompensas y promoción social o burocrática, o de un tratamiento de privilegio en la distribución de bienes de primera necesidad, podía ser más eficaz y terrorífico que el más entrenado Spechnacks de la NKVD, de la GPU o de la KGB.

 

El miedo fue un factor de estabilidad de primer orden. El miedo a caer en desgracia fruto de las sospechas se había instalado a todos los niveles de la sociedad, desde abajo hasta arriba, hasta en la misma cúspide burocrática del poder, la Nomenklatura o el Politburó, donde nadie se encontraba a salvo a excepción del todopoderoso dictador (el Secretario General, el Burócrata número uno). Por tal motivo, dirigentes superiores, medios e inferiores, habían de estimular al máximo su celo represivo con el fin de disipar las posibles sospechas que pudieran recaer sobre sí mismos. Todo ello solo podía generar una espiral de represión sofocante32. La continua situación de estrés a la que había estado sometida la cúpula dirigente (el Politburó) y restantes niveles del Partido (o sea, de la burocracia alta, media y baja) hizo que tras la muerte de Stalin el XX Congreso del PCUS denunciara el culto a la personalidad del dictador georgiano y se optara por formas de gestión colegiadas, imprescindibles para suprimir los sobresaltos y la paranoia autodestructiva..

 

Pero la Transgresión puede también desbordarse a sí misma, transgredirse como tal Transgresión. Nos hallamos en las fronteras de la hybris, de lo sublime, del desboque del placer hacia la crueldad. La Fiesta Nacional, los gansos de Lequeitio, el toro de Tordesillas (ceremonia taurobólica), los manteos de cabras, etc. Los festejos veraniegos donde el maltrato a los animales se encuentra a la orden del día y que son objeto de airadas protestas por parte de las sociedades protectoras de animales serían un ejemplo paradigmático. La energía de la Transgresión puede ser una energía desbocada que ya no tolera límites, ni los del dolor ni los del sufrimiento del ser vivo, más aún, que encuentra en dicho sufrimiento una nueva fuente de placer. Es esta la Transgresión sadomasoquista, que se sitúa tan solo a un paso de la destrucción final, del suicidio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

¿ELOGIO DE LA TRANSGRESIÓN?

 

 

Espero que el lector no haya deducido de estas páginas que lo que hago sea una apología de la transgresión sin más. Como habrá podido advertir, toda transgresión desbocada genera tendencias destructivas. Sin embargo, nos podemos percatar de que la transgresión bajo ciertas condiciones opera como un motor (no el motor) de la Historia. La transgresión, ese impulso destructor de identidades, mueve las revoluciones. Los constructores de identidades: activistas políticos, ideólogos, filósofos, etc, nunca hacen revoluciones, en todo caso las dirigen y encauzan a la par que les imprimen su peculiar sello identitario. Pueden, en un contexto determinado, revolucionar el pensamiento (ahí tenemos la Ilustración) pero no revolucionar la sociedad. Las revoluciones operadas en el pensamiento, si se plasman en la sociedad, provocan efectos identitarios (en calidad de edificadores de nuevas identidades) nunca transgresores.

 

Si tomamos un diccionario de sinónimos y buscamos las palabras asociadas a transgresión veremos que prevalece la noción puramente negativa, su vertiente destructiva, entendida como delito, crimen, exceso, falta, infracción, violación, contravención, maldad, fechoría... Lo más curioso es que las grandes fases de creación de la humanidad casi siempre han estado asociadas a intensos periodos de transgresión. Las identidades estrechas generalmente asfixian la creatividad, aniquilan el ingenio, destruyen la iniciativa. Lo hemos observado a propósito de los totalitarismos, que en derredor suyo crean sumisión, servidumbre y anulación de las más mínimas facultades intelectivas, supliendo dicho vacío gigantescas capas burocráticas identitarizadoras de la población.

 

La humanidad ha conocido utopías efectivas, tan breves como efímeras. Momentos de transgresión plena, festiva y política, de exaltación y júbilo. Ahí tenemos la Revolución Rusa de Febrero de 1917, la Revolución portuguesa de los Claveles, la Revolución Húngara de 1956, donde las masas desplegaron toda su energía vital, una espontaneidad y una creatividad sin límites, donde se produjo una conjunción de todos los elementos de transgresión enumerados en los capítulos anteriores (política, personal, institucional, festiva, sexual...). Las instancias identitarias se repliegan y a medida que se alejan las fuerzas de la paleo-identidad se van aproximando las de la neo-identidad

 

No estamos a salvo de la Transgresión, pero tampoco lo estamos de la Identidad, ambas se comprometen y complementan en un todo. He abordado Identidad y Transgresión como conceptos puros con el único fin de favorecer el análisis, aunque en la realidad nunca o casi nunca se presenten de forma inmaculada. Podemos hablar de una Identidad transgresora en la misma medida que de una Transgresión identitaria, podemos hablar indistintamente de los cauces de Transgresión de la Identidad como de los cauces de identitarización de la Transgresión. Sin embargo, lo que si se ha presentado a lo largo de la Historia son épocas intensivas de Identidad sucedidas de épocas intensivas de Transgresión.

 

En cualquier caso, ni la Identidad ni la Transgresión se encuentran a salvo de la alienación. Aquí tenemos la moderna sociedad capitalista que ha sabido explotar con fines comerciales y de lucro ambos momentos de la existencia humana. La transgresión juvenil (la rebeldía de la juventud) ha sido incorporada como un factor de mercado (la publicidad de la marca Coca-Cola es experta en esas componendas), por no hablar de las transgresiones reguladas ligadas al ocio, al turismo, al entretenimiento y la diversión, convertidas en el sustrato de toda una industria “ad hoc”, y si nos referimos al ámbito de los deportes, advertiremos como han variado las tornas hasta el punto de transformarse en agentes generadores, aparte de gigantescos beneficios, de identidades políticas, nacionales, grupales, etc. Y es que es realmente difícil, si no imposible, trazar nítidas fronteras entre una y otra.

 

En efecto, aquí se defiende la transgresión frente al estancamiento en coherencia con mi ideología de izquierdas, pero no se defiende la transgresión sin más y menos aún la transgresión por la transgresión, lo cual, por otra parte, sería la muerte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1Aristóteles: La Política. Pág. 60. Editora Nacional. 1981, Madrid

2José Luis Ruiz Durán: Acción y Razón. Una crítica política.

3Un manual para estudiantes como la Economía de Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus nos ilustra sobre la Curva de Phillips, uno de esos diagramas de coordenadas cartesianas ordenadores de ese tipo de relaciones inversamente proporcionales que tanto gustan a los economistas y que nos obligan a elegir entre una cosa y otra. En esta ocasión no se trata de elegir entre los cañones o la mantequilla sino entre la tasa de inflación y la tasa de desempleo. A más desempleo, menos inflación, a menos desempleo más inflación. Así que la tasa natural de desempleo (¡cómo se nota que el que ha escrito ese libro no es un desempleado!) es aquella en que la presión al alza sobre los salarios generada por los puestos vacantes es exactamente igual a la baja sobre los salarios generada por el desempleo (Paúl A. Samuelson y William D. Nordhaus: Economía..Pág. 384 Mac Graw Hill 1990, Madrid)

 

4La actitud del machista recalcitrante para quien la exigencia de que su mujer vaya virgen al matrimonio se complementa con su asiduidad a los burdeles y casas de citas es bastante ilustrativa al respecto.

5Naciones Unidas. Estudio sobre la trata de personas y la prostitución (Represión de la trata de personas y de la explotación de la prostitución ajena), pág. 12 Departamento de Asuntos Económicos y Sociales, Nueva York, 1959.

6James G. Frazer. La rama dorada. págs. 384-385.Fondo de Cultura Económica, 1997, Madrid

7José Luis Ruiz Durán: Hacia una síntesis antropológica. Elementos para una crítica materialista.

8Esa otra cosa puede ser la familia, un marco institucional del que emanan derechos y obligaciones recíprocos de orden patrimonial. En ese régimen quedan incluidas las prestaciones sexuales.

9Subrayo la palabra puede, en cursiva, porque en un sistema como el social, donde concurren poli-determinaciones complejas y entrelazadas, no es posible operar con la causalidad lineal. Se apunta en este caso a la intervención de un solo elemento, la negación del referente paterno en la institución procreadora. Su descuelle dependerá, en todo caso, de la interconexión del fenómeno, nunca tomado como elemento aislado, sino en el contexto de los múltiples circuitos de retroalimentación en los que pueda efectivamente intervenir.

10Georges Balandier: El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento Pág. 121. Editorial Gedisa, Barcelona, 1996

11La misma creación de los teatros como espacios cerrados de representación donde en lugares separados se sitúa a los actores de un lado y al público del otro se configura como una asimilación y apropiación básicamente represiva de los elementos y contenidos de la representación. De la espontaneidad de los cómicos y comediantes medievales que se fundían con el público en plena calle para escenificar sus piezas, a la escisión de funciones activas y pasivas que se produce en el marco de un teatro cerrado, donde se anula la interconexión de actores, fuente de creatividad y espontaneidad. El carnaval callejero, libre de los teatros, es fuente desatada de interconexión y creación, donde el factor público (el público que pasivamente observa la interpretación) se anula en un sistema donde todos son intérpretes de su propia Transgresión.

12Jaime Alvar: Los cultos frigios, en Cristianismo Primitivo y Religiones Mistéricas. Pág. 459-460. Ed. Cátedra, 1995, Madrid.

13Jesús Fernández Jurado y Eduardo Fernández Jurado: El Rocío: del mito a la realidad, en Huelva y su Provincia, Volumen IV. Pág. 246 Ediciones Tartessos, S.L., 1987

14Los núcleos de población se pueden concebir en cierto modo como estructuras de dominación espacial. En realidad toda ordenación urbanística se encamina a aglutinar una densa población en un espacio pequeño y reducido. Las mismas alineaciones de las calles y de las casas en línea recta, la ubicación en el centro geográfico de una plaza amplia que da alojamiento a los centros de poder civil y administrativo (Ayuntamiento, Juzgado e Iglesia) a donde confluyen todas las calles, o bien las ciudades medievales erigidas en la base de una colina en cuya cima se asienta un fortín o un castillo nos da idea de hasta que punto las estructuras de poder y de dominio se plasman en la ordenación urbanística. Las poblaciones dispersas son difíciles de controlar. En una ciudad es relativamente fácil proclamar el Estado de Sitio y el toque de queda. En cambio, en el campo no hay manera de saber a ciencia cierta lo que sucede. Los últimos reductos de los movimientos guerrilleros se sitúan en áreas forestales escarpadas donde difícilmente el ejército regular puede tener un control efectivo de la situación. En España. Sin ir más lejos, el último bastión de resistencia al franquismo quedó en el medio rural, en el maquis.

15Lo curioso es que lo único que es de Madrid o de Barcelona es el Capital de los respectivos clubes o los socios y presidentes de las peñas, los demás, la ficha técnica propiamente dicha de los equipos, ni son barceloneses ni madrileños, ni catalanes ni españoles, son en su mayoría holandeses, croatas o brasileños, deportistas mercenarios contratados por sus respectivos clubes. Por lo que se ve, prevalece el papel económico del fútbol como fuente de ingresos y beneficios sobre su función de catalizador de las esencias nacionales. El caso vasco sería una excepción.

16De hecho, la jerga futbolística es inequívocamente militar: ataque, defensas, flancos, romper la barrera, etc. parece como si se tratara del enfrentamiento de dos ejércitos.

17John Briggs y F. David Peat: Las siete leyes del caos. Las ventajas de una vida caótica. Pág. 62 . Ed. Grijalbo, Barcelona, 1999

18Karl Marx: Contribución a la Crítica de la Economía Política, Prefacio de 1859. Págs. 42, 43 y 44. Alberto Corazón Editor. Madrid, 1978

19Albert Soboul: La Revolución Francesa. Págs. 43-44. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona, 1987.

20Sin embargo, el entusiasmo que siente Marx por su sistema político de delegados electos por sufragio universal, por muy revocables que fueran y por muy obreros que fuese su condición, lo hace presa del identitarismo democratista burgués. Véase Karl Marx: La Guerra Civil en Francia. Ricardo Aguilera Editor, 1971, Madrid.

21Marc Ferro: La Revolución rusa. Pág. 4 Cuadernos Historia 16 1985, Madrid

22No olvidemos que Lenin fue un entusiasta de los métodos de producción en cadena de Ford y Taylor..

23En cierto modo, Lenin intuía que un fuerte componente obrero de un partido aseguraba un sistema de mando único y una disciplina férrea. A fin de cuentas, el amasijo de carne y brazos no produce ideas. Más bien al contrario. El crítico o portador de ideas alternativas es tachado de hereje y de enemigo del partido. El trabajador aculturizado por el capital es proclive y susceptible a la obediencia ciega a los que mandan, al culto a la personalidad del líder y a delegar el pensamiento y el razonamiento en la cúpula. Aquellos partidos en los que predomina una fuerte composición social obrera, como el PSOE, son más estables políticamente. su clientela es sustancialmente fiel y fija y el fenómeno del culto al líder y a su carisma personal prevalece sobre cualquier otra consideración. En cambio, aquellos partidos que, aunque definidos como obreros, como el PCE o IU, prevalece una composición social de raigambre intelectual son menos estables y más proclives al altibajo político, así como a sufrir continuas crisis internas como consecuencia de su macrocefalia intelectual y el excedente de líderes potenciales. Ironías de la historia o como quiera llamársele pero, lo cierto es que el PSOE es más leninista que el PCE, incluso en los tiempos en que este último se tildaba a sí mismo de leninista.

24Puede ser bastante reveladora al respecto la anécdota que nos cuenta Luis Carrandell en Celtiberia Show sobre el Catedrático que le dice al penene mañana nos vamos de viaje. Al día siguiente se presenta este último con todo su equipaje preparado en su maleta. El Catedrático, sorprendido, le espeta, usted no va de viaje a ningún sitio, quien va de viaje es nos, o sea, el soberano catedrático.

25Edgar Morin: EL MÉTODO. IV. Las Ideas. Págs. 53-54. Ediciones Cátedra, Madrid, 1992

26Edgar Morin: EL MÉTODO. IV. Las Ideas. Pág. 55 Ediciones Cátedra, Madrid, 1992.

27Stephen Jay Gould: Un dinosaurio en un pajar. Pág. 249. Ed. Crítica, 1997, Barcelona.

28Francisco J. Ayala: La naturaleza inacabada. Ensayos en torno a la evolución. Págs. 193-194. Salvat Editores, 1994, Barcelona.

29Louis Aragón. Acerca de la libre discusión de las ideas. De El “caso Lyssenko”. Pág.112 Cuadernos Anagrama,, Barcelona, 1974

30La Intifada Palestina puede servirnos a título de ejemplo de esta forma de violencia transgresora sin medios, solo piedras, sin objetivos planificados, solo los militares israelíes.

31Ello ha dado lugar a que se hable en el País Vasco de la existencia de un terrorismo de alta intensidad y de un terrorismo de baja intensidad. Nada de cierto hay en ello. La eficacia de una organización terrorista radica precisamente en su fuerte organización y en sus rígidas estructuras de mandos así como en una planificación al milímetro de sus acciones. Los comandos terroristas se adiestran militarmente, aprenden a manejar las armas más sofisticadas, cuentan con su propia infraestructura de apoyo y camuflaje y de sus propias fuentes de financiación y abastecimiento. Los objetivos son estudiados con meses de antelación, de sus fuentes de información obtienen distintos datos: costumbres de sus futuras víctimas, regularidad de movimientos, etc. ello hace que la Organización Terrorista pueda operar en distintas áreas fuera de su centro de operaciones: Madrid, Cataluña, Andalucía. Sin embargo, la violencia desorganizada carece por completo de tales mecanismos y de tal estructura. No trabaja en frío como la Organización sino en caliente, movida por impulsos de venganza visceral nacidos del conocimiento de detenciones o muertes de los suyos.

32La autobiografía del ex-dirigente comunista checo Arthur London La Confesión, a la que Costa Gavras llevaría al cine narra una historia de tonos surrealistas, una caída en desgracia sistemática de cuadros del Partido Comunista en la que acaba ocupando el banquillo de los acusados el mismo Secretario General junto a la plana mayor del Partido.

 

1Por otra parte, no está muy claro porqué los artrópodos no puedan ser vertebrados. Son seres segmentados y articulados como estos últimos y son, pues, tan vertebrados como lo pudieran ser los peces, reptiles, aves y mamífero. Aunque los separan de los vertebrados 500 millones de años de evolución, tienen esqueleto externo y, según investigaciones recientes, es el mismo gen el que da las instrucciones para construir el armazón de uno y otro clado. Hubiera sido igualmente válida la distinción entre vertebrados de esqueleto interno y vertebrados de esqueleto externo.

2En el mundo del derecho a ese proceder se le llama el de cláusula residual. Cuando el muy difícil enumerar en una lista todos los casos posibles, al final se añade la coletilla “... y las demás no comprendidas en los apartados anteriores”. Loa abogados listillos saben muy bien como sacar partido de este recurso jurídico.

3Ha de entenderse que ningún ejército importa revolución alguna. El bonapartismo supuso la consumación de la fase identitaria de la Revolución Francesa una vez eliminados por completo cuantos elementos transgresores había incorporado esta a la Historia. Si se destruyeron las instituciones feudales subsistentes no se hizo por la vía de su transgresión revolucionaria sino de su sustitución por vía militar.

 

4José Luis Ruiz Durán: Acción y Razón. Una crítica política.

5Jean Chavaillon: La edad de oro de la humanidad. Crónicas del Paleolítico. Ediciones Península. 1998, Barcelona.

6La palabra carnaval deriva etimológicamente de la palabra carnal usada ya por el Arcipreste de Hita (Doña Cuaresma y Don Carnal) y parece ser que el padre Miguel Mir, editor de la obra sobre el vestir y el calzar del Arcipreste fray Fernando de Talavera restituyó “Carna{va}l” donde estaba escrito “Carnaval” (Julio Caro Baroja: El Carnaval. Análisis histórico-cultural. Pág. 35. Taurus ediciones, 1985, Madrid)

 

7En cierto modo, el arte taurino puede considerarse descendiente de las ceremonias taurobólicas de la antigüedad, donde el sumo sacerdote oficiador de la ceremonia se bañaba en la sangre del animal en el fondo de una zanja como ritual de purificación extirpándole sus testículos en señal de sacrificio de su virilidad. El torero de nuestros días sería el descendiente directo de aquellos sacerdotes eunucos (Archigalli) entregados al culto del dios Atis. Su indumentaria es inequívocamente femenina. El traje de luces, vistoso, brillante y ceñido, destaca los roles convencionalmente atribuidos al sexo femenino, como sexo que seduce y se pone a resguardo de las embestidas masculinas. El macho (representado por el toro) es reiteradamente provocado, seducido y engañado. Todo el espectáculo gira en torno a una síntesis sublime entre el sexo y la muerte El clímax vendría escenificado en esa consumación final de la penetración como muerte y de la muerte como penetración.

8Norman Cohn: El Cosmos, el Caos y el Mundo Venidero: Editorial Crítica. 1995, Barcelona.

9El cristianismo se ha ocupado de edificar el mito (y el tópico) de las persecuciones religiosas infligidas contra la fe a manos de los paganos romanos (Nerón, Diocleciano, etc) y de la moderna irreligiosidad laica (Revolución Francesa, Revolución Mexicana, Revolución Rusa, Revolución Española, etc). No obstante, en la misma historia del cristianismo había que constatar que las mayores persecuciones y masacres de cristianos a lo largo de la historia se han producido a manos de ... los mismos cristianos. Se ha dicho que el hombre es el peor lobo para el hombre (Hobbes) también para el cristiano, el cristiano es el peor enemigo del cristiano. No hay mas que echar una ojeada por la historia para hacer cómputo de las masacres de herejes a manos del papado, de cristianos papistas a manos de cristianos heréticos: la Guerra de los Cien Años, la conquista y posterior asolamiento de Constantinopla, el saco de Roma, la lucha contra los cátaros o albigenses, .

10G. Scholem: Las metamorfosis del mesianismo herético de los sabbatianos en nihilismo religioso durante el siglo XVIII. Del libro Herejías y sociedades en la Europa preindustrial, siglos XI-XVIII. Compilado por Jacques Le Goff. Pág. 298. Ed. Siglo XXI Madrid, 1987

11Mateo, VII, 13 y 14.

12No se trata de ningún contrasentido. El místico, el yogui o el cartujo que renuncian al mundanal ruido no lo hacen por humildad sino por el deseo de acaparar el mayor de los tesoros vedados a los comunes mortales: El Absoluto, la apropiación de las esencias más puras del Universo, esté este personificado en la divinidad, para el cristiano, o en su ciclo místico, para el hinduista.

13José Luis Ruiz Durán: Hacia una síntesis antropológica. Elementos para una crítica materialista.

SEMANA SANTA

Lo que se celebra en realidad es la Consagración de la Primavera (muy bien escenificada en el ballet de Stravinsky basado en ritos paganos rusos) y tal consgracción obedece a un ciclo de sacrificio - muerte - resurrección. Es lo que el antropólogo británico Frazer llama "sacramento de las primicias", del cual existen testimonios en todas las culturas del mundo. Nos encontramos con un sacrificio catártico cuyo objetivo es limpiar y expiar todos los pecados. En determinadas zonas de la India se enjaulaba un mono langur al que todos los habitantes de la aldea le contaban sus pecados, los pecados se transmitían al animal y sacrificándolo se producía una limpieza general y un estallido de pureza primaveral.

De la Semana Santa católica existen precedentes en los cultos mistéricos del Imperio Romano, de los cuales el mas representativo era el del dios Atis, hijo de Cibeles. Atis representaba la vegetación y todos los equinocios de primavera durante una semana tenían lugar los festivales dedicados al martirio, muerte y resurrección de dicha divinidad.

El día equivalente al Domingo de Ramos se llamaba Canna intrat. Se iniciaba con un desfile desde el Palatino de los componentes de las principales cofradías destinadas al culto del Dios Attis, los canéforos (portadores de cañas) y dendróforos (portadores de ramas) Representación de la Pasión entonando cánticos conmemorativos de la historia de Attis, cánticos que encendían los ánimos de los seguidores, lo que nos hace recordar nuestras famosas saetas.

El 16 Marzo tenían lugar las Nesteia, un día de abstinencia de pan y vino, de pescado y de carne de ave, acompañado de la meditación sobre el dolor de la Madre, se parece al viernes de Dolores.

La procesión del 22 Marzo se llamaba Arbor intrat, consistía en una Procesión en la que se sacaba el Pino Sagrado (sustituido mas tarde por la Cruz, aunque la cruz es también un símbolo que significa larga vida, como la cruz egipcia,) adornado con cintas color magenta, violetas e imágenes de Cibeles y Atis.

Al día siguiente, el 23 Marzo se celebraba el Dies Maeroris, día de luto y duelo por la caída del Joven Attis, acompañado por alaridos y golpes de timbal.. Siguiendo la tradición de la Grecia Antigua, los Sacerdotes de Marte, los Salios, desfilaban al ritmo de sus trompetas sagradas y saltaban haciendo entrechocar sus escudos ceremoniales. ¿No nos recuerdan los Romanos de las procesiones? Seguida por una gran procesión de Coribantes.

El equivalente a nuestro Viernes Santo se celebraba el 24 Marzo y se llamaba Dies Sanguinis. El Archigalli (Sumo Sacerdote) danza frenéticamente en torno al Pino Sagrado y al ritmo de los címbalos se flagela con un látigo de cuero guarnecido con pequeños huesos hasta desgarrarse la piel. Los fieles lo imitan al ritmo de un son ensordecedor: se golpean el pecho con piñas, y como ofrenda derraman su sangre en el Árbol Sagrado emanada de los cortes que se infligen en brazos y manos. Los Galli o Coribantes aprovechan esta ocasión para tomar los votos, castrándose con piedras de pedernal y ofreciendo su sangre a la diosa Cibeles. Se conmemora la aflicción de Attis, esposo y a su vez hijo de Cibeles, que se emasculó en acto de sacrificio.

El Domingo de Resurrección se celebraba el 25 Marzo y se llamaba Hilaria, fiesta de regocijo y alegría en honor a Attis, muerto como hombre y renacido esplendorosamente en el tercer día como una mujer, nueva hija de la Divina Madre Cibeles.

ATEÍSMO, RELIGIÓN Y TOLERANCIA

ATEÍSMO, RELIGIÓN Y TOLERANCIA

 

EL ATEÍSMO VERGONZANTE

 

                Cierta revista de la época de la Transición, efímera y bastante mala por cierto, llamada La Jaula, contenía entre sus apartados una entrevista a políticos y personajes públicos destacados. El cuestionario que se les presentaba venía a ser idéntico en todos los casos, siendo la pregunta de cabecera la siguiente, ¿Cree usted en Dios?. Los políticos derechistas solían contestar rotundamente un Sí, profundamente.  Algo natural, por cierto, a lo que nada cabe objetar. Lo llamativo era el complejo con el que contestaban los políticos de izquierdas no creyentes: No, pero respeto todas las creencias. Venía a ser algo así como una disculpa por no creer, dándose a entender que una respuesta negativa a secas pudiera inducir a pensar que el político ateo no respetaba creencia alguna. Cuando los creyentes se sienten amenazados arrojan siempre el mismo dardo: exijo respeto a mis creencias (generalmente, el respeto a esas creencias consiste en callar la libre expresión de los no creyentes), aunque jamás declaran de principio que respeten a los no creyentes. Parece como si no debiera existir una relación de deberes recíprocos. Si algo nos ha demostrado la historia es cómo la intolerancia y el fanatismo siempre se han alimentado de las religiones, cómo los detentadores de las verdades eternas han negado a los demás el pan y la sal, hasta la misma existencia física. La frase atribuida a Jesús: Yo soy la Verdad y la Vida, el que crea en mí se salvará ... es la máxima de la intolerancia por excelencia, la negación de la existencia a los no creyentes. El ateo acomplejado que se sintió en la obligación de añadir la coletilla pero respeto todas las creencias, pidiendo perdón por su falta de fe, prototipo del  político de la oposición de entonces, ha marcado la tendencia fundamental seguida en este campo en la Transición Española: su silencio o su permisividad ha sido cómplice de la construcción de un Estado falsamente laico, Criptoconfesional, donde el clero conservaba íntegramente sus privilegios en el sistema de enseñanza, el monopolio del culto y los resortes del dominio ideológico.

 

LOS PRIVILEGIOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA ESPAÑA DE HOY

 

1.- PRIVILEGIOS PATRIMONIALES

 

                La Iglesia Católica acumula en nuestro país un inmenso patrimonio histórico-artístico: Catedrales, Iglesias, Museos, Abadías, Monasterios, Colegiatas, Conventos, etcétera. Las grandes obras públicas medievales, - románicas y góticas - renacentistas, Barrocas y platerescas no fueron precisamente obras civiles. Fueron, en su gran mayoría, salvo los castillos o fortificaciones militares  y los palacios o moradas de reyes y nobles, obras religiosas. No se crearon obras civiles de canalización, evacuación y saneamiento hasta bien entrada la edad moderna. La actividad constructiva y creativa de la península se ha centrado básicamente en las obras religiosas destinadas al culto. Las pocas obras civiles consistentes en calzadas, explotaciones mineras, puentes y acueductos que quedaron en nuestro país se ejecutaron en la Hispania Romana[1]. La Cristiandad se apropió de la actividad constructiva y creativa de la sociedad para sus propios fines de poder, se construyeron catedrales como montañas ad maior gloriam Dei, sustrayendo de la acción civil en obras públicas útiles a la comunidad casi toda la capacidad de trabajo disponible de la colectividad. El actual patrimonio eclesiástico es, pues, producto del expolio histórico de todo un pueblo. Pero el expolio sigue adelante en esta época, se sigue sustrayendo del Estado, de la colectividad, el esfuerzo necesario para mantenerlo y conservarlo y, por si esto no fuera suficiente, se cobra al público la visita a sus museos y a ciertos monumentos como la Mezquita de Córdoba (edificada, no lo olvidemos, por una cultura y civilización distinta a la cristiana) o la Capilla Real de Granada[2]. Cuando se van a acometer obras de restauración de las iglesias de los pueblos lo primero que se dice es que la iglesia pertenece al pueblo y es tarea de este conservarla. Y aquí empieza la labor de los seglares próximos al mundo del clero: organizan rifas, venden estampitas, tómbolas, etc para recabar de la comunidad la parte de los recursos que debiera corresponder poner a la institución titular, pues ninguna iglesia es del pueblo. Quien se pare detenidamente a observar los registros de la propiedad y el catastro urbano verá quien es su auténtico dueño.

 

2.- PRIVILEGIOS FISCALES

 

                Así nos encontramos ante el vergonzoso sistema de asignación tributaria de un porcentaje de la cuota líquida del IRPF con destino al sostenimiento de la Iglesia Católica. Un sistema este doblemente engañoso, por cuanto que el cajetín a otros fines de interés social implica el destino de parte de la cuota al sostenimiento de asociaciones ligadas a la Iglesia Católica como Cáritas Diocesana y demás instituciones caritativas y asistenciales de carácter confesional y más aún cuando el porcentaje destinado a la Iglesia Católica en los Presupuestos Generales del Estado supera con mucho a las consignadas por los contribuyentes en sus respectivas declaraciones. Pero la peor trampa no es esta,  es que al contribuyente se le obliga por vía indirecta a ceder esa cantidad sin darle la opción de cederla o no cederla. A fin de cuentas a la Iglesia Católica la sostienen todos, creyentes o no creyentes, feligreses de esa Iglesia o de otras distintas.

 

3.- PRIVILEGIOS EN EL SISTEMA EDUCATIVO

 

                Del mismo modo se ha planteado la enseñanza de la Religión. Los Centros Públicos de un Estado auténticamente laico no tendrían porqué impartir catequesis de confesión religiosa alguna, para eso están sus templos y sedes parroquiales. Esa es la primera imposición confesional. La segunda, ya dentro de este anómalo sistema, es la de que no se contemple la posibilidad de no impartir nada a cambio. Pese a que, sobre el papel, se han planteado diversas actividades alternativas al estudio de un conjunto de dogmas confesionales, los centros educativos, por pura desidia docente y administrativa, ni se molestan en programarlos. La alternativa que se ofrece se pone a manos de la libre discreción de los profesores tutores, generando en muchos casos  aburrimiento en el escolar. En la práctica de los Centros Escolares no se da posibilidad alguna de elección entre las distintas ofertas establecidas legalmente que puedan, de uno u otro modo, motivar su elección como alternativas, atractivas en muchos casos, a la impartición de la enseñanza religiosa.

 

                A los ateos, materialistas y agnósticos no se nos ofrece la posibilidad de programar una asignatura alternativa en la que se les enseñe a sus hijos  cual es el fundamento social, psicológico y antropológico de toda creencia religiosa, se imparta una historia comparada de las religiones, se demuestre cómo la fe se constituye como antítesis de la razón y del pensamiento, que las cosas hay que probarlas antes de hacer afirmaciones categóricas al respecto, que hay que disfrutar al máximo de la vida sin tener que servir a señor celestial alguno, pues ya tenemos la desgracia de estar subordinados a señores terrenales, que las normas éticas no proceden del cielo sino de la tierra, etc.  Mientra unos consideran que impartir dogmas de catequesis es el medio más idóneo de contribuir al desarrollo íntegro de la personalidad de sus hijos, otros pensamos que no debemos inculcarles el dogmatismo y, ni mucho menos, convertirlos en pequeños Talibanes. Muy por el contrario, no se les debe enseñar a creer en cosas que no pueden constatar ni a tener fe ciega en nada, sino, sencillamente, lo que se les debe abrir es el camino a pensar y a razonar por sí mismos (fe y razón no se complementan, se repelen). En este contexto, una simple clase de estrategia de ajedrez pude ser infinitamente más creativa que mil clases de religión.

 

                Cara a los creyentes el Estado es respetuoso al máximo, hasta el punto de sobre-privilegiarlos. Sin embargo a los ateos y agnósticos se les ignora por completo. El sistema de enseñanza de la religión en los centros públicos podemos equipararlo al de un establecimiento donde  se dice que aquí solo se sirve chocolate y el que no quiera tomar chocolate aquí tiene la vainilla aunque no quiera tomar nada o no le guste.

 

 

RELIGIOSIDAD CIVIL Y DOBLE MORAL

 

                En este país ser creyente cristiano viene a ser sinónimo de persona decente y respetable. El no creyente, por el contrario, no es persona de fiar, es un ser carente de escrúpulos y de moral, algo así como un pervertido sin principios que no tiene el menor sentido del bien y del mal (el reaccionario Dostoievski  lo expresaba a su manera: si Dios no existe, todo está permitido, aunque también ciertos pensadores ateos, como Spinoza, vieron en la religiosidad del vulgo una garantía funcional de orden público). Por tal razón la religión civil (o sea, de fachada, el fariseísmo que, por otro lado, tanto se critica en los Evangelios) funciona tan bien en nuestro país. Es un motivo de integración en una comunidad. La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, tiene que parecerlo. Así, los señores respetables participan activamente en la Liturgia, vestidos impecablemente, como buenos hipócritas, salen los domingos a la Iglesia con los niños de la mano, desfilan con las palmeritas el Domingo de Ramos, hacen vida social, entregan generosos donativos a la Iglesia, se ven como personas respetables libres de toda sospecha. Esa presunción de respetabilidad se la otorga directamente su vida religiosa civil. Esa fachada les permite llevar una vida privada disoluta, pudiendo con cierta discreción frecuentar burdeles, tener amantes, costear abortos en Londres a sus hijas e incluso participar en estafas. Cierta funcionaria acusada de prevaricación y cobro de comisiones ilegales en la compra del papel del BOE afirmaba airada, sin que nadie le preguntara por sus creencias sino por el asunto de marras,  que creía en Dios, esa era su coartada, ¿cómo va a pecar por las buenas un creyente temeroso de Dios? La duplicidad moral no es precisamente un fenómeno superfluo en el entarimado de la religiosidad civil practicada en nuestra sociedad. Es, todo lo contrario, piedra angular de la convivencia en el plano social. La duplicación moral es un instrumento muy conveniente para sortear los obstáculos represivos e institucionales que impone una sociedad confesional, es la otra cara de esa misma moneda. La institución eclesiástica desearía un cumplimiento a fondo de sus preceptos por parte de sus fieles y por tal razón marca modelos de comportamiento de familia cristiana (un despropósito, pues de las palabras atribuidas a Jesús en los Evangelios se desprende una total animadversión a todo tipo de institución familiar), de llevar la cruz a cuestas, de predicar con el ejemplo, etc. sabe, sin embargo, que sin las válvulas de escape, sin la doble moral, la institución se vendría abajo. El catolicismo religioso, para subsistir, tiene, a su pesar, que convivir con el catolicismo civil, es decir, con el fariseísmo y la duplicidad moral. El tipo de hipócrita farisaico que se ha forjado en esta moderna sociedad bajo el manto del catolicismo es quizá el del individuo menos de fiar imaginable que se escuda precisamente en su religiosidad formal como medio de promoción social y patente de corso para todos sus desmanes a la vez que acribilla sin piedad al agnóstico, al joven de conducta sexual relajada, a la muchacha soltera embarazada, etc.  La alta burguesía y los oligarcas de este país son el prototipo del fariseísmo civil religioso. Los oligarcas, con el cumplimiento de los preceptos eclesiásticos se sienten reforzados a sí mismos, pues eso es lo que les permite y justifica una vida rodeada de lujo, dinero, criados y abundancia.

 

LA DISCRIMINACIÓN DE LOS NO CREYENTES

 

                El ateo, el no creyente, lo tiene muy difícil en esta sociedad. Un científico de prestigio como Severo Ochoa había confesado en más de una ocasión su condición de no creyente. Eso fué suficiente motivo para que los hijos de la Inquisición lo pusieran entre las cuerdas, atosigándolo continuamente. No podían consentir que un personaje ilustre declarara públicamente su falta de fe. Recibía continuas llamadas, cartas, etc, con las que pretendían que sustituyera su descreencia por la escolástica y el fideísmo, que rehusara del error y abrazara la fe verdadera. Ochoa, agobiado, llegó a afirmar que en este país no se tolera que uno piense de forma diferente a los demás. La mejor garantía de pervivencia de una Iglesia intolerante es una sociedad civil intolerante. Se produce algo así como un desplazamiento o delegación de las instancias coercitivas de la Iglesia a la Sociedad. Cuando pasar por el aro religioso se convierte en hábito comúnmente aceptado y asumido (v.gr. El bautizo de los hijos recién nacidos[3], su catequización, el matrimonio canónico, etc) el que se niega a admitirlo se convierte automáticamente en un bicho raro, se le señala con el dedo y se le margina, incluso llega el caso, como a mí me ha pasado, de que te acusen de intolerante. Deseo para mis hijas lo mejor, una educación laica carente de los temores, traumas, complejos y sentimiento de culpabilidad que genera toda imposición religiosa a fin de que decidan libremente y con conocimiento de causa lo que quieran pensar en un futuro. Resulta que padres que no ofrecen a sus hijos más que una única opción: la del bautismo, la religión cristiana y la catequesis, tienen el descaro de acusarme de intolerante, de impedir a mis hijas acceder a otras opciones (que parece ser que no es más que la suya propia, la única verdadera), que esa forma de pensar les va a generar traumas, etc.  Lo más grave de esta sociedad civil confesional en la que estamos instalados es que apostar por el laicismo de tus hijos puede ser arriesgado en la medida en que pueda suponer para ellos un trauma, un motivo de marginación y discriminación. Algunos, ante esto,  deciden desistir: ¿qué más da?, dicen, tampoco vale la pena enfrentarse ..., y, desde este momento, ya han empezado a surtir efecto los mecanismos inquisitoriales de la sociedad civil. Lo que por un lado se hace para evitar traumas y taras psíquicas, por otro lado las produce. Sé positivamente que al final mis hijas me pedirán hacer la Primera Comunión, ese ritual de iniciación donde se convierten en el centro de atención por un día, se las disfraza de novias, se organiza un banquete por todo lo alto con fotos y recordatorios incluidos y se las atiborra de juguetes y no creo que les sirva de mucho que les explique las bases antropológicas y psicoanalíticas de la Comunión, es decir, la noción animista en virtud de la cual el consumo caníbal del corazón de un valeroso guerrero transmite su valor y fuerza a la comunidad o cómo devorar las entrañas del enemigo implica apoderarse de su fuerza, o el asesinato ritual del padre por los hijos al que luego devoran en comunión fraternal. En fin, todo sea para evitarles un trauma de algo que quisieron hacer y sin embargo no pudieron como consecuencia de una imposición represiva, y es que el poder coercitivo e inquisitorial del catolicismo civil es realmente gigantesco. Es simplemente una formalidad, un mal trago por el que hay que pasar, como el servicio militar, dirán los conformistas. No, en realidad no es eso, se trata más bien de una sutil imposición (que, a efectos prácticos, viene a ser lo mismo que las imposiciones directas y coercitivas propias de la era del nacional-catolicismo o fascio-clericalismo) de una sociedad civil profundamente intolerante que crea presiones a todos los niveles, ya sean familiares, culturales o escolares y que obliga a acatar las normas de una sociedad en materia religiosa. El acto mismo de evangelizar, de predicar la salvación del alma, excluye por definición la más mínima tolerancia, pues el creyente practicante se posiciona ante un dilema límite: tender al prójimo la mano para salvarlo o permitir que se arroje al abismo[4]. Bajo este punto de vista tolerar es sinónimo de permitir (por omisión) la condenación ajena, en suma, tolerar equivale a pecar.

 

                En la escuela a los niños les enseñan villancicos (¡es una tradición!, ¡es parte de nuestro acervo cultural!), en Navidad ven Belenes en los comercios y en la plaza de su pueblo... ¿quién puede negarse a instalar a sus hijos un Belén o a dejarles cantar villancicos en honor al nacimiento del Dios cristiano (otro engaño más de esta secta, que ha suplantado el culto al Sol por el culto a su propio Dios) a golpe de zambomba y pandereta?.

 

                Nos encontramos, por un lado, ante una Constitución que prohíbe la discriminación y, por otro, ante una sociedad efectivamente discriminadora. Vivimos en una sociedad donde difícilmente es sorteable el hecho religioso: por ser este un elemento indisociable de su tradición y cultura civil, donde se celebra oficialmente la Navidad, o sea, el nacimiento del Dios cristiano, la Asunción, la Ascensión, la Semana Santa, donde los Alcaldes no tienen el menor inconveniente en desfilar en las Procesiones vara en mano (por otra parte, negarse a ello les quitaría muchos votos), donde el Ejército tiene una Patrona a la que rinden culto y dedican misas, además de los capellanes castrenses, auténticos funcionarios confesionales. Los hospitales públicos con capillas, algunas Universidades cuentan con su respectivo Servicio de Asistencia Religiosa que en la inauguración del curso académico invitan a acudir a una misa. La inercia tradicionalista es una fuerza muy poderosa. Los familiares no suelen respetar la voluntad de los muertos,  pues de los rituales del funeral religioso no se libra nadie, haya sido o no creyente.

 

                El laicismo es, se diga lo que se diga, una ventaja, tanto para los no creyentes como para los creyentes. Pocos, muy pocos, son los declarados formalmente como católicos que practiquen al cien por cien los preceptos emanados de la Iglesia Católica pues, de hacerlo, no se produciría la tasa de divorcios y separaciones que actualmente existe (si tan solo fueran los ateos quienes se divorcian y se separan la tasa de divorcios sería casi inexistente), tampoco se usarían los métodos anticonceptivos, prohibidos por la Iglesia, la media de hijos familiar estaría por encima de diez, no tendrían lugar las relaciones sexuales extramatrimoniales, aparte de que los domingos, para la celebración de la misa, necesitarían habilitar estadios de fútbol para congregar a tanta gente. Sin embargo, mientras las prácticas prohibidas por la Iglesia están a la orden del día, no se santifican debidamente las fiestas tal y como exige el tercer mandamiento.  El Estado confesional pretérito encarcelaba a las adúlteras y penaba el consumo de anticonceptivos, algo que, afortunadamente, hoy ha sido superado. En esta línea, combatir el sistema de privilegios de una confesión específica así como sus manifestaciones criptoconfesionales en distintos órdenes debe entenderse como una lucha por la plena implantación del sistema democrático. 

 

 

LA INTOLERANCIA EN EL MEDIO CATÓLICO

               

                Nuestra sociedad es una sociedad fundamentalista religiosa. Cuando se proyectó la edificación de una Mezquita en el Albaicín de Granada, enseguida comenzaron las protestas vecinales por las molestias que les podrían ocasionar las continuas llamadas a la oración del muecín. Sin embargo, los campanarios de los templos católicos replican a diario, algunos hasta emiten notas musicales que se repiten de hora en hora sin que ello provoque la más leve queja. Cuando sacan a desfilar sus procesiones cortan el tráfico, arman mucho ruido al son del tambor y la trompeta, se cantan saetas y cubren las calles de cera, ocasionando ingentes molestias aceptadas de buen grado por la ciudadanía.

 

                El Estado laico promulga la reducción al ámbito privado de todas las confesiones religiosas. En nuestro Estado, falsamente laico, el catolicismo encuentra una auténtica proyección pública. En nuestro país no existen las festividades laicas salvo el día de la Constitución y de las distintas Comunidades Autónomas. El pistoletazo de salida de las verbenas de los pueblos lo da la celebración de la Santa Misa en honor a su Santo Patrón. Existe en el subconsciente colectivo de este país la idea de que no puede haber celebración alguna sin sustrato religioso que la motive. Ninguna ceremonia oficial, por solemne que sea, puede producirse sin hallarse previamente respaldada por una misa o una bendición episcopal. Ninguna inauguración sin bendición[5]. Mientras los católicos, airados, proclaman su fe a los cuatro vientos, los ateos, cabizbajos, callan, no quieren hacerse notar ni dar que hablar, han de ser discretos no vayan a ofender a nadie, sobre todo a aquellos que más han destacado en la historia por su capacidad de ofender, ya sea a los herejes, a los paganos, a los apóstatas, a los réprobos, a los sin-Dios, a los nefastos anticlericales como Voltaire, a la filosofía inútil y falaz, que con vanas sutilezas, están fundadas sobre la tradición de los hombres, conforme a las máximas del mundo, y no conforme a la doctrina de Jesucristo[6] . El clero cuenta con emisoras de radio, editoriales, organizaciones de todo tipo, sedes parroquiales. Sobre todo, disponen de lo más importante, de una sociedad civil apacible, ávida de rituales y cuyo amorfismo la pone en brazos de la inercia tradicionalista, de los usos y las buenas costumbres. El clero se resiste a soltar sus controles y saben que el de la educación es básico, pues el miedo, la fantasía y la sumisión solo se pueden inculcar en edades tempranas en las que no se ha producido la formación completa de la personalidad.  Sin embargo, se ve como el clero ha cambiado de estrategia. Antes, arropado por el régimen fascio-clerical, platicaba con total impunidad y alevosía contra ateos y materialistas, sabiendo  que sus voces estaban amordazadas por ese régimen terrorista careciendo, por tanto, del mas mínimo derecho de réplica. Hoy, sin embargo, su estrategia es el silencio. Conscientes de su inferioridad moral e intelectual, se repliegan ante cualquier debate contra los Sin-Dios como a ellos gusta en llamarlos.


 

 

IGLESIA CATÓLICA Y DERECHOS HUMANOS

 

                En los conventos, monasterios, abadías, etc, se agrupa a seres humanos de un mismo sexo a los que se les impide su realización plena como personas en el plano sexual y familiar, donde se reprimen sus instintos y pulsiones como medio de sujetarlos a un régimen estricto de autoridad, donde se hacinan y entierran de por vida a personas incompletas, incapacitadas para realizarse como seres humanos, en aras de un fin sublime. Pero en la lógica del sistema no existe tal violación de los derechos humanos, sino simple y puro ejercicio de la libertad religiosa. Las monjas de clausura, encerradas tras las rejas, auto-encarceladas (negación de la libertad de residencia y circulación, art 19 de la Constitución), o los monjes cartujos que tienen prohibido hablar (negación de la libertad de expresión, art 20.1. a) de la Constitución) son víctimas de un sistema inhumano. La Constitución Española dice en su artículo 10 que el libre desarrollo de la personalidad es fundamento del orden político y de la paz social y sin embargo existen miles de personas impedidas de desarrollar libremente su personalidad. En este punto se me podía objetar una cuestión antiquísima referida a la libertad, la idea de que la libertad lleva en sí misma implícita la posibilidad de rechazarla, que el acto supremo soberano, en sí mismo libre,  es el de la persona que elige la vida de célibe sin que haya sido determinada dicha decisión por una voluntad externa. Es una posición más que discutible, similar a la que cuestiona si la tolerancia se extiende a tolerar a la intolerancia. Peticiones de principio, argumentos sobre el vacío de los contenidos reales de la voluntad y decisión, como principios puros abstraídos de los  múltiples factores que intervienen en su formación y configuración, en base al principio de tolerancia - ¿acaso la tolerancia incluye la tolerancia a la intolerancia? Está fuera de toda duda que no, pues de lo contrario se tolerarían los desmanes de las bandas de Cabezas Rapadas, el apaleamiento de inmigrantes, la xenofobia, etc -, El problema de fondo radica en la noción decimonónica de Libertad, cuyo límite es la libertad del otro, sin que parezca afectar a la libertad de uno mismo. Realmente, ningún Estado Moderno observa esa máxima, disponiendo lo necesario para la defensa de la integridad del individuo incluso a pesar de sí mismo, de su propia libertad de arriesgar su seguridad e integridad física y psíquica. De no ser así, sobraría la obligatoriedad del uso del casco para motoristas y ciertos trabajadores de la mina y de la construcción, la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad en carretera o la misma lucha sin cuartel contra el consumo de estupefacientes o contra la acción de las llamadas sectas destructivas en las que se ingresa voluntariamente.

 

 

DEL ATEÍSMO VERGONZANTE AL ATEÍSMO MILITANTE

 

                Llegados a  este punto hay que hacer mención especial de cierto autor que, clamando solo en el desierto, se atreve a publicar un libro titulado Elogio del Ateísmo. Ya iba siendo hora de que alguien sacara a la luz la bandera del ateísmo, no el ateísmo vergonzante de quien antes de abrir la boca se ve obligado a declarar todos los respetos habidos y por haber, sino del ateísmo entendido como una postura defendible por ser inequívocamente humana, digna de respeto y admiración, como conciencia de la limitación de la existencia propia, como auto-afirmación del hombre. A fin de cuentas, la lucha por el ateísmo, contra el deísmo, ha sido siempre, a lo largo de la historia, una lucha por la libertad del hombre, contra la explotación y la opresión[7], contra los déspotas y tiranos que se legitimaban y auto-legitimaban en el mandato divino o en la Gracia de Dios como venía inscrito en las monedas del franquismo. En este país, donde el con la Iglesia nos hemos topado es algo más que una frase hecha cervantina, avalada por siglos de Inquisición y de poder desmesurado de esa institución tanto en el plano político como social, donde la Ultraderecha se alía a los Obispos a la hora de impedir proyecciones cinematográficas blasfemas (Je vous salue Marie, de Godard, creo que todo el mundo se acuerda de lo que sucedió cuando se estrenó la película) o representaciones teatrales sacrílegas e irreverentes (el grupo teatral catalán Els Joglars tiene una dilatada experiencia en ello), es necesario arriar la bandera del ateísmo. No se puede decir que hayan contribuido mucho al desarrollo intelectual de la humanidad quienes durante el Medievo se encerraron durante meses en sus Concilios para discutir acaloradamente sobre cuestiones tan trascendentales como el sexo de los ángeles, la virginidad de María o la doble naturaleza de Cristo. Todo elemento cómico encuentra su variante trágica en las miles de víctimas de réprobos y herejes que tuvieron la osadía de cuestionar tan elevados dogmas.

 

                A pesar de todo, en este punto no se puede perder el optimismo. Si bien el factor religión ha sido tan decisivo a lo largo de la historia hasta el punto que a los intentos de suprimirla pronto se han visto suplidos, apresurándose a ocupar el espacio vacante sucedáneos de toda especie ya fuesen políticos o pseudo-religiosos[8], no hay razón para desesperar. La humanidad algún día abandonará su infancia[9]. Será esa una revolución cultural decisiva, una brecha abierta en el camino hacia la libertad de los hombres, donde no quede sitio para los espacios tutelares y los mundos fantasiosos e infantiles. Ese abandono tendrá, igualmente, una repercusión política enormemente positiva, en tanto que su sustitución no tendría que implicar forzosamente su subordinación a las estructuras de un pensamiento escatológico de nuevo cuño tal y como ha sucedido en el caso del movimiento marxista. Un proyecto emancipador global nos ha de poner a salvo de cualquier Stalin que en su nombre venga a restaurar la Inquisición aunque llamada con otro nombre. Superar la religión ocupa, a mi juicio, un lugar central a la hora de articular un movimiento emancipador global, de modo que la reducción de la religiosidad al ámbito estrictamente privado puede ser un modo de esquivar la cuestión profundamente engañoso en tanto que a niveles formales o sustantivos la religiosidad psíquica sigue impregnando de contenido los mecanismos de subordinación y dominación. 

 

                La superación de la religión, de la religiosidad y del espíritu religioso no se debe concebir como la negación de los dogmas de una confesión determinada, sino como la generación de un nuevo talante ante las cosas y ante las personas, como la superación del espíritu místico (y mítico) que nutre tanto a católicos como a protestantes, a judíos, a musulmanes, a budistas, a animistas, a echadores de cartas y astrólogos. En tal contexto podemos concebir la idolatría y la mitomanía que actualmente se manifiesta ante el fútbol, ante los cantantes de moda, ante el Rock, como formas diversas de ese mismo espíritu religioso que a medida que va saliendo por la puerta, entra de nuevo por la ventana. La superación de la religión ha de entenderse genéricamente como superación del culto, ya sea a los Dioses (deísmo), ya sea al hombre abstracto (humanismo), ya sea a la naturaleza (ecologismo), ya sea a los líderes y dirigentes (carisma, culto a la personalidad), ya sea a las normas jurídicas (iusnaturalismo o positivismo), ya sea a las instituciones políticas (institucionalismo), económicas (el economicismo, la sacralización de la propiedad privada y de las leyes del mercado), en suma, como el medio más idóneo de renunciar al poder y a la sumisión así como a todos los fenómenos políticos que he ido describiendo negativamente a lo largo del presente trabajo: a los mitos, a los líderes carismáticos,  a las instituciones proveedoras, a las ideas-norma, a la participación política pasiva o delegacionista, a las verdades digeridas por las autoridades, a los conceptos abstractos como el amor (el amor, como dijera Hegel en relación a la verdad, siempre es concreto), a las palabras vacías de contenido como la libertad (abstracta, por supuesto, porque también la libertad siempre es concreta), a la obediencia debida, a la represión del placer, y, sobre todo, a los salvadores que, en nombre de futuros mundos imaginarios, acaban siempre encaminando a las sociedades a reinos donde quien realmente domina es el imperio del terror.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] El mundo pagano, barrido luego por el triunfo de la cristiandad que, a juicio de ciertos historiadores que aún tienen incrustado en el cerebro el mito del progreso, representó un avance para la humanidad, sintonizaba sin duda bastante mejor con el mundo moderno que el nuevo fanatismo oscurantista que lo vino a reemplazar. Si para incorporar a la sucesión del mundo clásico por la llegada del cristianismo  esa noción mítica del Progreso hay que falsear la historia con el fin de adaptar la realidad a los mitos, así se hace y, consecuentemente es factible inventar la leyenda de que los primeros cristianos fueron activos militantes contrarios a la esclavitud, algo que no se de donde se lo han podido sacar pues a la vista están los pronunciamientos favorables a dicha institución hechos por San Pablo en sus distintas epístolas.

[2] Las propiedades de la Iglesia Católica están exentas de tributación, a sí lo dispone el artículo 64.e) de la Ley de Haciendas Locales de 28 de diciembre de 1988, lo cual significa que el negocio es doble, o bien, que la comunidad paga 2 y más veces la tenencia de los bienes eclesiásticos. Cualquier empresario tributa sobre los locales de su negocio si es que los va a destinar a fines lucrativos. Sin embargo, el clero cobra pero no paga.

[3] Existen hoy personas, bastantes, que se encuentran en la creencia de que el bautizo de los hijos recién nacidos es algo así como un trámite civil o administrativo de carácter obligatorio.

[4]Ninguna confesión religiosa admite la libertad de elección, con independencia de las piruetas ideológicas construidas por los teólogos ad hoc para sortear este hecho: la dicotomía predestinación/libre albedrío solo puede edificarse, quiéranlo o no, limitando las facultades providentes de su Sumo Hacedor. Digan lo que digan, la infinita providencia se da de narices con la existencia misma del pecado o, dicho con otras palabras, si su dios lo ha creado todo, también ha creado el pecado (aunque solo sea a título de producto indirecto suyo), de lo que se desprende que su dios no puede ser infinitamente bueno, puesto que no es bueno todo lo creado por él. Diderot destaca a la perfección la gran paradoja del mito cristiano: Dios sacrifica a Dios para  aplacar la cólera de Dios.

[5] De todos modos, el país que se considera a sí mismo punta de lanza del mundo libre como los Estados Unidos de Norteamérica, es un estado confesional (y en realidad antidemocrático). En los juicios se obliga a los testigos a jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios (así se ve en sus películas), los Presidentes juran su cargo sobre la Biblia y el sistema de enseñanza es confesional. Para aglutinar todas las creencias de todas las sectas religiosas del país se inventó esa ensaladilla a la que se le llama Religión Civil, que es la religión practicada por el Estado.

[6]Pablo de Tarso: Epístola a los Colosenses. Capítulo II. 8.

[7] Nos pueden inducir a engaño y a mostrar falsas esperanzas las luchas soteriológicas mantenidas por los Teólogos de la Liberación o los distintos movimientos campesinos de índole milenarista generados durante la primera mitad del presente milenio. Las ideologías liberadoras de extracción mesiánica pueden ser tan mortíferas como el propio elemento opresor, pues toda soteriología, una vez institucionalizada y constituida, a lo que tiende naturalmente es a implantar las férreas bases de su permanencia y a aniquilar la disensión en cuanto al fin programáticamente trazado.

[8] Que quede claro que al aludir a las pseudo-religiones no pretendo dar a entender que existan religiones verdaderas frente a religiones falsas. Seamos ecuánimes, todas son estructuralmente idénticas con independencia de su mayor o menor antigüedad.

[9] La fantasía infantil es, sin embargo, requisito imprescindible de la racionalidad adulta. No obstante, del adulto que  siga creyendo en los duendes, en Papa Noel y en los Reyes Magos se puede decir que tiene un grave trastorno mental o sicológico.  La humanidad en su conjunto mientras siga creyendo en Dioses y demás númenes imaginarios seguirá inevitablemente trastornada y maniatada.

 

Formulario de denuncia de símbolos religiosos en edificios públicos

D./Dña. ______________________________________________________________

con DNI. _____________________ y domicilio en _____________________________

de _________________________________ (_____________________) con teléfono ______________________ y correo electrónico _____________________________

expone los siguientes

 

HECHOS

 

1. Que el día

 

                           (detallar los símbolos existentes, su localización,…)

 

 

2. Que dicho lugar ha de ser visitado por cuantos ciudadanos/alumnos/… hayan de estudiar/realizar gestiones/ser atendidos/…

 

Por todo lo cual se DENUNCIA la existencia de tales símbolos por atentar contra la libertad de conciencia que protegen la Constitución Española y el derecho internacional de aplicación en España como la Convención de Derechos Humanos y la Carta Europea de Derechos Humanos.

 

 

FUNDAMENTOS DE DERECHO

 

a)     El derecho de toda persona y ciudadano a la libertad religiosa, art. 16, 9,1, 14, 24, 27,3 y 8 y 53.1 del a Constitución, Ley Orgánica de 5 junio 198 completándose con el artículo 9 CEDH.

 

b)    El valor o bien jurídico que protege la libertad religiosa es el rechazo de toda forma de coerción por razón de creencias religiosas. Este derecho fundamental presenta dos, una positiva, consistente en tener y manifestar las creencias uno libremente adopte, y otra negativa, consistente  en no verse obligado a declarar por las creencias, como complemento de lo anterior, la libertad religiosa comporta que el Estado debe de mantener una actitud neutral en materia de creencias, que en España, a la vista del artículo 16 de la Constitución adopta la aconfesionalidad del Estado y por tanto de todas las administraciones públicas.

 

c)       La libertad religiosa comporta por tanto en su sentido positivo una faceta subjetiva que se traduce que  cada ciudadano tendrá las creencias e ideas que estime más adecuadas sin sufrir presión o represalia alguna sin que pueda por tanto ser sancionado por ello, pero también concurre una faceta externa consistente en manifestar las propias ideas o creencias, comportarse de acuerdo con ellas, hacer proselitismo etc. Esta dimensión o faceta externa se fundamenta en la relevancia de la supraindividualidad de ideas o creencias, que se manifiesta en lo que se denomina libertad de culto. Ello no implica obligar a otros que no comparten esas mismas ideas a que tengan que soportar las manifestaciones de los anteriores de forma permanente en los espacios públicos.

 

 d)      En el presente caso, se considera que lo relevante para resolver la vulneración de la libertad religiosa se materializa en la existencia de espacios académicos/sanitarios/jurídicos/administrivos públicos de símbolos de la religión católica/musulamana/judía/evangélica, radica, por un lado en la faceta externa del derecho y concretamente de la relación con el proselitismo y exteriorización de simbología propia de la religión en cuestión, entendiendo estos como actividad deliberada de imponer y convencer del propio credo y hacer nuevos adeptos, y por otro lado, en el carácter aconfesional del Estado y el principio que consagra el artículo 14 de la C.E

 

 e)       El Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su sentencia Kokknakis c. Grecia, de 25 mayo de 1993, ha distinguido entre proselitismo licito e ilícito, considerando ilícito el proselitismo que ofrece ventajas materiales o sociales o hace presión sobre personas en dificultad o ejerce presiones psicológicas. Por otro lado parece lógico que los símbolos que representan los actos rituales de una religión y su transposición doctrinal sintética al ámbito de los objetos, tienen un fuerte poder de proselitismo, especialmente en personas de corta edad o con voluntad e intelecto en formación, así como en personas en condiciones de vulnerabilidad por enfermedad,...

 

f)        El artículo 16 de la C.E. establece el principio de aconfesionalidad del Estado, por tanto ninguna confesión puede tener carácter estatal, o lo que es lo mismo, el Estado, no puede adherirse ni prestar su respaldo a ningún credo religioso. NO debe de existir confusión alguna entre los fines religiosos y los fines Estatales (STC 46/91). En definitiva que nadie podrá sentir, que, por los motivos religiosos, el Estado le es más próximo que a sus conciudadanos. Lo que se traduce en que en los ámbitos de actuación pública u oficial del Estado, ninguna religión tendrá carácter preferente o preponderante sobre las demás

 

g)       El artículo 14 C.E. proclama la igualdad ante la Ley de todas las personas, prohibiendo cualquier discriminación por razón de religión, lo que pone de manifiesto un núcleo de conexiones de los artículos 16 y14.

 

h)       La sentencia del Tribunal Constitucional  24/82, de 13 mayo, recurso 68/1982, dice:…”es asimismo cierto que hay dos principios básicos en nuestro sistema político, que determina la actitud del Estado hacia los fenómenos religiosos y el conjunto de relaciones entre el Estado y las iglesias y confesiones: el primero de ellos es la libertad religiosa, entendida como un derecho subjetivo de carácter fundamental que se concreta en el reconocimiento de un ámbito de libertad y de una esfera de agüere licere del individuo; el segundo es el de igualdad, proclamado por los artículos 9 y 14, del que se deduce que no es posible establecer ningún tipo de discriminación o de trato jurídico diverso de los ciudadanos en función de su ideologías o sus creencias y que debe existir un igual disfrute de la libertad religiosa por todos los ciudadanos. Dicho de otro modo el principio de libertad religiosa reconoce el derecho de los ciudadanos a actuar en este campo con plena inmunidad de coacción del Estado y de cualesquiera grupos sociales de manera que el Estado se prohíbe a sí mismo cualquiera concurrencia, junto con los ciudadanos, en calidad de sujeto de actos o de actitudes de signo religioso y el principio de igualdad, que es en consecuencia el principio de libertad en esta materia, significa que las actitudes religiosas de los sujetos de derecho  no pueden justificar diferencias  de trato jurídico” y  concluye que el principio de igualdad, que es consecuencia del de libertad en esta materia, significa que las actitudes religiosas de los sujetos no pueden justificar diferencias de trato jurídico.

 

 i)         Por tanto, en los espacios públicos ninguna religión tendrá carácter preferente, ni el Estado, ni ninguna de las Administraciones Públicas, podrá respaldar en sus actuaciones prestaciones  o fines, ningún credo ni sus símbolos, dado que el Estado es aconfensional y además lo impide el artículo14 C.E.

 

j)         Asimismo, el edificio donde se encuentran los citados símbolos, no tiene carácter privado, en tanto en cuando que es un centro educativo/sanitario/judicial/administrativo, dependiente de la administración pública.

 k)       La Ley Orgánica 7/1980 establece que el ejercicio de los derechos dimanantes de la libertad religiosa y culto, tiene como único límite, la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la seguridad, de la salud y moralidad pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática.

 

l)         El Tribunal Constitucional en esta sentencia 154/2002 que el derecho a la libertad religiosa no es ilimitado o absoluto, a la vista de la incidencia que su ejercicio puede tener sobre otros titulares de derechos y bienes constitucionalmente protegidos y sobre los elementos integrantes del orden público protegido por la Ley, que conforme a los dispuesto en el artículo 16.1 de la CE, limita sus manifestaciones.

 

 m)     El Ministerio Fiscal cita en su informe la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 25 mayo de 1992 (Kokkinakis c/ Grecia). En esta sentencia se dice: “Procede ante todo distinguir el testimonio cristiano de proselitismo del procedimiento abusivo: el primero corresponde a la verdadera evangelización de un informe elaborado en 1956, en el marco del Consejo Ecuménico de las Iglesias, califica de misión esencia y de responsabilidad de cada cristiano y de cada iglesia. El Segundo representa la corrupción o la deformación. Puede revestir la forma de actividades que ofrecen ventajas materiales o sociales para obtener aproximación a una iglesia o que ejercen una presión abusiva sobre las personas en situación de debilidad o de necesidad, según el mismo informe.

 

n)       En España, la opción constitucional se haya en el apartado 3 de la artículo 16 de la Constitución, por el que ninguna confesión tenga carácter estatal y eso significa que el Estado o cualesquiera de las Administraciones Públicas  no puede adherirse ni prestar su respaldo a ningún credo religioso, que no debe de existir confusión alguna entre los fines religiosos y los fines estatales (STS 46/2001). La aconfensionalidad implica una visión más exigente de la libertad religiosa, pues implica la neutralidad del Estado frente a las distintas confesiones religiosas y, más en general, ante el hecho religioso. Nadie puede sentir que, por motivos religiosos, el Estado  o las Administraciones Públicas están más o menos próximas a sus conciudadanos.

 

o)       La instalación de dichos símbolos, tiene una connotación religiosa igual que lo tienen otros elementos de la religión católica y por tanto su instalación en los edificios públicos es una imposición a todos aquellos ciudadanos  que no son participes de esas ideas religiosas y a los que se les obliga a convivir con algo que va en contra de sus ideas, vulnerando por el tanto el precepto constitucional de libertad religiosa (art. 16).

 

 p)       Asimismo, la instalación de los citados símbolos en las zonas públicas del mencionado edificio es una manifestación inequívoca de que la Administración Pública se decanta a favor de la religión católica en detrimento de las otras confesiones religiosas y de las convicciones del resto de los ciudadanos que no profesan esa confesión religiosa y hace proselitismo y vulnera el principio de libertad religiosa y de la aconfesionalidad del Estado y de las diversas Administraciones Públicas

 

Añadir este apartado o similar, si se trata de belenes.

 

 q)       La actividad de “decorar tu aula con motivo de la navidad”  si en esa actividad de “tunear-decorar” el aula o espacios comunes del centro (pasillos, biblioteca, salón de actos, sala de profesores) se usan motivos religiosos se está vulnerando la laicidad del estado y los derechos fundamentales de aquellas personas que son participes de la religión católica. Dado que se obliga a esos ciudadanos a aceptar el proselitismo de la región católica.

 

 

                                                           Fecha

 

 

 

 

                                                           Firma

 

 

 

 

 

A LA AUTORIDAD RESPONSABLE DEL EDIFICIO EN CUESTION

 

 

Es conveniente enviar una copia al Director del Centro escolar, administrativo,….

y otro al órgano directivo del que dependan (Delegación Provincial, Consejería,…)

 

LA RELIGIOSIDAD EN EL JARDÍN DE LA INFANCIA

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Una consecuencia de nuestra infantilización tardía es el espíritu religioso y mágico. Deriva de nuestra componente mamífera, que genera en torno al individuo nacido en el grupo todo un espacio familiar de tutela, ayuda, socorro y protección. La presencia de la madre adquiere desde el momento mismo del nacimiento una importancia vital. La madre (y, posteriormente, el padre) se sitúan en el vértice del universo de los hijos. Atienden todas sus necesidades, los protegen del exterior, los amparan del peligro, les buscan alimento y cobijo, son providentes. El espacio que marca la presencia de los progenitores subraya los mismos límites de la realidad de los hijos, unos límites que les acompañarán a lo largo de toda su vida, en el sentido de que el mismo proceso de protección y ayuda los convierte en seres limitados que no adquieren su autosuficiencia porque permanentemente necesitan de un referente y de un sentido. Los psicólogos advierten del peligro que entraña dispensar excesiva protección al niño porque a la larga lo que se le está provocando es una mayor indefensión ante la vida y una permanente incapacidad de afrontar y resolver problemas por sí mismo. Una vez emancipados del medio familiar siguen persistiendo sus carencias, sus limitaciones, su necesidad de dependencia y  protección.

 

La solución a esta psique mutilada, a este sentido de dependencia infantil que persiste en la edad adulta, solo la pueden hallar los mismos mecanismos mentales de proyección de ese universo familiar perdido de tutela y protección, de ayuda ante el peligro y control de la incertidumbre, de consuelo ante la aflicción, de cura del dolor, que se desplazará esta vez al espacio exterior.  Solo la puede dar, en suma, el mundo religioso, mundo de mitos en el que el hombre busca y encuentra su realidad perdida, donde recuperará su infancia, esa época de seguridad añorada de la que no quiere porque no puede escapar. Aunque no lo advierta ni lo acepte conscientemente, el creyente que, en un momento de desesperación exclama: “¡Ay, dios mío!”, actúa igual que un niño pequeño, que cuando se ve desamparado o ante una situación de peligro llama a sus padres, grita “¡Papá! ¡Mamá!” El catolicismo ha creado toda una familia donde sus fieles son hermanos entre sí, son “hijos de dios” (Padre nuestro que estás en los cielos...) y además tienen una Madre también.

 

Según dicen, recientemente hubo una encuesta en Francia sobre la fe en dios, y una gran mayoría ha declarado que no cree en su existencia porque si dios existiera no consentiría que ocurrieran tantas catástrofes y calamidades. En realidad lo que los encuestados han puesto en duda no es la fundamentación ontológica y existencial de sí mismos y del Universo. No, lo que los encuestados han declarado es que han perdido su fe en el padre previsor y protector y por tanto lo han destronado. Sus más íntimos deseos de paternidad protectora y consoladora se han desmoronado a la vista de los acontecimientos. Precisamente en previsión de los efectos devastadores de la fe en el padre, el cristianismo le dió un hijo al que martirizó por el bien de todos.

 

            La gran paradoja de todo espíritu religioso estriba en su capacidad de armonizar el infantilismo con las instancias represivas

 

LA AUTORIA DE LOS EVANGELIOS

Cuando una verdad se considera definitiva e inapelable lo normal es que se encuentren enormes resistencias para desmontarla.

Todos dan por hecho que cada uno de los cuatro evangelios tienen su propio autor, pero una cosa son las certezas que suministra la tradición cristiana y otra cosa muy distinta las conclusiones a las que se llega mediante el estudio lingüístico, literario e histórico de los textos.

Desde el punto de vista histórico comprobamos que para los apologistas de los primeros siglos

Clemente de Roma, Ignacio de Antioquia, Policarpo de Esmirna el autor de la Epístola de Bernabé.

Contamos, por supuesto, con el testimonio del inigualable Eusebio de Cesarea, el primer historiador de la Iglesia unánimemente reconocido por su escrupulosa objetividad e imparcialidad, acerca de Papías, que ya a comienzos del siglo I se refería a un documento suyo curiosamente hoy perdido que hablaba de los evangelios de Mateo y Marcos.

Entonces viene a colación la siguiente pregunta: ¿por qué aparecen los cuatro evangelios juntamente con sus cuatro respectivos autores casi siglo y medio después de que transcurrieran los hechos?

Lo lógico y normal hubiera sido que la autoría e identificación de los textos citados fuese conocida directamente por las comunidades cristianas destinatarias nada mas ser elaborados por sus respectivos autores. Siendo de sobra conocido Marcos el evangelista a partir del año 40, fecha en que redactó su evangelio, ¿Por qué nadie sabe nada de él cien años después? ¿por qué quienes se suponen los testigos mas directos, compañeros en la fe de sus autores, parecen desconocerlos?

Hay algo que suena bastante extraño en todo este embrollo. Por un lado, San Pablo habla de su propio evangelio, el que a el directamente le ha sido revelado, ¿Por qué Bernabé siquiera los menciona en su epístola? ¿Por qué no es hasta bien entrado el siglo II cuando se hace alguna que otra referencia a citas evangélicas aunque sin identificarlas por el autor y su procedencia?

¿Por qué tanto Pablo, como Santiago, como la Didaché para predicar el amor al prójimo tienen que recurrir al Levítico 19:17 y no a las propias palabras del maestro? Hay algo extraño en todo esto, extraño y a la vez sospechoso.

Para encontrar la primera pista tendremos que remontarnos a mediados del siglo II, al apologista San Ireneo de Lyon, quien en Adversus Haereses III, 8 hace la siguiente declaración:

"La Iglesia siempre y en todas partes ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan “

Se trata de la primera declaración ortodoxa que conocemos. El texto es polémico, pues si conocemos la estructura del cristianismo de los primeros siglos comprobaremos que no existe una unidad de credos ni una ortodoxia indiscutible en torno a la iglesia romana, las iglesias (comunidades, sería mas correcto) orientales tienen un peso decisivo, el cristianismo gnóstico se extiende de oriente a occidente.

¿Cuál es el problema que presentaban los cristianos gnósticos frente a la que intentaba despuntar como la Iglesia apostólica oficialista? Muy fácil: no reconocían una jerarquía, ni una tradición, ni una legítima sucesión apostólica ni fundamento alguno en el que pudiera basarse un principio de autoridad legítimo e indiscutible.

Ireneo, en esa dirección, traza una sucesión de Papas romanos hasta su presente, desde los apóstoles Pedro y Pablo, así como unas enseñanzas directamente transmitidas por los doce apóstoles, legítimos depositarios de la palabra de Cristo a partir de Pentecostés.

Ireneo busca la legitimidad frente a la dispersión gnóstica de valentinianos, marcionistas, basilidianos, que amenazan con romper la unidad de doctrina y de dogma. Desde entonces, la iluminación interior no existe siempre y cuando no se inscriba en la jerarquía y en los depositarios de la legitimidad.

 

¿Por qué cuatro evangelios, por qué cuatro evangelistas?

En esta tarea de recopilación de textos, estos no podían figurar como textos de autores desconocidos, como colecciones de “logia” de una comunidad indeterminada, era preciso ir a la búsqueda de autor y que su autor no fuera cualquiera. En este sentido, el fragmento Muratori, a finales del siglo II, establece el canon del Nuevo Testamento que integraba los cuatro Evangelios, el Apocalipsis de San Juan, trece cartas de San Pablo y Sabiduría, entendiéndose que ya han sido depurados los evangelios heréticos como textos espúreos y ponzoñosos.

De hecho, no existen pistas de que el Evangelio de Mateo nos lleve a Mateo, ¿qué Mateo?, a Lucas ¿qué Lucas?, a Marcos, ¿qué Marcos? o a Juan ¿qué Juan? ni su encabezamiento hace referencia a los mismos ni se sabe exactamente quienes son.

Se da por hecho que el autor del cuarto evangelio es el mismo autor que el de las epístolas que le han sido atribuidas y del Apocalipsis, algo que incluso pone en tela de juicio el propio Dionisio de Alejandría, discípulo de Orígenes, quien ya en su época advertía que el Apocalipsis estaba escrito en un griego rudimentario, estilo muy distinto al usado para la composición del Cuarto Evangelio, escrito en un griego bastante mas culto y refinado, el caso es que, mientras el Evangelio de Juan es anónimo el Apocalipsis tiene un autor llamado Juan, pero, ¿Es el mismo Juan apóstol?

si bien es cierto que los autores de los textos son desconocidos y las atribuciones seudoepigráficas son mas bien tardías ya que fueron establecidas a lo largo del siglo II, cada uno de los textos parece ser el canon seguido por distintas comunidades cristianas o judeocristianas.

Los textos divergen entre sí tanto en lo referente a la estructura narrativa como a la estructura teológica.

En Marcos se ve una clara orientación paulina, así como en Lucas, en Mateo la tendencia se encuentra algo mas escorada a la sinagoga y al cumplimiento de la Ley mosaica y, finalmente, en torno a Juan se ha hablado de una comunidad joánica que usa fuentes distintas a los sinópticos, que introduce conceptos griegos como el del logos preexistente y que polemiza, mas que con la casta sacerdotal farisea, contra los judíos, entendidos estos como los habitantes de Judea en relación a los de Galilea.

El hecho es que de las corrientes gnósticas gentiles mas destacadamente antijudías destaca la de Marción, cuya comunidad acepta exclusivamente como único evangelio el de Lucas, desprovisto previamente de sus connotaciones judías.

Se habla incluso de un quinto evangelio, el evangelio copto de Tomás, apócrifo descubierto en Chenosboskión, que, mas que un evangelio es una colección de máximas, de "logia" de Jesús, y que entronca directamente con la fuente Q común a Mateo y Lucas.

Obviamente, la primera literatura cristiana no surge como tal sin su previo baño de helenismo: el idioma original es el griego y su estructura narrativa es la de las "vitae" grecorromanas, tendencia esta que se ve mas acusada en Lucas.

La unificación del canon operó como una unificación de comunidades y tendencias. Puede que hoy nos sorprenda que teologías diferentes fueran aunadas en un solo cuerpo doctrinal, pero en su momento fue una misión audaz. La misma naturaleza de Cristo varía de un texto a otro.

Marcos empieza su narración con el bautizo en el Jordán, momento en que DIos Padre lo acoge como hijo. La teología marquiana prescinde de la filiación divina tal como sucede en Mateo y Lucas, no afirma la divinidad de Jesus sino su adopción de este como hombre por DIos, es por tanto, adopcionista y todo gira en torno al secreto mesiánico y al kerigma de salvación.

Mateo y Lucas, empiezan por el nacimiento, estableciendo directamente la filiación divina, aunque sus prólogos hacen una concesión al medio judío, de forma notoriamente contradictoria, sentando su genealogía legitimadora de su ascendencia real.

Por fin, Juan prescinde de ambos conceptos, tanto del adopcionista como el de la filiación para atribuirle la categoría del Logos griego preexistente reencarnado.