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Política

Discriminación Positiva. Una barbaridad de lo políticamente correcto

Un nuevo fantasma amenaza a las izquierdas, el fantasma de lo políticamente correcto. Este fantasma se está convirtiendo en fuente de nuevos talibanismos que amenazan a la lógica y al sentido común. Tenemos talibanes del ecologismo, tan apocalípticos y catastrofistas como los Testigos de Jehová y nos encontramos también con los talibanes del feminismo.

El anteproyecto de ley sobre la violencia doméstica que acaba de aprobar el Gobierno es toda una aberración jurídica que conculca, nada mas y nada menos, que los derechos fundamentales consagrados en el artículo 14 de la Constitución al llegar al extremo de cualificar el delito en función del sexo del autor.

Esto no hay por donde cogerlo, pues una extensión de esta doctrina, aplicada a la parte general de Código Penal, puede llegar hasta a convertir en elemento atenuante de la responsabilidad criminal la condición sexual del autor y, de ahí, tirar de la lista de prescripciones constitucionales de no discriminación hay un trecho bastante corto.

El tema de la violencia doméstica no es nada nuevo pues ha sido siempre un capítulo de la crónica negra de sucesos. Parece que el crear un nuevo concepto, el de violencia doméstica, de género o contra la mujer, se crea el hecho o el acontecimiento. Y, sin embargo, el acontecimiento ya estaba ahí, aunque con otra nomenclatura, la de crimen pasional.

Los grandes medios de comunicación de masas funcionan en este caso como creadores de realidad. Pareciera como si cuando una guerra deja de ocupar la primera página, como por ejemplo, la guerra de Afganistán, esta guerra deja de existir. Aquí sucede un tanto igual. Lo que antes ocupaba una sección de información situada por detrás, incluso, de los deportes, como era la crónica negra o de accidentes (de tráfico, laborales, etc) tenía el tratamiento de realidad subalterna y subsidiaria de los grandes temas y, por tanto, de las grandes prioridades.

Pero en cuanto la noticia pasa a primera página, a la que el periodista añade su peculiar contabilidad "y con este, van, nosecuantos casos en lo que va de año", el asunto empieza a adquirir importancia, una prioridad nacional y política de primer orden: eso que llaman la sensibilidad o el escándalo social se agudizan, los políticos toman cartas en el asunto, se movilizan y, empiezan a discurrir y a idear, como siempre, sus "soluciones" y de ahí, se empieza a construir todo el entarimado.

Espero que no se me malinterprete. No es mi intención, por supuesto, trivializar un asunto que, a mi entender, es bastante grave, sino todo lo contrario. Es que el tema de la violencia doméstica es un tema muy complejo que, desde luego, no va a erradicarse a base de soluciones progretas a lo políticamente correcto ni con juzgados de mujeres (solo falta que exijan que sus titulares sean mujeres)

y, ¿por qué no, ya puestos, juzgados de ancianos, de gitanos o de minusválidos para los casos en que el autor o la víctima detenten cualquiera de estas condiciones?. Quien comete el disparate de crear fueros especiales acaba abriendo las puertas a esta vorágine.

Mas aún, estas "soluciones" políticamente correctas pueden acarrear unas consecuencias terriblemente perversas: lluvias de falsas denuncias de malos tratos encaminadas a favorecer la posición de la denunciante en una causa de divorcio, condenas de inocentes, etc. Ya vimos las consecuencias de esa Ley del Menor tan generosa, una de cuyas consecuencias ha sido el reclutamiento de menores por las mafias, la LOGSE y su incorporación de eufemismos políticamente correctos a lo "progresa adecuadamente", fuente de uno de los mas estrepitosos fracasos escolares de los últimos tiempos

Nunca el victimismo ha sido una forma adecuada de coger el toro por los cuernos. De la violencia doméstica únicamente percibimos el violento desenlace final, un desenlace que trae causa de la existencia previa de un núcleo de tensión familiar, y que en un circuito de retroalimentación de tensiones no existen buenos ni malos, ni víctimas ni verdugos (tal vez las partes implicadas sean ambas cosas al mismo tiempo), aunque sí, el estallido final, donde una de las partes es la que siempre tiene todas las de perder.

Estos temas es preciso abordarlos, sin duda, pero abordarlos con frialdad, sin pasiones, sin involucrarse mediante con los personajes mediante nuestros clásicos mecanismos de proyección-identificación, como si fuéramos los espectadores de una película, sin aplaudir al bueno y patear al villano.