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ACERCA DE LAS INSTITUCIONES Y LAS IDEOLOGÍAS: SU CONEXIÓN CON LA HISTORIA Y LA INCERTIDUMBRE


ACERCA DE LAS INSTITUCIONES Y LAS IDEOLOGÍAS: SU CONEXIÓN CON LA HISTORIA Y LA INCERTIDUMBRE

INTRODUCCIÓN

 

3. IDEOLOGÍAS E INSTITUCIONES

 

4. LA HISTORIA CREA LAS INSTITUCIONES, LAS INSTITUCIONES CREAN LA HISTORIA

 

5. LO EVITABLE Y LO INEVITABLE EN LA HISTORIA

 

6. EL AGOTAMIENTO HISTÓRICO


7. UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PAPEL DE LOS NÚCLEOS Y DE LA PERIFERIA EN LA HISTORIA BIOLÓGICA Y SOCIAL



2. FIN DE LA HISTORIA, FIN DEL ARTE, FIN DE LAS IDEAS























INTRODUCCIÓN


El segundo ensayo reunido en el presente volumen contiene una relación de argumentos relativos a determinados elementos de la sociedad y la historia que, a mi juicio, no han sido tratados bajo la dimensión y perspectiva que les correspondía. Un lugar central entre los citados estudios ocupa la cuestión del nexo entre ideologías e instituciones, que, por otra parte, no se reduce a una mera cuestión de nexo o relación en tanto que la Institución desempeña una función central en la génesis de la Ideología. Lo que he intentado construir en este punto ha sido un concepto de Ideología que se apartara por completo de las nociones etéreas que predominan y han predominado en el pensamiento socio-político indistintamente de cual haya sido la tendencia, espiritualista o materialista, a la que hayan adscrito. El positivismo y el marxismo, de uno u otro modo, se han acabado valiendo del mismo paradigma gnoseológico a la hora de conceptualizar la ideología, entendiéndosela como conocimiento deformado (o necesariamente deformado) de la realidad. Para unos dicha deformación vendría determinada por la escasez de conocimiento racional y positivo, por el predominio de la preciencia y la superstición. Para otros, sería la posición de clase el factor determinante de la deformación ideológica. De cualquier modo, ninguna de las citadas posiciones ha satisfecho, a mi modo de ver, las expectativas necesarias para una adecuada comprensión de lo ideológico, visto como producto y a su vez como productor de instituciones, unas y otras han impedido también comprender en sus justos términos cómo y en qué medida la mecánica institucional se encuentra presente de forma contínua en la configuración misma de las ideologías así como en su lucha interna, han perdido de vista el modo como surgen las ortodoxias que se imponen a las herejías y como pueden interpretarse estas últimas.


La idea de una instancia o estructura ideológica autónoma articulada en ese modelo trinitario de inspiración marxista estructuralista, que distinguió entre una estructura económica, una estructura jurídico-política y una estructura ideológica, lo único que ha conseguido ha sido desviar la esencia del problema, convertir la Ideología en un factor etéreo (relativamente autónomo pero determinado en última instancia por la infraestructura económica, una forma de decir algo sin decir nada) que hace que los hombres vean las cosas oscuras y confusas en lugar de percibirlas claras y distintas.


Al hilo de la cuestión de la Ideología y la Institución, los puntos siguientes discurren en torno a la Historia. La Historia como concatenación de hechos pasados se suele imponer como la certeza elevada a la enésima potencia. Desde el pasado siempre se sabe lo que ha sucedido y es que lo ocurrido pasó porque pasó y ya no hay vuelta de hoja. El reino de la Historia pasada se situaría en la esfera de la necesidad, de una necesidad, no obstante, unidimensional y lineal que no admite variaciones (pasó lo que pasó porque tenía que pasar, se suele afirmar al respecto). Cuestión aparte es la de la interpretación que se haga sobre por qué pasó lo que pasó y no su contrario. Faltó un pelo para que el arrianismo fuera la ortodoxia y no la herejía, ¿porqué fueron los europeos y no los chinos quienes finalmente colonizaran el continente americano? Ambos disponían de los mismos medios. El Islán, que llegó a dominar media Europa, ¿Porqué no pudo mantener sus posiciones y hubo de retroceder nuevamente a las estepas y desiertos norteafricanos y centroasiáticos?1


Todos estamos habituados, de uno u otro modo, a contar historias, unas más sencillas, otras algo más complejas, aunque, al fin y al cabo, no dejan de ser historias o, en términos más vulgares, cuentos o leyendas. Sabemos, sin embargo, que nuestras vidas son también historias en las que en gran parte hemos decidido nosotros, otras nos las han hecho los demás, incluso los acontecimientos que nos han llegado a desbordar han determinado firmemente nuestro destino.


Sin duda, una obsesión que ha marcado a la humanidad ha sido la de la determinación del destino, de su historia. El pasado está escrito y, como tal, es invulnerable, ¿porqué no va a estar escrito también el futuro o, llamémosle, el destino? Los hombres han leído en las estrellas, en las vísceras de las aves, en la mano y en los posos del café sus historias escritas. No por ello han renunciado a modificar sus trágicos destinos. La Historia se ha ido decantando entre la seguridad y la incertidumbre. Los momentos y situaciones de máxima incertidumbre casi siempre se han visto suplidos por los mitos y creencias más firmes y seguras. Parece como si hubiera habido una tendencia oculta a contrarrestar el mundo fáctico con el mundo ideal, aunque, más que una tendencia oculta, lo que advertimos es, más bien, cierto principio de supervivencia social e individual. Cuando falla el asidero real sin el cual caemos al precipicio hemos de crear el asidero ideal que nos mantiene firmes y seguros.


Quizá sea la incertidumbre del destino una de las cosas que más ha aterrado a los hombres. El reino de lo viviente ha creado para tales situaciones el miedo como instinto. Lo conocido, por muy monstruoso que sea, se domina. En cambio, lo desconocido siempre nos coge desprevenidos. Lo desconocido no se ve, en todo caso se insinúa. No obstante, lo incierto y no conocido activan al máximo los resortes de la imaginación. Los occidentales de la Edad Media sentían terror a adentrarse en el Atlántico, pensaban que enormes monstruos amenazaban, mar adentro, para engullir a los barcos y devorar a los marineros. El pánico se aliaba eficazmente a la ignorancia. Y allí entraba en escena el arte de imaginar, ese cemento universal de los asideros ideales, ese generador de seguridad en un mundo de absoluta inseguridad e incertidumbre. La evolución de la cosmografía es muy elocuente. La representación del mundo de Cosmas Indicopleustes, comerciante y cartógrafo del siglo VI, es francamente singular. La Tierra la había concebido como una elevada montaña situada sobre una gran arca alrededor de la cual circulaban el Sol, los planetas y las estrellas. El firmamento era la tapa de esa gran arca y en el centro estaba el Creador presidiendo su obra.


La Historia puede ser el mejor revulsivo contra los mitos. Paradójicamente, las Instituciones, apropiándose de la Historia para sí, la han convertido en el reino de sus propios mitos. En ella han encontrado su causa, su origen, su fundamentación racional misma. Más bien, han creado su causa, origen y sus fundamentos racionales


El historiador franquista Ricardo de la Cierva suele decir la idiotez de que los pueblos que no conocen su Historia están obligados a repetirla, como si la Historia fuera una serie consecutiva de pruebas de aptitud por la que se obliga a pasar a los pueblos


Estas y otras muchas cuestiones son las que he pretendido abordar en este ensayo, un estudio de la Historia sin Historia, es decir, un conato de desmitificación de lo que hasta ahora se ha venido en llamar la Historia, la Historia-Institución. La disciplina de la Historia-Institución procede de un movimiento que compele a las instituciones a adueñarse del pasado, a absorberlo y reelaborarlo de acuerdo con las exigencias institucionales. Las instituciones necesitan construir su propio pasado, su propia Historia, de modo que literalmente se convierten, en última instancia, en mecanismos creadores y destructores de fuentes históricas ¿Cuántos archivos y manuscritos se han visto destruídos por esa inequívoca tendencia de la Institución a conservar las fuentes que le interesan y a destruir las que le perjudican? La Historia está llena de destrucciones masivas de documentos e informes que han pasado previamente por la criba institucional, desde los escritos de los herejes de todas las Iglesias, al incendio de la Biblioteca de Alejandría como medio de aniquilar el legado del mundo clásico, a la destrucción de los archivos pictográficos Incas a manos de los conquistadores españoles, hasta el ejemplo más reciente, el de la historiografía stalinista, que llegaba hasta el extremo de retocar las fotografías de la era de la Revolución, borrando la presencia de Trotsky junto a Lenin.


Podemos prescindir de las catalogaciones de la Historia así como de la Filosofía entendidas como armas (ya sea de la reacción o de la Revolución2 ) o como meras herramientas. dispuestas a servir a determinados objetivos. La Historia es un ingrediente activo de toda Institución, parte integrante de la misma. Acabamos de aludir a la destrucción de los archivos de Cuzco confeccionados a base de escritura de nudos. La institución conquistadora sabía que para aniquilar culturalmente a la Institución conquistada era indispensable aniquilar su propia Identidad como tal y, dentro de esta, romper con el cordón umbilical que la conectaba a su propio pasado, con la memoria histórica contenida en sus archivos. La Historia encierra una inmensa energía mitificadora y por esa misma razón puede desarrollarse como una fuerza desmitificadora sin precedentes. Por lo que respecta a la era moderna la Historia ha intervenido como un desmitificador remitificador, ha destruido unos mitos para construir otros


Lo que a fin de cuentas pretendo en la presente obra no es otra cosa que apuntar a una serie de bases y postulados metodológicos o pre-metodológicos mínimos e imprescindibles para articular una teoría materialista de la historia que por su definición misma se aparta del llamado Materialismo Histórico por cuanto que no tiene por qué partir de las nociones escolásticas del tipo de la determinación de la base económica, de la inversión de la dialéctica hegeliana sobre su núcleo racional, etc, etc. El Materialismo Histórico, aquejado fundacionalmente de una proyección animista que impregna sus fundamentos estructurales mismos, se atribuye un estatuto de materialidad que en realidad no le corresponde. Su contínuo hincapié en la previsión y previsibilidad de los acontecimientos históricos, sus férreas leyes de la historia que desprecian los inevitables márgenes de imprevisibilidad e indeterminación que acompañan a todo marco de análisis histórico, el encajonamiento de las distintas formas históricas bajo tipologías abstractas y universales (los llamados Modos de Producción), el insoluble problema de las formas asiáticas, imposibles de encasillar bajo las categorías elaboradas “ad hoc” - extraídas del análisis del Modo de Producción Capitalista - tales como las de propiedad privada, relaciones de producción, grado de desarrollo de las fuerzas productivas, etc, la necesidad de crear asideros históricos y, en definitiva, toda la construcción de índole animista objetiva y teleológica que lo preside, lo inhabilitan para constituirse con propiedad en teoría materialista de la historia.


La Teoría Materialista de la Historia o el Materialismo Histórico que aquí se defiende nada o más bien poco tiene que ver con lo que hasta ahora se ha venido denominando Materialismo Histórico. Aquí se prescinde del uso de la Historia como categoría solapadamente mística que a través de etapas identificadas haya de dirigir el progreso social hacia la sociedad sin clases, del encasillamiento de las distintas formas históricas, de la inevitabilidad de los acontecimientos, en suma, toda una construcción que mantiene en sus fundamentos la impronta dejada por el idealismo alemán.



IDEOLOGÍAS E INSTITUCIONES



En el ámbito metodológico es muy socorrido el recurso al concepto de ideología como instrumento desmitificador de los distintos cuerpos (calificados ya de antemano de ideológicos) políticos y religiosos. El marxismo, al igual que otras muchas corrientes doctrinales, se ha constituido, sin pretenderlo, en legítimo heredero de Platón desde el mismo momento en que apela a la existencia de una estructura ideológica dotada de una lógica y unas leyes de funcionamiento propias, de constelaciones de ideas que nos conectan con la realidad aún a costa de deformarla, de una misteriosa matriz ideológica que se enuncia a través de unas nociones-eje a las que otorga el carácter de elementos esenciales de la realidad, para inmediatamente borrarse a sí misma en tanto que tal3. El sustrato de toda ideología, por otra parte, no lo podemos encontrar sola y exclusivamente en la psique o en el cerebro humano4. Las ideologías no bailan por sí solas, tampoco se organizan en estructuras autónomas del entarimado socio-cultural. Es lo que pretendo aquí demostrar. Las ideologías son imposibles de concebir como meras estructuras abstraíbles de su conexión social y, en el presente caso, institucional, ya sea como matrices ideológicas enunciadas a partir de ideas-eje, ya sea como simples medios de deformar la correcta y nítida visión de la realidad, tal y como hacen los espejos cóncavos5 o las lentes difusoras. Las ideologías son concepciones del mundo, es cierto. Pero concebir el mundo no es solo interpretarlo en el sentido gnoseológico del término. En este contexto lo que procede entender es que interpretar el mundo implica interpretarlo dando a esta palabra la acepción de asimilarlo, integrarlo y sujetarlo a normas. Las ideas, en el contexto de una presunta estructura ideológica, no son simples o volátiles representaciones de las cosas, son mas bien representaciones entendidas como indicaciones sobre el modo de incidir sobre las cosas. Cuando las ideologías éticas y morales nos hablan sobre las cosas buenas y sobre las cosas malas, o sobre los bondadosos principios creadores del mundo, llámeseles Ahura Mazda, Yahvé o el Todopoderoso, como entes opuestos a los elementos malignos como Angra Mainyu o Lucifer, están dirigiendo conductas hacia la aproximación a unos determinados principios y la repulsión de otros. Yendo un poco más lejos: de la existencia de una ideología interpretativa y a su vez valorativa de las cosas se desprende la existencia de una Institución, de una organización humana que asigna al compendio de significaciones sociales una interpretación y valoración. Ahura Mazda, Yahvé y Alá presuponen las respectivas Iglesias que los administran. Al hilo del cada vez mayor desprestigio del estamento clerical que actualmente existe en nuestra sociedad es corriente encontrarte con mucha gente que te dice creer en Dios pero no creer en los curas. Pero, señores míos, habría que responderles, de no ser por los curas hubiera sido inconcebible la idea misma de Dios. Del mismo modo, sin las sacerdotisas vestales encargadas de mantener continuamente encendida la llama sagrada en los templos dedicados a la diosa Vesta, el culto o la creencia en esta misma diosa hubiera sido imposible e intransmisible y, de hecho, la prueba la tenemos en que hoy está extinguido dicho culto. Hoy en día casi nadie sabe, salvo historiadores y personas eruditas, quien es (o era) la diosa Vesta, y es que desaparecieron (o se reconvirtieron como monjas católicas) las sacerdotisas vestales administradoras de su culto.


Es preciso implantar una conceptualización práctica de la Ideología, entenderla como punto de inserción complejo al que abocan sistemas de signos y representaciones, pulsiones vitales y existenciales, conexiones estructurales e institucionales, concebir un campo en el que se difuminan los conceptos y las normas y los estímulos y las respuestas, comprender el conocimiento como un sistema de absorción e interacción del organismo con el medio circundante. De lo que se trata es, en suma, de construir un concepto de ideología vivo, dinámico y multidimensional a un mismo tiempo.


Los centros creadores de ideologías se pueden contemplar, a la par, como centros creados por las ideologías. En la intersección dinámica de esos mismos centros productores de y al mismo tiempo producidos por las ideologías se aloja un núcleo, un punto de conflicto, esa misma intersección dinámica a la que confluyen los requerimientos organizativos y funcionales de la estructura institucional que tienen la virtud de conferir e imprimir a los sistemas de ideas, dogmas y representaciones que a él confluyen, una dirección determinada. Precisando un poco más. La dirección impresa a los cuerpos ideológicos por los centros de poder es también reconversión ideológica, asimilación y metabolización para sí de los elementos extraídos del entorno ideológico del aparato.


Se trataría de un proceso de absorción e integración inclusivo de una fase de discernimiento por la cual se seleccionarían determinadas ideas y grupos de ideas, asimilándose las imprescindibles al perfecto reciclaje de la institución (la ortodoxia propiamente dicha) y rechazándose las nocivas para su funcionamiento (o, lo que viene a ser lo mismo, la herejía). La selección de la verdad y el rechazo del error, tiene múltiples frentes distintos del ámbito puramente gnoseológico: se puede plantear a niveles subjetivos y también a niveles procesales aplicar a organismos a niveles puramente institucionales.


No cabe establecer una identificación mecánica entre conocimiento científico y conocimiento institucional aunque si es posible advertir, como en cualquier nivel o estructura basada en la selección del acierto y de rechazo del error, cierto grado de paralelismo. Pero existe, por lo demás, una notable diferencia. La ciencia empírica descubre, por así decirlo, el acierto al mismo tiempo que rechaza las restantes hipótesis como erróneas. La Institución, por su parte, construye, crea y organiza el edificio integrado de sus verdades y, al mismo tiempo, elimina, condena y persigue los errores o herejías que se construyen dentro del caldo ideológico situado en los aledaños de la Institución.


Para comprender los mecanismos de supervivencia Institucionales que la llevan a establecer la ortodoxia y a condenar la herejía, podemos servirnos, a título de paradigma ilustrativo, del sistema inmunológico de que se dota todo ser viviente. Mediante este sistema, el organismo rechaza y elimina los agentes que le son extraños. La activación a pleno rendimiento de los resortes inmunológicos (represivos, para hablar con más claridad) institucionales se produce en aquellas situaciones de grave crisis que amenazan con desarticular, disgregar o descomponer el sistema en su totalidad. Así nos encontramos con que el fascismo fue el sistema inmunológico del que se dotó la oligarquía financiera cuando peligraron sus privilegios durante la crisis de los años treinta. La Inquisición fue el sistema inmunológico del que se valió la Iglesia Católica para contrarrestar el maremágnum de la Reforma Protestante. Y, en suma, hay sistemas, como el régimen stalinista, que se nutren y reproducen en el caldo de cultivo de la paranoia inquisitorial. Una burocracia aislada de la población solo sobreviviría poniendo en marcha todo el elenco de resortes represivos disponibles. Solo así se perpetuaría en el poder. Incluso sistemas constitucionales como el nuestro prevén en caso de crisis la activación de sus propios mecanismos inmunológicos preservadores de la integridad institucional mediante la declaración del estado de excepción, alarma y sitio (art. 116 de la Constitución Española)..


Ahora pretendo adentrarme en algo más específico, a saber: la relación existente entre Institución e Ideología, entendida esta última como cuerpo doctrinal así como sus distintas variantes: , fe o guía para la acción. Se puede ir comprobando cómo tras los más apasionados debates teológicos o ideológicos subyace un principio arquitectónico de orden estructural-institucional que en función de los requerimientos de la organización va modelando el cuerpo dogmático que le sirve de base.


Si se contempla el análisis de los cuerpos ideológicos desde una perspectiva puramente formalista o racionalista lo único que se verá en ellos será una ordenación doctrinaria de ideas, símbolos, signos y significados enormemente rígida. Pero los cuerpos doctrinales no son solamente ideas que se puedan contemplar en sí mismas o que se puedan debatir en el campo de las ideas puras. Se trata, por el contrario, de elementos activos pertenecientes a una dinámica y una arquitectura institucional. Ello hace que a través de las distintas formaciones ideológicas podamos deducir todo un entarimado institucional. Las estáticas y rígidas ideas nos hacen percibir tras ellas toda una lucha encaminada a preservar la Institución de cuantos elementos pongan en peligro su estabilidad y preeminencia. Cada uno de los dogmas y principios contenidos en una doctrina, con independencia de su grado de abstracción son, aparte de formulaciones metafísicas, elementos constitucionales de orden práctico.


No existe ortodoxia ni herejía sin Institución que las avale como tales y que les atribuya a su vez dicha condición. Los cuerpos doctrinales vienen a ser algo así como el cemento que da solidez y cohesión a la estructura institucional. Y es esa misma dinámica institucional la que va a ir creando e incorporando los materiales ideológicos que la estructura necesita como condición de supervivencia propia. En el apartado anterior me he referido a la historia del cristianismo, a como su dogmática se ha ido configurando a la medida de las necesidades de la Institución eclesiástica. La lucha contra las herejías se ha ido inscribiendo a lo largo de la historia como una lucha por la legitimidad y cohesión institucional. La religión monoteísta sólo pudo configurarse como la base ideológica de una institución autocrática, despótica y fuertemente jerarquizada. Del mismo modo, los sistemas de mediación con la única divinidad sólo podían ir encaminados a activar los resortes institucionales del sistema. No es, ni mucho menos, casual que la formación del sistema católico papista se haya forjado en lucha incesante contra aquellas variantes de la fe cristiana que pudieran hacer peligrar o poner en cuestión el fundamento último del ejercicio de la autoridad eclesiástica. Las primeras corrientes cristianas, ebionitas y gnósticas, hubieron de ser tachadas de heréticas por cuanto que hacían irrelevante la posición prioritaria que ocupaba el magisterio eclesiástico como estructura de mediación y, en definitiva, los resortes últimos de legitimación del sistema. En efecto, el gnóstico o el protestante que declara que el nexo entre Dios y el Hombre se circunscribe a su conciencia individual está poniendo en tela de juicio no solo los dogmas sobre los que se basa el magisterio católico, sino los cimientos institucionales últimos de un sistema que se atribuye el monopolio exclusivo de la cristiandad, está socavando nada más y nada menos que los principios últimos que rigen, justifican y legitiman la existencia de la jerarquía eclesiástica.


En tal contexto ningún dogma se puede considerar como ocioso o superfluo. Así nos encontramos con que las primeras controversias sobre la naturaleza, divina y humana, de Jesucristo, que dieron lugar a la anatematización de las primeras herejías, ya fueran gnósticas, ebionitas, marcionistas, valentinianas, arrianas y monofisitas, se configuran como la cobertura ideológica de la que se hubo de dotar una lucha despiadada por el poder y el control institucional. La doble naturaleza de Cristo de la que se valió la Iglesia Católica Ortodoxa fue el hilo conductor del sistema de mediación y legitimación eclesiástica. Lo que lo proveía, por un lado, de la base objetiva, corpórea y humana del fundador de la Institución que directamente encomienda a sus apóstoles la prosecución de su obra. El testimonio de su existencia, así como el de su resurrección, transmitido a los doce apóstoles, no podía ser fruto del éxtasis, trance o experiencia interna, como arguyeron los cristianos gnósticos, solo podía partir de una sólida base empírica, material y corpórea. Por otro lado, su pareja condición de ser divino - que no procedía de este mundo - lo constituía en nexo de unión con el mundo de lo sobrenatural. La experiencia de Cristo, para ser apropiada e institucionalizada, solo podía ser una, y su mediación solo debía realizarse a través de la Iglesia Instituida. Los católicos ortodoxos fueron conscientes de que un género de religión de tipo orientalizante, como la gnosis, que cultivase la introversión y la experiencia interna para acceder al contacto con la divinidad inducía a poner en la picota el magisterio de sacerdotes, diáconos y obispos. Cristo, por tanto, dotado de una única apariencia objetiva e individualizada, transmite su mensaje exclusivamente a sus discípulos directos, en este caso el grupo de los doce apóstoles, encargados de divulgarlo por el mundo a través de su Iglesia.

Nos hemos referido de paso al tema, ya de por sí espinoso, de las religiones orientales que, contrariamente a las occidentales, cultivan la gnosis, la introversión y el ensimismamiento. No obstante, han convivido históricamente con las formas más refinadas de despotismo asiático. Oriente es la otra cara de las limitaciones de Occidente. lo que aquí se nos antoja imposible allí se ha puesto en práctica. Religiones sin dioses como la budista, Rígidas jerarquías de castas en la India, déspotas político-religiosos como el Dalai Lama en el Tíbet, dinastías milenarias de mandarines y emperadores en la China. Todo un compuesto realmente desconcertante a los ojos occidentales que, sin embargo, funcionaba y se reciclaba a la perfección, incorporado como estaba a un sistema estático religioso-institucional que incluso llegó a propagarse durante milenios. La armonía oriental resulta realmente significativa. Es asombroso contemplar cómo unas tendencias religiosas que en Occidente fracasaron (al menos como fuente primaria o como principio de legitimación última) , - como las que cultivaban la gnosis bajo el cristianismo primitivo, - encontraran en Asia su máximo apogeo y esplendor así como su punto de engarce con instituciones despóticas y feudales en un grado de equilibrio asombroso. Oriente construyó la religión por una vía muy distinta a la de Occidente. Mientras Occidente estableció, a lo largo de lodo el medievo, el sistema religioso-institucional más altamente organizado en su afán centralizador y propagador, surgido precisamente en pugna contra las herejías (que adquirieron precisamente el estatuto de tales por el peligro que entrañaban como elementos distorsionantes y des-reguladores del sistema), eliminando desde el principio la posible fuente de toda herejía como podía ser, en el caso señalado, el de la gnosis, la autonomía interpretativa e introspectiva de la experiencia religiosa. Oriente, por el contrario, no solo no halló en estos últimos elementos una fuente de conflicto religioso-institucional sino que lo incorporó como propio, como medio de integrar la religiosidad en la Institución.


La primera perspectiva desde la que se puede abordar es la que se refiere al grado de concentración de poder religioso en la institución sobre la comunidad de creyentes. Hemos visto que el catolicismo se ha configurado históricamente como un proceso de acumulación de poder religioso en manos de la jerarquía institucional en detrimento de la comunidad de creyentes, incorporados como un todo estructurado en torno al llamado Cuerpo Místico de Cristo cuya cabeza visible es el Papa y la Jerarquía, constituyendo el rebaño sus restantes miembros. Precisamente a lo que tenderá el protestantismo será a ampliar o a transferir la esfera de poder religioso a los fieles en detrimento del que detentan los sacerdotes, que dejan de ser tales para pasar a denominarse pastores o guías de la comunidad exentos de poder alguno de orden sagrado y dotados tan solo de la respetabilidad que les confiere sus más elevados conocimientos teológicos.


En Oriente, sin embargo, la cuestión no se plantea en estos términos. Si bien es cierto que los sistemas panenteístas impiden por antonomasia la apropiación religiosa en exclusiva, en el mundo budista existen unas castas y unas jerarquías sacerdotales perfectamente estructuradas y en el mundo hinduista, sin haber una jerarquía monopolizadora, hay una casta semi-sacerdotal constituida por los distintos gurús y santones que gozan de gran respeto y privilegios entre la sociedad. El hecho diferencial más peculiar que podemos destacar entre Oriente y Occidente no radicará en la transferencia de poder religioso, que permanece en las manos de las instituciones y castas sacerdotales, sino en el modo de adquirirlo. La Iglesia Católica recibe de su fundador las llaves del Reino de los Cielos, testigo que pasa de Papa a Papa por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que en ningún momento se les exija a los candidatos a Papa una exhibición de sus facultades milagrosas o que el aura del Espíritu Santo se pose sobre sus cabezas ni nada por el estilo. El llamamiento y elección del primer candidato (Pedro, según la leyenda cristiana) se hizo de una vez por todas. La Institución cobró un papel prioritario en todo momento a la hora de determinar las reglas de la sucesión político-espiritual. La condición de Dalai Lama, sin embargo, tiene que probarse en todo momento. La aptitud que hace al candidato merecedor de la sucesión del Lama como reencarnación del mismo no procede de una decisión emanada de un concilio o consejo cardenalicio sino de que el candidato supere efectivamente las pruebas objetivas que acrediten que es su verdadera reencarnación, previa consulta de los oráculos por un consejo de monjes. Se intenta evitar a toda costa la intervención humana. La Institución en Oriente no es por sí misma garante efectiva en tanto que instrumento de mediación con las fuerzas sobrenaturales. Si el acto fundacional de la Iglesia Católica asignó por sí mismo a esta Institución poderes sobrenaturales en orden a la administración de la Gracia Santificante6, en el medio budista la comunicación con lo sobrenatural ha de probarse continuamente7. El hinduismo, por su parte, carece de cauces institucionales de comunicación con el mundo transcendente. El único instrumento que posee al efecto es el cultivo de las facultades introspectivas, de la gnosis propiamente dicha, la meditación transcendental y el éxtasis del yogui que lo comunica con el Karma, con la plenitud..


Si el Catolicismo Ortodoxo y Oficial combatió con toda saña las primitivas corrientes religiosas y teológicas introspectivas fue, como ha quedado ya apuntado, para evitar el riesgo de dispersión religiosa, lo cual solo pudo impedirse imponiendo como única norma interpretativa el canon del magisterio institucional católico. Pero, como acabo de señalar, advertimos que en Oriente los mecanismos religiosos han marchado por unos derroteros bien distintos. Vemos que la introspección y la gnosis, más que diversificar el abanico teológico, lo que ha provocado ha sido, a la postre, llevar al límite el grado de pasividad y resignación de la población ante los acontecimientos, imbuirla de un cierto espíritu fatalista y, en esa misma medida, fortalecer las Instituciones Políticas del Estado. Ello se inscribe en el contexto de una divergencia religiosa fundamental: las religiones orientales, panenteístas y estáticas, tienen la virtud de incorporar al individuo al orden general de los acontecimientos, que llega a aceptarlos como parte integrante de los mismos. El Cristianismo Occidental, hijo de las Religiones Judía y Zoroástrica, de base maniquea, apocalíptica y soteriológica, requiere, para su funcionamiento y puesta a pleno rendimiento, de la activación de los resortes político-institucionales que garantizan a la Organización la asunción de una función rectora en calidad de guía del devenir.


La Historia nos informa de las consecuencias que tuvo la Reforma Luterana: la cristiandad saltó hecha añicos en una dispersión religiosa sin precedentes: luteranos, calvinistas, evangelistas, adventistas, episcopalianos, presbiterianos, mormones, cuáqueros, metodistas, anglicanos, testigos de Jehová..., visiones diferentes, perspectivas distintas, desde el renacimiento en el seno del cristianismo de las antiguas Religiones del Libro que, al igual que el judaísmo y el Islán, no reconocen más autoridad que la emanada de los textos sagrados, tal y como sucede con la secta evangelista, hasta nuevas dogmáticas surgidas al amparo de discrepancias interpretativas sustanciales con la Iglesia de Roma, donde los visionarios José Smith, fundador de la secta de los mormones, George Fox, fundador de la secta de los cuáqueros, percibieron inspiraciones de orden divino que les llevaron a cuestionar todo el sistema de organización, control y autoridad católicos o puritanos así como a fundar sus propios movimientos.


Fuera de la cuestión religiosa, entrando directamente en el plano político, podemos ver cómo los sistemas políticos han ido construyendo su ortodoxia en dura pugna por la supervivencia institucional. Los partidos, los estados y las instituciones en general no crean dogmas y principios trascendentales en el sentido religioso del término. Sin embargo, las luchas por el poder se nos presentan casi siempre bajo la forma de confrontaciones ideológicas. El marxismo leninista, concebido como síntesis entre acción y organización, solo podía dar lugar a la construcción de un partido jerárquico y fuertemente centralizado. El marxismo autogestionario, por su parte, se concebía como la negación de la organización, como la dispersión de esta en múltiples centros de poder sin cabeza visible. Las tensiones entre espontaneísmo y acción planificada, entre estructura de partido y autonomía obrera tampoco nos dicen nada nuevo si comparamos la historia política del movimiento obrero con la historia religiosa. La institucionalización del Partido de Vanguardia parte de una premisa ideológica fundamental: la absoluta desconfianza en la capacidad de acción espontánea de la clase obrera, a su natural tendencia a dejarse llevar por sus instintos reformistas y no revolucionarios. No hay más que ver las obras de Lenin ¿Qué Hacer? Y Un paso adelante, dos pasos atrás. Las mismas razones tenía Lenin para desconfiar del espontaneísmo político de la clase obrera que los primeros patriarcas de la Iglesia, Tertuliano, Ireneo y Orígenes, para desconfiar de aquel espontaneísmo religioso que se había afianzado durante los primeros siglos del cristianismo. La estructura misma del Partido genera esa tendencia que impelen todas las grandes Instituciones jerárquicas y centralizadas a condenar la desviación y la herejía, a separarlas de sí misma como elementos nocivos y distorsionantes del correcto funcionamiento y reciclaje institucional. Evidentemente, toda dinámica político-institucional genera, como uno de sus efectos más destacados, la contínua formación de corrientes internas en su seno. Dichas corrientes son, a la postre, indigeribles e inasimilables por la propia Institución, que como tal unidad orgánica, ha de encarnar la ortodoxia por antonomasia. Esa tendencia, natural e inevitable en toda Institución jerárquica y centralizada, la impele a eliminar las corrientes ideológicas internas, dado el peligro que entrañan para la existencia de la propia organización, la cual se ve compelida de modo continuo a reafirmarse y reproducirse como un todo a salvo de la dispersión.


Solo existe un modo de evitar la dispersión, la desintegración y descomposición organizativa: criminalizar la desviación, la herejía y la apostasía, en términos religiosos, o el revisionismo, el oportunismo y el desviacionismo en términos político-religiosos. Se trata de un continuo combate por la supervivencia Institucional.


Decididamente, el dogmatismo no es un síntoma de esclerosis ideológica. Si viviéramos en el mundo de las ideas puras, unas se nos presentarían claras y distinta, otras, confusas, otras inmutables y otras variables. Pero no vivimos en el mundo de las ideas puras. Los sistemas ideológicos, los cuerpos doctrinales, las reglamentaciones jurídicas (los estudiosos del Derecho denominan, no por casualidad, al estudio de la norma jurídica, dogmática jurídica) son cuerpos engendrados por la Institución, son, al mismo tiempo, cuerpos generadores de Institución. Entrando en una dinámica socio-histórica, las armas institucionales se van perfilando, se van afilando. Y es que los dogmas no se crean y forman por sí solos, se perfilan mas bien como formas estructuradas al unísono de las jerarquías institucionales: con ellas nacen, crecen y se reproducen. La solidez y el monolitismo dogmático salvaguarda en todo momento a la Institución del desgaje y la dispersión o, lo que viene a ser lo mismo, de la disgregación y desarticulación que acompaña a todo cuestionamiento interno de sus principios ideológicos y estructurales por baladí que pudiera resultar.


No es de extrañar que en el seno de las organizaciones jerárquicas ultra-centralizadas se persiga con más saña al correligionario - ya sea apóstata o hereje, revisionista o izquierdista infantil- que al adversario ideológico o estructural. Ya alguien dijo que las hogueras no se habían inventado para los paganos sino para los herejes. Al fin y al cabo, el medio adverso es el medio de prueba, el medio donde necesariamente se realizan y consuman los fines ( unos soteriológicos, otros políticos) trazados por la Institución. El placer con el que los primitivos cristianos de los siglos II y III asumían el sacrificio, el tormento y el martirio negándose sistemáticamente a hacer lo que les hubiera salvado la vida, rehusar de su fe cristiana y postrarse en adoración ante la efigie del Emperador, puede ser paradigmático de hasta que punto la entrega al sacrificio pudo servir de catalizador de las metas y objetivos institucionales. Mientras los primeros patriarcas, Ireneo, Orígenes, etc .... empeñaban todas sus energías en combatir la herejía interna, vista como el principal enemigo a abatir, veían con toda naturalidad y como un mal necesario (y como indispensable medio de prueba que los había de reafirmar en su fe) el campo de los torturadores.


El enemigo está dentro, es preciso purificar la Institución de aquellos elementos internos que dificultan e impiden el cumplimiento de sus objetivos. Al igual que los primeros patriarcas cristianos veían en la saña del enemigo un medio de afirmación y realización de la propia Identidad, los comunistas chinos plantean la cuestión del martirologio en la misma dirección que los cristianos primitivos:


Miles y miles de mártires han ofrendado heroicamente su vida en aras de los intereses del pueblo. ¡Mantengamos en alto su bandera y avancemos por el camino teñido con su sangre!8


Sostengo que, para nosotros, es malo si una persona, partido, ejército o escuela no es atacado por el enemigo, porque eso significa que ha descendido al nivel del enemigo. Es bueno si el enemigo nos ataca, porque eso prueba que hemos deslindado los campos con él. Y mejor aún si el enemigo nos ataca con furia y nos pinta de negro y carentes de toda virtud, porque eso demuestra que no solo hemos deslindado los campos con él, sino que hemos alcanzado notables éxitos en nuestro trabajo.9


Tanto vales cuanto enemigos te combaten. Ahí están los infiltrados, los traidores, los enemigos internos, no importa que lo sean objetiva o subjetivamente, por malicia o por ignorancia. Si en el campo de batalla puede haber generosidad para el contendiente vencido en el campo contrario, para el traidor, el espía o el agente infiltrado, ¡jamás! Stalin y su camarilla sabían muy bien que para consolidar su poder monolítico era necesario dar a los correligionarios opositores, tanto a los posibles rivales por el poder como a quienes cuestionaban el sistema organizativo y de funcionamiento interno, un tratamiento extra-político, como delincuentes, como traidores y espías en el mejor de los casos, sino se les trataba despojándolos de su condición humana como alimañas, sabandijas, ratas, etc. Todos saben que en una guerra de trincheras al soldado del bando contrario capturado se le hace prisionero. Sin embargo, al espía o al comando experto en operaciones de sabotaje que actúa dentro de las posiciones enemigas se le fusila en el acto y sin contemplaciones. Stalin fue capaz de negociar con sus adversarios políticos externos y, de hecho, no tuvo pudor alguno en rubricar el tristemente célebre Pacto Germano-Soviético de 1939 que provocara la invasión y posterior división de Polonia (que acabó desencadenando la Segunda Guerra Mundial) así como la entrega a la URSS de los Países Bálticos. Sin embargo, para sus adversarios internos, los llamados por su propia propaganda elementos anti-partido, solo les aguardaba un único y posible destino: el exterminio físico.


LA HISTORIA CREA LAS INSTITUCIONES, LAS INSTITUCIONES CREAN LA HISTORIA



El sentido del enunciado hubiera variado sensiblemente de haberse alterado sus términos al modo de La Historia crea a los hombres, los hombres crean la Historia. No es exactamente el bucle recursivo lo que aquí pretendo destacar. La relación Historia (creadora de) Instituciones, Instituciones (creadoras de) Historia puede y debe interpretarse efectivamente del modo antes apuntado. Pero en el presente caso a lo que me estoy refiriendo es, más bien, a esa ideología histórica emanada de los centros de poder que, si bien ha de tener la consideración de un agente histórico en calidad de cemento cohesionador e integrador de la dinámica institucional, tomada en sí misma, lo que en sí lleva implícito es un modo de apropiarse del pasado por el mecanismo de su institucionalización. El pasado institucionalizado no es otro que un pasado mitificado, estructurado y asimilado a las exigencias mismas de la institución como tal. Por todo lo anterior, decir, en el presente caso, que las Instituciones crean la Historia equivale a afirmar que las Instituciones inventan su propia Historia. En tal contexto, la apología de sí misma es causa inevitable de su propia falsificación.


El acontecer histórico, contingente y aleatorio en esencia, se nos presenta como un ingente desarrollo de formas, organizaciones e instituciones estables en su inestabilidad, invariables en su variabilidad, inmodificables en su modificabilidad. Todo acaecer histórico cuenta con unos márgenes variables de previsibilidad y, en su conjunto, de una intersección caótica de factores solo podemos deducir la presencia de un elevado margen de incertidumbre de los posibles desenlaces de los acontecimientos venideros. Paradójicamente (o, mejor diríamos, inevitablemente) las instituciones generadas por todo proceso histórico muestran una acentuada tendencia a apropiarse del pasado. El pasado del que se apropia toda institución histórica es un pasado necesariamente asimilado tanto en su forma como en su contenido, se trata de un pasado unidimensional, unilineal y uniforme donde el margen de azar e imprevisibilidad desaparece por completo. El pasado se reorienta como una cadena de acontecimientos encaminados básica y exclusivamente a culminar en la Institución que lo ha creado. La Historia se convierte, de este modo, en necesidad pura y dura. Incluso la historia más caótica y absurda acaba culminando en la institución precursora. Hegel culminaba su zigzagueante dialéctica, repleta de contradicciones y contrasentidos, en la construcción del Estado Prusiano. Cuando la Razón Histórica pierde en el camino su -valga la redundancia- racionalidad, no se está despojando a sí misma de su propia esencia, más bien lo que está haciendo es camuflarla ocultándose convenientemente tras los vericuetos históricos mediante un ingenio encubierto que la hará encaramarse finalmente a su última meta. La Razón última viene así a ocupar el primer lugar en la jerarquía de las razones.


Por un lado nos encontramos ante una Historia inestable e imprevisible y, por otro, ante Instituciones que muestran una marcada tendencia a la estabilidad y a la previsibilidad y que, en consecuencia, escriben una historia (pasada) estructurada sobre sus propias coordenadas institucionales. El nacimiento de la Institución define, por lo general, el punto cero de la Historia. Antes de la Institución se situarán sus precursores que, independientemente de que lo supieran o no conscientemente en el plano objetivo, naturalmente, concentraron, a tenor de toda versión oficial, todos sus esfuerzos en su creación así como en el resultado final. La Institución se presenta, de esta guisa, como una construcción premeditada dotada de una antigüedad generalmente mayor que la que le corresponde y de unos antecedentes fabricados al efecto. Las historias institucionalizadas no han contado nunca con la minuciosa elaboración de un Hegel. Muy por el contrario, a lo más que aspiran es a la pura narración apologética.


El cristianismo, por su parte, ha ideado su propia Historia situando su origen en el Siglo I. Su leyenda histórica atribuye a su divinidad el encargo, hecho a uno de sus discípulos, de fundar la Iglesia cristiana.


Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas o poder del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos10.


Lo que se escribe ex post, a partir de la escisión de la Sinagoga de la secta judeo-cristiana y su ulterior constitución como Iglesia, acaecida tras la segunda guerra judía, ya bien entrado el siglo II, solo puede ir encaminado a otorgar a la Institución una fundación, orientación e inspiración de origen divino y sobrenatural. No obstante, las distintas subsectas cristianas, en función de su mayor o menor integración en la Sinagoga, tenderán distintos hilos de legitimación. El judeo-cristianismo jerusalemita, cuyo máximo exponente textual del que actualmente tenemos constancia es el Evangelio de Mateo, crea un hilo de continuidad entre la historia sagrada y la palabra de Cristo, entre el Viejo y el Nuevo Testamento. La genealogía semítica con que se inicia precisamente este Evangelio, encaminada a legitimar a Jesús como descendiente de David, sería una carta de naturaleza irrelevante para Pablo de Tarso, máximo exponente del judeo-cristianismo de la diáspora, desde el mismo momento en que su filiación divina y misión redentora y sacrificial era el título suficiente para legitimarlo. El año 0 del cristianismo se sitúa, muy por el contrario de lo que asegura su apologética, en el Siglo IV de nuestra era con el Edicto de Milán de Constantino promulgado en el 313 . No obstante, se ha pretendido atribuir a la secta judeo-cristiana la condición de Iglesia a partir de unos orígenes que no le corresponden. Incluso, una vez puestos en la Historia de la Iglesia, por muy institucionalizada que esté, no se puede asegurar que sea la misma. Los manuscritos de Nag Hammadi, descubiertos el año 1945, suponen una aportación decisiva para la comprensión de los orígenes históricos del cristianismo. Los llamados Evangelios Gnósticos como, en general, toda esa corriente interpretativa fue barrida y enterrada (como literalmente fue hallada la vasija de Nag Hammadi) por la institucionalización del movimiento cristiano. El gnosticismo, una corriente claramente orientalizante que cultivaba la introspección, la autointerpretación y el autoconocimiento de las verdades cristianas, ponía en peligro seriamente las tentativas organizadoras e institucionalizadoras del catolicismo, el necesario hilo de legitimidad apostólica que debía trazar la nueva autoridad político-religiosa. El papado, heredero del Imperio Romano,


La búsqueda de hilos de continuidad de los acontecimientos históricos establecidos desde la Institución fundadora prosigue aún en nuestra época. Aquí tengo a mano el Preámbulo de la Constitución de la República Popular China que se expresa en estos términos:


La fundación de la República Popular China marcó la gran victoria de la Revolución de nueva democracia y el comienzo de una nueva etapa histórica, la de la Revolución socialista y la dictadura del Proletariado, después de más de cien años de valerosa lucha del pueblo chino que terminó por derrocar, bajo la dirección del Partido Comunista de China y mediante la guerra revolucionaria popular, la reaccionaria dominación del imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático11.


La valerosa lucha del pueblo chino de hace más de cien años se concibe como un combate uniforme dotado de una relación de continuidad hasta su lógica culminación con el derrocamiento de la reacción bajo la dirección del Partido Comunista de China. De este modo, la lucha del pueblo chino se inviste de un carácter en todo momento orgánico y planificado igual que si se tratara de un proyecto que se concibió hace más de cien años. En esta historia desaparece por completo el caos y la incertidumbre, las luchas esporádicas y contingentes que se pudieron producir durante dicho periodo por causas y motivos diversos adquieren de este modo una unificación causal. Es la historia rescrita por la Institución. La historia real casi siempre se da de patadas con la historia oficial, y así nos encontramos con el caso de que las Guerras del Opio, dirigidas por mandarines feudales, adquieren el rango de luchas populares contra la reaccionaria dominación del imperialismo.


La historia académica de España que nos ofrecen en los libros de texto falsea del mismo modo la Historia en la medida en que lo que nos presenta es una Historia Institucionalizada. La actual existencia del Estado Español como entidad política y administrativa netamente definida es el punto de partida de la creación de una Historia fabricada convenientemente a la medida de sus necesidades como Estado. Sin embargo, España como Estado-Nación, como realidad sustantiva, es una creación relativamente reciente. No obstante, la narración académica de la historia española empieza nada menos que en la prehistoria. El equívoco no puede ser otro que el de identificar el territorio peninsular con España. La objeción no puede ser otra que la que se refiere a la consideración del territorio peninsular como una entidad sustantiva sobre la que sea posible articular una narración histórica. Los homínidos de Atapuerca no eran ni españoles ni burgaleses (que recuerda, paralelismo y falsificación aparte, al orgullo con que los lores académicos británicos proclamaban que el hombre de Piltdown fue el primer inglés). Los Erectus de Torralba tampoco. Tampoco forman parte de la Historia de España los primitivos pobladores íberos y celtas, ni las colonias griegas y fenicias del Mediterráneo, ni las provincias romanas Tarraconense, Bética y Lusitana, ni el reinado de los Visigodos, ni la era del Islán (no existe ningún legado andalusí), ni los Reinos Cristianos de la Reconquista, ya sea el de Castilla-León o el de Castilla-Aragón, en la medida en que no se puede considerar que la alianza (no fusión) de las Coronas de Castilla y Aragón fuera el germen o el proyecto (inexistente) inicial de la construcción del Estado Español, algo que tampoco se produjo a través de la abolición de los fueros medievales llevada a cabo durante el reinado de Felipe V. En puridad, no cabe hablar de una Historia de España, ya sea vertebrada o invertebrada12. Por otro lado, se puede observar como este tipo de Historia institucionalizada es susceptible a la fabulación más grotesca. Bajo el franquismo la historia que se impartía en las aulas fue el reino de la fabulación histórica: hazañas, gestas, traiciones. Actos heroicos protagonizados por héroes españoles (de comic) como Viriato, El Cid, Indivil y Mandonio, Guzmán El Bueno, Don Pelayo, Hernán Cortés, Agustina de Aragón, El Empecinado, que, lógicamente, culminaban, como todo cuento, en la feliz y próspera España franquista. Inventar grandes héroes que personifican las esencias nacionales no es, ni mucho menos, exclusivo de la historización franquista. Los países buscan desesperadamente señores feudales o mercenarios medievales a los que elevar estatuas como portadores del (falsamente incipiente) espíritu nacional, ya sea El Cid en España, Skandenberg en Albania, Vlad (el empalador) en Rumanía, Juana de Arco en Francia, etc, por mucho que estuvieran situados en coordenadas históricas distintas. Si los nacionalistas catalanes y vascos quieren construir su propia Historia institucionalizada, cargada de disparates mitológicos, no tienen más que ponerse manos a la obra. Pueden inventarse una antaño próspera Euskal Herría feliz e independiente subyugada más tarde por el imperialismo español (y francés), a unos heroicos vascos resistentes a la romanización y posteriormente a la islamización y castellanización exactamente iguales a los galos de la aldea de Astérix, a una Catalunya milenaria subyugada tras la abolición de los fueros por Felipe V, a unos héroes catalanes que abnegada e infatigablemente lucharon durante siglos por la autodeterminación.


La Institución institucionaliza (valga la redundancia) su propia Historia como Institución a la que acaba siempre encontrándole una lógica interna que le es inherente, un desarrollo encaminado hacia sí misma gradual e inalterable y una coherencia que permanece a lo largo del tiempo, incluido el que transcurre entre su mismo origen - en este caso estamos hablando de su origen real - y el tiempo presente. No obstante, si miramos detenidamente podemos notar que tal desarrollo gradual generalmente es mítico, que la coherencia fundacional no permanece inalterable a lo largo del tiempo, llegando incluso a contradecirse la institución instituida con su origen fundacional. Pero las Historias mitológicas se encargan precisamente de limar asperezas y contradicciones, ocultarlas si es preciso. El imperativo de la supervivencia institucional es demasiado poderoso. Casi siempre aboca a un ente distinto del que en un principio se originó. No obstante, necesidades legitimadoras y auto-legitimadoras nacidas de la misma dinámica Institucional que, como tal, solo puede presentarse a sí misma como un ente estable ligado a la tradición, dificultan e impiden su propia consideración histórica. Observamos que del Partido Comunista Bolchevique de Lenin al PCUS de Stalin se ha operado algo más que una simple transición. Más aún, se trata de dos instituciones radicalmente opuestas que, no obstante, llevan puesto el mismo nombre


El fenómeno de la Institucionalización de la Historia ha convertido a esta en un artefacto endemoniado susceptible de la mayor de las manipulaciones interesadas. Nada hay de fiar de la Historia Sagrada, de la Historia Franquista, de la Historia Stalinista y, en general, de cualquier Historia Académica, subordinada como está a las necesidades de cohesión del Estado-Nación. La Historia a-institucional solo puede ser una Historia Crítica o una Crítica de la Historia cuya misión fundamental no puede ser otra que la de derribar las construcciones mitológicas forjadas por las instituciones



CRÓNICAS, HISTORIOGRAFÍA E HISTORIA


Se suele decir que el cultivo de la Historia surgió como una disciplina crítica. Castoriadis afirma lo siguiente:


Es curioso comprobar que, en rigor de verdad, la historiografía solo existió en dos periodos de la historia de la humanidad: en la antigua Grecia y en la Europa moderna, es decir, en las dos sociedades donde se desarrolló un movimiento de cuestionamiento de las instituciones existentes. Las otras sociedades solo conocen el reinado indiscutido de la tradición y/o el simple “registro escrito de los acontecimientos” que consignaban los sacerdotes o los cronistas de los reyes.”13



Mantengo mis dudas al respecto. La Europa moderna, construida a la sombra de los grandes nacionalismos, pudo desarrollar un ámbito disciplinario propio en el ámbito de la historiografía. Por otro lado, advertimos como todos los esfuerzos de los historiadores del siglo XVIII y XIX irán encaminados a edificar un mito de nuevo cuño alternativo al mito religioso y a los sistemas de legitimación tradicionalista: el mito de la Nación. Dicho mito solo podía construirse a costa de reimplantarle una Historia de sí mismo entendida como su propio origen dentro del mismo campo ideológico en el que se desenvuelven los grandes mitos. La Historiografía moderna surgió no solo como un movimiento de cuestionamiento de las instituciones existentes, o lo que viene a ser lo mismo, las propias del Antiguo Régimen, sino, a un mismo tiempo, como un ingrediente imprescindible a la constitución política del Estado-Nación. La Escuela Histórica alemana fue sin duda un movimiento crítico de envergadura surgido a la luz de un afán sin precedentes por rescribir de nuevo la Historia, del mismo ánimo que impulsó a los enciclopedistas franceses a hacer punto y raya en el conocimiento. No obstante, algo se hace entrever en ese magnífico esfuerzo histórico-crítico. Los historiadores alemanes estaban envueltos en esa necesidad de buscar en la Historia una razón última, un móvil impulsor de los pueblos, una empresa colectiva teleológicamente accionada. Hegel, el filósofo de la historia, tenía en mente la idea de un final de la Historia, la construcción del Estado-Nación Alemana de la que Prusia había de ser su impulsor. Savigny apelaba al Volkgeist, el Espíritu de los Pueblos. La ilustración alemana fue el movimiento de racionalización de la Historia por excelencia. Fue un movimiento crítico sin precedentes



LO EVITABLE Y LO INEVITABLE EN LA HISTORIA O SOBRE LOS LÍMITES DE LA NECESIDAD Y LA CONTINGENCIA HISTÓRICAS


El mundo en el que vivimos es solo uno más de entre otros muchos posibles. Esta frase lapidaria compendia por sí misma la percepción contingente de la historia. La contingencia histórica ha venido adquiriendo últimamente una especial relevancia de la mano precisamente del principio de incertidumbre. El azar ha dejado de ser dominio exclusivo del presente o del futuro para instalarse de lleno en el pasado. Son muchas las preguntas que surgen a la luz de la visión contingente: ¿la combinación de protones, electrones y neutrones pudo dar lugar a una tabla periódica de elementos distinta a la actual? ¿las especies biológicas de hoy en día pudieron ser otras totalmente distintas? ¿la sociedad de hoy pudo ser otra sociedad distinta? O bien, muchas cosas de las que han sido, ¿pudieron llegar a no ser?


Toda realidad se engendra en un marco de posibilidad. Sin embargo, la defensa a ultranza de la contingencia histórica puede llegar a ocultar y reducir a la nada los escenarios y marcos de realización de lo posible. Estos escenarios y marcos son asimismo relativos y, en cierta medida, también contingentes. No obstante, tienen la capacidad de graduar la esfera de realización de lo real, el marco de azar y de incertidumbre..., es en definitiva lo que nos da el abanico de posibilidades aleatorias de realización. Pueden ampliar o bien restringir las posibilidades aleatorias según los casos. El azar interviene activamente en la génesis de lo real, mas lo real no es reductible al azar.


En el campo de la biología encontramos al máximo defensor de la contingencia histórica en Stephen Jay Gould. Su interesante obra “La Vida Maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la Historia” es todo un alegato en pro de



Cuando la Historia se convierte en el marco de acción de un conjunto de principios superiores externos o internos, llámesele voluntad divina o, desde un punto de vista más laico, necesidad histórica, se suele percibir como consecuencia de la acción unas leyes inexorables e inmutables. La Historia no viene a ser el resultado de algo que se hace sino de algo que se impone, ya sea la Razón histórica hegeliana o el destino en el que creían los antiguos. El pasado es inmutable, una narración de una sola dirección y como tal inmodificable. Lo que sucedió tenía que suceder. Lo ocurrido está ahí como un dato objetivo e inalterable. Lo interpretemos como lo interpretemos los hechos son los hechos. Cuando la relación necesidad/contingencia se reviste de esos caracteres, lo contingente se nos presenta como el fenómeno superfluo que obedece estructuralmente a los dictados de una esencia profunda, literalmente oculta. La obra hay que interpretarla de todas formas, no importa quienes sean su director, sus actores, sus intérpretes o su escenario: la Historia, en todo caso, será esencialmente la misma. Aunque los actores e intérpretes improvisen no podrán modificar en lo esencial el marco general de la obra, la cual los faculta para esa improvisación dentro de su estructura integrada: las normas mismas por las que se rige esa misma interpretación sientan sus propios límites estructurales y funcionales. Está escrito, y lo escrito cuenta con un valor absoluto y eterno.


No obstante, la Historia es fundamentalmente azarosa y contingente. Las causas de que se nos presente como absoluta e inmodificable no hemos de buscarlas en la Historia misma sino en la perspectiva bajo la que se contempla. Lo pasado, lo ya muerto, lo ya ocurrido se plasman ante el espectador como una concatenación de sucesos consumados e irrepetibles. Exactamente igual que los fósiles narran lo sucedido de la única forma en que ha sucedido. Las posibilidades de haber ocurrido de forma distinta a como han ocurrido ni las narra ni las puede narrar la historia: entre dos Historias distintas sólo una puede ser la verdadera. Sin embargo, hay que constatar que los desenlaces pudieron haber sido múltiples, distintos y distantes. Es importante hacer hincapié en esta última tesis puesto que de la forma de afrontar el conocimiento del pasado depende en mucho la actitud que se adopte ante el presente. Si nos dejamos atrapar por la perspectiva del pasado nos encontraremos ante una Historia muerta y sin pulso, petrificada como los restos arqueológicos que de ella dan testimonio. Si no sabemos encontrar la realización de una sola Historia entre otras múltiples Historias posibles nos veremos abocados a una visión unidimensional, unilateral y absolutista de la dinámica de los procesos sociales.


La Historia ha sido, hasta el presente, la Historia del mundo occidental. El chovinismo etnocentrista europeo, aparte de cegar los ojos, cuenta con ser cuna de grandes mitos históricos. En particular, los últimos tres siglos de historia europea han sido el corsé que ha servido para construir mitos como el del Progreso de la humanidad, bien bajo su vertiente positivista como evolución y desarrollo tecnológico gradual y contínuo, bien bajo la vertiente marxista, entendido como una sucesión progresiva de sistemas de contradicciones de clase que, merced al contínuo desarrollo de las fuerzas productivas, va desplazando a unas clases por otras. La fatalidad histórica estaba, de uno u otro modo, escrita en el mismo proceso de desarrollo social. El corsé de los tres últimos siglos de historia europea servía igualmente para toda la humanidad. No obstante, la visión uniformista y tipológica: los tipos ideales weberianos, los modos de producción marxianos, ha ido perdiendo terreno merced al contacto con otras culturas y, por tanto, con otras historias. La Historia comparada ha abierto finalmente unos ojos cerrados por décadas de evolucionismo, progresismo y dialéctica. Vemos como aún un mismo mundo tecnológico ofrece distintas soluciones políticas a problemas parecidos. Los europeos y, en general, los occidentales, dieron una solución determinada en el plano político a la sociedad industrial: el nacionalismo y el liberalismo fueron los medios de los que se valieron las clases gobernantes para implantar las formas de mediación políticas necesarias para eliminar los poderes locales y aristocráticos. Se tendió hacia el laicismo y la democracia parlamentaria acompañadas de poderosas burocracias centralistas y jacobinas, en unos casos y federalistas en otros, aunque, en ambos casos, sujetas al imperio de la Ley positiva y al sistema de división de poderes. En el mundo islámico, por el contrario, la modernidad, entendida como la industrialización y la constitución de estados centralizados, no ha seguido esa misma pauta, tal y como habría sido de esperar, al menos conforme a la óptica de quienes consideran que la marcha hacia la democracia capitalista es un proceso universal e imparable al que converge (ha de converger) toda la humanidad. El integrismo musulmán es la respuesta o la solución política que ha dado este mundo al problema de la mediación directa poder central-poderes locales o tribales. El flujo Alto Islán (el propio de las capas urbanas, letradas y cultas) -Bajo Islán (el que corresponde al medio campesino, sujeto a sistemas tribales y a poderes locales) que a lo largo de siglos se ha alternado cíclicamente como absorción del segundo por el primero y consecutiva recomposición del segundo, a la luz de la industrialización ha tenido como consecuencia la práctica aniquilación del Bajo Islán, bastante relajado en el cumplimiento de las prescripciones religiosas y más sujeto a la interpretación de las normas establecido por los santos locales, a manos del Alto Islán, más estricto en los preceptos, propio de las capas urbanas ilustradas en contacto con la exégesis directa de las Escrituras. ¿Qué viene a significar todo esto? Que, ante parecidas premisas dos mundos tan cercanos como el islámico y el occidental han dado respuestas diferentes, que si para los occidentales el laicismo político-estatal, es decir, el desprenderse de la tutela de los poderes religiosos como lastre del desarrollo económico ha sido condición de modernidad: en este sentido vemos cómo en la misma Unión Europea los países protestantes están a la cabeza del desarrollo industrial.(Alemania, Dinamarca e Inglaterra) mientras que los países católicos son el Sur, los destinatarios de los Fondos de Cohesión (Italia, España e Irlanda), muy por el contrario, en el mundo islámico la industrialización, la modernidad, si la queremos llamar así, ha ido de la mano del despertar del fundamentalismo religioso. En este caso no valen los paralelismos historicistas. Asegurar que los países islámicos se encuentran en la actualidad como los europeos en el siglo XV no ayuda en nada a comprender la realidad histórica. Muy por el contrario y, por paradójico que nos pudiera parecer, el mundo islámico, actualmente en plena efervescencia integrista, está iniciando el mismo proceso reformista que las modernas sociedades occidentales iniciaron a finales del siglo XVIII y consolidaron durante los dos siglos siguientes por la vía del laicismo. El Alto Islán provee al mundo islámico del mismo material que requirió el mundo occidental para deshacerse del feudalismo, de la aristocracia y de los poderes locales, está imponiendo una única ética, disciplinada, puritana y uniforme acorde a las nuevas necesidades socio-organizativas, eliminando la indisciplina y la relajación de las costumbres propia del mundo anterior a la Reforma (tanto europea como islámica), convirtiéndose en un firme cemento político-ideológico sobre el que articular el nuevo orden económico. Sin embargo, el fatalismo y el finalismo ha impregnado de forma permanente nuestras conciencias, hasta tal punto que no somos capaces de usar más vara de medir que la nuestra propia. Las ideas mismas de desarrollo y consecutivo subdesarrollo, dogmáticas y paralizantes, nos hacen imaginar un proceso de crecimiento social de forma análoga al proceso de crecimiento individual, como si se hallara preestablecido por un programa genético. Sin embargo, la historia tiene mucho de bricolaje y de improvisación. Si tomamos, por ejemplo, el caso de la evolución de las instituciones jurídico-políticas de un mismo área, de la Europa Occidental, nos encontraremos cómo se ha producido una convergencia desde dos moldelos distintos: el constitucionalismo revolucionario francés, por un lado, y el cripto-constitucionalismo consuetudinario inglés, por otro. Si dentro de un mismo área divergen las soluciones a adoptar, no digamos lo que sucederá entre latitudes diversas.


Cuando se formula la pregunta que encabeza el epígrafe, a lo que comúnmente la gente quiere referirse es, más que a lo aquí expuesto, a saber, a los rasgos generales e institucionales de los que se dota toda formación histórica tanto en el plano económico como ideológico y jurídico-político, sino, mas bien, al epifenómeno histórico: el papel jugado por determinado dirigente político bajo tal o cual proceso o coyuntura, el desempeñado por tal ideólogo que generó tal movimiento, la invención de esto y no de aquello, porqué fueron los europeos quienes primero desembarcaron en América y no los chinos, qué hubiera pasado si ..., etc. Evidentemente, ninguna formación socio-histórica se puede concebir como dada y como autosuficiente y el abanico de interacciones entre sociedades distintas es muy amplio e incluso, en algunas ocasiones, decisivo cara al desenlace de determinados sucesos. Sin embargo, la presentación de la Historia como una concatenación de acontecimientos narrados y pasados hace que se piense en los elementos insustituibles o que, en sus variantes personalistas más insoportables, se nos presente como una sucesión de dinastías de faraones egipcios, reyes godos, etc. o, peor aún, como el resultado de la acción de líderes eminentes. Más de un profesor de Historia ha formulado la tesis de que la Historia se asienta sobre tres pilares: Alejandro Magno, Julio César y Napoleón Bonaparte. Ante esta versión de los hechos, simplista y personalista, nada hay que decir, pues refutarla puede implicar caer en el ridículo. Ningún dirigente carismático es nada por sí mismo. Considerado socialmente es expresión de una necesidad o bien consecuencia de un vacío de poder. Vicisitudes históricas singulares hicieron que republicanos convencidos como César o Napoleón impusieran una dictadura que acabara desembocando en sus respectivos Imperios. Sin embargo, esa fuerza histórica de la que se hicieron cargo tuvo consecuencias trascendentales. César abolió el estrecho margen de ciudad-estado de la Roma republicana, Napoleón barrió las instituciones del Antiguo Régimen a lo largo y a lo ancho de Europa. Pero que nadie crea que todo ello se debió a la acción de eminentes, insustituibles o singulares genios de la política. En todo caso, si hay un impulsor real de dichos procesos no pudo ser otro que la necesidad de superar las anteriores estructuras de mediación política. Se suele decir que el papel histórico desempeñado por Napoleón, de no haber sido llevado a cabo por el Emperador Corso, lo hubiera ejecutado otro, dando así la idea de que una sucesión de plazas vacantes de la Historia pudieron haber sido ocupadas alternativamente por distintos titulares. Como toda verdad a medias esta última proposición tiene su lógica, para qué lo vamos a negar y, por supuesto, es mucho más acertada que el mito de los genios de la Historia insustituibles. Sin embargo, algo falla. Tras la Convención y el Directorio no había puesto al que opositar, es decir, ninguna necesidad histórica inquebrantable de que un dictador diese un golpe de Estado el 18 de Brumario, ni de que el dictador hubiese de ser general (ni, por supuesto, de que el general se llamara Napoleón, aunque esa variable ya la hemos descartado). Napoleón se hizo dictador aprovechando una correlación de fuerzas favorable, pero las correlaciones históricas son siempre contingentes y variables (lo que significa que no pertenecen al reino de la necesidad), al minuto siguiente pueden cambiar. El reino de la política es el reino de la oportunidad y de la ocasión por antonomasia cuyo desaprovechamiento por los actores políticos presentes y concretos puede llegar a generar efectos radicalmente distintos a los producidos. La Alemania de los años treinta, socialmente radicalizada, pudo escorar indistintamente hacia el nazismo como hacia el bolchevismo. Observamos como los vencedores de la Guerra Civil Española fueron los vencidos de la Segunda Guerra Mundial. La incertidumbre no está instalada exclusivamente en el futuro, también lo está en el pasado.


Antes de tratar de la necesidad histórica es preciso descomponer este concepto y efectuarlo a distintos niveles, articulados en función de su operatividad específica. La Ciencia Política acostumbra a establecer por un lado un análisis estructural y por otro un análisis coyuntural. La estructura vendría a ser algo así como lo que está en el fondo de los acontecimientos, la esencia. La coyuntura, por su parte, sería la superficie, el fenómeno, aquello que aflora y empíricamente se manifiesta dando así la debida constancia de la existencia de una estructura profunda que marca la pauta. Sin estructura no hay coyuntura. Sabemos que la Francia pre-revolucionaria hizo aflorar la convocatoria de los Estados Generales por Luis XVI, la participación activa, dentro del Tercer Estado, del Club de los Cordeliers, los sucesos del Campo de Marte y finalmente la toma de la Bastilla. Pero el protagonismo alcanzado por el Tercer Estado tiene una base estructural sin la cual no es explicable. La palabra crisis viene a ser un comodín muy socorrido, sobre todo tratándose de la explicación de fenómenos revolucionarios. No obstante, podemos deducir cómo un precipitado histórico aboca a ciertos acontecimientos específicos. El Régimen Absolutista, por lo que a la estructura política se refiere, entra en una espiral de endeudamiento progresivo provocada por la financiación de las distintas guerras en las que intervino Francia, pero se enfrenta a algo más grave, a todo un proceso de disgregación y desarticulación de las antiguas estructuras de dominio y mediación con los súbditos. El Régimen Absolutista, en la misma medida en que fué desplazando los sistemas de mediación indirecta, a través de las oligarquías locales, para la extracción de recursos, cimentaba su poder en el ejército y en una costosa burocracia alternativa: a la par que el progresivo endeudamiento del Régimen fortalecía sus mecanismos de mediación directa, debilitaba al mismo tiempo las bases naturales de su poder y control social, el Primero y Segundo Estado. Se había constituido un Estado al margen de las clases sociales, es decir, al margen del necesario tejido social desde el que todo sistema ha de articular y estructurar las bases de su poder. En la superficie de este marco estructural se mueve la sucesión de hechos, con nombres propios, que comúnmente relatan los historiadores, el ámbito que vamos a dar en llamar de lo fenoménico. El mundo de lo fenoménico se encuentra repleto de actores y de protagonistas (no pongo estas palabras en cursiva por casualidad precisamente) de la Historia: Luis XVI, Lafayette, Danton, Desmoulins, Marat, Robespierre, Brissot de Barbille, la guillotina, María Antonietta, Saint-Just... Y al final, Napoleón Bonaparte. Actores y protagonistas cuyo guión lo constituye el enfrentamiento entre las ideas conservadoras y los ideales de corte revolucionario y, a su vez, entre los distintos movimientos que personifican tales ideas, desde los sans culottes, a los radicales montañeses, a los jacobinos del Comité de Salvación Pública y los más moderados girondinos, los liberales monárquicos de Lafayette y los Republicanos de Danton, Marat y Robespierre. La Razón, la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad puestas en pié irrumpiendo en duro combate contra el sistema aristocrático, los derechos de sangre, los estamentos y la dinastía monárquica. Los flujos de fuerzas que intervinieron en el contexto de la Revolución reconducen, en última instancia, a las necesarias bases de legitimación del sistema económico y político, al vacío estructural engendrado por el Régimen Absolutista, a la necesidad de cubrir y suplir dicho vacío social, a la aparición de los mecanismos de constitución de un sistema político articulado sobre un nuevo tejido social firmemente consolidado capaz de incorporar, articular y organizar a toda la sociedad en los engranajes de un nuevo aparato de mediación sólidamente establecido. A la superficie de la estructura afloraron las diversas coyunturas específicas, soluciones y tanteos al problema básico del vacío social planteado por el Régimen Absolutista así como al de la búsqueda de una estructura estable de mediación. El tanteo pasa por diversos periodos, de la Monarquía Constitucional a la Primera República y, de esta, al Imperio Napoleónico. Hablando en puridad, ninguna de las fases apuntadas puede considerarse en sí misma como históricamente necesaria, ya sea en su calidad de fase transitoria o en la de fase definitiva. Inglaterra, por su parte, encontró una solución al problema del vacío social y de la modificación de las estructuras de mediación que no tuvo que pasar por la supresión de la Institución Monárquica, ni siquiera de la clase aristocrática. Más bien al contrario. Lo que se adivinaba en este proceso fue la reconversión misma de la clase aristocrática como impulsora del nuevo orden socio-económico.


La crisis producida en los cimientos estructurales mismos de un sistema no determina la necesidad histórica de que la resolución de la crisis se encamine por la vía de un modelo específico. La necesidad estructural tan solo apunta a la exigencia de que se de solución a la disfunción estructural. El contenido concreto de la solución que se produzca o a la que se haya llegado forma más parte del mundo de lo contingente que del de lo necesario. Se puede considerar como el producto de la reflexión, en el plano superficial, de las fuerzas desencadenadas por el flujo estructural cuya esfera autónoma de realización lo sitúa de lleno en el mundo de la incertidumbre.


Si se me permite avanzar un paso mas, puedo incluso hasta poner en duda la base paradigmática sobre la que descansan los conceptos de azar, necesidad y contingencia. ¿Hasta qué punto se puede asegurar la existencia de una necesidad como tal separada del azar?. En el campo de la biología darwinista, pongamos por caso, ha funcionado bien la separación entre ambos principios (Monod, en su magistral obra El Azar y la Necesidad los elevaría a la categoría de principios rectores de la evolución biológica) aunque, si reflexionamos un poco, el factor que opera como necesidad en la selección natural, la modificación de los ambientes locales (variaciones climáticas y medioambientales), obedece tanto al azar como los factores que propiamente se atribuyen a accidentes del azar (modificaciones en el material genético favorables a la modificación operada en el medio). Con lo que tenemos que la evolución biológica es el resultado de la interacción de distintos géneros de modificaciones fortuitas. Las radiaciones solares ultravioletas o los rayos cósmicos que provocan una mutación en el acervo genético de determinados individuos



LA TRANSMUTACIÓN FUNCIONAL EN LA HISTORIA


En el mundo viviente se llama homología a aquella adaptación orgánica que, surgida para resolver un problema específico del ser vivo, cambia de función una vez que se han visto alteradas las circunstancias. Las adaptaciones biológicas suelen ser acumulativas.


Las piezas del puzzle histórico son imprevisibles. No menos que las piezas del puzzle biológico. Un elemento letal para los primitivos organismos anaerobios como el oxígeno fue más tarde asimilado como un componente esencial a la supervivencia de los organismos vivientes. Obviando el doble filo de las adquisiciones tecnológicas y energéticas, como constructor y destructor a un mismo tiempo, podemos constatar cómo instituciones primeramente concebidas o útiles en unos determinados contextos para articular determinadas relaciones, se vuelven a continuación incluso antagónicas del sistema que primitivamente las concibió, un lastre del que es preciso desembarazarse a toda costa.


Las palabras, a lo largo de la Historia, expresan significados distintos. La palabra neumático designa en la actualidad una moderna pieza de caucho, inflable, imprescindible para las ruedas de los vehículos. Sin embargo el origen griego de la palabra, pneuma alude al concepto aire, en efecto, pero también tiene otras connotaciones vitalistas y animistas como aliento o soplo vital. El hecho de que los seres vivos respiren los hace estar dotados de pneuma, esa sustancia espiritual que les insufla vida y energía. La traducción latina de la palabra como ánima, de la que deriva la castellana alma hace más patente esta identificación espiritualista entre aire y espíritu


En las sociedades humanas sucede algo parecido. Instituciones que en un principio desempeñaron una función específica acaban desplazándose funcionalmente, acoplándose a situaciones insospechadas desde la perspectiva de lo que motivó su creación. La pervivencia de una misma institución a lo largo de situaciones históricas diversas solo puede concebirse como una sucesión de transmutaciones funcionales. El fenómeno de la transmutación funcional no podemos concebirlo como el encaje de una misma pieza en distintos puzzles encontrando en cada uno de ellos su propio espacio y acomodo. Sería esta una explicación simple y poco adecuada al fenómeno, por cuanto que las distintas situaciones históricas (representadas en el ejemplo como los distintos puzzles) modifican necesariamente la Institución (la pieza) de modo que su engarce a lo largo de situaciones diferentes se produce mediante un proceso de retroalimentación donde la misma Institución, en su necesidad de acoplarse al nuevo contexto y de generar el flujo vital adaptativo medio-organismo ha de dotarse de las modificaciones estructurales imprescindibles que posibiliten nadar en los nuevos caldos históricos. y en ellos encuentra el acomodo necesario para su funcionamiento a través del fenómeno Si no hay transmutación o desplazamiento funcional caben dos alternativas: extinción o atrofia. Podemos poner varios ejemplos de instituciones.


El Arte


Bajo el siglo XVIII y sobre todo bajo el siglo XIX tuvo lugar la configuración y el espacio de lo que hoy comúnmente se conoce e identifica como El Arte (con mayúscula). Tras la invención de la perspectiva en la Toscana renacentista, la vuelta al clasicismo y a las proporciones en la escultura y la introducción del ritmo en la música, el sentido de lo estético como puro goce desligado de los símbolos y contenidos a los que la representación artística se ha ido asociando. El arte que se expone y se exhibe como tal arte14 incluso el arte tomado en sí mismo como tal es una invención relativamente reciente. La Historia del Arte no puede ser, en este sentido, más que una disciplina chovinista sentada sobre unos presupuestos ontológicos claramente establecidos por esta época. En el segundo epígrafe del libro se interpretaba la llamada Historia de España como una construcción mitológica surgida de una institución presente y fáctica como es la del Estado Español. La misma mitología que se edifica sobre un presente es la que ha dado lugar a la elaboración de una narración histórica de una sucesión de fenómenos vistos e interpretados a través de un mismo prisma. Una ilusoria sucesión así como una imaginaria relación de continuidad de fenómenos da lugar a que se piensen los grabados paleolíticos, los pictogramas egipcios, los murales románicos, los retratos de Rembrandt y la música de Stravinski bajo el mismo concepto de Arte. Cualquier analogía formal que se pretenda establecer en relación a los fenómenos de representación plástica, pictórica o acústica que existen o han existido a lo largo de la Historia quiebra desde el mismo momento en que olvida su conexión social, su inserción histórica concreta al mismo tiempo que se desvanece en el neblinoso mundo de la reificación. El Arte es la palabra mágica que reconduce a unidad fenómenos dispersos en la Historia como la plasmación pictórica, musical, literaria o arquitectónica que tienen en común (o más bien se les quiere ver en común) su Identidad estética. El conjunto , . cuya analogía formal


El Colonialismo


Solemos partir de una noción matriz cuando nos referimos al colonialismo, identificado mecánicamente con el imperialismo, como la subordinación política, económica y tributaria de distintas provincias y territorios a un mismo centro colonial. Una misma palabra cuando se utiliza para identificar fenómenos distintos tiene la virtud de confundirnos. O bien cuando se conceptúa bajo una misma denominación hechos e instituciones distintos en base a que comparten una serie de rasgos y características formales comunes se corre el riesgo de englobar cosas distintas bajo una única denominación. La Historia nos presenta el caso de un tipo de colonialismo muy extendido en el mundo antiguo. En concreto, el de griegos y fenicios. Jamás ha existido un imperio griego salvo el Imperio Macedonio de Alejandro Magno ya entrada la época helenística. Los colonizadores griegos a los que me refiero fueron quienes desde el siglo VIII al V a.c. se asentaron a lo largo y ancho del Mediterráneo, incluido el Mar Negro. Fundaron Polis hologramáticamente calcadas de la Polis original sin que los ligara a la ciudad madre de la que partió la expedición vínculos políticos de ningún tipo. El modelo se pudiera parecer muy bien al de cualquier ser vivo que esparce su especie diseminando huevos y semillas cuyas crías crecen y se desarrollan sin relación alguna con la madre que las hizo nacer. Los griegos y fenicios sembraron sus semillas por todo el Mediterráneo, clonaban su cultura y estructura política


La colonización griega nada tiene que ver con el actual sentido que se le da a la palabra. No se trataba de incorporar territorios conquistados en beneficio de una metrópolis, es decir, en nada se asemejaba al imperialismo ni al colonialismo. En las nuevas ciudades fundadas reproducían, obviamente, sus mismos esquemas culturales y la Identidad griega se mantuvo hasta el final, desde la estructura política hasta la organización de la actividad económica. Para la elección de los nuevos asentamientos donde habían de fundar las nuevas Polis preferentemente fueron enclaves del litoral mediterráneo. En el origen de los movimientos colonizadores hemos de buscar los movimientos migratorios provocados por la escasez de recursos y el incremento de la población. Los fundadores de colonias generalmente eran agricultores desposeídos o stenochoria que se embarcaban en expediciones organizadas por la ciudad. Al mando de dichas expediciones se situaba un jefe (oikistés) que, tras consultar el oráculo de Delfos sobre el lugar más idóneo donde instalarse, fundaba una nueva polis independiente por completo de la ciudad madre a la que no estaban unidos por vínculos políticos sino meramente afectivos. El mayor número de fundaciones se produjo entre los años 750 y 675 a.c. y afectaron sobre todo a Sicilia y al sur de Italia. El segundo periodo ocupa aproximadamente desde el 675 hasta el 550 a.c. teniendo lugar su expansión a lo largo de toda la costa mediterránea.


Cinco países actuales del Mediterráneo donde hubo colonias griegas: Italia, Turquía, Egipto, Francia y España.


Ejemplos de Colonias griegas: Naucratis (Egipto), Siracusa, Catane, Himera y Gela (Sicilia), Taras, Síbaris, Región, Neápolis y Cumas (Sur de Italia) Ampurias, Hemeroskopion y Mainake (España), Cirene (Libia), Massalia (Francia) y Alalia (Córcega).


El imperialismo y colonialismo europeo que se extiende a partir del siglo XV se nos presenta, al mismo tiempo, un concepto confuso y ambiguo. Tomemos dos modelos continentales objeto de colonización: América y África.


AMÉRICA: Veremos como Europa se proyectó en América como un holograma. Transmitió su estructura social, política, religiosa y hasta su idioma a lo largo y ancho del continente, A partir del siglo XVIII las nuevas colonias, en su lucha por la independencia, construirán Estados análogos a los europeos. De resultas del proceso nos encontramos ante una América inglesa e irlandesa, una América francófona, una América holandesa, una América española y una América portuguesa. Más tarde veríamos cómo un norte industrial, anglófono y protestante, implantaría su hegemonía sobre un sur agrícola, hispánico y católico, El nuevo continente ale invadido, asimilado, colonizado y posteriormente independizado. Articulé su estructura política y cultural sobre los elementos aportados por las metrópolis matrices reduciendo a la marginalidad las estructuras políticas y culturales indígenas. América creó Estados sin Historia o con una Historia importada de Europa. América no conoció la cultura greco-latina ni el feudalismo ni el Renacimiento. América no importó reyes porque su lucha por la independencia se desenvolvió contra los monarcas europeos. Sin embargo, la América del Norte hizo suyos los principios de la Revolución Industrial, implantó sus propios principios del liberalismo y se benefició sobremanera de las oleadas de migraciones procedentes de la vieja Europa. El proceso de capitalización americano no conoció la lucha de clases al modo europeo. La acumulación primitiva se llevó a cabo mediante la importación de mano de obra esclava procedente en su mayor parte del Golfo de Guinea. En cierto modo, la colonización africana se puso al servicio de la colonización americana: Bartolomé de las Casas, Motolinía y demás defensores de los derechos de los indígenas americanos no mostraron los mismos escrúpulos para con los indígenas africanos.


América del Norte implantó su nuevo orden económico con una mínima resistencia social, la propia de indígenas nómadas paleolíticos, llamados hoy amerindios. Ocupó y desalojó inmensos territorios vírgenes, construyendo el sistema su propio campesinado, un campesinado que desconoció por completo los vínculos económicos de tipo feudal y vasallático y que desde el primer momento empezó a producir para el mercado. Al mismo tiempo cruzó el territorio de Este a Oeste con sus grandes medios de comunicación, el ferrocarril y el telégrafo. Se fundaron las primeras ciudades-capital (en el sentido de centros de acumulación económica y de dirección político-administrativa)


América desechó los idearios revolucionarios europeos decimonónicos, rechazó el socialismo y creó su propio sistema político al más puro estilo capitalista, donde la carrera política estaba concebida como una prolongación de la carrera económica, donde los partidos, más que como estructuras de mediación política e ideológica con la ciudadanía al modo europeo, intervenían como maquinarias electorales.


La América Central y del Sur construyeron también su propia Historia. Los conquistadores españoles hubieron de diezmar dos grandes imperios agrícolas, el azteca y el inca. Sobre sus cenizas establecieron su propia estructura política


ÁFRICA: Decididamente, Europa no se ha reproducido en África al modo americano, australiano o neozelandés. África no construyó, ni de lejos, estados similares a los americanos. Diversos factores son los que convergen en el origen y configuración de esta diversidad colonial, que van desde el factor bioclimático, al socio-estructural. Desde cierta perspectiva podría decirse que África llegó demasiado tarde a la colonización y demasiado pronto a la descolonización. Pero es ese un juicio un tanto apresurado y una apreciación un tanto ficticia. Nos habíamos olvidado de que Europa tiene un Norte geográfico, económico y político y un Sur geográfico, económico y político (que actualmente se ha ampliado hacia el Este), que con América sucede un tanto de lo mismo y que, a un nivel mundial global, África se sitúa al Sur de todo, hasta de la misma supervivencia. El capitalismo no crea hologramas estructurales. Favorece, no obstante, la mundialización a través de los grandes medios de comunicación de masas, aunque no una capitalización simultánea en todos los rincones del planeta. Las grandes áreas de desarrollo y acumulación crean al mismo tiempo grandes zonas de dependencia. El capitalismo ha invertido la lógica de los antiguos mitos del Edén, de Síbaris o de Jauja en el sentido de que riqueza natural no implica necesariamente riqueza económica. Gran Bretaña es un país extremadamente pobre en recursos propios. Brasil y Nigeria, por su parte, son países muy ricos en recursos naturales. Sin embargo, los índices económicos de uno y otros países nos muestran precisamente todo lo contrario.


África, salvo el África del Sur, nunca fue colonizada. Fue, sin embargo, ocupada, repartida y administrada. Los nativos, salvo exiguas minorías, no asistieron a ningún proceso de aculturación (salvo el fenómeno de colonización cultural que se produjo por la vía de las misiones). Tampoco se crearon asentamientos económicos sino plantaciones y explotaciones en las que fue empleada abundantemente la mano de obra autóctona. Los indígenas no fueron apartados del proceso general de colonización ni recluidos en reservas salvo la excepción de África del Sur. La riqueza invertida y producida no repercutía en la colonia sino en la metrópolis. A las colonias regresaban los beneficios imprescindibles para el mantenimiento de la administración colonial y la financiación de una más que barata mano de obra aborigen. Mientras tanto, las estructuras tribales permanecieron prácticamente intactas en lo político. En el plano económico la población, salvo escasos núcleos, abandonaba la economía nómada, horticultora o cazadora-recolectora para incorporarse paulatinamente al nuevo sistema como mano de obra asalariada. El sistema colonial, sin embargo, aún respetando los diversos regímenes de agregación política autóctona, entró en el juego de la distribución de poderes y privilegios a distintos clanes tribales y étnicos en detrimento de otros. Ello trajo consigo el que dichas comunidades nunca desarrollaran procesos de integración y agregación política más allá de los meramente tribales. Bajo el sistema colonial dichas escisiones fueron acentuándose y agravándose con una dureza inusitada .


La descolonización africana ha llegado a crear auténticos monstruos. Caníbales como Idi Amín Dadá, el Emperador Bokassa, Mobutu, Siad Barre o Teodoro Obiang que, apoyados por mercenarios occidentales, han ocupado los palacios presidenciales y han empleado toda su energía, su única formación recibida de los ocupantes, la militar, para aniquilar drásticamente a sus adversarios tribales, aunque esta vez, ni con lanzas ni con flechas ni hachas, sino con armas automáticas, introduciendo sus cuerpos en las despensas y cámaras frigoríficas de palacio. Por puro convencionalismo más que por otra cosa solemos llamar Estados a entidades como Zaire, Angola, Namibia, Burundi, Togo, Burkina Fasso, Chad, Sudán, Sierra Leona, Senegal, Somalia, etc. cuando en realidad no son tales. Son meras demarcaciones territoriales trazadas con escuadra y con compás a las que se les ha puesto un nombre para distinguirlas de las demás. Los pigmeos ¡Kung no tienen patria, solo reconocen territorios de caza, lo mismo se puede decir de los nómadas Masai que, como tales nómadas que son, no reconocen Estados, ni fronteras ni asentamientos fijos de ningún tipo, son apátridas por antonomasia. La descolonización africana, más que a la liberación de los pueblos, a lo que ha contribuido ha sido a la gestación de formas tanto más opresoras y esclavizadoras que aquellas a las que expulsó, a la ampliación de estructuras tribales incapaces de establecer nexos orgánicos ni de ningún otro tipo con las restantes.


El Cristianismo


El concepto cristianismo ya de por sí resulta equívoco si de lo que se trata es de aludir a ese fenómeno religioso cuyos antecedentes históricos se pretenden situar en el siglo I. Tanto mas equívoco resulta cuanto que el mismo título Cristo, del griego, Kristòs, el Ungido, no aparece hasta el siglo IV. En los presuntos primeros tiempos del cristianismo no había cristianos propiamente dichos. En todo caso, lo que sí pudieron existir fueron distintas comunidades judías seguidoras de Jesús de Galilea, es decir, judíos jesusitas que convivieron con otras corrientes judías de inspiración farisea, bautista (seguidoras de Juan El Bautista), simonista (seguidora de Simón El Mago), esenia, saducea, etc. el emperador Juliano, apodado por los cristianos el apóstata, se referiría a este grupo como el de los galileos15 o a los nazarenos. No parece, pues, que la denominación específica cristianos pudiera utilizarse antes de la creación de Cristo, porque Cristo ya no es el Jasid galileo Jesús de Nazaret (por otra parte, una referencia histórica bastante difusa), se trata más bien de una construcción ideo-religiosa ligada a todo un entarimado institucional Durante todo el siglo I


Se ha convertido en un lugar común la determinación del origen del cristianismo como el de una secta escindida más tarde del judaísmo. Posiblemente fuera así durante los primeros siglos de nuestra era, sobre todo por lo que se refiere al judeocristianismo palestino del siglo I. Las genealogías históricas suelen fallar en este punto a la hora de buscar un hilo de continuidad entre el origen de dicha secta y la configuración de la Iglesia cristiana de los siglos posteriores. Y es que el nominalismo - es decir, la común denominación de cristianos a los judíos seguidores del santón galileo, a los discípulos de Pablo de Tarso y a los fieles del Papa Gregorio VII - se da de bruces con la Historia. El hecho de que la Iglesia cristiana haya acatado bastante poco las disposiciones de sus propios textos sagrados o que se haya atribuido a sí misma la categoría de fuente de la que emana su propio magisterio ha hecho a los hermeneutas y analistas de todas las épocas mostrar las contradicciones en las que ha incurrido la citada Institución con sus textos fundacionales a lo largo de la Historia (fundamentalmente en el contexto de las luchas religiosas posteriores al siglo XVI, con ocasión de la Reforma protestante, luteranos y calvinistas, se dedicaron a una rigurosa exégesis bíblica y a un estudio histórico exhaustivo de las fuentes del catolicismo, usando tales contradicciones como argumentos en pro de la impugnación de la autoridad papal). De los libros más recientes sobre el tema que tengo más a mano puedo citar dos, bastante malos por cierto. Las mentiras fundamentales de la Iglesia Católica16 de Pepe Rodríguez, que se esfuerza en aclararnos y desvelarnos las claras contradicciones en las que ha incurrido la praxis eclesiástica a la luz de la Biblia y los Evangelios. El otro libro, El Evangelio de Marcos, Del Cristo de la Fe al Jesús de la Historia17 de Gonzalo Puente Ojea, pretende interpretar el cambio de rumbo de la Iglesia por vía de la teología paulina así como su influencia en el Evangelio de Marcos. Los estudiosos del tema, Vidal Manzanares, Antonio Piñero, Montserrat Torrents o el mismo Puente Ojea han derrochado sus inmensas dotes de erudición en el análisis e interpretación de los textos evangélicos, en el estudio de sus fuentes, contradicciones y confluencias, en la hipótesis de una denominada fuente “Q” común a tres de los Evangelios, en el estudio a fondo de las tesis de los teólogos protestantes, Bultman y Schweitzer, en la teología paulina. Pero lo cierto es que el fenómeno cristiano, tal como llegó a configurarse, es imposible de comprender si no acudimos a sus fuentes ocultas, fuentes no escritas que, no obstante, adquirieron una importancia básica; a saber, el entorno mistérico en el que llegó a desenvolverse el cristianismo de los primeros siglos de nuestra era.


No dudo de la transcendencia que haya podido tener la teología de San Pablo en la ruptura de los lazos existentes entre la primitiva secta judeo-cristiana y la Sinagoga. Pero el despegue del cristianismo como religión oficial a partir del siglo IV en el mismo corazón del Imperio Romano hay que concebirlo e interpretarlo desde otra perspectiva. No creo que a estas alturas importe mucho que Cristo no hubiera fundado Iglesia alguna. Lo importante a destacar sería, en el presente caso, que la Iglesia cristiana, al constituirse en potencia autónoma creadora de sus propias fuentes y de sus propios cánones institucionales, dió un paso decisivo. El cristianismo llegó al monopolio religioso, entre otras causas, por su labor de síntesis sincrética del conjunto de las religiones orientales practicadas en ese momento bajo el Imperio Romano. Al articular dicha síntesis se negó sus orígenes mismos como tal cristianismo descendiente del judaísmo. El llamado Jesús de la Historia se desvanece totalmente a la luz de la nueva Iglesia. Incluso el mismo Cristo de la fe paulino cae también tocado de muerte. El Cristo al que se le rinde culto en las Iglesias es descendiente ( por vía ilegítima o de préstamo cultural) de Apolo, Atis y Mitra, es la encarnación y la síntesis de las divinidades mistéricas orientales a las que se les rindió culto bajo el Imperio Romano de la época de la consolidación del cristianismo. El error de definición en este caso es patente, el cristianismo perdió su ascendente judaico, cortó radicalmente el cordón umbilical que le unió a él. Es preciso re-definir y por tanto clasificar al cristianismo como una religión mistérica oriental. En tal sentido, sus fuentes no tienen porqué ser los textos bíblicos sino los cultos, formas e instituciones de aquellas religiones orientales con las que convivió durante sus primeros siglos de existencia. La posición que acabó adquiriendo la nueva iglesia como fuente de mediación directa con la deidad, creadora de normas y cánones, vinculantes en el orden de prelación de fuentes incluso sobre sus textos sagrados, sus Evangelios. Dicho título, que le ha sido concedido en calidad de cabeza visible de Cristo en la Tierra, la sitúa en una difícil tesitura a la hora de compaginar la legitimidad de sus textos judaico-cristianos (con su correspondiente baño de helenismo) con su estructura, funcionamiento y praxis mistérica. La articulación de la síntesis se llevará a cabo por vía de la hermenéutica interpretativa papal y clerical; un difícil punto de equilibrio de un origen institucional y mítico nominal (los Evangelios judaico-helenísticos) y sus elementos propiamente constituyentes adquiridos del entorno mistérico. El endógamo judaísmo no se encontraba en condiciones de facilitar los rudimentos imprescindibles a una nueva religión de conversión y de iniciación (el intento emprendido en este sentido por Filón de Alejandría pudo ser un hecho anecdótico). Los llamados sacramentos, auténticos rituales de iniciación mistérica, proceden, difusamente, de las distintas prácticas religiosas colaterales al cristianismo. El cristianismo suplió la circuncisión por el bautismo (un ritual prestado de las abluciones mistéricas isíacas y del taurobolio mitraico), y parece ser que instituyó la eucaristía posiblemente influida de la comunión del cuerpo y la sangre del toro sagrado de los mitraistas, tomó prestado igualmente otro ritual de iniciación o sacramento, la confirmación, también del mitraísmo, donde a los iniciados bautizados se les atribuía la condición de soldados (miles) tras pasar por una ceremonia iniciática consistente en marcarles un símbolo en la frente con hierro incandescente (el cristianismo sustituye la marca con los santos óleos) incorporó, del mismo modo, la penitencia y la expiación de los sacrificios mistéricos, aunque en este punto sigue también la tradición judía del sacrificio.


Los luteranos, los evangelistas (ávidos en reconvertir el cristianismo en una religión del libro) y Pepe Rodríguez no encuentran en los Evangelios más que unas escasas referencias a María, la madre de Cristo. El problema es que la Virgen María dejó de ser la madre de un humilde predicador galileo para convertirse en una síntesis entre la diosa egipcia Isis18 y la diosa frigia Cibeles (entre otras muchas más, Deméter, Astarté, Innana, Tanit, etc). Es una reina celestial poderosa y fastuosa, cubierta de joyas y mantos ostentosos que dan fe de su poder y de sus títulos, como el de Madre de Dios, un título propiamente isíaco que recuerda los atribuidos a dicha deidad como Madre de todos los Dioses o Diosa Madre. El precedente más directo de las representaciones icónicas de la Virgen con el niño, las Madonnas medievales y renacentistas lo encontramos en la imagen de la diosa Isis con el niño Harpócrates en su regazo. De hecho, muchos templos y santuarios dedicados a Isis fueron inmediatamente reconvertidos en capillas de culto mariano


Tampoco prescriben los Evangelios ni las Epístolas Paulinas el celibato sacerdotal o los votos de castidad, tan solo exigen de los sacerdotes y obispos que desposen una sola mujer (epístolas de San Pablo). Sin embargo, lo que sí sabemos es que los Galli, los sacerdotes de Atis, fueron originariamente eunucos. El voto de castidad sería para el catolicismo algo así como una castración simbólica de sus ministros (obispos, sacerdotes y diáconos). Tampoco prescriben los votos de silencio que practican ciertas órdenes religiosas monacales como la de los cartujos; sin embargo, era práctica corriente en el Egipto de los faraones cortar la lengua a determinados grupos de iniciados al sacerdocio.


Los Evangelios tampoco admitían que Jesús hubiera nacido el 25 de diciembre19, aunque esa era la fecha señalada para el nacimiento de las grandes divinidades solares mistéricas Mitra y Apolo. Según la Biblia el día de la semana destinado al culto religioso no era el domingo sino el sábado. El Domingo, en principio, Dies Solis o día del Sol (que actualmente permanece como tal en su denominación inglesa, Sunday), cambiado más tarde como Dominicus o día del Señor, fue otro préstamo más del mitraísmo que había implantado un calendario semanal astral (Lunes o día de la Luna, Martes o día de Marte, Miércoles o día de Mercurio, Jueves o día de Júpiter, Viernes o día de Venus, Sábado, que permanece fiel al calendario judío aunque bajo el calendario romano fué el día de Saturno) .


Tampoco hay en los textos nada que nos indique que el nacimiento de Jesús tuviese lugar en el año 1 (de las escasas referencias históricas de los Evangelios parece deducirse, según los estudiosos que en el año 1 los romanos no llevaron a cabo ningún censo con fines fiscales, a lo que obedecería el traslado de los padres de Jesús, sino dos años antes o dos años después), aunque los astrólogos habían señalado que el “Niño de Oro” gobernaría el mundo a partir de que la constelación de Piscis ocupara, en la presión de los equinoccios, la posición que hasta entonces había mantenido la constelación de Aries20

 

El cristianismo había escindido la teología culta de la teología popular, aquella que se refiere al cumplimiento estricto de los rituales estacionales propios del ciclo solar. Si la muerte y resurrección de Cristo es interpretada por los teólogos como un acto de amor y expiación colectiva por los pecados o como la vía de salvación, eso poco importa para la teología del vulgo que anualmente interpreta en clave ritual el ciclo estacional del año solar. Así el ciclo invierno-primavera es visto como el ciclo nacimiento-muerte-resurrección, un ciclo que conocen, no obstante, todas las divinidades mistéricas: Isis, Osiris, Atis, Mitra... Las procesiones de Semana Santa portaban en sus comienzos, cuando tenían otro nombre, dendroforía o festivales de Atis, el árbol de Atis (dios de la vegetación) junto al que se había sacrificado un cordero con ocasión de la llegada del equinoccio de primavera. El dato ritual básico no se ve muy alterado por el hecho de que ese árbol fuera sustituído más tarde por un Cristo crucificado. Lo importante es la simbolización es la expiación ritual, de la sangre del cordero derramada a los pies del pino de Atis, cuyas gotas en contacto con la tierra han adquirido emblemáticamente el color violeta, lo que nos recuerda las violetas sembradas al pié de los crucifijos que desfilan en nuestra Semana Santa. La sustitución simbólica de un árbol por una cruz21 o de una serie de nombres por otros nos pone sobre la pista de las estructuras universales del cuento y del mito, historias que se repiten articuladas sobre el mismo eje alterándose simplemente los nombres y caracterizaciones de los elementos y personajes intervinientes. El símbolo Cristo ha sido extraído de la estructura narrativa judeo-cristiana para ser integrado al sistema de los ciclos mistéricos.


El cristianismo, para acceder a la categoría de religión oficial y universal hubo de desembarazarse no solo del judaísmo sino también del mismo cristianismo. Era esa la conditio sine qua nom que lo facultaría para reestructurarse en calidad de síntesis sincrética del conjunto de las religiones mistéricas practicadas por los distintos sectores sociales del Imperio Romano del siglo IV. Determinados cultos, como el mitraico, no podían aspirar a la categoría de religión global y universal al estar reducida su práctica exclusivamente a la población masculina y, en particular, a los legionarios y comerciantes procedentes de oriente. Otros cultos, de extracción aristocrática, tampoco reunían los requisitos imprescindibles necesarios para consolidar la nueva doctrina. El cristianismo había de implantarse como una religión de masas. El ascendente judeo-cristiano, su fuerte impronta mesiánica, que le valió para obtener la adhesión de las clases más humildes, los plebeyos, metecos y esclavos, sirvió como catalizador al que se incorporaría más tarde, en una nueva síntesis integradora, el conjunto de los rituales mistéricos. La síntesis fue ciertamente traumática, compleja y contradictoria. De los escritos de los autores cristianos contemporáneos, Ireneo, Orígenes, Tertuliano..., tenemos constancia de como se llevaron a cabo los rituales y prácticas mistéricas frigias, egipcias y persas de la época. En dichos escritos se describe y critica con profunda saña y desprecio ese conjunto de supersticiones. Lo más paradójico de todo es como, al mismo tiempo, se iba produciendo un proceso paralelo y paulatino de asimilación, absorción e incorporación de esos cultos hasta el punto de transformar al cristianismo en una religión mistérica más. Sin duda, aquello que se rechazaba en el plano de lo consciente habría de ser incorporado a la propia estructura religiosa aunque esta vez obedeciendo a requerimientos de otra índole, fundamentalmente prácticos y de oportunidad, algo así como vencer al enemigo con sus propias armas22.


El ecosistema religioso del Imperio Romano de los primeros siglos de nuestra era debió ser un tanto peculiar. Los cultos orientales habían ido implantándose poco a poco en el orbe del Imperio. Parece ser que ya el Emperador Claudio había introducido en Roma el culto a las deidades frigias Cibeles y Atis y que el siglo II y III conocieron la expansión de cultos egipcios a Isis, Osiris y Anubis, persas (el mazdeísmo concretado esta vez no en su divinidad central, Ahura Mazda sino en Mitra), junto a cultos sirios, acadios, babilonios, etc. En ese caldo de cultivo de cultos iniciáticos orientales se forjaría el cristianismo, esa derivación del judaísmo que, como otra religión oriental más, debió competir por su espacio social y religioso propio. Debió establecerse un sistema de vasos comunicantes entre cultos y creencias y, sobre todo a partir de Constantino23, el cristianismo pudo encontrarse en condiciones de sintetizar a un nuevo nivel los misterios orientales eliminando de ellos sus aspectos más sectarios aunque conservando sustancialmente las formas y los sistemas de mediación e iniciación como estructuras de poder religioso. La síntesis debió ser, en efecto, dolorosa: de un sistema de creencias situadas fuera de la ley, perseguidos sistemáticamente sus practicantes, a la incorporación de la Institución a un sistema de poder político-religioso cesarista y teocrático Las primitivas comunidades religiosas unidas en la clandestinidad dejaron, por uno u otro motivo, de ser operativas. El magma religioso de los misterios, de los saberes ocultos y de los sistemas de iniciación pudo ser útil al cristianismo a la hora de derivar las distintas advocaciones sectarias hacia la jerarquía así como de asimilarse a la autoridad del Estado. El nuevo monoteísmo había de satisfacer todas las expectativas de un mundo tan politeísta, importador y exportador de cultos, como era el mundo romano, había de legitimar el politeísmo practicado y para ello creó las advocaciones marianas y el culto a las distintas deidades locales disfrazado como culto a los santos. De hecho, al igual que en el mundo antiguo, todas las ciudades, actividades económicas y corporaciones profesionales cuentan con su santo o dios protector.


El Calendario, las fiestas, ayer y hoy

Las sociedades agrícolas de las que procedemos hicieron nacer, junto a la agricultura, el culto al Sol y a la Luna y de aquí surgieron los calendarios. No es casual que los devotos de Apolo y Saturno en sus Saturnales, junto a los mitraistas en sus “Natali Solis Invicti” y posteriormente los cristianos en su Navidad, hicieran coincidir el nacimiento de sus respectivos dioses con el Solsticio de Invierno. Somos, por tanto, hijos de los calendarios. Los calendarios dosifican nuestras alegrías, nuestras penas, nuestras nostalgias y nuestros recuerdos.. Los calendarios cuentan con cierto ingrediente mágico, pues la medición del tiempo va siempre acompañada de una determinada posición de los planetas, de un determinado ángulo de inclinación solar, de una específica fase lunar y de una concreta localización de las constelaciones estelares. Los antiguos hechiceros, sacerdotes, druidas y chamanes atribuían enorme importancia al momento del año, del mes, del día y de la noche en el que podían y debían celebrar sus rituales, invocaciones y sortilegios para que estos pudieran tener efecto. No podemos sustraernos a una tradición milenaria y por eso somos, en cierto sentido, esclavos de los calendarios. Los calendarios nos indican en todo momento qué debemos celebrar y recordar. Los calendarios nos dicen cuándo hay que ser felices y comer perdices hasta reventar (aquí entra en escena un nuevo factor, el capitalismo, que en su necesidad de acumular sin límites, se vale hasta de las tradiciones populares para expandir el mercado e inducir el consumo interior). Y a todo eso lo llamaron “Espíritu Navideño”.


Pero en nuestro mundo todo es relativo: los habitantes del Hemisferio Sur celebran la Navidad no en el Solsticio de Invierno sino en el de Verano, en los Trópicos no existe ni el Verano ni el Invierno, sino la Estación Húmeda y la Estación Seca. Los habitantes del Hemisferio Norte, concretamente los de la cuenca mediterránea, en su etnocentrismo, inventaron la Navidad para sí mismos y pretendieron universalizar lo particular, convertir el Solsticio de Invierno del Norte en un fenómeno universal, cubrir la Tierra de las fiestas y celebraciones propias de nuestro final de Otoño y entrada en el Invierno, épocas que si aquí coinciden con la recolección y almacenamiento de cereales y matanza de reses porcinas, no tiene porqué serlo en otras latitudes tanto culturales como geográficas.


La directa relación entre calendario, climatología y festividad así como la absoluta relatividad del mundo la hemos podido constatar recientemente. Me refiero al caso de Cuba. En Cuba se suprimió la celebración de las fiestas navideñas. A cualquier ignorante la primera idea que le viniera a la cabeza estaría relacionada con una presunta intolerancia del régimen castrista para con las creencias religiosas. El hecho es que Cuba se sitúa al sur del Trópico de Cáncer. El clima tropical no conoce las estaciones propias del Mediterráneo ni las de las zonas oceánicas, no conoce el ciclo cuatriestacional sino el biestacional. A una estación húmeda y pluviosa le sucede una estación seca. El inicio de la estación seca coincide con la zafra, la recogida de la cosecha de caña de azúcar. La celebración de tales festividades podría producir, por tanto, serias pérdidas económicas. Las razones aducidas por los dirigentes cubanos para restaurar los festejos navideños con ocasión de la reciente visita del Papa y reanudación de relaciones con la Iglesia Católica no guardaban relación alguna con una mayor apertura religiosa sino con una mayor productividad de la economía, con un presunto desarrollo alcanzado en la tecnificación del campo que posibilita que esos días sean de descanso., etc. Pecaríamos de naturalismo si solo tomáramos en consideración los factores naturales olvidándonos de los factores puramente sociales o estructurales como condicionantes de los ciclos laborales y festivos. Uno de los móviles que impulsaron la Reforma Protestante fue la supresión de la gran cantidad de festividades existentes en el mundo católico. La nueva sociedad industrial que comenzaba a descollar en Europa a partir del siglo XV (el desarrollo del comercio tendría lugar unos siglos antes) había empezado a desligar la producción y la productividad de la climatología y del ciclo estacional del año. Dado que la enorme cantidad de festividades celebradas en el medio católico podrían traducirse en serias pérdidas económicas, el protestantismo y el calvinismo acometerían la tares de implantar una nueva ética, la ética del trabajo, del ahorro y de la austeridad. Ya no eran factores naturales o rituales los que hubiera de obedecer la estipulación del día festivo y de descanso sino criterios de otra índole, fundamentalmente económica. El descanso se supeditaría de ahora en adelante a las necesidades de reproducción (en el sentido de reposición) de la fuerza de trabajo.


De las celebraciones solsticiales mitraicas, de las saturnales romanas y de los cultos nórdicos (célticos concretamente) al ciclo vital de los árboles se ha producido una conjunción integradora. El desplazamiento funcional que se ha operado de estas celebraciones hasta nuestros días desde el culto festivo-religioso hasta la actual fiesta capitalista es exponente de la transición de una sociedad feudal-agraria a una sociedad industrial-capitalista. La fiesta y la celebración se inscribe sucesivamente en dos ciclos distintos, el ciclo agrícola y el ciclo industrial. De las recogidas otoñales de la cosecha hasta el balance de fin de año industrial y financiero se ha mantenido un principio de Identidad en la diferencia. Las formas han cubierto como inalterable el principio de Identidad de los contrarios. No obstante, incluso en el plano económico, advertimos diferencias sustanciales. El excedente agrícola del medio campesino.


RAMIFICACIONES EVOLUTIVAS: DEL ARCHIGALLI A LOS CURAS Y LOS TOREROS


Puede que lo que aquí se va a exponer sea un disparate, pero puede también no serlo. En todo caso voy a arriesgarme. Todo riesgo entraña la posibilidad de meter la pata pero aún así puede dar luz a enfoques distintos de un tema específico o de otros análogos o bien a replanteamientos de una cuestión sobre bases nuevas. Pero el mayor riesgo de todos en este caso y que puede constituir toda una osadía se derivaría del hecho de no haber podido contar con el suficiente material bibliográfico con el que apuntalar sólidamente mis argumentos (como autodidacta en estos temas me encuentro alejado de los grandes centros propagadores del conocimiento: universidades y bibliotecas y eso hace que mi lejanía sea aún mayor). En el plano intelectual mi proceder puede muy bien calificarse de herético, pues en algunos aspectos de la cuestión no cuento con otras armas que no sean mi intuición y mis sospechas


He reunido, una vez finalizado el libro, tres proposiciones entresacadas de distintos pasajes relativas a la descendencia cultural, religiosa y folklórica, que aún se conserva en la actualidad, de esos antiguos sacerdotes coribantes (Galos, Galli o Archigalli) oficiadores del culto a las divinidades frigias Cibeles y Attis:


La primera de ellas corresponde a una nota al pie de página del primer bloque de ensayos (Identidad y Transgresión) en la que hago cierta observación (incidental) sobre la tauromaquia que es la siguiente:


En cierto modo, el arte taurino puede considerarse descendiente de las ceremonias taurobólicas de la antigüedad, donde el sumo sacerdote oficiador de la ceremonia se bañaba en la sangre del animal en el fondo de una zanja como ritual de purificación extirpándole sus testículos en señal de sacrificio de su virilidad. El torero de nuestros días sería el descendiente directo de aquellos sacerdotes eunucos (Archigalli) entregados al culto del dios Atis. Su indumentaria es inequívocamente femenina. El traje de luces, vistoso, brillante y ceñido, destaca los roles convencionalmente atribuidos al sexo femenino, como sexo que seduce y se pone a resguardo de las embestidas masculinas. El macho (representado por el toro) es reiteradamente provocado, seducido y engañado. Todo el espectáculo gira en torno a una síntesis sublime entre el sexo y la muerte El clímax vendría escenificado en esa consumación final de la penetración como muerte y de la muerte como penetración


La segunda se ha traído a colación a propósito de las reflexiones hechas sobre el origen mistérico del cristianismo. Me detengo en la cuestión del origen último (no histórico, sino meta-histórico) del celibato sacerdotal con las siguientes palabras:


Tampoco prescriben los Evangelios ni las Epístolas Paulinas el celibato sacerdotal o los votos de castidad, tan solo exigen de los sacerdotes y obispos que desposen una sola mujer (epístolas de San Pablo). Sin embargo, lo que sí sabemos es que los Galli, los sacerdotes de Atis, fueron originariamente eunucos. El voto de castidad sería para el catolicismo algo así como una castración simbólica de sus ministros (obispos, sacerdotes y diáconos).


La tercera de ellas quizá esté un poco mas documentada. Ha sido entresacada del texto de Jesús Fernández Jurado y Eduardo Fernández Jurado: El Rocío: del mito a la realidad, en Huelva y su Provincia, Volumen IV. Pág. 246 Ediciones Tartessos, S.L., 1987 y que dice:


Hay Romerías, como el Rocío, donde los homosexuales, como descendientes de los sacerdotes eunucos del dios Atis, ocupan un destacado protagonismo, que incluso es fomentado.


Para cualquier observador imparcial nada tiene que ver un torero con un cura y estos aún menos todavía con un gay devoto de la Virgen del Rocío. Si, a simple vista puede ser una locura arrojar afirmaciones tan categóricas. Todo historiador serio sabe muy bien que el celibato sacerdotal fue una medida impuesta por Hildebrando con el objeto de impedir la disgregación de los bienes eclesiásticos, que la tauromaquia se inició en el siglo XVIII, que la devoción rociera procede del siglo XIII. Entonces, ¿A qué vienen esas divagaciones? ¿No es eso forzar las cosas hasta los límites de la extravagancia? Ya me hago estas preguntas anticipándome de camino a las posibles objeciones de mis interlocutores. Todo hay que preverlo. Los hechos históricos bien documentados suelen tener fecha y nombre propios. No obstante, los aspectos fenomenológicos históricos no siempre reflejan el trasfondo real del asunto. En determinadas ocasiones son la punta del iceberg. En todo caso, la causalidad de ciertos fenómenos, sobre todo aquellos relativos a la transmisión de las tradiciones folklóricas y culturales, nunca se puede dilucidar linealmente. Suelen ser diversas las causas que concurren a la génesis de un mismo fenómeno, unas de modo manifiesto, otras permaneciendo ocultas. Y son precisamente estas últimas las que a mí me interesa destacar.


Existe otro problema añadido. En el caso de nuestra península, con el paréntesis de siglos de dominación musulmana, el hilo de continuidad del acervo mistérico-cristiano se ve bruscamente interrumpido por la irrupción del Islán. Ese hilo, no obstante, no se corta del todo, permanecen islotes de cultura mozárabe que bien pueden representar un nexo de unión (aunque, en todo caso, la distorsión sigue siendo evidente) con la suplantada. Ello afectaría a la tauromaquia y al Rocío especialmente como instituciones inequívocamente locales por cuanto que la tradición religiosa cristiana permanecerá íntegramente con su sede y estructura institucional romana. De hecho, la cultura cristiano-romana acabará convirtiéndose nuevamente en hegemónica tras la reconquista


El sacerdote eunuco cibélico fue siempre despreciado en la sociedad romana, reacia como fue a cualquier práctica que implicara mutilación corporal. Permanecieron durante mucho tiempo en los márgenes sociales. No se puede asegurar fuera directo el contacto del culto cibélico con el primitivo cristianismo. Sus ámbitos de actuación y clientelas serían en todo caso diferentes. Mientras el culto a Cibeles revistió desde sus comienzos carácter oficial (fue instituido por el emperador Claudio) el cristianismo permanecería oculto a las autoridades romanas y fue directamente perseguido a partir del siglo II. No obstante, los vasos comunicantes entre los distintos cultos, ignorados entre sí, permanecieron abiertos mediante el flujo de las conversiones (que no podemos suponer que se produjeran en un solo sentido), aunque, de hecho, debió ser la conversión masiva operada tras el siglo IV el gran desencadenante de una transmisión masiva de las formas y estructuras rituales mistéricas al polo del nuevo cristianismo emergente. El cristianismo, de hecho, acabó distanciándose de su religión madre judaica por su oposición a los estrictos rituales mosaicos que imponían la marca física: la circuncisión. No es lógico suponer que abrazara una práctica, considerada bárbara, como la de la castración. No obstante, la propia historia del cristianismo nos pondrá de manifiesto que la preservación de los bienes espirituales exige el sacrificio y la mortificación del cuerpo, incluso de aquellas partes del mismo que predisponen al hombre al pecado y a la ofensa a Dios. El patriarca Orígenes, sin ir más lejos, encontró en la auto-castración el medio de preservar su espiritualidad. Las arengas de Pablo de Tarso contra la tentación de la carne nos predisponen igualmente en esa dirección. Pero hagamos la pregunta: ¿qué se busca con la castración o con el celibato obligatorio de los sacerdotes? La medida aconsejada por Hildebrando obedeció, en un principio, a motivaciones puramente económicas. Se trataba a toda costa de evitar la dispersión del patrimonio de la Iglesia, de centrarlo en la institución




En cierto modo, la transmisión de determinadas manifestaciones de una cultura no se suelen producir en bloque


La verdad sea dicha, la bibliografía que he podido encontrar al respecto ha sido bastante escasa

EL AGOTAMIENTO HISTÓRICO


Marx pronosticaría en el siglo XIX el agotamiento histórico del modo de producción capitalista. Situados a finales del siglo XX advertimos no sólo que este agotamiento histórico está lejano sino también cómo unos sistemas sociopolíticos que han emergido de este siglo enarbolando precisamente la bandera del marxismo han perecido de muerte natural víctimas de esclerosis múltiple y, por tanto, de un agotamiento histórico prematuro. Ni tan siquiera han podido esos grandes sistemas llegar vivos para poder asomarse al umbral del siglo XXI. Ciertamente, el cataclismo ha dejado supervivientes. Unos, como la República Popular China, aún pueden sobrevivir a costa de medicarse con abundantes vacunas de capitalismo. Otros, como Cuba o la República Popular de Corea, antiguas economías subvencionadas por la URSS, se encuentran paralizados por un tipo de esclerosis que los hace aparecer como auténticos cadáveres vivientes, incapaces de sobrevivir a la avitaminosis o al hambre física aunque dispuestos, en un alarde de supervivencia, a recibir como sea las apreciadas inversiones extranjeras. La burocracia gobernante china comprendió hace mucho tiempo que esa era la conditio sine qua nom de su supervivencia. Supo deshacerse a tiempo de la Banda de los Cuatro, maoístas radicales que entorpecían las reformas económicas, pero también se dio cuenta de que su supervivencia como casta estaba ligada a un rígido y estricto sistema de control del proceso de acumulación de capital, de canalización de las inversiones multinacionales. La burocracia soviética emprendió un camino distinto. Consciente, al igual que la nomenklatura china, de que su supervivencia se supeditaba a las reformas, se lanzó al abismo de emprender una oleada de reformas sin control que acabó haciendo saltar por los aires a la misma Nomenklatura (léase PCUS) que, desprovista de su identidad ideo-institucional, necesita reconvertirse al hiper-nacionalismo en unos casos, a las mafias organizadas en otros. La Iglesia Vaticana es otra organización situada al borde del agotamiento histórico. Sin duda, el proceso de reformas iniciadas con ocasión del Concilio Vaticano II, de no haber sido frenado anticipadamente por Pablo VI, pudiera haber acarreado una sucesión de acontecimientos en cadena que hubieran haber hecho saltar la organización en mil pedazos. La actual resistencia de la Cúpula Vaticana a las Teologías de la Liberación y demás movimientos de índole mesiánica que se han creado en los medios católicos del tercer mundo hay que interpretarla como un requerimiento mínimo de la organización para garantizar su supervivencia. La flexibilidad es el mayor enemigo de los sistemas esclerotizados.


El agotamiento histórico resulta directamente perceptible bajo sistemas cerrados, rígidos, autárquicos y de poder unipersonal. La flexibilidad social y su correlativa capacidad adaptativa se presenta más bien como una garantía de permanencia. Nuestra generación ha conocido la caída de regímenes víctimas de la esclerosos y del agotamiento histórico: la dictadura portuguesa, la dictadura franquista y, finalmente, las dictaduras del Este de Europa (URSS y satélites). Pero estamos hablando de nuestra época, de esta contemporaneidad encendida por ese sistema socio-económico que empezó a apuntar ya en el siglo XV, a descollar en el siglo XVIII, a imponerse en el siglo XIX y a implantarse universalmente en el siglo XX. En el caldo y aledaños de ese sistema, de esa nueva constelación histórica, como complementarios y al mismo tiempo como antagonistas, han surgido los fascismos y los stalinismos. Parecidos pero distintos, lanzados igualmente por esa impronta del progreso y de la innovación tecnológica, han sido los efímeros competidores de este sistema. Al fin y al cabo, todos son herederos del idealismo alemán: Hegel, Kant, Fichte, Schopenhauer. Las ideologías políticas de los siglos XIX y XX, ya se trate del liberalismo, del conservadurismo, del democratismo, del socialismo, del comunismo, del nacionalismo así como de los distintos fascismos, pertenecen a una misma estirpe y giran, como satélites, en torno a esa constelación burguesa24 que las hizo surgir. El sistema y sus alternativas forman un todo complejo poli-recursivo: el capitalismo se mira en el socialismo y viceversa, la democracia se mira en la dictadura y viceversa, el nacionalismo se mira en el imperialismo y viceversa... serían, por tanto, los múltiples polos de una misma relación inmanente. todos se implican y en ella están todos implicados. Nuestra paradigmatología política (oficialmente llamada Ciencia Política) los usa como las distintas barajas de un mismo juego de cartas: sus oposiciones y dicotomías acaban casi siempre acudiendo a los mismos referentes. Las alternativas acaban siendo generalmente alternativas sistémicas


La nueva constelación histórica ha creado su nuevo tiempo histórico, un tiempo histórico que ha imprimido su propia velocidad de marcha a todos los acontecimientos. Víctimas de esa aceleración han sucumbido los sistemas rígidos aledaños a esta constelación, los fascismos y los stalinismos. En esta contextualización, la rigidez deviene rápidamente esclerosis. Pero conocemos casos históricos, situados en constelaciones históricas distintas, en los que la rigidez de un sistema ha sido la que ha garantizado su permanencia y estabilidad a largo plazo. Las dinastías chinas, que permanecieron incólumes durante milenios, establecieron sus propios engranajes de reajuste, sus propios mecanismos de compensación que les garantizarían estabilidad a largo plazo. Los periodos prolongados de mandarinato abocaban a la crisis. Dicha crisis venía provocada generalmente por un incremento de la rapacidad extractora de recursos, por encima incluso de las posibilidades de la producción física, puesta de manifiesto por las castas gobernantes. El atesoramiento ilimitado olvidaba la necesaria inversión que posibilitara la reproducción del sistema: el drenaje de los canales, la reparación de las presas, etc. Ello generaba periodos de hambruna y las consiguientes revueltas entre la población. Pero jamás se barajó la alternativa revolucionaria. El reajuste casi siempre tenía lugar desde el mismo momento en que las clases gobernantes tomaban las riendas de la nueva situación, empleando sus recursos en la conservación y ampliación de las infraestructuras, de los sistemas de irrigación, reduciendo su voracidad acaparadora a límites razonables, los necesarios para la reproducción del sistema. El propio sistema se encargaba de (re)establecer sus propios mecanismos de reajuste renunciando a la intensidad extractiva de recursos en aras de la reproducción de las condiciones que garantizaran su viabilidad a largo plazo. De forma análoga, los gobernantes de las potencias capitalistas adoptan políticas económicas de reajuste consistentes en la reducción del déficit público, la incentivación de la austeridad, el fomento de la inversión, etc.


Los despotismos hidráulicos permanecieron durante milenios. Tenemos ejemplos palpables en la India o China. Nada se oponía a que prosiguieran adelante otros miles de años más, su decadencia no dependía ni del agotamiento histórico de los sistemas ni del surgimiento en su interior de unas relaciones de producción superiores, ni de la lucha de clases. Las guerras externas, más que destruírlos, fortalecían su identidad provocando una movilización de recursos y de la población sin precedentes. La creación de ejércitos permanentes ampliaba las posibilidades represivas de los sistemas, hacía más urgente aún la ampliación de su capacidad extractiva de recursos para mantener a una cada vez más amplia casta militar-sacerdotal-burocrática y servía como estímulo para acometer más gigantescas obras públicas. Así, para aislar a China de los invasores mongoles, se construyó la Gran Muralla China, una de las obras arquitectónicas más impresionantes de todos los tiempos.


Pero la Historia no solo ha conocido periodos de estancamiento de formaciones sociales relativamente complejas. Ha conocido también su completo desmoronamiento, su extinción, su regreso a las formas primitivas anteriores sin que ello signifique que les debiera esperar en el umbral unas formas superiores. Los Mayas del Yucatán o los Anasazis del Cañón del Chaco construyeron civilizaciones que fueron reducidas a la nada con anterioridad a la dominación española por su propia dinámica, sin que agente patógeno alguno interviniera en su eliminación .

Enfocado el análisis histórico-social desde la perspectiva de la dinámica de los sistemas complejos, nos encontramos en condiciones de rechazar aquellos dogmas que con una persistencia contumaz se han incrustado en el estudio del desarrollo histórico-social. Los ejemplos aludidos, - civilizaciones Maya, Anasazi Tolteca y, tal vez, también Azteca de no haber sido aniquilada precipitadamente por la invasión española -, nos ponen de manifiesto que el dogma de la irreversibilidad de los fenómenos históricos no deja de ser más que un mito. La desintegración de un sistema agotado históricamente no tiene porqué implicar la culminación de una fase superior. Un sistema auto-situado en el límite del caos puede abocar tanto a una nueva situación de equilibrio dinámico más complejo como reducirse a la nada, a sus condiciones previas. Un mínimo factor distorsionante puede desencadenar todo un torbellino, una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. Los procesos sociales pueden ser efectivamente reversibles: de sistemas pre-estatales al neolítico, como en los casos anteriormente aludidos, de la civilización greco-romana a la barbarie medieval

 


 

La teoría de la revolución inevitable falla en este punto. Nada nos dice que revolución alguna sea inevitable (me remito a lo dicho en el primer capítulo). Los neo-despotismos asiáticos camuflados bajo la denominación de socialismo realmente existente hubieran podido, en el caso de haber ocupado una constelación histórica propia, sin interferencias de ningún tipo, haber solventado sus crisis acudiendo a sus propios mecanismos de reajuste. pero una serie de factores exógenos han precipitado su agotamiento histórico, como pueden ser la imposible emulación del capitalismo. La batalla tecnológica repercutía sobre esos sistemas de una forma bastante curiosa. Por un lado, una industria civil obsoleta, a cuarenta años de distancia de la de las potencias capitalistas, se compaginaba con una industria estatal de élite desarrollada en las esferas militar y espacial, mantenida a costa de un enorme coste social así como de una detracción masiva de recursos hacia esos ámbitos. Las ciudades de sabios (la ciudad del espacio, Novosibirsk, etc) edificadas en Siberia durante la era stalinista, kruscheviana y brezhneviana eran expresión palpable de esa tendencia de la Nomenklatura Soviética a implantar castas sacerdotales super-privilegiadas monopolizadoras del conocimiento científico que, aisladas por completo de la población, eran puestas al servicio de la industria de élite. El trabajo y la ciencia no solo no se unieron en un solo acto, tal y como pronosticara Marx, mas bien lo que se produjo fue una escisión más radical aún que la existente bajo los sistemas de economía capitalista. La caja de cristal en la que fueron encerradas las élites del mundo de la ciencia, del arte, del deporte, etc se proyectaba al mismo tiempo como escaparate internacional del Régimen.

La vitalidad del capitalismo se ha puesto a prueba de todo pronóstico. Este sistema económico ha puesto de manifiesto una capacidad de innovación tecnológica imposible de emular por cualquier otro sistema de la Tierra. El conflicto no agota al capitalismo. Muy por el contrario, lo estimula. La crisis ajusta sus engranajes, la competencia lo activa, la lucha de clases lo consolida y fortalece. Nos da la impresión de hallarnos ante un sistema indestructible. Ha salido victorioso de dos guerras mundiales y de una guerra fría. Elástico como ninguno, se adapta a las condiciones más adversas. A la crisis de la energía desatada en el 1973 tras la Guerra del Yon Kipur respondió con la innovación tecnológica. Por donde quiera que vaya implanta la religión del Progreso, un género de culto supersticioso a la capacidad de innovación ilimitada, al desarrollo de las fuerzas productivas proyectado hacia el infinito.


El deseo de predecirlo todo, de someterlo todo a control, nacido del espíritu renacentista, alcanza el paroxismo bajo las filosofías racionalistas y empiristas del siglo XVII (Descartes, Leibniz, Hume, Bacon...). hijos naturales del nuevo paradigma serán las filosofías decimonónicas, el positivismo, el marxismo y todas las variantes del culto al progreso. Ese optimismo cientificista desenfrenado, a la par que azotaba a las religiones tradicionales y a los mitos se iba impregnando de un nuevo espíritu mítico y religioso. ¿Qué sucedió realmente? parece ser que ese mismo impulso desenfrenado hacia la búsqueda del control, de conocimiento proyectado hacia lo absoluto, acaba traicionándose a si mismo en tanto que escultor de mitos. Si nos detenemos un poco, advertiremos que en bajo el pensamiento mágico y mitológico descansa esa pulsión por el conocimiento y el control ilimitado, ese deseo de adivinar el pasado, interpretar el presente y predecir el futuro que ha encadenado a las ciencias clásicas25. Sin embargo, estas últimas décadas han conocido un avance revolucionario. No me estoy refiriendo a la acumulación o a la ampliación de conocimientos (aunque ello esté en su base misma) sino al cambio de paradigma. Ya en el siglo XIX el físico francés Henri Poincaré empezó a desbancar a Newton al introducir en sus cálculos la complejidad y la incertidumbre, la no linealidad así como a edificar una incipiente teoría del caos. Cuando en la física, ciencia madre por excelencia (por su exactitud matemática) de la predicción y la certidumbre empezaba a apuntar el caos y la incertidumbre (no olvidemos que el principio de incertidumbre fue formulado inicialmente por los padres de la mecánica cuántica), poco ámbito de predicción y determinación podía quedar para aquellas ciencias cuya complejidad hacía imposible contar con el más mínimo margen de predicción, tal y como es el caso de las ciencias biológicas y sociales. El paradigma de simplificación y de razón suficiente decididamente ya no sirve a las ciencias modernas.


7. UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PAPEL DE LOS NÚCLEOS Y DE LA PERIFERIA EN LA HISTORIA BIOLÓGICA Y SOCIAL


La Historia nos cuenta, sin lugar a dudas, lo que fué. Sin embargo, a medida que nos va narrando lo que fué, nos va informando de lo que pudo ser. Las crónicas históricas nos señalan una única línea sucesoria de acontecimientos dispuesta en una sola dirección. Las consecuencias de cada hecho se perciben, desde nuestro tiempo, como perfectamente lógicas y necesarias.


La teoría desnuclearizada de la Historia y de la Revolución aquí propuesta no aspira en modo alguno a enunciar sistemas de leyes históricas por las que se hayan de regir los procesos sociales. Se ha basado, más bien, en la simple constatación empírica de determinados fenómenos. Constatación esta que, no obstante, refuta de plano la línea de investigación seguida por las distintas escuelas historicistas enumeradas anteriormente. Sin embargo, y esta es su diferencia más significativa con respecto a las antiguas leyes de hierro de la naturaleza y de la historia, no aspira a constituirse en sistema de legalidad universal ni a predecir el futuro con arreglo a los antiguos paradigmas racionalistas-mecanicistas-deterministas. Se instala plenamente en la incertidumbre.


El historiador vulgar tiene una marcada tendencia a despreciar los márgenes por lo insignificantes e irrelevantes que resultan para todo sistema. Pero en muchas ocasiones son esos mismos márgenes, despreciables e insignificantes, los que deciden el futuro de la Historia. Y no precisamente. por su potencial aniquilador de la realidad presente. La insignificancia puede llegar a ser significante. La Historia Natural nos habla de dos grandes periodos de explosión de nuevas especies: el Cámbrico, caracterizado por una variedad de temas desconocida en las restantes eras, y el Jurásico, con el despliegue de los grandes saurios. La gran extinción del Pérmico daría al traste con los múltiples temas desarrollados por los seres pluricelulares hasta reducirlos a una treintena. La extinción del Cretáceo eliminaría el mundo de los grandes saurios. Por otra parte, los cordados del Cámbrico, en concreto, los del género bautizado como Pikaia, no destacaban precisamente por ser predominantes. Ocupaban un espacio ecológico bastante marginal. Bastó un solo movimiento en el juego de la ruleta de la vida para que quedaran segados los potenciales competidores de los antepasados de los peces. Los diminutos e insignificantes mamíferos del terciario, por su parte, tampoco tenían mucho que hacer frente a los grandes saurios, ocupantes de todo el ecosistema. De no haberse producido la gran extinción cretácea, hubieran quedado recluidos a sus ámbitos marginales como pequeñas musarañas nocturnas ocupantes de zonas agrestes. Esos despreciables e insignificantes márgenes acabarían adueñándose de sus respectivos ecosistemas. No por su poder competitivo ni por su superioridad orgánica, más bien por un golpe del destino.


Si consideráramos la resistencia a las extinciones como un factor de superioridad biológica obtendríamos que los seres superiores no son los mamíferos, con una presencia de unos escasos cien millones de años, sino las bacterias, con sus tres mil quinientos millones de años de permanencia en la superficie de la Tierra, y los artrópodos y, entre estos los insectos, subsistentes durante seiscientos millones de años. La especie humana, considerada como la culminación de la evolución biológica, abandonará la Tierra un día (bastante próximo en la escala del tiempo geológico) mientras que permanecerán en ella las bacterias y los insectos, los auténticos terrícolas del pasado y también del futuro26. Y seguramente cuando los insectos hayan abandonado el planeta permanecerán en el las bacterias, los auténticos herederos de la Tierra. Los mismos teloneros del escenario de la vida serán, posiblemente, los encargados de cerrar el telón como sus únicos protagonistas supervivientes antes de que el Sol abrase a la Tierra, cuando, dentro de cinco mil millones de años, la vida se extinga totalmente de nuestro planeta. Se cerrará el ciclo de la vida, pero esta vez al revés. La universal línea de desarrollo de lo simple a lo complejo cantada por los apologetas del progreso y de la dialéctica de la naturaleza se invertirá esta vez como un desarrollo de lo complejo a lo simple. El segundo principio de la termodinámica esperará agazapado al tan aplaudido final de la historia. La última clase que acabará con todas las clases no será precisamente la de los relucientes proletarios, sino la de unas criaturas unicelulares bastante primitivas, por cierto.


Tampoco es satisfactoria la explicación que atribuye esa presunta superioridad de los mamíferos sobre los saurios a su sistema de regulación de la temperatura, a la homeotermia. Recientes descubrimientos paleontológicos atestiguan que algunas especies de dinosaurios desarrollaron la homeotermia sin que esa ventaja evolutiva los salvara de la extinción. Actualmente se piensa que la cobertura de plumaje brotó de los grandes saurios como una forma evolucionada de las escamas, como el medio más idóneo de mantener el calor irradiado desde dentro27. Las grandes extinciones siegan especies enteras. No es aquí aplicable la teoría del árbol que se ramifica y diversifica. Ninguna especie está a salvo de la extinción. Parece ser que son los animales de pequeño tamaño los que cuentan con más probabilidades de supervivencia28. Un organismo grande como el de los Diplococos o el de los Brontosaurios es más costoso de mantener y, por lo tanto, más sensible a las variaciones drásticas de temperatura y a la consiguiente reducción y variación de las fuentes de alimentación. No es de extrañar que en la actualidad sean los mamíferos gigantes, las ballenas, los elefantes y los rinocerontes, los más amenazados por la llamada sexta extinción ( la extinción holocénica) provocada por el factor humano. La presión de un cambio brusco en las condiciones medioambientales la soportan mejor las especies pequeñas así como aquellas cuyo nivel de dispersión geográfica les permita subsistir al cataclismo.


La biología y paleontología modernas han puesto de manifiesto las grandes fallas del darwinismo clásico. La evolución gradual, la competencia entre especies, la diversificación y ramificación crecientes, no fueron confirmados por el registro fósil. Darwin pensó que el problema radicaba en la insuficiencia de datos del registro fósil. Ahora lo que se piensa es, más bien, en la insuficiencia del darwinismo clásico.



La ocupación del núcleo por la periferia ha sido siempre el resultado de una afortunada combinación entre azar y oportunismo (o, dicho con otras palabras, de la relación catástrofe-supervivencia). No se produjo combate alguno entre vertebrados e invertebrados ni entre saurios y mamíferos. Para la mayoría de los círculos científicos, la hipótesis de los mamíferos comedores de huevos de dinosaurios resulta hoy en día altamente irrisoria, pero era preciso demostrar a toda costa que la superioridad de los mamíferos sobre los saurios se hubiera decidido en un campo de batalla librado entre uno y otro género.


La sucesión histórica de formas, sistemas y estructuras nunca está decidida de antemano. Sin ánimo de establecer leyes sucesorias, podríamos identificar estos procesos como el resultado de un juego de implicaciones múltiples de distintos factores, internos y externos, sin que podamos asegurar cual es el que juega el papel determinante:


1.- El agotamiento histórico, ya referido en el epígrafe anterior, se puede definir como aquel grado de resistencia, ora del sistema, ora de la especie, que lo hace vulnerable a la intervención de un agente externo imprevisto. La imposibilidad de absorción del contratiempo acaba desmoronando a un sistema ya de por sí rígido e inflexible. Un edificio ruinoso puede venirse abajo bien por la simple acción de la ley de la gravedad (factores internos) o por un pequeño terremoto, un vendaval o un diluvio. El agente externo, en este segundo caso, contribuirá, antes que nada, a la anticipación de las consecuencias de un proceso puramente interno. Por ejemplo, las poblaciones de gorilas de montaña, concentradas en escasos núcleos, ya habían emprendido un proceso de extinción con anterioridad a la intervención humana. La acción del hombre, en este caso, a lo que está contribuyendo es a la aceleración de un proceso ya de por sí irreversible. Las poblaciones de gorilas de montaña de Ruanda o las de bonobos del Zaire acabarían, tarde o temprano, corriendo la misma suerte que las de los parantropus u otras especies de homínidos del pleistoceno. Tampoco era muy brillante el porvenir que esperaba a las ballenas azules, ni al oso cántabro. Pero el hombre se topa de vez en cuando ante especies invencibles. Libra batallas a muerte contra especies tan invulnerables como las ratas, las cucarachas y los mosquitos, contra el pulgón, contra las plagas, contra el VIH, y, sin embargo, no parece muy cercano que se diga el día de su extinción. La vitalidad de las especies expansivas se pone de manifiesto a pesar incluso de la acción deliberada del hombre encaminada a exterminarlas. El hombre podrá reducir drásticamente la biodiversidad, pero no la vida planetaria y, con toda seguridad, sus competidores biológicos acabarán ganando la batalla.


Las sociedades humanas, como los ecosistemas, o como las especies animales y vegetales, también pueden acabar agotándose históricamente sin que en su interior nazca instancia o alternativa alguna abolidora-superadora. Podemos afirmar que la Aufhebung hegeliana (superación que conserva lo superado) escasas veces interviene en la Historia.


. esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social,29


Nuevamente acudimos a las bases del Materialismo Histórico y, en concreto, a este párrafo, origen de tantas vulgatas sobre el desarrollo de la sociedad. La falacia de las épocas progresivas de la formación social económica llegó a convertirse en un auténtico dogma de fe entre sus partidarios. Hasta tal punto que, en un alarde de eurocentrismo, las sucesión de formas sociales (progresivas) habidas en occidente, adquirió la categoría de modelo universal de desarrollo social. Parecía carecer de importancia que formaciones sociales como la India, Egipcia, China o Incaica desconocieran la etapa del llamado “Modo de Producción Esclavista” o que la existencia del feudalismo como tal hubiera quedado restringida a determinadas áreas de Europa Occidental, entre las que la Península Ibérica, por cierto, no queda incluida. Los estructuralistas franceses, con Louis Althusser a la cabeza, llegaron al colmo de los colmos a la hora de establecer modelos de estudio y de análisis social en los que se separaban radicalmente las formas abstractas, los llamados modos de producción, como formas puras e ideales de las sociedades concretas, las formaciones sociales. Había que encontrar a toda costa el modo de encontrar tales modelos abstractos, aunque fuera superpuestos los unos a los otros. El hilo conductor de la interpretación y estudio de la historia había de pasar forzosamente por la superposición de esas categorías ideales platónicas sobre todos los objetos concretos de estudio. Ese era el método histórico científico. El positivismo y el empirismo, la excesiva recopilación de datos, muchos de los cuales entrañaban el riesgo de poner en la picota las tesis centrales del sistema, eran recusados por su origen idealista y burgués por cuanto que obviaban los necesarios procesos de abstracción sobre los que se articula la producción teórica científica . La radical imposibilidad de aplicar el lecho de Procusto a todos los sistemas sociales dio lugar a que de nuevo se apelara a la dialéctica para distinguirla del mecanicismo. Aún así, el problema de fondo permanecía sin ser resuelto.


En mi trabajo Hacia una Síntesis Antropológica... argüía críticamente sobre el enfoque marxista en el siguiente sentido:


Esta ha sido una constante no solo de la historia social, sino de la misma historia biológica del Planeta Tierra: hace 65 millones de años, unas pequeñas musarañas situadas al margen del ecosistema acaban desplazando a los grandes saurios. El inicio de la cultura no se encuentra en el centro de la evolución de los primeros homínidos, sino en el margen de su existencia cotidiana; a propósito de lo que se dijo sobre el empleo de utensilios por los chimpancés salvajes, que se sirven de la técnica no como medio fundamental de existencia, sino para asegurarse aportes nutritivos extraordinarios. La pesca de termitas, por sí sola, no garantiza toda la alimentación que necesita un chimpancé y, dado el carácter de bocado exquisito que tiene para este antropoide la degustación de dicho insecto, a lo que se limita es a matar el tiempo y entretenerse a la par que observa como las termitas se adhieren al tallito, exactamente igual que un pescador aficionado, que usa la caña como un pretexto para descansar, relajarse y entretenerse. Tampoco el origen de la burguesía se encuentra en el centro del régimen de servidumbre, sino en el margen económico del sistema. Da la impresión de que Marx se ha trazado un esquema de cambio y superación del Modo de Producción Capitalista a partir de sus propias contradicciones y sus propios agentes económicos y de ahí lo ha aplicado a los sistemas de evolución y cambio que habría de corresponder a las formaciones sociales previas al capitalismo. La Revolución no tiene valor de principio universal. En la era antigua no ha habido revoluciones en el sentido moderno del término; ha habido, sin embargo, anexiones, invasiones o integraciones, desarrollos y desplazamientos. Podemos asegurar que el sistema esclavista greco-romano no sucumbió por sus propias contradicciones internas, más bien fué paulatinamente integrado y asimilado por los ocupantes bárbaros. ¿en base a qué criterio objetivo se puede asegurar que sea “superior” el Modo de Producción Feudal a los sistemas esclavistas de la antigüedad?. Nada nos dice que el feudalismo sea más productivo que el esclavismo ni que las relaciones sociales del primero sean superiores al segundo. El gran escollo de la historia es su enfoque evolucionista conforme a las categorías del progreso. El mismo Marx tuvo que deshacerse más tarde de este punto de vista al descubrir que en las formaciones sociales asiáticas no había garantía de cambio o transformación por factores puramente internos, lo cual trastocaba lo expuesto en el prefacio de 1859. El milenario imperio chino pudo durar otros miles de años más sin que sus contradicciones internas, perfectamente reguladas y asimiladas, le conminasen por pura legalidad histórica a sustituir las viejas relaciones de producción por otras nuevas.




FIN DE LA HISTORIA, FIN DEL ARTE, FIN DE LA POLÍTICA



Capciosa como pocas, la teleología es una de aquellas formas de pensamiento filosófico que mas peso han tenido en el desarrollo del pensamiento metafísico. La teleología impregna de intencionalidad, sentido y significado todo el Universo, ya se trate del Universo físico ya se trate del Universo biológico, ya se trate del Universo histórico. Un ánima mística impregna las cosas y les imprime una orientación y un fundamento. De la estructura ideal-proyectiva del intelecto humano se desprende la necesidad universal de una estructura ideal-proyectiva universal. Fines y objetivos estarán presentes en todos los acontecimientos vistos como desencadenamientos de un orden racional de cosas tendentes a la satisfacción de esas necesidades animísticas de las que apriorísticamente se halla impregnada la Substancia. Los procesos


EL FINAL DE LAS IDEOLOGÍAS Y EL FINAL DE LA POLÍTICA


Las ideologías, en el sentido débil del término, definidas por Norberto Bobbio como


el genus, o una species variada definida, de los sistemas de creencias políticas: un conjunto de ideas y de valores concernientes al orden político que tienen la función de guiar los comportamientos políticos colectivos30


abocan a su fin. Eso, al menos, es lo que asegura un puñado de ideólogos de la tecnocracia neo-capitalista. En cierto modo tienen razón, pero solo en cierto modo. Se ha pronosticado un síntoma de una enfermedad, el secuestro de la política a manos precisamente de aquellos sistemas que en un acto de soberbia inmensa se auto-proclaman como democráticos.. El último tomo de una de esas voluminosas enciclopedias que venden hoy para decorar los salones y que cuentan con muchas láminas e ilustraciones y poco contenido lleva puesto precisamente este título, como la nota característica de la época contemporánea: el Final de las Ideologías31: Relata la historia del siglo XX, pero de haber sido escrito treinta años atrás jamás se les hubiera ocurrido caracterizar nuestra época con ese título. En el mundo de lo moderno las nomenclaturas son volubles y volátiles, caprichosas como este mismo mundo. Ningún nombre definidor que esta época se de a sí misma quedará para la historia, ni la era atómica, ni la era espacial, ni la era de la aldea global, ni siquiera la era la Información o de Internet (cuya influencia en nuestras vidas es y será muy superior a la que ejerció el átomo, hoy recusado por el movimiento antinuclear, o la carrera espacial, con independencia del sistema de telecomunicaciones vía satélite derivado de la misma).


La tecnocracia, por mucho que se quiera, nunca ha sido ni será la gobernanta ni la clase dominante. La tecnocracia es, todo lo más, un sistema de organización de la administración contemporánea caracterizada por el desarrollo tecno-científico, y por mucho que en variadas ocasiones se apodere de muchos sistemas de gobierno y gestión jamás se podrá constituir a sí misma como forma de gestión supra-ideológica. En la medida en que la tecnocracia, como cualquier otra forma de organización administrativa, lo que gobierna son instituciones, agregados culturales humanos, requerirá de sus propios instrumentos ideológicos. Y en la medida en que se le enfrenten en su periferia y en su interior sistemas de intereses opuestos o distintos que puedan cuestionar o hacer peligrar la jerarquía o la existencia misma institucional, se valdrá de unas ideologías legitimadoras que intentará implantar a las restantes mediante la lucha de ideas, mediante la lucha ideológica. Tal y como expuse en los primeros apartados de este ensayo, sin instituciones no hay ideologías y viceversa.


Diagnosticar el final de las ideologías equivale a algo así como a diagnosticar el final de la humanidad, algo que no sabemos si está o no aún lejano pero que, al menos, no está presente. Otra cosa muy distinta es pronosticar el final de las ideologías tal y como las hemos entendido hasta ahora, pero en tal caso el problema sería simplemente semántico.



Curioso proceso el del ciclo de la burguesía. La constelación burguesa, esa misma que inició su andadura por la Historia como impulsora del humanismo renacentista, que impuso el paradigma griego, que desligó el arte y el sentido de la percepción de lo estético del universo religioso al que estaba encadenado, que liberó la filosofía de la escolástica y de la religión para unirla nuevamente a su aliado natural, la ciencia, que desarrolló las ciencias naturales, que abrió las puertas al espacio de la política aniquilando las prebendas y los estamentos feudales, creando a los ciudadanos... esa misma constelación se está cerrando, y ha terminado por destruir sus creaciones iniciales: ha destruido el arte, ha destruido la política mediante un proceso de expropiación y profesionalización de lo político a favor de pequeñas oligarquías de políticos profesionales que ha acabado generando la apoliticidad, la apoliticidad del mismo político reconvertido en tecnócrata.


Deducir de este fenómeno de reificación descrito el necesario fin de las ideologías es todo un despropósito, una impostura en toda regla. No cabe la menor duda de que se ha cerrado el telón para ciertas épocas cargadas de un enorme colorido ideológico. La Guerra Civil Española fue toda una puesta en escena del combate ideológico en sus formas más acentuadas. A la sublevación de militares ultraderechistas aliados a la oligarquía y al clero respondió todo un movimiento donde confluía desde el anarcosindicalismo, el trotskismo, republicanos moderados, socialistas y comunistas stalinistas. En el bando republicano se produjo una guerra civil dentro de la guerra civil, donde las prioridades tácticas y estratégicas se enmarañaban en los distintos círculos ideológicos. La Iglesia y el clero fue igualmente arrastrada en bloque al torbellino ideológico, no había curas al margen ni curas en ambos bandos (salvo la excepción del País Vasco) como es muy común que suceda en Latinoamérica. Las ideologías extremas reproducían en cierto modo situaciones sociales extremas. El bando fascista, por su parte, supo unificar en bloque todas las aspiraciones de los distintos grupos reaccionarios que se sumaron a la revuelta. Desde los monárquicos tradicionalistas, borbónicos o carlistas, al minúsculo grupo de orientación fascista creado a la imagen y semejanza del fascismo italiano. Ese mismo colorido ideológico con diversos matices se reprodujo en los años sesenta. El mayo del 68 francés fue una explosión incontrolada de ideologías que se difuminó a los pocos meses.


Hoy nos encontramos ante un panorama distinto. Las fronteras entre las grandes ideologías concebidas durante el siglo XIX se hacen cada vez más difusas. Se habla insistentemente de un pensamiento único que se manifiesta en el común velo tecno-burocrático del que se recubre la práctica de los grandes partidos que se turnan en el poder. Han desaparecido los grandes crisoles ideológicos así como los proyectos radicales. Los Nuevos Movimientos Sociales muestran un miedo patológico hacia el poder, se niegan insistentemente a constituirse en partidos políticos por temor a quedar integrados y asimilados dentro de las estructuras del Estado. Sin embargo, no es necesario, pues de alguna u otra manera ya están plenamente integrados. El lenguaje oficial ha sabido integrar en el marco de ese pensamiento único tan cacareado las inquietudes ecologistas y feministas. El mundo comercial e industrial elabora sus producciones ideológicas al gusto de las nuevas inquietudes sociales: habremos visto ya cientos de películas donde los ecologistas y los defensores del medio ambiente son los buenos y los industriales sin escrúpulos los malos.


Sin embargo, no hace falta ser un lince para darse cuenta de hasta qué punto pueden llegar a ser absurdas e incongruentes determinadas cruzadas. En Estados Unidos existe un movimiento contra el tabaquismo sin precedentes en la historia, hasta tal punto que resulta más difícil fumarse un cigarrillo32 que adquirir en las tiendas un arma automática. Es alucinante ver una población tan ultrasensible al acoso sexual que llega hasta el ridículo de reglamentar los permisos y consentimientos de las pautas sexuales, tan sensible con el tema de la segregación racial que mediante esa idiotez a la que llaman lenguaje políticamente correcto evitan denominar negros a los negros para llamarles afroamericanos (mientras se les diga que en lugar de ser negros son afroamericanos se está evitando herir su sensibilidad, lo de menos es que entre la población negra se encuentren las mayores bolsas de pobreza, marginación, desempleo y forme el grueso de la población penitenciaria), sin embargo no muestra sensibilidad alguna, sino todo lo contrario, a la hora de aplicar la pena de muerte o de bombardear países tercermundistas. La estrategia del nuevo imperialismo no es la de militarizar a la población ni la de generar fanatismo en torno a ideales patrióticos y rimbombantes, eso es algo que ya pasó a la historia.


Lo cierto es que la política tal y como la hemos venido concibiendo se extingue. La apropiación de la instancia política es al mismo tiempo un proceso paulatino que se ha visto culminado en la sustitución de la ciudadanía. En mi anterior trabajo33 me referí al contrato político como un sistema de transferencia de la soberanía de las masas a los partidos políticos mediante el mecanismo de la emisión del voto, esto es, de renuncia y entrega del poder a favor de las instancias institucionales depositarias y acaparadoras del poder político. A la ciudadanía solo le queda la participación pasiva, y, en el mejor de los casos, el requerimiento de la activación de los cauces tutelares del Estado. Sin embargo, la moderna sociedad post-industrial, el capitalismo de los grandes medios de comunicación de masas, al igual que ha sucedido en el caso del arte, también ha sido pródigo en proveer a la sociedad de sucedáneos. No es fácil expropiar por las buenas sin dejar nada a cambio. Antes de quitar hay que saber sustituir... ¡y qué bien se ha conseguido! Las masas, expropiadas de la política, se les ha incautado, igualmente, de la más mínima cultura política, imprescindible cara a articular cualquier intervención política. La alta política, situada en el mundo del espectáculo, se percibe como algo lejano donde grandes parcelas del poder pertenecen al secreto (el secreto de Estado), se desconocen los términos de las deliberaciones de los Consejos de Ministros, los términos de las negociaciones entre las cúpulas de los distintos partidos políticos, de los Jefes de Estado, los movimientos de la diplomacia, etc. el público solo se entera de aquello que interesa que se entere. Lo demás son carteles electorales, cabezas de cartel, congresos de los partidos, Misas Solemnes, donde todo ha sido previamente decidido, etc.


EL FIN DEL ARTE


En cierto modo, estamos en una época de finales. Arnold Hauser se pregunta con cierta inquietud ¿Estamos ante el fin del Arte?.34 Y vemos que la Historia del Arte de los últimos cien años ha sido la historia de un suicidio: de matar la música se encargó la escuela dodecafónica de Schoenberg, Webern y Alban Berg, por un lado y Stravinski y Bártok por otro, de la pintura se encargarían impresionistas y post-impresionistas Van Gogh, Picasso, Chagall, Matisse, Kandinsky, a la arquitectura artística sucede la arquitectura funcional. No solo en el campo del arte, también se apunta a un suicidio en el campo de la filosofía: Heidegger, Kierkegaard, Sartre, y de la literatura. Los sucesores de Bach, Händel, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms han muerto, los sucesores de Tiziano, Botticcelli, Velázquez y Goya han desaparecido por completo. Nuestro siglo XX se ha encomendado la tarea de cerrar y poner fin a ese proceso que se abrió en la Italia del Trecento. Pareciera como si la sociedad tecnológica surgida de la llamada Tercera Revolución Industrial fuese incompatible con la producción puramente artística, como si el proceso que en sus comienzos generó al artista como creador de representaciones y transmisor de emociones mediante el goce estético hubiera de culminar irremisiblemente.


La estructura de la mercancía ha acabado por fin imponiendo su lógica implacable. Se ha apoderado por completo de todos los dominios de la actividad y realidad humana. La moderna sociedad capitalista industrial, por otra parte, ya ha puesto en marcha unos gigantescos sistemas de supeditación de las zonas de actividad lúdica y los ámbitos de percepción del placer estético a las estructuras del consumo organizado que ha acabado deglutiéndolo todo por completo. Se ha sumido y a su vez incorporado el abanico de las formas de percibir, emocionarse y sentir a un meta-sistema de significaciones y representaciones. Tecnología y espectáculo devoran el principio del placer para incorporarlo a productos fabricados de consumo rápido, de usar y tirar como las cuchillas de afeitar, los envases no retornables y la ropa que deja de estar de moda. Fabrican cantantes Rock violentos y convulsivos o cantantes románticos cuyas tonadillas tienen la misma duración y estructura argumental de un orgasmo35 y su duración viene a ser la misma de la de un cigarrillo o de un tanque de cerveza. Todo este género de producciones seudo-estéticas, supeditadas como lo están a los engranajes de la producción y el consumo a escala industrial, se incorporan a un complejo sistema de consumo inducido que parte de un perfecto conocimiento de las pulsiones emocionales del individuo y de sus niveles de secreción hormonal, sirviendo directamente como catalizadores. Es a ese género musical al que hace referencia Umberto Eco con el nombre de música gastronómica36, aunque también hubieran cabido otro género de calificativos, alusivos igualmente a ese género de artículos de consumo que se incorporan como sucedáneos de una necesidad: productos manufacturados a los que podríamos llamar música basura (por analogía a la comida-basura de las gigantescas cadenas de hamburgueserías norteamericanas o a los programas de tele-basura). Se trataría de un subproducto mas de la era tecnológica, o bien, de un claro exponente de como repercute la tecnología en la destrucción del arte. Los cantantes melódicos pop suplen su escasa voz y su inexistente educación musical con gigantescos equipos de megafonía. El micrófono es el gran aliado del cantante pop. Su producción está ligada directamente a la grabación, es decir, al mercado discográfico.


Las antiguas artes plásticas han sido sustituidas por el diseño publicitario como sistema de transmisión de señales y signos (Toulouse-Lautrec fue en cierto modo un precursor y el mediocre Andy Warholl un seguidor) Mientras que quienes a sí mismos se asignan el papel de sucesores del arte clásico se encajonan junto a ínfimas elites para proseguir con un suicidio ya consumado. Compositores como Stockhausen se encierran con sus aparatos electrónicos para fabricar ruido, otros ya no saben que hacer, si ponerse a saltar encima de los pianos o arrancar las cuerdas a los violines, otros, como Penderecki, que en su Elegía dedicada a las víctimas de Hiroshima imita el sonido de un avión, de una bomba al caer por el aire y del impacto de la bomba atómica, como si la función de la música fuera la de repetir o reproducir los sonidos reales37, música concreta, música aleatoria y estocástica, todo un paseo hacia la nada, pintores como Miró que dibujan puntos, rayas y redondeles de colores chillones con una escoba, otros como Tapies cuya obra es un alarde a la excentricidad, otros que arrojan al lienzo plastas de pintura para ver como queda, y hasta los que usan para pintar mierda de elefante. Los vanguardistas son el aislamiento de si mismos, rodeados como están de reducidos grupos de snobs que compiten entre sí por la estulticia. Comercio, fetichismo de la mercancía, fetichismo de la obra de arte se comen entre sí (los buitres que rodearon a Dalí durante sus últimos años son todo un exponente). La arquitectura, la pintura, la escultura y la música como artes han muerto. A los excéntricos vanguardistas tan sólo les queda rebañar en la carroña de un cadáver en franca descomposición. Un callejón sin salida al que nos ha abocado irremisiblemente la llamada sociedad post-industrial, un sistema que ha suplido y suplantado funciones por doquier, que ha transferido el compendio de significaciones y emotividades humanas a la estructura de la mercancía sociedad El paradigma del arte de nuestra era yo lo situaría en el campo del spot publicitario y del diseño industrial.


Hablando del caso de la pintura, podemos decir que desde que se inventó la fotografía su funcionalidad se ha ido desplazando paulatinamente. El realismo que comenzaron a desarrollar los pintores renacentistas, ya desde que se iniciara en Toscana el uso de la perspectiva, en sustitución de la iconografía y la simbología características del arte medieval, y que, de uno u otro modo, ha acaparado las distintas escuelas pictóricas desde el siglo XV hasta el siglo XIX, había unido en una síntesis indisoluble el elemento funcional y el elemento artístico. En todo caso, no podemos considerar el retratismo como un antecedente de la fotografía por muy similares que fueran las funciones que cumplía. La fotografía desplazó el arte pictórico funcional o los elementos funcionales del arte pictórico, generando una dispersión de escuelas buscadoras del arte puro que ha llegado hasta nuestros días. Aunque para ser justos, no se le puede negar a la fotografía sus posibilidades artísticas y estéticas. La misma búsqueda de un encuadre adecuado, del tipo de iluminación así como de la expresión transfieren la sensibilidad del fotógrafo al objeto captado. El realismo, hablando con propiedad, nunca ha sido tal realismo. Desde el mismo momento en que el ojo del pintor se sitúa en un único punto al que convergen todos los objetos como si del centro del mundo se tratara, lo que se está transcribiendo es la información, percibida o escogida, desde un único ángulo del espacio. Las primeras vanguardias, conscientes de que la tecnología era capaz de desplazar el realismo y el detallismo, tratarán de volcar la función del arte. La variable del impresionismo denominada puntillismo (Seurat, Signac) descubre la relación directa entre arte y estructuras de la percepción y en esa dirección encomienda al sujeto perceptor la tarea de terminar la obra de arte. Hizo que los puntos de colores puros distribuidos por el lienzo se mezclaran en la retina del espectador, que el mismo ojo se encargara de mezclar los colores, que las formas lejanas ligeramente apuntadas fueran intuidas. Si el impresionismo explota las posibilidades artísticas en el plano subjetivo, otros pintores dirigirán su obra hacia lo extrasensorial, hacia el plano objetivo propiamente dicho. Se lucha contra el imperio de las formas, incluso para desviar las posibilidades expresivas del arte pictórico a costa de jugar con los colores



En cierto modo, se han visto cumplidos los pronósticos de Marx y de los utópicos sobre la incorporación de los dominios de lo político y de la creación literaria, artística y estética al mundo de la economía y de lo utilitario. Vuelve la síntesis utilidad funcional/ utilidad estética que caracterizaba al mundo antiguo: la vasija, el plato, el jarrón y el puñal decorados y pintados con motivos estéticos característicos del arte neolítico (quién dice que no es artístico y funcional a un mismo tiempo el fresco románico con el que los artistas medievales decoraban sus iglesias?) Los podemos encontrar de nuevo en el campo del diseño industrial: los automóviles último modelo, con las formas redondeadas alternándose con las formas cuadradas, las pasarelas de la alta costura, etc. Eso en cuanto a sus caracteres formales. Pero hay más. Las palabras artesano y artista tienen la misma raíz etimológica, incluso una serie de connotaciones comunes, pues una y otra aluden igualmente al esfuerzo y a la destreza manual, al pulso, a la creatividad y al sentido de las proporciones. Se considera un tramposo al copista, al pintor que en lugar de dibujar un paisaje o un retrato frente a frente se limita a capturar la imagen con una cámara fotográfica y a proyectar la diapositiva sobre el lienzo para marcar los trazos. Y no hablemos de quienes se valen de sofisticados programas informáticos para generar su arte. A la par de la invención de los relojes con un mecanismo de cuerda se inventaban las cajitas de música y las pianolas. Los antiguos no otorgaban ningún valor artístico a tales reproducciones: la reproducción de una melodía de forma uniforme y mecánica, desprovista de intensidades y de emoción. Cuando se valora la interpretación de un pianista, incluso la de un cantante de ópera, se separan dos aspectos: el técnico y el expresivo. Se suele decir que este cantante domina la técnica a la perfección, pero es frío como un témpano. También se alude a un concepto parecido en el mundo del flamenco y del cante jondo cuando se dice que este cantaor tiene duende. La capacidad del arte de imprimir y transmitir la emoción humana es lo que se hecha de menos en la máquina. El virtuoso convierte el violín o el piano en una prolongación de su alma, instrumentos que en sus manos no solo se limitan a despedir frías notas, sino unas vibraciones que sobrecogen al receptor, le hacen descargar adrenalina, le erizan el vello, le estimulan la secreción de las glándulas lacrimales y que al final lo pone en pié y lo hace aplaudir hasta la extenuación. El artista es, en el fondo, un comunicador que se vale de un artilugio para transmitir y transferir su sensibilidad. El lenguaje artístico es un lenguaje analógico, expresa en formas y en representaciones plásticas y sonoras aquello que no es posible codificar en el lenguaje hablado o escrito. Por dicha razón el arte no puede ser descriptivo sino emotivo. No habla ni trata sobre las sensaciones porque lo que hace es transmitir dichas sensaciones.


Se suele apuntar a la tecno-ciencia como a la gran causante del fin del arte. No lo veo de ese modo. Como hemos visto más arriba a propósito de la relación entre fotografía y pintura, la primera reacción de las escuelas artísticas fue la de liberarse de la representación óptica de la realidad. Picasso decía: “Yo pinto los objetos como los pienso, no como los veo”, y Braque, que “los sentidos deforman, el espíritu forma”. Se consumó la desfuncionalización del arte pictórico, y sucedió algo realmente extraño. La música, cuyo lenguaje y estructura no está ligado en modo alguno a la representación y evocación de objetos situados espacialmente como sucede con la pintura y que había desarrollado un lenguaje distinto, en un extraño movimiento de imitación, siguió a las escuelas pictóricas. Claude Debussy creó su propia escuela musical impresionista, seguido por Fauré y Ravel en Francia y por Turina aquí en España. Debussy intenta fabricar a toda costa una música pictórica y descriptiva, quiere pintar musicalmente El Mar, el agua, la siesta de un fauno y el martirio de San Sebastián.


El fenómeno descrito está más ligado a la estructura del capital y de la mercancía que a la tecno ciencia propiamente dicha o, expresado en otros términos, a la tecno-ciencia como estructura generada, incorporada y sometida a la lógica del capital y de la mercancía. Se le suele atribuir a la burguesía un papel histórico decisivo en la configuración del arte como tal. Desde el humanismo renacentista hasta el romanticismo del diecinueve vemos como ha nacido el arte como esfera propia, como ha surgido toda una legión de grandes músicos, pintores, escultores y literatos. Toda una Revolución en la estética donde cientos de campos de creación y producción artística se expandieron en un proceso que no ha conocido más precedente que el de la antigüedad clásica. El arte fue durante todo ese periodo una contínua búsqueda de la expresión, una exploración obsesiva de las nuevas posibilidades de manifestación artística. A las épocas y a los periodos se sucedían los estilos.


La época actual, con su despliegue masivo de las telecomunicaciones, debía, por lógica, ser una época de transmisión y difusión sin precedentes de los contenidos comunicativos y estéticos de la obra de arte. Para los antiguos el acceso a la pintura y a la música estaba restringido a los museos y a las salas de conciertos. Hoy día el público puede ver y escuchar desde su propia casa sin necesidad de realizar desplazamientos complementarios. Sin necesidad de ir al Museo del Louvre de Paris se puede contemplar La Gioconda, la Venus de Milo o la Victoria de Samotracia, sin necesidad de acudir a los festivales de Bayreuth se puede escuchar, ver y oír la Tetralogía de Wagner, tampoco es necesario presenciar los festivales de Salzburgo para escuchar a Mozart. Sin embargo, el proceso ha sido inverso. La super-especialización de la producción


La primera gran variación que introduce la época moderna en cuanto a la producción y reproducción de artistas es la que se refiere a la variación de las instituciones bajo las que fueron acogidos: de las formas semi-feudales renacentistas caracterizadas por la institución de la servidumbre y el mecenazgo, a la mercantilización directa de su actividad mediante el sistema de compra de obras por encargo hasta la emancipación en precario del artista mediante la bohemia, como formas más características de los últimos siglos, se ha llegado a una etapa de industrialización del arte. Los artistas que en un comienzo fueron vasallos de los reyes y los papas cuando no estaban ligados directamente a la institución del mecenazgo (Miguel Ángel fue siervo y súbdito del papa Sixto, Bach fue organista en Mühlhausen y en Weimar, maestro de capilla de del príncipe Leopoldo de Köthen, Mozart trabajó al servicio del príncipe arzobispo Colloredo y del emperador José II de Austria, Velázquez y Goya fueron pintores de la Casa Real Española, el primero de los Austrias, el segundo de los Borbones) adquieren autonomía como profesionales independientes. Unos para sobrevivir tuvieron que hacer obras por encargo al gusto de la corte o de la época, de baja calidad y muchas veces firmadas bajo seudónimo, mientras componían lo que les dictaba su propia inspiración. Otros se buscaban sus mecenas, príncipes y aristócratas ilustrados, de los que los más espabilados, como Richard Wagner, que al mismo tiempo que satisfacía y complacía con sus obras la megalomanía de Luis II de Baviera supo sacarle bien los cuartos, y los más resolutivos y celosos por un arte incontaminado crearon el modelo del artista bohemio, muy propio del mundo parisino de fines del XIX y comienzos del XX.


La industrialización del arte es un fenómeno exclusivamente de actualidad. Se concibe la industrialización del arte como una mercantilización del mismo a todos los niveles de producción, distribución y consumo donde los grandes medios de comunicación de masas desempeñan una función decisiva. Desde el mismo momento en que el arte se mercantiliza se niega a sí mismo como tal arte para pasar a estructurarse como una forma más del sistema de señales, significaciones o signos que integran el diseño organizado del consumo. Por tal motivo no parece muy apropiado hablar de industrialización del arte en la medida en que el objeto que se produce bajo las técnicas industriales y mercantiles a gran escala deja de ser un objeto artístico propiamente dicho, sino una producción de contenidos sensitivos y calidad mediocre destinada a su consumo inmediato so riesgo de caducidad del producto. Ya no se trata de transmitir ni de indagar sobre las posibilidades expresivas del arte entendido como metalenguaje de origen analógico. Lo que se produce es, por el contrario, una mercancía que, como otra cualquiera, está destinada a su revalorización en el mercado, sujeta en todo momento a la lógica del beneficio empresarial. Imaginemos que lo que se lanza al mercado es un cantante pop. Antes de lanzarlo se hace una prospección de mercado así como de sus posibilidades de venta, es decir, del público destinatario de su música en un sistema donde se estructura a la población consumidora por edades, sexo y extracción social. El sistema de producción, distribución y lanzamiento está ya predeterminado por el carácter efímero de la mercancía cuyo ciclo puede ser estacional, anual o quinquenal. La configuración misma del cantante es ya de por sí producto de un estudio previo de mercado. En realidad no hay artista ni creador sino un factor a donde confluyen un conjunto de elementos organizados, como las técnicas de lanzamiento comercial y publicitario, las firmas discográficas, los medios de difusión y los sistemas de puesta en escena. La mercancía, para adquirir un alto grado de difusión, no puede ser excesivamente sofisticada ni ha de dejar margen alguno al público para su elaboración. Ha de ser sencilla, corta y fácil de asimilar y digerir pero, al mismo tiempo, ha de saber suscitar en el público los instintos, pulsiones y sensaciones más primarios, estimular al máximo la secreción de los sistemas de haces hormonales. No se exige un especial talento artístico a los llamados cantantes o conjuntos de música ligera, que en realidad no tienen porqué saber cantar, siendo, en su mayoría, auténticos analfabetos musicales: no han pasado en su vida por el conservatorio, desconocen totalmente las técnicas de canto, no usan la laringe para modular el sonido, tan solo la cavidad bucal, todo lo más que pueden hacer es cantar en falsete, exactamente igual a como lo pudiera hacer cualquiera de nosotros, que cantamos bajo la ducha y en las fiestas de cumpleaños. No es casual que en los llamados karaokes no se disponga la gente a interpretar arias de ópera del tipo de Recóndita armonía, Ella mi fu rapita, Nacqui all´affanno o Wild durchsweift´ ich. Sin embargo, cierto cantante de música ligera (no merece la pena decir su nombre) tuvo la osadía de componer y cantar una tonadilla partiendo de una melodía del final de la Sinfonía Coral de Beethoven basada en textos de la Oda a la Alegría de Schiller. Todo un despropósito. Si se plagia una obra de arte se debería hacer en su totalidad y no sobre la base de una de sus melodías. Pero parece ser que el escaso talento de dichos artistas no da para más. El final, el Allegro ma non Troppo de la 9ª Sinfonía, un solo movimiento de la obra, con sus más de veinte minutos de duración, está dotado de una arquitectura musical perfectamente estructurada en torno a la que giran una variedad de motivos argumentales de los que el llamado Himno a la Alegría es solo una parte. Los autores de música ligera, incapaces de reproducir la construcción de una sólida composición musical, se limitan a rumiar pequeñas y pegadizas melodías aptas para ser digeridas por un público consumista. Se trata de generar estados organizados de éxtasis y delirio colectivo en un público juvenil, maleable y fácil de manipular.


El mecenazgo clásico, ligado a las necesidades de poder y prestigio de la Corte y alta aristocracia, generaba un marco propicio de realización y expresión del artista. A la par que suplía sus necesidades económicas no ponía otros límites que no fueran los gustos y caprichos del mecenas, lo cual intervenía como un condicionante relativo, pues el artista podía complacer los gustos cortesanos y al mismo tiempo desarrollar sus posibilidades de expresión.

Sin embargo, la nueva estructura del consumo no interviene como condicionante propiamente dicho sino como agente generador de la producción ideológica. No se trata en este caso de complacer el gusto, el prestigio y el lujo de una corte sino de producir una mercancía a gran escala que revierta en pingues beneficios. Su valor de cambio prevalece sobre su valor de uso y de ahí el carácter necesariamente efímero de una mercancía que por un lado ha de ser capaz de satisfacer temporalmente a unas multitudes y por otro, tras agotar su ciclo, ha de estar lista para su recambio. Son productos elaborados para ser consumidos en un tiempo determinado, con fecha de caducidad, pues de lo contrario se vuelven rancios. No hay que ver más que la estética de los años sesenta. Para el espectador de hoy todo ha quedado rancio y envejecido.


El mismo fenómeno puede interpretarse desde puntos de vista diferentes, como un resultado de la época presente caracterizada por una sucesión de cambios vertiginosos en lo tecnológico que impregna todos los aspectos de la vida cotidiana y todas las producciones sociales, o bien como una consecuencia directa de un sistema económico que necesita acumular y producir por encima de sus posibilidades efectivas. Este segundo punto de vista, al ser más amplio, engloba al primero, dado que el desarrollo tecnológico y la Revolución científico-técnica se debe concebir como una consecuencia directa de la super-producción, del abaratamiento de costes por imperativo de la competencia, de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. La super-producción imprime su impronta al mundo del consumo, y en cierto modo le transfiere su velocidad de marcha.


Pero existe un problema añadido. Mientras la producción se nos presenta como un factor contínuo, acumulativo y sin límites hipotéticos, el consumo no tiene por qué acumularse, y tiende, por lógica, a su propia reproducción simple. Se halla, en definitiva, físicamente limitado. El mundo de la producción ha de ocupar de alguna manera el mundo del consumo, ha de trasladarle su velocidad de crecimiento. Lo efímero, los productos dotados de fecha de caducidad, han de encadenarse a un proceso capaz de compatibilizar la tendencia a la reproducción simple relativamente acumulativa del mundo del consumo con el aspecto contínuo, en principio ilimitado y sustancialmente acumulativo que impera en el mundo de la producción. El llamado mundo de la moda y del diseño industrial se puede considerar como la traducción a la esfera del consumo de los imperativos propios de la dinámica de la producción capitalista.


El sistema de producción característico de esta época se ha convertido en un factor decisivo cara a aglutinar en torno a sí mismo casi todas las facetas de la vida social, inclusive aquellas que surgieron con una esfera de autonomía propia. En realidad lo que ha sucedido no es que se haya asimilado la producción artística. Como hemos visto, no existe relación de continuidad entre el llamado arte clásico y las creaciones surgidas bajo el manto de los grandes medios de comunicación de masas.


El arte clásico se ha extinguido desde el mismo momento en que ha chocado de frente con el vanguardismo, abocando a un proceso paulatino de auto-destrucción y pérdida de Identidad que está culminando irremediablemente en su muerte física. Lo que se ha producido bajo el capitalismo post-industrial ha sido la construcción en torno a sí de su propia esfera de producción ideológica, mediada directamente por los cánones que impone la super-producción en cadena. Este tipo de producciones carece de historia. Cualquier intento de establecer un nexo de continuidad causal con creaciones previas es nadar en el vacío.


El arte tecnológico por excelencia, la cinematografía, solo podía surgir en el presente siglo


Se intenta desesperadamente buscar un precedente cultural africano en la música rock, pero quien compare seriamente las síncopas de una tribu africana con las de un moderno conjunto rock advertirá que nada tienen que ver entre sí. Verá que el ritmo frenético y compulsivo de los actuales conjuntos rock tienen más relación con el modo de vida neurotizado de la juventud urbana de las modernas sociedades industriales que con la estructura social de las tribus del África Ecuatorial, y que este tipo de música reproduce la percepción empírica de un tiempo que marcha a una velocidad desbocada como factor predominante de las sociedades urbanas post-industriales.


Por último, a título de reflexión, quisiera plantear una terrible duda que, en relación a la producción artística, me ha asaltado últimamente. Se refiere a la relación entre el arte y la represión. El psicoanálisis nos describe los procesos psíquicos de sublimación del instinto. El reprimido compensa esa represión con la sublimación, se hace creativo a fin de cuentas. La sobredosis cultural-represiva tendría efectos creativos en el plano de la producción artística. Pero la Historia ha conocido periodos de gran represión caracterizados por una nula capacidad creativa y periodos de más libertad caracterizados por un despegue creativo artístico y científico sin parangón. A título paradigmático podemos servirnos del caso griego. Las dos ciudades-estado griegas contemporáneas y rivales, la Atenas y Esparta del siglo V a.c.. La militarista y oligárquica Esparta no ha dejado nada al acerbo cultural de la humanidad. Las excavaciones atestiguan el enorme contraste entre el arte ateniense y la pobreza espartana, cuatro paredes en las que vivir y unos pocos objetos, nada en comparación con la ciudad-estado rival contemporánea, Atenas, dotada de un sistema democrático que, por su profundidad, aún hoy asombra a los tratadistas de ciencia política. El caso de Atenas y del Renacimiento (en comparación con el medievo) pone en entredicho la apreciación psicoanalítica. Sin embargo, a la luz de la época contemporánea, es posible revalidar de nuevo la tesis freudiana. Me detendré en el cine, concretamente en el de nuestro país y, para especificar un poco más, en dos cineastas de los pocos que pudieron trabajar bajo el régimen franquista produciendo películas dotadas de elevadas dosis de ingenio y crítica social: Barden y Berlanga a los que la democracia les ha sentado, en cuanto a ingenio y capacidad creativa, como un tiro. El primero dirigió en la época más oscura del régimen dos películas de antología: Muerte de un ciclista y Calle Mayor. Pero la llegada de la democracia lo apagó: El puente, un vulgar panfleto realizado durante la transición, después dirigió La Advertencia, una película stalinista sobre la vida de Dimitrov y, por último, una película (no me acuerdo de su nombre) que estrenó hace poco y que relata la vida de una burguesita durante los últimos treinta años (el fin de la dictadura, la transición, los gobiernos socialistas...): a base de planteamientos pueriles bastante toscos, tópicos y grandes dosis de vulgaridad, nada más. Berlanga, por su parte, dirigió bajo el régimen franquista películas de crítica ingeniosa, audaz y corrosiva Bienvenido Mister Marshall satirizaba las expectativas económicas del Régimen en el en el nuevo contexto internacional nacido de la Guerra Fría y venía a decir que los americanos no eran Papá Noel precisamente. El Verdugo, un alegato contra la pena de muerte cargado de humor negro, donde el verdugo es también la víctima. Tras la llegada de la democracia ha dirigido un puñado de sainetes casposos y de astracanadas con mucho ruido y de dudoso buen gusto. Pero eso ha sucedido en otras facetas de la creación artística, incluso en la del humor. La represión que agudizaba el ingenio de los humoristas, la libertad se lo ha apagado. De momento, me abstendré de sentar conclusiones, tendré que reprimir esa tendencia patológica a racionalizarlo todo heredada, en cierto modo, del espíritu cabalista de orientación marxista-spinozista en el que he basado mi auto-formación teórica. Me limitaré tan solo a dejar la cuestión aquí planteada.


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CONCLUSIONES PROVISIONALES


La moderna sociedad tecnológica nos ha encaminado hacia el fin del arte y hacia el fin de la política. En cierto modo, nos ha abocado a una nueva Edad Media. Sería muy fácil argüir que a toda Edad Media le llega su Renacimiento. Aunque en este caso ello implicaría caer de nuevo en la profecía optimista y el principio de certidumbre en la Historia bajo el que se adivina, a fin de cuentas, un cierto sentimiento de nostalgia hacia un pasado que, tanto por su contextura como por sus significantes propios, se sitúa fuera de nuestra órbita, en unas coordenadas muy distintas a las que corresponden a nuestro presente. lo que se está enjuiciando de esta época no es su falta de creatividad. Más bien lo que se advierte es un grado de creatividad tecno-científica sin precedentes en la Historia de la humanidad que marcha pareja a una falta o ausencia de creatividad, también sin precedentes, en el plano artístico y político. A primera vista pudiera dar la impresión de que la tecno-ciencia es incompatible con el arte y de que su auge y crecimiento es directamente proporcional al decrecimiento de la creatividad artística.


Sin embargo los hechos nos desmienten categóricamente esta última afirmación. El Renacimiento, ya referido, despegó como una época de creatividad en todos los planos, artísticos, humanísticos y científicos, como si se tratara de un todo indisoluble. Tan indisoluble que no hay más que fijarse en el prototipo de hombre del renacimiento, Leonardo da Vinci. En la actualidad se le conoce por sus cuadros La Gioconda o la Santa Cena pero, aparte de todo ello, fue un hombre dotado de un interés universal por todo. No hay más que ver sus apuntes: anatomía humana, aerodinámica, perspectiva. En un solo individuo se concilió el arte y la ingeniería científica como una síntesis indisoluble. Jean-Jacques Rousseau es un filósofo, político, literato y también músico que compuso una ópera hoy poco conocida Le Devin du Village. . El espíritu renacentista, de despliegue simultáneo de la invención científica, tecnológica, filosófica y artística conoció distintas épocas , lugares y condiciones históricas, desde la Grecia del siglo V a.c., a la Italia del siglo XIII, la Holanda del siglo XVII. Puertos marítimos, lugares de interconexión cultural, tierras de acogida de los herejes expulsados de los Imperios confesionales, católicos y protestantes, de apátridas desarraigados y de identidades perdidas, muy proclives, por ello, a la transgresión.


Los planes de estudios académicos han trazado un corte de cirujano entre el conocimiento científico y el conocimiento de tipo humanístico: artístico, literario, filosófico e histórico. Los neurofisiólogos, en su estudio de la lateralización cerebral, sitúan en hemisferios cerebrales distintos las aptitudes para las ciencias y para las artes, lo cual no podemos atribuirlo a la estructura fisiológica del organismo humano, toda vez que el cerebro surge como un órgano biológico directamente mediado por el entorno cultural, como órgano bio-cultural. Más bien, a lo que debemos atribuirlo es a esa característica escisión cultural que ha engendrado esta moderna sociedad. La lateralización cerebral es, a fin de cuentas, un producto culturalmente condicionado y no podemos apreciar un disparate en el hecho de que, si bien el Renacimiento impulsó las categorías de la creación sin distingos de ningún género entre lo puramente tecnológico y lo puramente artístico a la par que les confirió un sentido de unidad en la complementariedad, la moderna sociedad tecnológica, fundada en la división del trabajo y la hiper-especialización, ha agudizado la escisión, reproducida tanto a niveles sociales como individuales. El capitalismo post-industrial ha producido y agudizado la escisión entre la razón y la pasión, entre el corazón y el cerebro, entre el artista y el ingeniero, entre el descubrimiento y la invención hasta el punto de situar al borde del precipicio el antes indisoluble elemento estético artístico que toda creación conlleva.


La acepción vulgar, directamente utilitarista, del campo de la producción científica y tecnológica como oponente radical del de la creación estética y artística ha llegado a unos extremos insospechados. Advertimos que en este terreno se inserta el plano de la producción con fines meramente lúdicos, el campo del juego del que resulta hartamente difícil deslindar lo que es el juego entendido como arte del juego entendido como técnica. El problema se complica y viene a cuento la pregunta ¿Qué fue primero? Visto el complejo proceso de formación de las creaciones humanas, resulta un cuestionamiento un tanto simplón, aunque de todos modos pertinente. Si nos desplazamos a otros campos de la actividad humana distintos de la economía y de la producción estética, donde los conceptos arte y técnica tienen un ámbito de aplicación que gira en torno a aspectos no concebidos convencionalmente como esferas en las que pueda desarrollarse el sentido que vulgarmente le es atribuido a dichos conceptos como pudiera ser el (arte) de la política o el (arte) de la guerra veremos que se habla indistintamente de un arte y de una técnica política o de un arte y de una técnica militar. En ambos casos se produce una interconexión entre medios, fines y resultados. Se considera que existe un arte militar y un arte político parejos a sus técnicas respectivas, una articulación del ingenio humano como elemento imprescindible a la consecución de unos objetivos contando con unos medios. De uno de los últimos grandes científicos de esta era, Albert Einstein, se puede decir que fue, en cierto modo, un hombre del renacimiento. No podemos asegurar que el promotor de la mayor Revolución Científica de los últimos cien años tuviera la cabeza ocupada solamente con fórmulas matemáticas. Entre las fórmulas había intercaladas notas musicales. Se sabe que fué, además de un destacado científico, un melómano entusiasta. Tocaba el violín, obviamente sin el virtuosismo de un Paganini, Szëring, de un Yehudi Menuhim o de un Christian Ferras. De todos modos, hacía uso del instrumento a la par que obtenía la misma inspiración que Conan Doyle atribuyó a su Sherlock Holmes. Situado en ese mundo divergente, en el mismo de Leonardo, Rousseau, etc, pudo llegar a una visión del conjunto del Universo vedada hoy a la mayoría de los hiper-especialistas. Muy pocos son quienes han sabido obtener poesía de la ciencia , pero tanto la música como la pintura se reducen, en última instancia, al espectro de ondas visuales y sonoras objeto de estudio de la física, y es que los universos de la creación no están tan alejados unos de otros como comúnmente se suele creer.


1Los deterministas aseguran que el Islán es una religión propia de las estepas y los desiertos, que sus radicales prescripciones alimenticias contra la carne de cerdo o contra el alcohol es apropiada a ese hábitat (Véase Marvin Harris: Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas) pero la relación cultura-ecosistema es siempre bipolar, inter-retroactiva. La cultura, por un lado, se adapta al entorno y el entorno, por su parte, también acaba adaptando a la cultura. Los andalusíes, por ejemplo, al igual que los sefardíes, no fueron estrictos con los preceptos alimenticios coránicos o talmúdicos: bebían vino y comían carne de cerdo, sin que ello implicara que renunciaran a su identidad religiosa.

2Al respecto nos encontramos con títulos la mar de sugerentes: La Historia como arma de la reacción de A.M. Prieto Arciniega (Akal Editor, 1976, Madrid) y La Filosofía como Arma de la Revolución de Louis Althusser

3Juan Carlos Rodríguez: Teoría e Historia de la producción ideológica. Las primeras literaturas burguesas. pág. 13 Akal, 1974, Madrid

4Por otra parte, a esa misma operación reductivista podría conducir que la fuente última de todos los restantes fenómenos sociales no calificados directamente de ideológicos como lo pudiera ser el trabajo, el Estado o el dinero descansan en el sustrato de la psique y el cerebro humano.

5En parábolas sobre los espejos y los reflejos como medios de explicar la estructura de la ideología es pródiga la escuela estructuralista epistemológica de Lecourt, Althusser, etc en sus desesperados intentos de desenmarañar y digerir la ya de por sí infumable posición de Lenin en filosofía.. Véase Dominique Lecourt: Ensayo sobre la posición de Lenin en Filosofía. Editorial Siglo XXI Louis Althusser. Lenin y la Filosofía. Editorial Era

6Por lo que se refiere al medio cristiano, hay que constatar que las primeras comunidades cristianas gnósticas prescindieron por completo de la ordenación de Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Elaine Pagels cuenta que “En un momento en que los cristianos ortodoxos discriminaban de manera creciente entre el clero y el laicado, este grupo de cristianos gnósticos demostró que, entre ellos, rehusaban reconocer semejantes distinciones. En lugar de clasificar a sus miembros en “órdenes” superiores e inferiores dentro de una jerarquía, seguían el principio de la igualdad estricta. Todos los iniciados, tanto hombres como mujeres, participaban en la ceremonia de echar suertes; cualquiera podía ser elegido para hacer las veces de sacerdote, obispo o profeta. Asimismo, dado que echaban suertes en todas las reuniones, ni siquiera las distinciones establecidas de esta forma podían convertirse jamás en “rangos” permanentes. Finalmente, lo que es más importante de todo: mediante esta práctica pretendían suprimir el elemento de la elección humana. Un observador del siglo XX podría suponer que los gnósticos dejaban estas cosas en manos del azar, pero ellos lo veían de otra manera. Creían que, como Dios dirige todo cuanto hay en el universo, las suertes expresaban su elección. “ Elaine Pagels: Los Evangelios Gnósticos. Pág. 84 Grijalbo-Mondadori. 1996, Barcelona.

7Lo que queda dicho sobre las formas de acceso diferencial a la religión en Oriente y Occidente puede ser también aplicable a las formas diferenciales de acceso a los derechos de los que Ortega observa una sustancial variación según se trate de la concepción romana o germánica., llegando a asegurar que: “ La idea romana y moderna según la cual el hombre al nacer tiene, en principio, la plenitud de los derechos, se contrapone al espíritu germánico, que no fue, como suele decirse, individualista, sino personalista. En su sentir, los derechos, su esencia misma, tienen que ser ganados, y después de ganados, defendidos” José Ortega y Gasset: España Invertebrada. Pág. 137. Espasa-Calpe, 1964, Madrid.

8Mao Tse Tung: El Libro Rojo. Pág. 125. Ediciones Júcar, 1976, Madrid

9Mao Tse Tung: El Libro Rojo. Pág. 26. Ediciones Júcar, 1976, Madrid

10Mateo, XVI, 18 y 19.

11Preámbulo de la Constitución de la República Popular China de 1975. Pág. 13 Taller Ediciones JB. Madrid, 1976.

12Ortega advirtió que el proyecto de la construcción española era defectuoso desde sus comienzos. En realidad, no podía ser defectuoso ni correcto desde el mismo momento en que nunca existió tal proyecto.

13Cornelius Castoriadis: Los dominios del hombre. Las encrucijadas del laberinto. Pág. 123. Ed. Gedisa, 1998, Barcelona.

14Es difícil imaginar que las pinturas y los grabados rupestres de la Edad del Hielo de la cueva de Combarelles I (Tayac) estuvieran concebidos para ser vistos y contemplados del mismo modo que los cuadros que se exhiben en una exposición. Difícil porque para acceder a ellos había que atravesar una distancia de 150 metros reptando por un oscuro pasillo subterráneo.

15Juliano: Discursos. Contra los Galileos. Editorial Gredos, 1979. Madrid.

16Pepe Rodríguez. Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica. Un análisis de las graves contradicciones de la Biblia y de cómo se ha manipulado ésta en beneficio de la Iglesia. Ediciones B, S.A. Barcelona, 1997.

17Gonzalo Puente Ojea. El Evangelio de Marcos. Del Cristo de la fe al Jesús de la Historia. . Siglo XXI de España editores, S.A. Madrid, 1994.

18En concreto, las letanías a la Virgen como repertorio de atributos y elogios, encuentra su referente más inmediato en los himnos a la diosa egipcia (Isis): las aretalogías. (Celia Martínez Maza y Jaime Alvar:: Cultos mistéricos y cristianismo, del libro Cristianismo Primitivo y Religiones mistéricas, pág. 534 Ediciones Cátedra, S.A. Madrid, 1995)

19Más aún, a tenor de la descripción que hace el Evangelio de San Mateo, donde dice que los pastores se disponían a guardar las ovejas en los rediles, algunos historiadores interpretan que el hecho de sacar los pastos a pacer no se pudo producir en invierno sino en primavera.

20Francisco D Ánnunzio. Los Santos protectores. Pág. 14 Ediciones Abraxas, Barcelona, 1998

21“Sin embargo, la representación de la Cruz como símbolo de algo divino, mágico o sobrenatural la encontramos ya en los tiempos de el Neolítico Prehistórico, donde aquellos hombres se habían percatado de que dos palos colocados uno (verticalmente) sobre otro colocado de forma horizontal daban lugar a su dios, Mitra, el Sol, el codiciado fuego”. Manuel Carballal, LA CRUCIFIXIÓN EN LA HISTORIA.




22En ciertas ocasiones los vencidos no lo son en todos los sentidos. La Roma que conquistó Grecia se impregnó de su más elevada cultura, se helenizó. Los bárbaros que invadieron el Imperio Romano acabaron romanizándose y si nos situamos en un plano histórico y político algo más alejado, por ejemplo, el de la Revolución Rusa de 1917, podemos constatar que se produjo un proceso similar. Si algo había que los bolcheviques odiaran a muerte eso era el sistema zarista. Un sistema que, no obstante, se vieron obligados a reconstruir y reproducir por motivos de índole práctica. El que el culto a la Santa Rusia se cambiara por el de la Madre Patria no cambiaría mucho las cosas.

23De hecho, la cuestión de la conversión del Imperio Romano en una síntesis político-religiosa ya se venía planteando con anterioridad al Edicto de Milán del año 313. El paréntesis que supuso el reinado del Emperador Juliano (361-363) nos induce a pensar que el paganismo ya había planteado paralelamente al cristianismo su alternativa político-religiosa de orden monoteísta centrada en el henoteísmo solar, en la adoración al dios Sol, el Summus Deus. a la que Diocleciano y Constantino, en sus primeros tiempos, fueron adeptos.

24Al concepto Constelación Burguesa aquí utilizado quiero darle un sentido amplio, distinto al tradicional que asimila el término burguesía a una clase social, la de los industriales, financieros y comerciantes. Como indico en el siguiente ensayo, en el artículo titulado Siete Tesis Provisionales sobre la Clase Obrera y la Lucha de Clases, en la determinación del concepto de burguesía ha de incluirse no solo a la burguesía propiamente dicha, sino también a las clases auxiliares a esta (las llamadas nuevas clases medias), así como a la clase obrera y las clases residuales englobadas bajo el término lumpemproletariado. La definición de burguesía aquí empleada, más que de índole estructural, es de matriz eco-geográfica (el conjunto de las clases urbanas) Es este un concepto múltiple que no se circunscribe a un solo aspecto de la relación multi-polar del capital que implica tanto a las clases incluidas como a las clases excluidas de la relación social capitalista, tanto en el plano político como en el económico. Señalar un común nicho ecológico a todos los grupos citados no tiene porqué significar atribuirles idéntica función. Muy por el contrario. El ecosistema urbano capitalista, como un todo integrado, podemos concebirlo como un concepto múltiple que incluye múltiples objetos, siendo múltiples las burguesías aquí especificadas: ya se trate de la burguesía industrial, de la burguesía financiera, de la burguesía mercantil, de la burguesía tecno-burocrática, de la burguesía obrera y, finalmente, de la burguesía residual (lumpemproletariado, ocupas, ilegales, vagabundos, mendigos, minorías étnicas, etc).

25No solo a las ciencias clásicas sino a otras tan modernas como la del psicoanálisis. Los seguidores de esta escuela y Jung mas que ninguno de ellos quisieron valerse de ella para descifrar los más recónditos misterios y recovecos del espíritu humano. Formulaciones tales como las del “Subconsciente Colectivo” tienen el mismo valor interpretativo que los mitos y las teogonías antiguas.

26

Adviértase como mientras el hombre ha ocupado solo el 0,004 por ciento de la historia de la vida en la Tierra, los organismos unicelulares han permanecido en ella de forma ininterrumpida durante tres mil quinientos millones de años y de estos, se han encontrado como sus exclusivos habitantes durante tres mil millones de años, lo que supone que el 85 por ciento del tiempo de vida en la Tierra ha sido de vida unicelular.

27Obsérvese cómo un radical cambio de función asociado a la homeotermia acabará sustituyendo las escamas, una especie de placas solares destinadas a absorber el calor y las radiaciones externas, por las plumas, un aislante térmico destinado a preservar la temperatura del cuerpo irradiada desde el interior del organismo. La asociación posterior del plumaje con el vuelo de las aves se debe a que estas, únicos herederos vivientes de los saurios, aprovecharan las ventajas para el vuelo de esa nueva adaptación funcional.

28Al respecto, véase Stephen Jay Gould: La Vida Maravillosa. Burgess Shale y la naturaleza de la Historia. Ed. Crítica, 1999, Barcelona.

29Karl Marx: Contribución a la Crítica de la Economía Política, Prefacio de 1859. Págs. 42, 43 y 44. Alberto Corazón Editor. Madrid, 1978

30Norberto Bobbio y otros,:Voz “ideología” del diccionario de Política, Tomo I, pág. 755., Siglo XXI editores, México, 1994.

31Historia de las Civilizaciones. Planeta. Tomo X.

32El espíritu inquisitorial que anima a los fanáticos militantes del antitabaquismo norteamericanos es el mismo que inspiró al Tribunal de la Inquisición Española que condenó a diez años de prisión al llamado primer fumador de Europa, Rodrigo de Xerez, por probar que cuando Rodrigo sorbía su infame tizón y echaba humo por la nariz y la boca con gran deleite, lo que en realidad estaba haciendo era conjurar al demonio, acudiendo este al instante para proporcionarle al fumador gran placer, todo lo cual justificaba la cara de deleite que dice su esposa que Rodrigo ponía y el olor pestilente que desprendían las hierbas, que él a veces llamaba yapoquete, otras tabaco y también cohíbas, cuyo olor no podía provenir más que de las propias estancias que en el infierno el diablo tiene acomodadas para tentar y ganar para su infernal causa a los pobres de espíritu ... (Aníbal Álvarez : El Hombre de los Demonios en el Cuerpo: la increíble historia de Rodrigo de Xerez, primer fumador de Europa. Págs. 49-50 Diputación Provincial de Huelva, 1995)

33José Luis Ruiz Durán: Acción y Razón. Una crítica política

34Arnold Hauser. Sociología del arte. 5. ¿Estamos ante el fin del arte? Editorial Labor, 1977, Madrid.

35Aunque nada se ha estudiado sobre el asunto, no creo que sea un disparate la hipótesis. Los cantantes románticos de quienes se enamoran las quinceañeras usan a la perfección los resortes que aseguran la secreción hormonal estimulantes eróticos. Si se introdujera una de esas canciones en un electroograma daría el siguiente resultado: partiendo de un punto muerte el comienzo es siempre suave y relajado hasta que se inicia un crescendo circular y convulsivo que finaliza con el clímax, la parte más excitante. Se ve reproducido un orgasmo virtual que induce al receptor a realizar una descarga de estrógenos

36Umberto Eco: Apocalípticos e integrados. Editorial Lumen, Barcelona, 1999

37La música en muchas ocasiones ha pretendido constituirse como un lenguaje evocativo. La Pastoral de Beethoven intenta evocar la naturaleza con su placidez y su violencia a un mismo tiempo. Los poemas sinfónicos de Smetana incluidos bajo el título Ma Vlast (Mi Patria) forman también parte de este género, narrando musicalmente desde la historia de un río, el Moldava, con su nacimiento, rápidos y majestuosa desembocadura, hasta una historia de amor extraída de una leyenda popular checa (Sarka). Lo que hace Disney con su obra Fantasía, por otra parte, es negar la fantasía y la imaginación precisamente, y desvirtuando por completo el lenguaje musical establece un sistema de asociación entre música e imágenes limitativo y coartante. Con el mismo argumento musical se podrían haber realizado mil millones de fantasías de animación distintas a las que se ha circinscrito. De Beethoven se cuenta una anécdota a propósito de una sonata suya que acababa de interpretar al piano. Cuando alguien del público le preguntó que significaba dicha pieza, sin mediar palabra se sentó nuevamente al piano y a continuación volvió a tocar la misma sonata. El problema de la traslación estética está a la orden del día. Las tentativas de llevar la novela al cine casi siempre abocan al más rotundo de los fracasos. El problema de fondo radica en la posición del receptor, y es que un lector no es un espectador. El lector aporta activamente su imaginación a la descripción de los personajes y al encuadre de las escenas. El receptor de la cinematografía, por el contrario, es un sujeto más bien pasivo (absolutamente pasivo en el cine norteamericano), y es que un dibujo no vale más que mil palabras, en absoluto. El cine será siempre bidimensional, sus juegos de luces y sombras y sus encuadres serán siempre esquemáticos y encasillantes, los personajes aportados(sobre todo si son actores del Star System) perderán en el camino la multiplicidad de matices que tienen los personajes dibujados en la novela y en cuya configuración, al igual que con los cuadros impresionistas, ha participado activamente el lector.

 

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