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Antropología

DAVID

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EL PARADIGMA ANTROPOCENTRISTA

EL PARADIGMA ANTROPOCENTRISTA Nosotros nos queremos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia .

(Jacques Monod: El Azar y la Necesidad)

Ciertas posiciones de corte evolucionista no se resignan no se resigna, como expresa el texto de Monod reseñado, a reconocer la contingencia de nuestra especie biológica, pues de no entenderlo de ese modo, no entenderían nada, ni el principio finalista que conforme a las mismas rige el proceso evolutivo ni la cima de la evolución. La anatomía del mono no es la clave de la anatomía del hombre ni la anatomía del hombre es la clave de la anatomía del mono. Dejemos atrás el siglo XIX con sus descubrimientos y las fantasías animistas y progresistas que siguieron a esos descubrimientos.

La estructura de Homo Sapiens, a la vista de lo que hoy ya sabemos, no podemos considerarla no es referente ni absoluto ni relativo del proceso de hominización y menos aún del proceso de evolución general. Tampoco se puede proceder relacionando la proximidad temporal de sus antecesores y parientes extinguidos con su proximidad anatómica. Un pariente contemporáneo suyo Parantropus, fue un homínido que emprendió un proceso evolutivo distinto al que siguieron sus contemporáneos pertenecientes a la línea homo.

El Australalopithecus Robustus, tan bípedo y erguido como sus parientes del género homo, adoptó una anatomía distinta a éstos últimos: cresta sagital, fuerte mandíbula y enormes molares. Se transformó en un masticador de raíces y alimentos duros y, por tanto, sus rasgos son "menos humanos" (eso exclamó justamente su descubridor, Louis Leakey, con rostro de admiración al componer el rompecabezas del cráneo de uno de estos especímenes) que los de algunos de sus antecesores como Australopithecus Africanus. Esto no significa, ni mucho menos, que estuviese "menos evolucionado" que aquellos, con todas las connotaciones valorativas que implica este término. La secuencia evolutiva de Parantropus, de Parantropus Aethiopicus a Parantropus Robustus y de este a Parantropus Boisei pone de manifiesto la selección de los caracteres mandibulares con tendencia a una más intensa molarización. Lo único que podemos deducir es que adoptó una estrategia evolutiva distinta encaminada hacia una cierta especialización biológica (como veremos más adelante homo optó por la inespecialización morfo-estructural y a una mayor cerebralización que se traducía en el crecimiento de la caja craneana ligado a la progresiva atrofia de la mandíbula).

Nadie nos puede garantizar que una especie o primate “elegido” se hallara incluido en la esencia de los australántropos Afarensis o Africanus esperando a emerger para, en un momento determinado, llegar a heredar la Tierra ni que la existencia de las anteriores especies no tengan una justificación en sí misma más que por el hecho de ser los hitos o momentos previos a la configuración del homo sapiens. En la evolución no existen la especies provisionales ni las especies definitivas. Todas son provisionales y definitivas a un mismo tiempo, todas se justifican en sí y por sí mismas. El que el contemporáneo a erectus, parantropus, desapareciera sin vestigios ni descendencia o ramificación biológica hace poco más de un millón de años, el hecho de que sucumbiera en el proceso selectivo no nos debe hacer pensar que fuera un error de la naturaleza, que esas características anatómicas sin una alta masa cerebral no pudieran tener viabilidad a largo plazo porque quienes estábamos predestinados a contar con pies, manos y posición erguida éramos nosotros exclusivamente.

LA CULTURA DE LOS CHIMPANCÉS

LA CULTURA DE LOS CHIMPANCÉS De la década de los sesenta a esta parte se ha estudiado con detenimiento el comportamiento de nuestros parientes más próximos: los chimpancés. Destacan los trabajos de campo de Jane Goodall en las selvas de Gombe (Tanzania) y los estudios psicológicos realizados por los Gardner. Estos últimos llegaron a enseñar a un ejemplar hembra de chimpancé (llamada Washoe) el lenguaje de los sordomudos, El AMESLAN. Este experimento nos viene a demostrar que estos animales pueden dominar, hasta cierto punto, el lenguaje simbólico.

Sin embargo, no es posible extrapolar la experiencia del homo sapiens y sus consiguientes logros culturales a otras especies, con independencia de su proximidad filética al hombre, debido a que la adquisición del lenguaje fué producto de unas necesidades que paulatinamente fué imponiendo la vida social, el desarrollo tecnológico y la exploración de distintos medios. El Homo socio-cultural se construyó su propia historia. El chimpancé y sus antecesores, relegados a la vida en los bosques, no incluyeron el lenguaje articulado en el abanico de sus necesidades. Lo mismo se puede decir del empleo de utensilios por parte de esos primates: se sabe que usan piedras y palos para ahuyentar a los depredadores, llegando a deshojar las ramas de los árboles para obtener tallos con los que pescar termitas. Sin duda, se han asentado las bases de una protocultura (a este respecto, es de sumo interés el ensayo de Jordi Savater Pí "El Chimpancé y los orígenes de la cultura" ). Sin embargo, el empleo de esas técnicas no es esencial para su supervivencia cotidiana. La producción de la herramienta y el utensilio por el chimpancé se realiza “ad hoc”, para la ocasión. Los instrumentos ni se conservan ni se acumulan. Cuando un chimpancé desea pescar termitas no utiliza el tallo del día anterior, fabrica uno nuevo. En los experimentos sobre la enseñanza del lenguaje se ha comprobado que efectivamente los chimpancés pueden transmitir a otros el dominio del AMESLAN, sin embargo, la tendencia en una cadena de transmisión del lenguaje no es precisamente la de ampliar el acervo del vocabulario sino todo lo contrario, a su reducción paulatina. haciéndose uso de utensilios con carácter ocasional y no permanente, y no puede ser de otro modo, pues, con independencia de su nivel de inteligencia, su modo de desplazamiento cuadrúpedo se lo impide.

El hombre, por el contrario, usa la herramienta con carácter permanente porque es la prolongación de su cuerpo. Su economía está basada en la herramienta como medio de incrementar su eficiencia y llega hasta el extremo de no poder prescindir de la herramienta como medio de producción, como medio de vida. El uso de la herramienta implica la creación de su propio medio. En los comienzos el instrumento fue un sustituto de los dientes y de las zarpas estando ligado su empleo a las funciones básicas de desgarrar la piel de la carroña y seccionar la carne. Se supone que los primeros homínidos eran animales carroñeros, merodeadores de los grandes depredadores y por tanto ocupaban en el ecosistema el mismo nicho ecológico que los buitres y las hienas, sus primeros competidores en el ecosistema. Los primeros instrumentos no debieron, por tanto, ser instrumentos mortíferos. Los chopperes de Olduvai, lascas toscamente cortadas, pudieron servir para desgarrar y cortar, no para matar. El resto de las herramientas debió emplearse de modo ocasional: un fémur o un palo pudieron ser un instrumento intimidatorio para que hienas y buitres se alejasen de sus presas. Por eso, la historia del hueso asesino (véase 2001, una odisea en el espacio de Arthur Clark/Stanley Kubrick) tiene más base bíblica que histórica, el asesinato fratricida y la consiguiente expulsión del paraíso.

Recapitulemos los pasos seguidos en el empleo del utensilio. En un primer momento, se supone que el uso de la herramienta técnica se reduce a ámbitos marginales que permiten la ampliación de su capacidad operativa en determinados aspectos de la actividad cotidiana del antropoide-homínido. No es instrumento básico para su supervivencia y se utiliza accesoriamente, fuera de la esfera de las actividades esenciales de defensa y ataque Más adelante el empleo de la herramienta técnica operará un desplazamiento se pasará de la herramienta como sustituto de la incapacidad biológica a la herramienta como medio de ampliar la capacidad de acción del homínido sobre su entorno, lo cual implica ya de por sí un deslizamiento del nicho ecológico originario. Para franquear el nicho ecológico de carroñero a cazador - recolector se requiere una mayor gama de herramientas, una mayor gama de habilidades y ciertas dotes de organización, previsión y conocimiento del medio. Mientras los australopitécidos y hábilis quedaron confinados a la franja del Rift, Erectus se desplazará fuera del continente. lo que significa que el desplazamiento de nicho ecológico pudo implicar la expansión definitiva de la especie.

Aunque se dice que los chimpancés y los macacos japoneses han desarrollado formas de transmisión cultural, en ello no hay que poner demasiado entusiasmo, pues las batatas que entregan a los macacos que luego lavan y salan en el mar, quienes las siembran y recolectan son otros primates, los hombres, y lo mismo sucede con el arroz que estos primates separan de la arena echándolo en el agua. Es un experimento manipulado, igual que la enseñanza del lenguaje a los chimpancés. Se les enseña un lenguaje humano acoplado a las necesidades humanas y por otro lado se quiere ver a los chimpancés como humanos mutilados del sentido del habla, del mismo modo que vemos hoy a los sordomudos, y los chimpancés no son sordomudos ni niños que, al no poder aún hablar, se encuentren mutilados del sentido de la comunicación ¿porqué esa tendencia a extrapolar nuestro sentido de la comunicación a otras especies?.

Hay mucho de antropomorfismo en estos experimentos, y esa tentativa de humanizar a los chimpancés me recuerda las imágenes grotescas de los circos, con chimpancés vestidos de persona y dispuestos a hacer el payaso como motivo de jolgorio y diversión del espectador . Lo que causaría realmente asombro, en relación a los macacos japoneses, es que estos animales aprendieran a sembrar las batatas y el arroz, se posterior recolección y, finalmente su consumo (con sal o sin sal). Por eso más invención cultural, como proceso totalmente independiente de la actividad humana, me parece la que descubrió Jane Goodall cuando vivió en los años sesenta entre los chimpancés salvajes de Gombe, que demuestra el uso teleológico y proyectivo que hacen de la herramienta; el tallo para pescar termitas y la esponja de hojas mascadas para sacar agua de los huecos de los árboles o los lechos de ramas y hojas que se construyen en la copa de los árboles.

Tales observaciones nos demuestran que la cultura tuvo su origen en el ámbito marginal de la actividad cotidiana de los homínidos, pues ni las termitas son el alimento básico de los chimpancés, solo un complemento nutritivo, ni el agua la obtienen exclusivamente a través de procedimientos técnicos, pues si tuvieran que esperar a que el agua de lluvia cubriera las oquedades de los árboles para poder beber, seguramente morirían de sed. En este último caso, aunque no se puede afirmar con propiedad que no hayan aparecido culturas distintas a la humana, estas formas germinales se encuentran más bien en el campo de lo puramente anecdótico. Hagamos una suposición hipotética. El hombre se extingue totalmente del planeta, ¿sería relevado por los chimpancés o por sus sucesores a lo largo de , por ejemplo, un periodo de cinco millones de años (algo así como la película “El Planeta de los Simios” pero con base algo más científica)?.

El chimpancé, troglodytes o paniscus, es una especie hoy en vías de extinción sin que en ello tenga mucho que ver la intervención del hombre, pues los antropoides ya se encontraban en franco retroceso frente a otras especies de primates. Carecen de la vitalidad de las especies expansivas: de las ratas, cuervos y gaviotas de la actualidad e incluso de homo erectus en su momento. Nada nos dice a favor de que deban marchar hacia patrones humanos (nuestra teleología antropomórfica continuamente nos traiciona, pues, puestos incluso a admitir que algún día dominaran una forma de comunicación, esta no tendría porqué ser el lenguaje articulado tal y como nosotros lo conocemos). Su estructura no es bípeda ni erguida, sus brazos son más largos que sus piernas y su cavidad bucal y esofágica le impide el lenguaje articulado. Cuando se planteó evolutivamente el bipedismo y la posición erguida, el antecesor del chimpancé y el gorila se escindió claramente de los antecesores de los australántropos.

No se si realmente los actuales miembros de esas especies podrían evolucionar hacia formas humanas o hacia otras formas inteligentes distintas a las humanas, pero me inclino por la respuesta negativa, pues, en primer lugar, como ya he apuntado antes, se trata de especies en extinción, por otro lado, para que se reproduzca la secuencia humana habría que suponer una serie de cambios geológicos y bio-climáticos similares a los del plioceno y pleistoceno, y si la historia de la vida tiende a la reproducción y a la repetición a niveles individuales, la historia climática y geológica no marca esa misma pauta al ser en esencia azarosa e irrepetible. Por tal razón no podemos esperar las mismas secuencias evolutivas que dieron lugar a la aparición de sapiens.

LOS MARGENES SON MAS IMPORTANTES QUE LOS NUCLEOS

LOS MARGENES SON MAS IMPORTANTES QUE LOS NUCLEOS  

Un aspecto de la realidad y de la dinámica de los fenómenos históricos, biológicos y sociales, que puede llegar a ser básico aunque casi siempre en todas las grandes construcciones teóricas y científicas tiende a ser relegado por su insignificancia es el de marginalidad.

Los grandes sistemas teóricos casi siempre, en su visión de totalidad, cometen el error garrafal de deducir la viabilidad y posibilidades futuras del sistema, en rasgos generales, sobre la base de sus grandes contradicciones centrales/nucleares. El marxismo, por ejemplo, del centro mismo del sistema, de la contradicción trabajo/capital desprende la viabilidad del sistema así como sus posibilidades futuras y de camino se olvida de los fenómenos marginales que, por su intrascendencia, no merecen ser tenidos en consideración. Sin embargo, si algo nos ha demostrado la historia, tanto biológica como social, ha sido el relevante papel que ha jugado lo marginal y lo insignificante, de aquello que no se ha situado en el momento decisivo en el centro del conflicto aunque más tarde haya ido desplazando paulatinamente los grandes sistemas, incluidas sus gigantescos sistemas de contradicciones, hasta sustituirlos por completo.

En la historia humana se habla de la importancia del trabajo, del esfuerzo, de la técnica, de las grandes construcciones faraónicas y científicas, de las grandes guerras y las grandes batallas, a la par que se olvidan de que la técnica en sus comienzos no fue un principio de supervivencia sino un fenómeno marginal, un puro entretenimiento surgido en los momentos de ocio de los primeros homínidos. Antes de hablar de las inmensas creaciones del trabajo había que destacar que en sus inicios la técnica pudo ser algo similar a la que emplean los actuales chimpancés en los termiteros, algo inesencial para su supervivencia que les sirve para matar el tiempo en un ambiente relajado a la par que se entretienen viendo como las termitas se agarran al tallo-trampa que les tienden y de camino degustan una golosina.

Olvidan igualmente que hace más de setenta millones de años, entre Brontosaurios, Tiranosaurius Rex y Triceratops, criaturas enormes y esculturales, unas invisibles e insignificantes musarañas acabarían desplazando ese reino de gigantes. Olvidan que mientras los Cruzados Medievales se desangraban en su lucha contra los Sarracenos por la Fe y los Santos Lugares, no podían ni imaginar que los vulgares y plebeyos villanos que vivían arrinconados ejerciendo labores artesanas y de comercio en las urbes serían los encargados de desplazar, aniquilar y enterrar ese mundo de Nobles, Reyes y Pares. ¿Qué lección podemos obtener de todo esto?, sencillamente, que lo insignificante no es siempre tan insignificante como parece, que lo marginal e insustancial, según la Gestalt que aplican los académicos y eruditos, puede llegar a convertirse en lo realmente importante y relevante.

Tampoco las grandes construcciones del pensamiento han salido de los claustros universitarios ni de las fuentes institucionales de la sabiduría ni de las cátedras más prestigiosas. Siempre que ha surgido algo importante ha sido precisamente a pesar de esas instituciones, y ha partido de las personas más insospechadas. Un monje agustino austriaco (que pasó desapercibido en su tiempo), recluido en el huerto del monasterio de Brno, sentó las bases de la genética moderna, un clérigo polaco del siglo XVI (que también pasó desapercibido) desmoronó el sistema geocéntrico, un joven físico judío alemán marginado del mundo académico sentó a principios de siglo una auténtica revolución en la física, un astrónomo italiano del siglo XVI perseguido por la Inquisición descubrió el telescopio, un filósofo-economista alemán del siglo XIX, entre el exilio, la enfermedad y la miseria, esculpió la obra más gigantesca del pensamiento económico de todos los tiempos. ¿Porqué? Las sabidurías y las ciencias institucionales son siempre conservadoras y anquilosantes.

La ciencia institucionalizada no atiende realmente al conocimiento sino al status consagrado de los próceres de la sabiduría, catedráticos universitarios y monopolizadores de la ciencia que de modo continuo son adulados por sus subalternos y agasajados por los gobiernos. De ahí, lógicamente, no podía salir nada bueno, no podía desprenderse creatividad alguna. Los “honorables” lores británicos que regentaban el Museo Británico, Sir Arthur Keith y compañía, elevaron a los altares el cráneo falsificado del primer inglés a la par que se mofaban insistentemente del primer hallazgo fósil de un homínido africano (¿cómo iban a proceder de la colonizada y subdesarrollada África los primeros seres inteligentes?). Ante lo nuevo, los científicos oficiales no dan más de sí. Así, cuando se produjo el hallazgo del primer hombre de neandertal en 1856 las máximas autoridades académicas, los más expertos anatomistas de la época se pronunciaron sobre el descubrimiento con tesis para todos los gustos. Unos decían que no se trataba de un hombre primitivo, sino de un cosaco mongol que formaba parte de la caballería rusa que persiguió a Napoleón en 1814 y que tras desertar se había retirado a una cueva para morir, otros que el arqueamiento de sus piernas se debía a que padecía raquitismo y que el dolor que le producía esa enfermedad le hizo fruncir el ceño habitualmente, de ahí la anchura de sus arcos superciliares.