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ATEÍSMO, RELIGIÓN Y TOLERANCIA

ATEÍSMO, RELIGIÓN Y TOLERANCIA

 

EL ATEÍSMO VERGONZANTE

 

                Cierta revista de la época de la Transición, efímera y bastante mala por cierto, llamada La Jaula, contenía entre sus apartados una entrevista a políticos y personajes públicos destacados. El cuestionario que se les presentaba venía a ser idéntico en todos los casos, siendo la pregunta de cabecera la siguiente, ¿Cree usted en Dios?. Los políticos derechistas solían contestar rotundamente un Sí, profundamente.  Algo natural, por cierto, a lo que nada cabe objetar. Lo llamativo era el complejo con el que contestaban los políticos de izquierdas no creyentes: No, pero respeto todas las creencias. Venía a ser algo así como una disculpa por no creer, dándose a entender que una respuesta negativa a secas pudiera inducir a pensar que el político ateo no respetaba creencia alguna. Cuando los creyentes se sienten amenazados arrojan siempre el mismo dardo: exijo respeto a mis creencias (generalmente, el respeto a esas creencias consiste en callar la libre expresión de los no creyentes), aunque jamás declaran de principio que respeten a los no creyentes. Parece como si no debiera existir una relación de deberes recíprocos. Si algo nos ha demostrado la historia es cómo la intolerancia y el fanatismo siempre se han alimentado de las religiones, cómo los detentadores de las verdades eternas han negado a los demás el pan y la sal, hasta la misma existencia física. La frase atribuida a Jesús: Yo soy la Verdad y la Vida, el que crea en mí se salvará ... es la máxima de la intolerancia por excelencia, la negación de la existencia a los no creyentes. El ateo acomplejado que se sintió en la obligación de añadir la coletilla pero respeto todas las creencias, pidiendo perdón por su falta de fe, prototipo del  político de la oposición de entonces, ha marcado la tendencia fundamental seguida en este campo en la Transición Española: su silencio o su permisividad ha sido cómplice de la construcción de un Estado falsamente laico, Criptoconfesional, donde el clero conservaba íntegramente sus privilegios en el sistema de enseñanza, el monopolio del culto y los resortes del dominio ideológico.

 

LOS PRIVILEGIOS DE LA IGLESIA CATÓLICA EN LA ESPAÑA DE HOY

 

1.- PRIVILEGIOS PATRIMONIALES

 

                La Iglesia Católica acumula en nuestro país un inmenso patrimonio histórico-artístico: Catedrales, Iglesias, Museos, Abadías, Monasterios, Colegiatas, Conventos, etcétera. Las grandes obras públicas medievales, - románicas y góticas - renacentistas, Barrocas y platerescas no fueron precisamente obras civiles. Fueron, en su gran mayoría, salvo los castillos o fortificaciones militares  y los palacios o moradas de reyes y nobles, obras religiosas. No se crearon obras civiles de canalización, evacuación y saneamiento hasta bien entrada la edad moderna. La actividad constructiva y creativa de la península se ha centrado básicamente en las obras religiosas destinadas al culto. Las pocas obras civiles consistentes en calzadas, explotaciones mineras, puentes y acueductos que quedaron en nuestro país se ejecutaron en la Hispania Romana[1]. La Cristiandad se apropió de la actividad constructiva y creativa de la sociedad para sus propios fines de poder, se construyeron catedrales como montañas ad maior gloriam Dei, sustrayendo de la acción civil en obras públicas útiles a la comunidad casi toda la capacidad de trabajo disponible de la colectividad. El actual patrimonio eclesiástico es, pues, producto del expolio histórico de todo un pueblo. Pero el expolio sigue adelante en esta época, se sigue sustrayendo del Estado, de la colectividad, el esfuerzo necesario para mantenerlo y conservarlo y, por si esto no fuera suficiente, se cobra al público la visita a sus museos y a ciertos monumentos como la Mezquita de Córdoba (edificada, no lo olvidemos, por una cultura y civilización distinta a la cristiana) o la Capilla Real de Granada[2]. Cuando se van a acometer obras de restauración de las iglesias de los pueblos lo primero que se dice es que la iglesia pertenece al pueblo y es tarea de este conservarla. Y aquí empieza la labor de los seglares próximos al mundo del clero: organizan rifas, venden estampitas, tómbolas, etc para recabar de la comunidad la parte de los recursos que debiera corresponder poner a la institución titular, pues ninguna iglesia es del pueblo. Quien se pare detenidamente a observar los registros de la propiedad y el catastro urbano verá quien es su auténtico dueño.

 

2.- PRIVILEGIOS FISCALES

 

                Así nos encontramos ante el vergonzoso sistema de asignación tributaria de un porcentaje de la cuota líquida del IRPF con destino al sostenimiento de la Iglesia Católica. Un sistema este doblemente engañoso, por cuanto que el cajetín a otros fines de interés social implica el destino de parte de la cuota al sostenimiento de asociaciones ligadas a la Iglesia Católica como Cáritas Diocesana y demás instituciones caritativas y asistenciales de carácter confesional y más aún cuando el porcentaje destinado a la Iglesia Católica en los Presupuestos Generales del Estado supera con mucho a las consignadas por los contribuyentes en sus respectivas declaraciones. Pero la peor trampa no es esta,  es que al contribuyente se le obliga por vía indirecta a ceder esa cantidad sin darle la opción de cederla o no cederla. A fin de cuentas a la Iglesia Católica la sostienen todos, creyentes o no creyentes, feligreses de esa Iglesia o de otras distintas.

 

3.- PRIVILEGIOS EN EL SISTEMA EDUCATIVO

 

                Del mismo modo se ha planteado la enseñanza de la Religión. Los Centros Públicos de un Estado auténticamente laico no tendrían porqué impartir catequesis de confesión religiosa alguna, para eso están sus templos y sedes parroquiales. Esa es la primera imposición confesional. La segunda, ya dentro de este anómalo sistema, es la de que no se contemple la posibilidad de no impartir nada a cambio. Pese a que, sobre el papel, se han planteado diversas actividades alternativas al estudio de un conjunto de dogmas confesionales, los centros educativos, por pura desidia docente y administrativa, ni se molestan en programarlos. La alternativa que se ofrece se pone a manos de la libre discreción de los profesores tutores, generando en muchos casos  aburrimiento en el escolar. En la práctica de los Centros Escolares no se da posibilidad alguna de elección entre las distintas ofertas establecidas legalmente que puedan, de uno u otro modo, motivar su elección como alternativas, atractivas en muchos casos, a la impartición de la enseñanza religiosa.

 

                A los ateos, materialistas y agnósticos no se nos ofrece la posibilidad de programar una asignatura alternativa en la que se les enseñe a sus hijos  cual es el fundamento social, psicológico y antropológico de toda creencia religiosa, se imparta una historia comparada de las religiones, se demuestre cómo la fe se constituye como antítesis de la razón y del pensamiento, que las cosas hay que probarlas antes de hacer afirmaciones categóricas al respecto, que hay que disfrutar al máximo de la vida sin tener que servir a señor celestial alguno, pues ya tenemos la desgracia de estar subordinados a señores terrenales, que las normas éticas no proceden del cielo sino de la tierra, etc.  Mientra unos consideran que impartir dogmas de catequesis es el medio más idóneo de contribuir al desarrollo íntegro de la personalidad de sus hijos, otros pensamos que no debemos inculcarles el dogmatismo y, ni mucho menos, convertirlos en pequeños Talibanes. Muy por el contrario, no se les debe enseñar a creer en cosas que no pueden constatar ni a tener fe ciega en nada, sino, sencillamente, lo que se les debe abrir es el camino a pensar y a razonar por sí mismos (fe y razón no se complementan, se repelen). En este contexto, una simple clase de estrategia de ajedrez pude ser infinitamente más creativa que mil clases de religión.

 

                Cara a los creyentes el Estado es respetuoso al máximo, hasta el punto de sobre-privilegiarlos. Sin embargo a los ateos y agnósticos se les ignora por completo. El sistema de enseñanza de la religión en los centros públicos podemos equipararlo al de un establecimiento donde  se dice que aquí solo se sirve chocolate y el que no quiera tomar chocolate aquí tiene la vainilla aunque no quiera tomar nada o no le guste.

 

 

RELIGIOSIDAD CIVIL Y DOBLE MORAL

 

                En este país ser creyente cristiano viene a ser sinónimo de persona decente y respetable. El no creyente, por el contrario, no es persona de fiar, es un ser carente de escrúpulos y de moral, algo así como un pervertido sin principios que no tiene el menor sentido del bien y del mal (el reaccionario Dostoievski  lo expresaba a su manera: si Dios no existe, todo está permitido, aunque también ciertos pensadores ateos, como Spinoza, vieron en la religiosidad del vulgo una garantía funcional de orden público). Por tal razón la religión civil (o sea, de fachada, el fariseísmo que, por otro lado, tanto se critica en los Evangelios) funciona tan bien en nuestro país. Es un motivo de integración en una comunidad. La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, tiene que parecerlo. Así, los señores respetables participan activamente en la Liturgia, vestidos impecablemente, como buenos hipócritas, salen los domingos a la Iglesia con los niños de la mano, desfilan con las palmeritas el Domingo de Ramos, hacen vida social, entregan generosos donativos a la Iglesia, se ven como personas respetables libres de toda sospecha. Esa presunción de respetabilidad se la otorga directamente su vida religiosa civil. Esa fachada les permite llevar una vida privada disoluta, pudiendo con cierta discreción frecuentar burdeles, tener amantes, costear abortos en Londres a sus hijas e incluso participar en estafas. Cierta funcionaria acusada de prevaricación y cobro de comisiones ilegales en la compra del papel del BOE afirmaba airada, sin que nadie le preguntara por sus creencias sino por el asunto de marras,  que creía en Dios, esa era su coartada, ¿cómo va a pecar por las buenas un creyente temeroso de Dios? La duplicidad moral no es precisamente un fenómeno superfluo en el entarimado de la religiosidad civil practicada en nuestra sociedad. Es, todo lo contrario, piedra angular de la convivencia en el plano social. La duplicación moral es un instrumento muy conveniente para sortear los obstáculos represivos e institucionales que impone una sociedad confesional, es la otra cara de esa misma moneda. La institución eclesiástica desearía un cumplimiento a fondo de sus preceptos por parte de sus fieles y por tal razón marca modelos de comportamiento de familia cristiana (un despropósito, pues de las palabras atribuidas a Jesús en los Evangelios se desprende una total animadversión a todo tipo de institución familiar), de llevar la cruz a cuestas, de predicar con el ejemplo, etc. sabe, sin embargo, que sin las válvulas de escape, sin la doble moral, la institución se vendría abajo. El catolicismo religioso, para subsistir, tiene, a su pesar, que convivir con el catolicismo civil, es decir, con el fariseísmo y la duplicidad moral. El tipo de hipócrita farisaico que se ha forjado en esta moderna sociedad bajo el manto del catolicismo es quizá el del individuo menos de fiar imaginable que se escuda precisamente en su religiosidad formal como medio de promoción social y patente de corso para todos sus desmanes a la vez que acribilla sin piedad al agnóstico, al joven de conducta sexual relajada, a la muchacha soltera embarazada, etc.  La alta burguesía y los oligarcas de este país son el prototipo del fariseísmo civil religioso. Los oligarcas, con el cumplimiento de los preceptos eclesiásticos se sienten reforzados a sí mismos, pues eso es lo que les permite y justifica una vida rodeada de lujo, dinero, criados y abundancia.

 

LA DISCRIMINACIÓN DE LOS NO CREYENTES

 

                El ateo, el no creyente, lo tiene muy difícil en esta sociedad. Un científico de prestigio como Severo Ochoa había confesado en más de una ocasión su condición de no creyente. Eso fué suficiente motivo para que los hijos de la Inquisición lo pusieran entre las cuerdas, atosigándolo continuamente. No podían consentir que un personaje ilustre declarara públicamente su falta de fe. Recibía continuas llamadas, cartas, etc, con las que pretendían que sustituyera su descreencia por la escolástica y el fideísmo, que rehusara del error y abrazara la fe verdadera. Ochoa, agobiado, llegó a afirmar que en este país no se tolera que uno piense de forma diferente a los demás. La mejor garantía de pervivencia de una Iglesia intolerante es una sociedad civil intolerante. Se produce algo así como un desplazamiento o delegación de las instancias coercitivas de la Iglesia a la Sociedad. Cuando pasar por el aro religioso se convierte en hábito comúnmente aceptado y asumido (v.gr. El bautizo de los hijos recién nacidos[3], su catequización, el matrimonio canónico, etc) el que se niega a admitirlo se convierte automáticamente en un bicho raro, se le señala con el dedo y se le margina, incluso llega el caso, como a mí me ha pasado, de que te acusen de intolerante. Deseo para mis hijas lo mejor, una educación laica carente de los temores, traumas, complejos y sentimiento de culpabilidad que genera toda imposición religiosa a fin de que decidan libremente y con conocimiento de causa lo que quieran pensar en un futuro. Resulta que padres que no ofrecen a sus hijos más que una única opción: la del bautismo, la religión cristiana y la catequesis, tienen el descaro de acusarme de intolerante, de impedir a mis hijas acceder a otras opciones (que parece ser que no es más que la suya propia, la única verdadera), que esa forma de pensar les va a generar traumas, etc.  Lo más grave de esta sociedad civil confesional en la que estamos instalados es que apostar por el laicismo de tus hijos puede ser arriesgado en la medida en que pueda suponer para ellos un trauma, un motivo de marginación y discriminación. Algunos, ante esto,  deciden desistir: ¿qué más da?, dicen, tampoco vale la pena enfrentarse ..., y, desde este momento, ya han empezado a surtir efecto los mecanismos inquisitoriales de la sociedad civil. Lo que por un lado se hace para evitar traumas y taras psíquicas, por otro lado las produce. Sé positivamente que al final mis hijas me pedirán hacer la Primera Comunión, ese ritual de iniciación donde se convierten en el centro de atención por un día, se las disfraza de novias, se organiza un banquete por todo lo alto con fotos y recordatorios incluidos y se las atiborra de juguetes y no creo que les sirva de mucho que les explique las bases antropológicas y psicoanalíticas de la Comunión, es decir, la noción animista en virtud de la cual el consumo caníbal del corazón de un valeroso guerrero transmite su valor y fuerza a la comunidad o cómo devorar las entrañas del enemigo implica apoderarse de su fuerza, o el asesinato ritual del padre por los hijos al que luego devoran en comunión fraternal. En fin, todo sea para evitarles un trauma de algo que quisieron hacer y sin embargo no pudieron como consecuencia de una imposición represiva, y es que el poder coercitivo e inquisitorial del catolicismo civil es realmente gigantesco. Es simplemente una formalidad, un mal trago por el que hay que pasar, como el servicio militar, dirán los conformistas. No, en realidad no es eso, se trata más bien de una sutil imposición (que, a efectos prácticos, viene a ser lo mismo que las imposiciones directas y coercitivas propias de la era del nacional-catolicismo o fascio-clericalismo) de una sociedad civil profundamente intolerante que crea presiones a todos los niveles, ya sean familiares, culturales o escolares y que obliga a acatar las normas de una sociedad en materia religiosa. El acto mismo de evangelizar, de predicar la salvación del alma, excluye por definición la más mínima tolerancia, pues el creyente practicante se posiciona ante un dilema límite: tender al prójimo la mano para salvarlo o permitir que se arroje al abismo[4]. Bajo este punto de vista tolerar es sinónimo de permitir (por omisión) la condenación ajena, en suma, tolerar equivale a pecar.

 

                En la escuela a los niños les enseñan villancicos (¡es una tradición!, ¡es parte de nuestro acervo cultural!), en Navidad ven Belenes en los comercios y en la plaza de su pueblo... ¿quién puede negarse a instalar a sus hijos un Belén o a dejarles cantar villancicos en honor al nacimiento del Dios cristiano (otro engaño más de esta secta, que ha suplantado el culto al Sol por el culto a su propio Dios) a golpe de zambomba y pandereta?.

 

                Nos encontramos, por un lado, ante una Constitución que prohíbe la discriminación y, por otro, ante una sociedad efectivamente discriminadora. Vivimos en una sociedad donde difícilmente es sorteable el hecho religioso: por ser este un elemento indisociable de su tradición y cultura civil, donde se celebra oficialmente la Navidad, o sea, el nacimiento del Dios cristiano, la Asunción, la Ascensión, la Semana Santa, donde los Alcaldes no tienen el menor inconveniente en desfilar en las Procesiones vara en mano (por otra parte, negarse a ello les quitaría muchos votos), donde el Ejército tiene una Patrona a la que rinden culto y dedican misas, además de los capellanes castrenses, auténticos funcionarios confesionales. Los hospitales públicos con capillas, algunas Universidades cuentan con su respectivo Servicio de Asistencia Religiosa que en la inauguración del curso académico invitan a acudir a una misa. La inercia tradicionalista es una fuerza muy poderosa. Los familiares no suelen respetar la voluntad de los muertos,  pues de los rituales del funeral religioso no se libra nadie, haya sido o no creyente.

 

                El laicismo es, se diga lo que se diga, una ventaja, tanto para los no creyentes como para los creyentes. Pocos, muy pocos, son los declarados formalmente como católicos que practiquen al cien por cien los preceptos emanados de la Iglesia Católica pues, de hacerlo, no se produciría la tasa de divorcios y separaciones que actualmente existe (si tan solo fueran los ateos quienes se divorcian y se separan la tasa de divorcios sería casi inexistente), tampoco se usarían los métodos anticonceptivos, prohibidos por la Iglesia, la media de hijos familiar estaría por encima de diez, no tendrían lugar las relaciones sexuales extramatrimoniales, aparte de que los domingos, para la celebración de la misa, necesitarían habilitar estadios de fútbol para congregar a tanta gente. Sin embargo, mientras las prácticas prohibidas por la Iglesia están a la orden del día, no se santifican debidamente las fiestas tal y como exige el tercer mandamiento.  El Estado confesional pretérito encarcelaba a las adúlteras y penaba el consumo de anticonceptivos, algo que, afortunadamente, hoy ha sido superado. En esta línea, combatir el sistema de privilegios de una confesión específica así como sus manifestaciones criptoconfesionales en distintos órdenes debe entenderse como una lucha por la plena implantación del sistema democrático. 

 

 

LA INTOLERANCIA EN EL MEDIO CATÓLICO

               

                Nuestra sociedad es una sociedad fundamentalista religiosa. Cuando se proyectó la edificación de una Mezquita en el Albaicín de Granada, enseguida comenzaron las protestas vecinales por las molestias que les podrían ocasionar las continuas llamadas a la oración del muecín. Sin embargo, los campanarios de los templos católicos replican a diario, algunos hasta emiten notas musicales que se repiten de hora en hora sin que ello provoque la más leve queja. Cuando sacan a desfilar sus procesiones cortan el tráfico, arman mucho ruido al son del tambor y la trompeta, se cantan saetas y cubren las calles de cera, ocasionando ingentes molestias aceptadas de buen grado por la ciudadanía.

 

                El Estado laico promulga la reducción al ámbito privado de todas las confesiones religiosas. En nuestro Estado, falsamente laico, el catolicismo encuentra una auténtica proyección pública. En nuestro país no existen las festividades laicas salvo el día de la Constitución y de las distintas Comunidades Autónomas. El pistoletazo de salida de las verbenas de los pueblos lo da la celebración de la Santa Misa en honor a su Santo Patrón. Existe en el subconsciente colectivo de este país la idea de que no puede haber celebración alguna sin sustrato religioso que la motive. Ninguna ceremonia oficial, por solemne que sea, puede producirse sin hallarse previamente respaldada por una misa o una bendición episcopal. Ninguna inauguración sin bendición[5]. Mientras los católicos, airados, proclaman su fe a los cuatro vientos, los ateos, cabizbajos, callan, no quieren hacerse notar ni dar que hablar, han de ser discretos no vayan a ofender a nadie, sobre todo a aquellos que más han destacado en la historia por su capacidad de ofender, ya sea a los herejes, a los paganos, a los apóstatas, a los réprobos, a los sin-Dios, a los nefastos anticlericales como Voltaire, a la filosofía inútil y falaz, que con vanas sutilezas, están fundadas sobre la tradición de los hombres, conforme a las máximas del mundo, y no conforme a la doctrina de Jesucristo[6] . El clero cuenta con emisoras de radio, editoriales, organizaciones de todo tipo, sedes parroquiales. Sobre todo, disponen de lo más importante, de una sociedad civil apacible, ávida de rituales y cuyo amorfismo la pone en brazos de la inercia tradicionalista, de los usos y las buenas costumbres. El clero se resiste a soltar sus controles y saben que el de la educación es básico, pues el miedo, la fantasía y la sumisión solo se pueden inculcar en edades tempranas en las que no se ha producido la formación completa de la personalidad.  Sin embargo, se ve como el clero ha cambiado de estrategia. Antes, arropado por el régimen fascio-clerical, platicaba con total impunidad y alevosía contra ateos y materialistas, sabiendo  que sus voces estaban amordazadas por ese régimen terrorista careciendo, por tanto, del mas mínimo derecho de réplica. Hoy, sin embargo, su estrategia es el silencio. Conscientes de su inferioridad moral e intelectual, se repliegan ante cualquier debate contra los Sin-Dios como a ellos gusta en llamarlos.


 

 

IGLESIA CATÓLICA Y DERECHOS HUMANOS

 

                En los conventos, monasterios, abadías, etc, se agrupa a seres humanos de un mismo sexo a los que se les impide su realización plena como personas en el plano sexual y familiar, donde se reprimen sus instintos y pulsiones como medio de sujetarlos a un régimen estricto de autoridad, donde se hacinan y entierran de por vida a personas incompletas, incapacitadas para realizarse como seres humanos, en aras de un fin sublime. Pero en la lógica del sistema no existe tal violación de los derechos humanos, sino simple y puro ejercicio de la libertad religiosa. Las monjas de clausura, encerradas tras las rejas, auto-encarceladas (negación de la libertad de residencia y circulación, art 19 de la Constitución), o los monjes cartujos que tienen prohibido hablar (negación de la libertad de expresión, art 20.1. a) de la Constitución) son víctimas de un sistema inhumano. La Constitución Española dice en su artículo 10 que el libre desarrollo de la personalidad es fundamento del orden político y de la paz social y sin embargo existen miles de personas impedidas de desarrollar libremente su personalidad. En este punto se me podía objetar una cuestión antiquísima referida a la libertad, la idea de que la libertad lleva en sí misma implícita la posibilidad de rechazarla, que el acto supremo soberano, en sí mismo libre,  es el de la persona que elige la vida de célibe sin que haya sido determinada dicha decisión por una voluntad externa. Es una posición más que discutible, similar a la que cuestiona si la tolerancia se extiende a tolerar a la intolerancia. Peticiones de principio, argumentos sobre el vacío de los contenidos reales de la voluntad y decisión, como principios puros abstraídos de los  múltiples factores que intervienen en su formación y configuración, en base al principio de tolerancia - ¿acaso la tolerancia incluye la tolerancia a la intolerancia? Está fuera de toda duda que no, pues de lo contrario se tolerarían los desmanes de las bandas de Cabezas Rapadas, el apaleamiento de inmigrantes, la xenofobia, etc -, El problema de fondo radica en la noción decimonónica de Libertad, cuyo límite es la libertad del otro, sin que parezca afectar a la libertad de uno mismo. Realmente, ningún Estado Moderno observa esa máxima, disponiendo lo necesario para la defensa de la integridad del individuo incluso a pesar de sí mismo, de su propia libertad de arriesgar su seguridad e integridad física y psíquica. De no ser así, sobraría la obligatoriedad del uso del casco para motoristas y ciertos trabajadores de la mina y de la construcción, la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad en carretera o la misma lucha sin cuartel contra el consumo de estupefacientes o contra la acción de las llamadas sectas destructivas en las que se ingresa voluntariamente.

 

 

DEL ATEÍSMO VERGONZANTE AL ATEÍSMO MILITANTE

 

                Llegados a  este punto hay que hacer mención especial de cierto autor que, clamando solo en el desierto, se atreve a publicar un libro titulado Elogio del Ateísmo. Ya iba siendo hora de que alguien sacara a la luz la bandera del ateísmo, no el ateísmo vergonzante de quien antes de abrir la boca se ve obligado a declarar todos los respetos habidos y por haber, sino del ateísmo entendido como una postura defendible por ser inequívocamente humana, digna de respeto y admiración, como conciencia de la limitación de la existencia propia, como auto-afirmación del hombre. A fin de cuentas, la lucha por el ateísmo, contra el deísmo, ha sido siempre, a lo largo de la historia, una lucha por la libertad del hombre, contra la explotación y la opresión[7], contra los déspotas y tiranos que se legitimaban y auto-legitimaban en el mandato divino o en la Gracia de Dios como venía inscrito en las monedas del franquismo. En este país, donde el con la Iglesia nos hemos topado es algo más que una frase hecha cervantina, avalada por siglos de Inquisición y de poder desmesurado de esa institución tanto en el plano político como social, donde la Ultraderecha se alía a los Obispos a la hora de impedir proyecciones cinematográficas blasfemas (Je vous salue Marie, de Godard, creo que todo el mundo se acuerda de lo que sucedió cuando se estrenó la película) o representaciones teatrales sacrílegas e irreverentes (el grupo teatral catalán Els Joglars tiene una dilatada experiencia en ello), es necesario arriar la bandera del ateísmo. No se puede decir que hayan contribuido mucho al desarrollo intelectual de la humanidad quienes durante el Medievo se encerraron durante meses en sus Concilios para discutir acaloradamente sobre cuestiones tan trascendentales como el sexo de los ángeles, la virginidad de María o la doble naturaleza de Cristo. Todo elemento cómico encuentra su variante trágica en las miles de víctimas de réprobos y herejes que tuvieron la osadía de cuestionar tan elevados dogmas.

 

                A pesar de todo, en este punto no se puede perder el optimismo. Si bien el factor religión ha sido tan decisivo a lo largo de la historia hasta el punto que a los intentos de suprimirla pronto se han visto suplidos, apresurándose a ocupar el espacio vacante sucedáneos de toda especie ya fuesen políticos o pseudo-religiosos[8], no hay razón para desesperar. La humanidad algún día abandonará su infancia[9]. Será esa una revolución cultural decisiva, una brecha abierta en el camino hacia la libertad de los hombres, donde no quede sitio para los espacios tutelares y los mundos fantasiosos e infantiles. Ese abandono tendrá, igualmente, una repercusión política enormemente positiva, en tanto que su sustitución no tendría que implicar forzosamente su subordinación a las estructuras de un pensamiento escatológico de nuevo cuño tal y como ha sucedido en el caso del movimiento marxista. Un proyecto emancipador global nos ha de poner a salvo de cualquier Stalin que en su nombre venga a restaurar la Inquisición aunque llamada con otro nombre. Superar la religión ocupa, a mi juicio, un lugar central a la hora de articular un movimiento emancipador global, de modo que la reducción de la religiosidad al ámbito estrictamente privado puede ser un modo de esquivar la cuestión profundamente engañoso en tanto que a niveles formales o sustantivos la religiosidad psíquica sigue impregnando de contenido los mecanismos de subordinación y dominación. 

 

                La superación de la religión, de la religiosidad y del espíritu religioso no se debe concebir como la negación de los dogmas de una confesión determinada, sino como la generación de un nuevo talante ante las cosas y ante las personas, como la superación del espíritu místico (y mítico) que nutre tanto a católicos como a protestantes, a judíos, a musulmanes, a budistas, a animistas, a echadores de cartas y astrólogos. En tal contexto podemos concebir la idolatría y la mitomanía que actualmente se manifiesta ante el fútbol, ante los cantantes de moda, ante el Rock, como formas diversas de ese mismo espíritu religioso que a medida que va saliendo por la puerta, entra de nuevo por la ventana. La superación de la religión ha de entenderse genéricamente como superación del culto, ya sea a los Dioses (deísmo), ya sea al hombre abstracto (humanismo), ya sea a la naturaleza (ecologismo), ya sea a los líderes y dirigentes (carisma, culto a la personalidad), ya sea a las normas jurídicas (iusnaturalismo o positivismo), ya sea a las instituciones políticas (institucionalismo), económicas (el economicismo, la sacralización de la propiedad privada y de las leyes del mercado), en suma, como el medio más idóneo de renunciar al poder y a la sumisión así como a todos los fenómenos políticos que he ido describiendo negativamente a lo largo del presente trabajo: a los mitos, a los líderes carismáticos,  a las instituciones proveedoras, a las ideas-norma, a la participación política pasiva o delegacionista, a las verdades digeridas por las autoridades, a los conceptos abstractos como el amor (el amor, como dijera Hegel en relación a la verdad, siempre es concreto), a las palabras vacías de contenido como la libertad (abstracta, por supuesto, porque también la libertad siempre es concreta), a la obediencia debida, a la represión del placer, y, sobre todo, a los salvadores que, en nombre de futuros mundos imaginarios, acaban siempre encaminando a las sociedades a reinos donde quien realmente domina es el imperio del terror.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] El mundo pagano, barrido luego por el triunfo de la cristiandad que, a juicio de ciertos historiadores que aún tienen incrustado en el cerebro el mito del progreso, representó un avance para la humanidad, sintonizaba sin duda bastante mejor con el mundo moderno que el nuevo fanatismo oscurantista que lo vino a reemplazar. Si para incorporar a la sucesión del mundo clásico por la llegada del cristianismo  esa noción mítica del Progreso hay que falsear la historia con el fin de adaptar la realidad a los mitos, así se hace y, consecuentemente es factible inventar la leyenda de que los primeros cristianos fueron activos militantes contrarios a la esclavitud, algo que no se de donde se lo han podido sacar pues a la vista están los pronunciamientos favorables a dicha institución hechos por San Pablo en sus distintas epístolas.

[2] Las propiedades de la Iglesia Católica están exentas de tributación, a sí lo dispone el artículo 64.e) de la Ley de Haciendas Locales de 28 de diciembre de 1988, lo cual significa que el negocio es doble, o bien, que la comunidad paga 2 y más veces la tenencia de los bienes eclesiásticos. Cualquier empresario tributa sobre los locales de su negocio si es que los va a destinar a fines lucrativos. Sin embargo, el clero cobra pero no paga.

[3] Existen hoy personas, bastantes, que se encuentran en la creencia de que el bautizo de los hijos recién nacidos es algo así como un trámite civil o administrativo de carácter obligatorio.

[4]Ninguna confesión religiosa admite la libertad de elección, con independencia de las piruetas ideológicas construidas por los teólogos ad hoc para sortear este hecho: la dicotomía predestinación/libre albedrío solo puede edificarse, quiéranlo o no, limitando las facultades providentes de su Sumo Hacedor. Digan lo que digan, la infinita providencia se da de narices con la existencia misma del pecado o, dicho con otras palabras, si su dios lo ha creado todo, también ha creado el pecado (aunque solo sea a título de producto indirecto suyo), de lo que se desprende que su dios no puede ser infinitamente bueno, puesto que no es bueno todo lo creado por él. Diderot destaca a la perfección la gran paradoja del mito cristiano: Dios sacrifica a Dios para  aplacar la cólera de Dios.

[5] De todos modos, el país que se considera a sí mismo punta de lanza del mundo libre como los Estados Unidos de Norteamérica, es un estado confesional (y en realidad antidemocrático). En los juicios se obliga a los testigos a jurar decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios (así se ve en sus películas), los Presidentes juran su cargo sobre la Biblia y el sistema de enseñanza es confesional. Para aglutinar todas las creencias de todas las sectas religiosas del país se inventó esa ensaladilla a la que se le llama Religión Civil, que es la religión practicada por el Estado.

[6]Pablo de Tarso: Epístola a los Colosenses. Capítulo II. 8.

[7] Nos pueden inducir a engaño y a mostrar falsas esperanzas las luchas soteriológicas mantenidas por los Teólogos de la Liberación o los distintos movimientos campesinos de índole milenarista generados durante la primera mitad del presente milenio. Las ideologías liberadoras de extracción mesiánica pueden ser tan mortíferas como el propio elemento opresor, pues toda soteriología, una vez institucionalizada y constituida, a lo que tiende naturalmente es a implantar las férreas bases de su permanencia y a aniquilar la disensión en cuanto al fin programáticamente trazado.

[8] Que quede claro que al aludir a las pseudo-religiones no pretendo dar a entender que existan religiones verdaderas frente a religiones falsas. Seamos ecuánimes, todas son estructuralmente idénticas con independencia de su mayor o menor antigüedad.

[9] La fantasía infantil es, sin embargo, requisito imprescindible de la racionalidad adulta. No obstante, del adulto que  siga creyendo en los duendes, en Papa Noel y en los Reyes Magos se puede decir que tiene un grave trastorno mental o sicológico.  La humanidad en su conjunto mientras siga creyendo en Dioses y demás númenes imaginarios seguirá inevitablemente trastornada y maniatada.

 

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